sábado, 16 de septiembre de 2023

1.247. Los nonagenarios y las trampas de la memoria

Las lluvias de la dana se han quedado por aquí unas cuantas semanas y ya nadie habla de la sequía, esperemos que las lluvias sigan pero no se pongan tan burras como en Libia. Mientras tanto, yo sigo en mi casa a la espera del otoño, atrincherado con el bueno de Tarik Marcelino, que ya no se asusta de los rayos y truenos que nos caen alrededor, sin otras novedades que lo relacionado con el Festival Crossroads, que finalmente se va a poder ver en directo en streaming y yo ya me he sacado un ticket para ver los dos días, que me ha costado 50€, lo cual me parece bien, todo lo que sean versiones del antiguo pay per view es estupendo para mí, lo que no quiero de ninguna forma es que me obliguen a suscribirme a una plataforma durante un año para que encima me mareen con ofertas de cosas que no quiero ver.

El precio pagado no me parece caro, teniendo en cuenta que se trata de dos jornadas enteras de conciertos en directo de los mejores guitarristas del mundo y que, si el concierto es a la una de la madrugada por el cambio de horario, como es el caso, con el ticket dispongo de las 48 horas siguientes a cada jornada para verlo de forma más cómoda y práctica. Les recuerdo que en este festival participan exclusivamente guitarristas escogidos por el organizador Eric Clapton, que Samantha Fish ha sido invitada por primera vez, lo mismo que el gordo Christone Kingfish Ingram, y que, en cambio, artistas de la talla de Larkin Poe, Ally Venable o Ghalia Volt no han sido objeto de esa distinción. En el cartel inicial del festival figuraba el gran Robbie Robertson, que se ha muerto en el ínterin a la respetable edad de 80 años. Ya le han sustituido en los carteles para conformar el programa definitivo, como pueden ver abajo.

También se ha caído del programa un tal Doyle Branhall II, al que no conozco y espero que éste no sea por fallecimiento. Y aparecen dos sustitutos: Citizen Cope y Judith Hill. Esta Judith es la quinta mujer que participará  y es también bastante buena. Yo sigo buscando información y vídeos de Molly Tuttle que además de rodearse de unos instrumentistas muy buenos demuestra una gran cultura musical al haber rescatado el tema White Rabbit, todo un himno de los 70, cuyo vídeo en directo les puse el otro día. Y he descubierto una cosa. Esta chica es hija de una pareja de músicos de bluegrass, la versión más enxebre del country y, cuando tenía tres años, le fue diagnosticada una alopecia areata. Se le caía el pelo a puñados y a los ocho años la dolencia derivó a alopecia universal, o sea que está calva como una bola de billar. El pelo que suele lucir es peluca, pero en los últimos conciertos ha decidido quitársela cuando canta un tema determinado, como gesto de apoyo a los afectados por esta rara enfermedad autoinmune. Pueden verlo abajo.

Tal vez los del grupo deberían raparse también en solidaridad, pero no les demos ideas. Me queda la duda si esta chica que canta y toca tan bien se descubrirá también en el transcurso del Crossroads. A Eric Clapton lo mismo le da un soponcio. Hablando de Clapton, en estos días ha publicado un video de homenaje al gran Willie Nelson, el patriarca del country y la figura más gigantesca de este estilo de música desde Hank Williams. Un caballero del que ya les informé de su aparición en televisión muy compungido, para anunciar que tenía que dejar de fumar marihuana por prescripción médica a los ochenta y pico de años y que estaba muy triste por ello, después de fumarla desde su adolescencia. El homenaje que le hace Clapton es precisamente con motivo de su 90 cumpleaños y se trata de una versión de una de las canciones más conocidas de Nelson. Véanlo.

Los noventa son ya una edad bastante jodida, dentro de este proceso de deterioro que llamamos vejez y que yo trato de espantar y alejar a base de running, yoga y buen ánimo, hasta donde pueda llegar, toco madera. Los dos hermanos que me quedan vivos pasan ya de los ochenta y se van manteniendo, sobre todo por el buen ánimo. Sin embargo, yo miro a mi alrededor, a la generación de los boomers, y lo que veo, como ya les he contado, es una auténtica escabechina. También entre los músicos, Robbie Robertson se murió a los 80 y estos días se han publicado unas fotos de Ozzy Osbourne, el que fuera líder del grupo de heavy metal Black Sabath. El tipo tiene 74 años, o sea, más o menos de mi quinta, y vean que pinta más mala tiene. Dice la noticia que hace unos meses que se retiró de la escena, pero no aclara si se retiró porque estaba pachucho, o si es que se ha puesto así por retirarse.


Qué pena, por Dios. Hablando de nonagenarios, otro que alcanzó esa categoría fue el gran pintor colombiano Fernando Botero, que se acaba de morir a los 91. Botero llenó los museos de sus retratos de gordos y los aeropuertos y principales plazas de todas las ciudades con esas esculturas de obesos simpáticos y risueños. A mi madre le hacía mucha gracia el arte de este señor y tuve tiempo de regalarle un libro sobre él. Lo curioso es que, si hubiera empezado a pintar esas figuras en este siglo, se le acusaría de gordofobia, así de idiotas nos hemos vuelto, que ya no sabe uno qué decir para no molestar a ninguno de los colectivos de gente diferente, que en los últimos tiempos han desarrollado una piel tan fina que están todo el día ofendiditos. A mí no se me puede acusar de gordofobia, después de que mi mayor ídolo en el mundo del blues es el tal Kingfish, que cada día parece pesar más y más. Véanlo aquí, poniéndose al frente del grupo de blancos veteranos de Joe Bonamassa y retándose con el mismísimo jefe de la banda. 

Nada, ni Samantha ni nadie, el gordo Kingfish es ahora mismo el mejor guitarrista de blues del mundo. Y tiene sólo 24 años, es increíble. Pero yo creo que, con esa enorme masa corporal, es imposible que este chaval llegue a los 90 años. Para ser longevo hay que ser delgado, eso está bien claro. Pero estábamos hablando de nonagenarios y de eso va la siguiente historia que les cuento. El pasado martes acudí al COAM para asistir a la presentación de un libro que han escrito diversos intelectuales granadinos sobre el futuro de los macro centros comerciales situados en la periferia de las grandes ciudades. Se basan en una investigación que han hecho sobre el Nevada Shopping, un mastodonte construido hace unos años en las afueras de Granada. Los autores del libro son muy críticos con este complejo, por su excesivo tamaño, baja calidad arquitectónica y nefasta situación, en el medio de la vega del río, que era uno de los activos paisajísticos de la ciudad.

Pero contaron también que este tipo de centros, que parten de un modelo norteamericano, a menudo entran en picado, dejan de recibir los clientes esperados, empiezan a cerrar sus tiendas y acaban en una situación de quiebra financiera que los aboca al cierre total. En ese momento, es difícil reutilizar esos edificios, concebidos como elementos aislados, totalmente dependientes del automóvil y de muy difícil reutilización para otros usos. Ellos proponen reconvertirlos en centros de actividad social y cultural, una utopía bienintencionada, pero que yo estimo bastante imposible. Este fenómeno del cierre de centros comerciales que se van a la mierda por diferentes motivos (a veces porque se construye otro cerca que se lleva la clientela) está sucediendo de forma bastante extendida en los USA y empieza a producirse también a este lado del Atlántico.

En realidad, aunque el tema me parece muy interesante, yo acudí al COAM para encontrarme allí a diversos amigos, como Sonia de Gregorio, Jesús Sanvicente o José Miguel Fernández Güell, con el añadido de poderme llevar a algunos de ellos a la Taberna de Ángel Sierra, en la plaza de Chueca, a continuar el debate delante de un vermú de grifo. Pero, para mi sorpresa, en la mesa del acto, además de los autores del libro y el presentador Luis Moya, se sentaron dos personajes bastante venerables del urbanismo madrileño: Damián Quero y Eduardo Mangada. En particular, el segundo a quien siempre he admirado y cuya presencia en un acto garantiza debate, discusión y pasiones desatadas. Pues Eduardo Mangada, según confesó él mismo, tiene ya 91 años. Llegó al lugar un tanto encorvado, ayudándose con un bastón y tuvieron que echarle una mano para subir al estrado, pero la capacidad dialéctica y de bronca la conserva intacta.

Para los que no lo recuerden, Mangada fue el Concejal de Urbanismo del primer gobierno municipal de Tierno Galván, un gobierno de coalición entre el Partido Socialista del Alcalde y el Partido Comunista de Carrillo. Por entonces, el PP no existía: se llamaba Alianza Popular y todavía no había cogido el vicio de anunciar que se iba a romper España por la existencia de un Ayuntamiento como ese, en el que el área de urbanismo quedó en manos del Partido Comunista, entre otras razones porque contaba con arquitectos muy buenos como Mangada, mientras que el PSOE no tenía a nadie de esa categoría. Pasando los años, se desató en el PC una especie de guerra civil, con escenario en Euskadi. Había una facción mayoritaria, encabezada por Roberto Lertxundi, que abogaba por una línea más nacionalista y hasta independentista, y otra minoritaria más españolista, apoyada por la dirección central.

En un reflejo un tanto estalinista, Carrillo expulsó del partido a todos los nacionalistas (por cierto, Lertxundi regresó a su profesión de ginecólogo y se forró de por vida montando una clínica privada en la que la alta sociedad vasca llevaba a las niñas a parir o a abortar, según los casos). Entonces, la intelectualidad de abogados, ingenieros y arquitectos del PC publicaron en todos los periódicos una carta abierta de censura a esta actitud, firmada por todos ellos. Y Carrillo los expulsó también a ellos. Mangada, como todos los grandes técnicos de la Oficina del Plan, estaba entre los firmantes. Y tuvo que dimitir como concejal. Pero en ese momento, el PSOE ya tenía cuadros preparados para sustituir a un PC que se estaba diluyendo como un azucarillo. Unos años después, Joaquín Leguina nombró a Mangada Consejero de Urbanismo de la Comunidad, donde se desempeñó hasta que el PSOE perdió las elecciones de 1995, que dieron la presidencia a Gallardón. Desde entonces, Mangada aparece en todos los debates o conferencias a los que le invitan, donde siempre actúa con mucha brillantez.

Esta vez, entre el público estaba Rafael Moneo, que tiene 86 y últimamente está hecho un viejo cascarrabias. A Moneo no le había gustado el libro, porque no se parecía al tipo de libro qué él esperaba. Y Mangada entró al trapo de defender a los autores, en una discusión bastante bizantina que no tiene mayor relevancia. Pero en un momento dado se suscitó un tema: los centros comerciales de las periferias, son lugares para mí deleznables (y para casi todos los presentes). Pero hay que reconocer que cumplen una función y que hay mucha gente a la que le gustan (hay gente pa’ to). Se lo explico con un par de ejemplos extremos de los míos. Yo acudo a los supermercados a demanda. Es decir, me pongo a hacerme un plato caliente y pienso: qué bien le iría a esto una ensalada. Entonces bajo y me compro una lechuga. Es el sistema antiguo, de los boomers como yo. Yo jamás voy a un supermercado a ver qué ofertas hay o a comprar cosas que no llevo ya previamente en una especie de lista mental.

Hago eso porque, como jubilado, dispongo del mayor de los tesoros: el tiempo. Sin embargo hay, por ejemplo, parejas con niños que han de trabajar mañana y tarde para poder pagar la hipoteca del chalé, la piscina, la sanidad privada y el colegio concertado de los niños. Esta gente sólo dispone del sábado para hacer la compra. Entonces se van con el coche, dejan a los niños en la piscina de bolas, colocan por allí a la abuela, hacen la compra y, ya que están, se comen luego unas hamburguesas y se quedan a ver una película infantil, que los mayores aprovechan para echar la siesta. Lo que les he contado son dos modelos extremos, pero que existen. Cuando alguien dijo eso en el debate del COAM, Mangada se apuntó a la teoría y dijo que los centros comerciales no tenían por qué considerarse como algo intrínsecamente malo y que, si el Nevada Shopping, en vez de ser un mamotreto cúbico puesto como tapón en el centro de la vega, fuera un grupo de pequeñas edificaciones a la manera andaluza con patios y muchas macetas, a lo mejor hasta era un lugar urbanísticamente correcto.

Hasta aquí todo interesante, pero faltaba lo más gordo. Porque Mangada, con la voz escasa de anciano que va teniendo a sus 91, se embarcó en una ensoñación sobre su propia experiencia. Cuando yo era Consejero de Urbanismo en Madrid, había una zona en Pozuelo que estaba destinada a llenarse de chalés adosados como los que se estaban construyendo por toda la periferia de Madrid. Y yo me reuní con Isidoro Álvarez y le dije: por qué no ponemos aquí un Corte Inglés. Y resultado de ese acuerdo, se construyó el Corte Inglés de Pozuelo, un centro comercial modélico, con un acceso directo a la autopista que nunca tiene atascos y una estación de cercanías que pagó íntegramente el promotor. Ahora vuelvo a hablar yo. La idea es maravillosa, la concertación público-privada que genera un centro de actividad servido por una estación de ferrocarril y con buena funcionalidad hasta hoy en día.

Pero aquí viene el tema de las trampas de la memoria. Porque las cosas no fueron así, como las contó Mangada, confiando en que entre el público no hubiera ni un solo asistente con buena memoria, o tal vez inducido por una cierta esclerosis neuronal. Las cosas no fueron así para nada. El suelo en el que se situó el centro comercial, no estaba calificado para albergar usos de vivienda. Ni siquiera era suelo urbanizable. En el planeamiento entonces vigente, ese suelo estaba calificado como rústico, no urbanizable. Y en un suelo no urbanizable, sólo se pueden autorizar usos agrícolas en su caso o conjuntos de especial interés público y social. En este último caso, la licencia requiere de la autorización personal del Consejero del ramo. Y Mangada firmó esa autorización. Con dos cojones, como Rubiales. Imagino que lo que sucedió fue que Isidoro encontró un suelo barato por ser rústico y estableció sobre él una opción de compra antes de ir a ver a Mangada y negociar con él. Y es cierto que éste le impuso una serie de condiciones para mejorar la funcionalidad y accesibilidad del centro.

Mangada, no sólo firmó la autorización de implantación de un Corte Inglés como uso de especial interés público y social, sino que, ante el escándalo que se montó, salió a defender su acción en la prensa, proclamando: a ver quién me dice a mí que no es de interés social un conjunto que va a crear 2.000 empleos para el entorno. En fin, este tipo de actuaciones, se les presuponen a los gobiernos de derechas, que luego se llevan la comisión correspondiente. Pero es bastante escandaloso que alguien supuestamente de izquierdas cometa un atentado urbanístico que a muchos de derechas les hubiera producido sonrojo en aquellos tiempos. Fue también un precedente de cómo manipular las normas a favor de los grandes intereses. ¿Qué autoridad moral le queda a la izquierda para criticar cosas como el Complejo Canalejas junto a la Puerta del Sol? Ninguna.

Yo no quise intervenir en el coloquio, porque no me gusta este tipo de bronca y además con la discusión Moneo-Mangada ya habían aburrido hasta a los ordenanzas. Pero me quedé de piedra y lo comenté luego en la taberna de Chueca. Es obvio que la memoria nos juega malas pasadas; que todos, y yo el primero, intentamos endulzar los hechos acaecidos y quedar de héroes o de correctos. Pero es bastante insólito que un conferenciante haga alarde de una operación que en su día fue un auténtico escándalo. ¿Se creerá él que fue así, como lo cuenta? Pues vaya usted a saber. Y, por cierto, ya sé lo que están pensando. ¿Y si resultase que la memoria tergiversada fuera la mía y no la de Mangada? Mi respuesta: consulten las hemerotecas y encontrarán lo que les digo.

Incluso ayudé a una asociación de vecinos de Pozuelo, a la que pertenecía un compañero mío de oficina, a redactar una alegación contra aquel despropósito, durante el exiguo período de 15 días que se reserva a la información pública sobre este tipo de permisos excepcionales. Joder, y yo no tengo noventa años, no voy por ahí con un bastón y tengo la memoria en bastante buen estado. Lo de Mangada no es sólo degeneración neuronal. Este señor, a quien reitero que admiro mucho (como tertuliano no tiene precio), siempre ha sido bastante pillo en sus posicionamientos. Un ejemplo. El proyecto M-30 fue rechazado por el COAM, la ETSAM, el Club de Debates Urbanos y otros foros de los arquitectos, por considerarlo antiurbanismo. Después, cuando se construyó el parque Madrid Río (en cuyo diseño y obras ya participaban los arquitectos con minutas bastante voluminosas), los organismos que antes lo denostaban no sabían cómo cambiar de bando.

Yo recuerdo a los autores del diseño del parque en una conferencia en la que contaban que ellos se habían enfrentado a la ordenación de 110 hectáreas de zona verde, que aparentemente habían surgido en el centro de la ciudad por arte de magia. Obviaban que esa superficie ganada para la ciudad era el resultado de un proyecto urbano que todos los arquitectos habían rechazado. A mí esta postura me pareció siempre de mucha cara dura. Pero el que rizó el rizo en este debate urbano fue nuestro querido Mangada. En un artículo que le publicó una de las mejores revistas de arquitectura, este señor lanzaba el siguiente mensaje: ¡Menos mal que hemos venido los arquitectos a resolver el desastre que habían perpetrado los ingenieros!

Hace falta mucho cinismo para eso. Pero este artículo fue muy bien recibido en los medios de la profesión. Muchos profesores de la ETSAM pudieron por fin hablar bien de Madrid Río, terminando con la situación rocambolesca de que los alumnos escuchaban que eso era un ejemplo de antiurbanismo y luego se iban a verlo y no entendían nada. Y acababan patinando por el parque con sus tablas de skate. Dicho lo cual, le deseo de todo corazón al señor Mangada que Dios le dé muchos más años de vida y a ustedes, queridos lectores, que puedan llegar a los 91 con sus capacidades mentales y su cinismo intactos, aunque tengan que caminar con un bastoncito. Y que sean buenos, por descontado. 

3 comentarios:

  1. En efecto: Así fue aquel enjuague,, y lo has expresado sin cargar las tintas, algo que resulta tentador cuando se refrescan ciertos recuerdos. Por eso somos tan molestos quienes llevamos cierta carga de años a nuestra espalda, que suele encorvarse bajo el peso de tantos, aunque también tenga algo que ver la desviación de columna.

    Acaso por eso hay más de cuatro prebostes deseando que desaparezca, cuanto antes, la gente de más de ochenta años

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  2. Aparezco como Anónimo, por error. Un abrazo, colega.

    Ateo piadoso.

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    1. Querido Ateo Piadoso, me alegra verte de vuelta por esta tribuna. Lo de Mangada me pareció de una desfachatez increíble, no se puede adulterar la memoria de esa forma, tal vez sea un signo de decrepitud, pero tú, yo y muchos más conservamos bien los recuerdos en muestro archivo mental

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