domingo, 10 de septiembre de 2023

1.246. La vida sigue, pero no igual

Sí, eso que cantaba Julio Iglesias es mentira, la vida va evolucionando y cada año es diferente de los anteriores; hace unos cuantos posts les hablé de la auténtica escabechina que vamos teniendo alrededor al llegar a edades como la mía y de la alegría que me entra cada día que me levanto de la cama y constato que no me duele nada ni tengo ninguna molestia. En una casa bonita como la mía, que me la he hecho a la medida, con el suelo y la pintura recién adecentados, un gato tan maravilloso y buen compañero como Tarik Marcelino Martínez, los ojos operados de cataratas con los que veo como Dios y el clima suave de estos días preotoñales, pues qué quieren que les diga, que a vivir que son dos días.

Sólo faltaría que en estas condiciones estuviera triste o preocupado. Lo que he de estar es agradecido de que las riadas de la dana no se hayan llevado todos los puentes que me conectan con el mundo, como les ha pasado a los de Aldea del Fresno y de que la Tierra no se haya abierto bajo mis pies en un terremoto demoledor como el de Marruecos, que está aquí al lado. En los comics de Asterix, el gran jefe Abraracurcix vivía amargado y súper preocupado por la posibilidad de que el cielo se derrumbara y le cayera sobre la cabeza. En los días de la dana, tal parecía que estaba sucediendo eso, qué manera de diluviar. Fueron tres días que me pasé encerrado en casa, con las ventanas cerradas y con Tarik procurando sentarse a mi ladito bien tieso por si las moscas. Además, no tenía coche, que está todavía en el taller de chapa.

Pero, poco a poco, nos vamos incorporando a las rutinas después del corte del verano. Todavía no he empezado las clases de guitarra ni el Billar de Letras, pero ya estoy a tope con el yoga, el running y el inglés. Respecto al inglés, resulta que por diferentes motivos me he perdido unas cuantas clases y la forma de recuperarlas es en unas sesiones de dos horas que el bueno de Ed organiza los sábados de diez a doce. El único problema es que el sábado es uno de mis dos días de correr, tema que hasta ahora compaginaba saliendo muy temprano (muy bueno para los calores extremos del verano) y volviendo con tiempo para desayunar y afrontar las dos horas de clase de inglés. Pero este sábado pasado sucedió que me levanté tarde, porque ya no hace tanto calor y los días van acortando.

Me desperté tarde, me vestí con mi equipación habitual y salí de casa prácticamente a las nueve. Iba muy justo para estar sentado frente al ordenador a las diez. Entonces se me ocurrió algo. Como les he contado más de una vez, yo acostumbro a regular la velocidad de carrera llevando en la mente una melodía que me fija un ritmo continuo. No puedo llevar cascos con música porque eso supone cambiar de canción todo el rato, algo que me despista. En estos últimos tiempos solía acompañarme de un rock’n roll de ritmo bajo, tipo La Bamba o similar. Como tenía prisa, decidí cambiar a un ritmo más vivo y pensé en el C’mon everybody de Eddie Cochran. ¿Cómo dicen? ¿Que no lo conocen? ¡¡Venga ya!! Se lo voy a refrescar y ya verán como sí lo conocen. Esta es una versión para la tele yanqui, nada menos que de 1959. No dejen de fijarse en el aspecto de las chicas y chicos que componen el público.

Menudo tema. Una auténtica bomba. Las chicas y chicos del público ya se habrán muerto, o serán octogenarios. Para que luego haya gente que dice que no hemos cambiado. Eddie Cochran, en cambio, podría salir así por una de nuestras calles y nadie se daría cuenta de que viene del pasado. El rock fue la verdadera revolución y seguimos viviendo de ello. Pero volviendo a mi carrera, aguanté todo el recorrido sin cansarme y paré el cronómetro al llegar al portal: marcaba 42.30 minutos. En los últimos tiempos estaba acercándome peligrosamente a los 46 minutos, no cabe duda de que me estaba adocenando. Así que me puse muy contento y subí a casa como en una nube. Conecté el ordenador y me encontré un mensaje de Ed: que tenía que suspender la clase por una emergencia personal. Así que aproveché para pegarme un desayuno de puta madre, que hay que hacer de la necesidad virtud.

Pero el mundo evoluciona y yo he debido, por ejemplo, acomodar mis rutinas a los cambios en la academia de yoga, que me han fastidiado un poco. Todo ello se debe a que se ha ido de la academia Elena, la chica que me metió en el asunto. Ella vivía por y para el yoga, está sola y, tal como yo lo hago, se solía coger vacaciones fuera de temporada, para irse de viaje. Eso permitía tener clases todo el año sin interrupción y tener muchos turnos, entre ellos el de mediodía, que me venía a mí de perlas, puesto que lo combinaba con la posterior comida en el Ricla, conjunto de actividades que me dejaba ya suave para toda la tarde. Al haberse ido Elena, los demás profesores no pueden mantener el ritmo, puesto que todos tiene otro trabajo que les da de vivir y han de compaginarlo con las clases de yoga.

A partir de este punto, para este año se introducen diversas modificaciones en la academia, todas molestas para mí. Primero, se suprime el turno de las 14.00. Quedan otros de madrugón o de tarde. Entre estos, he empezado a ir a las 19.30, los lunes y jueves. Los lunes, encima, el Ricla cierra por la tarde, así que ya sólo voy un día por semana; los lunes estoy yendo a la Cervecería Santa Ana, a medio camino de casa, porque el Revuelta también cierra ese día. Esto es una mierda, porque yo tenía unos biorritmos perfectamente adaptados a la otra rutina. Es como los ritmos de carrera. Yo desayunaba bien, pero a las 14.00 tenía el tubo digestivo vacío. Ahora he de acostumbrarme a comer poquito los lunes y jueves para no llegar con la digestión a medio hacer, que es muy malo para practicar yoga. Por no hablar de la posibilidad de llegar con gases. Al haber suprimido el turno intermedio, el de la tarde está lleno y no es cosa de ponerse uno a soltar cuescos en medio de la masa de chicas sudorosas.

Pero no es el único cambio. También se suprime la posibilidad de clases on line, que me permitía a mí conectarme desde París o desde cualquier otro sitio. Y anuncian que, como esto es una actividad lectiva, se parará desde Nochebuena a Reyes, la Semana Santa completa y el mes de agosto, que los profesores tienen que descansar como cualesquiera otros docentes. La justificación es vergonzante, por no reconocer que su problema es que ya no está Elena y que esta chica se ha ido por tener la sensación de que la estaban explotando, de que todos se apoyaban en su disponibilidad absoluta y no se lo valoraban lo suficiente. Elena es amiga mía, sigo en contacto con ella y no me cuenta nada al respecto porque es muy discreta, pero yo la oí varias veces rezongando y quejándose de cómo la trataban. Por mi parte, ajo y agua, no me queda otra. Tengo ya el nivel mínimo para seguir practicando por mi cuenta en casa, aunque continuaré yendo a la academia para ir mejorando.

En cualquier caso, no es este del yoga el único cambio en mi vida para el cuarto trimestre del año, porque lo que más me va a incidir en las rutinas y querencias es el hecho de que mi hijo Lucas se haya mudado de Lille a Londres y esté allí instalado con casa y trabajo. Eso me ha llevado de mis habituales escapadas a París, a proyectar un viaje a Londres, ciudad que conozco muy poco. Yo en París me siento como en casa, sé cómo moverme y he visitado casi todos los barrios, y algo parecido, aunque en menor nivel, me sucede en relación con Ámsterdam y Bruselas. Pero en Londres he estado en dos ocasiones, una hace una eternidad, con una compañera que apenas se interesaba por los monumentos y los museos, y otra más reciente, para contar el proyecto Madrid Río a los técnicos de la TfL, Transports for London.

Esta visita, en la que apenas pude ver nada de la ciudad, fue contada en el blog y tal vez ustedes recuerden que, a la vuelta, me caí entrando al Metro de Madrid y me rompí el húmero izquierdo, justo el día en que cumplía 65 años, incidente en el que perdí un paquetito de bombones Cadbury, que había comprado para invitar a mis compañeros de trabajo por mi cumple, para gran cabreo de mi querida amiga África, que estuvo varios días llamando a los diferentes servicios de objetos perdidos para recuperar el paquetito de marras. Creo que, con mi encuentro con Samantha Fish en Jerez de la Frontera y las fotos que dan fe de ello, es la historia más impactante entre todas las que he contado a lo largo de estos once años de blog (que se cumplen en unos días). No exagero cuando digo que mi vida es un blog.

Así que ya he encajado el viaje londinense entre mis múltiples ocupaciones (en octubre iré a la ETSAM a contar mi historia sobre el realojo de Palomeras y he de recibir a unos estonios que me trae Werner). Una vez fijadas las fechas en que me puedo marchar, he tenido unos contactos preliminares con mis posibles anfitriones, para asegurar que no estuvieran fuera. También he comprobado que mi querida África puede hacerse cargo de Tarik Marcelino porque, ya que viajo, no me voy a limitar a cinco días, que es el margen que puede aguantar el gato solo en casa. Y, asegurados estos extremos, me he sacado ya un billete de ida y vuelta. Me ha costado exactamente 162€. ¿Y cómo se hace para encontrar un billete de avión tan barato? Pues es muy fácil: UNO, planificar con una cierta antelación y DOS, elegir días específicos más baratos. ¿Y cuáles son esos días? Pues los lunes a primera hora y los sábados. Nadie viaja en sábado ni en lunes a primera hora. Sólo los que no tenemos un horario de trabajo estable.

Mi viaje será a finales de octubre, ya les iré contando; hasta entonces voy a informarme bien de qué se puede hacer en Londres en esas fechas. Entre las actividades que puedo pillar, está el concierto que Samantha Fish dará en el 100 Club, una sala de conciertos de Londres, pero ya no quedan entradas, según la página Web de la chica. Puede que hayan reservado algunas para vender en el propio lugar el último día pero, teniendo en cuenta que Sam viene con Jess Dayton en la versión que menos me gusta y que ya he visto en París, quizá no me esfuerce mucho en conseguir acceder al lugar. Ahora mismo, todos sus fans estamos preocupados e intrigados por saber cómo va a ser su participación en el Crossroads de Eric Clapton, en LA los días 25 y 26 de este mes. Espero que no sea tan cabezota de llevar a Jess Dayton y cederle la mitad del tiempo del que dispongan. A Jess no lo han invitado al Crossroads que yo sepa.

Respecto a este tema, se me han venido a la cabeza dos posibles explicaciones. Una: Sam está enamorada y Jess es su pareja. En París estuve con ambos al final del concierto y se les veía con bastante complicidad entre ellos. Dos: hay algún tema de derechos de las canciones en el que Sam está ahora mismo litigando. Es muy raro que en París apenas tocara tres de sus grandes temas de todos los tiempos. Sam es su propia empresaria y es bastante fenicia como les he explicado en los sucesivos textos que le he dedicado. Ella sabrá. Después del Crossroads tiene bolos prácticamente seguidos hasta después de Navidad, incluyendo hacer de telonera de la Steve Miller Band y participar en un Crucero del Blues, de tres días, que sale de Fort Lauderdale y acaba en Nueva Orleans. Alguna vez se me ha pasado por la cabeza apuntarme a este tipo de saraos (que se hacen también por el Mediterráneo), pero puede más mi alergia básica a los cruceros, una forma de viajar a la que le tengo un odio básico, esencial, ontológico, como el que me suscita el deporte del golf.

Voy a cortar aquí, que es ya bastante tarde. Pero arriba les he puesto un tema histórico, el C’mon everybody de Steve Cochran. Y creo que no viene mal terminar con otro tema histórico, esta vez del rock en francés, de la cuerda de Johnny Halliday, Antoine, Eddy Mitchel o Jacques Dutronc. No tan conocido como ellos, aunque no menos genial, estaba Nino Ferrer, un cantautor de voz ronca bastante loco, de formación jazzística y muy dado a las parodias humorísticas. Les cornichons (los pepinillos) fue uno de sus éxitos más grandes en Francia, nada menos que en 1965. Se lo dejo de despedida. Es, además un buen tema para perfeccionar su francés gastronómico, con los subtítulos que se muestran. Sean buenos.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Qué buena la de les cornichons!!! Ese Nino Ferrer era un genio. Yo creía que era italiano. Ese tema le puede servir para correr también, si se decide a ir todavía más rápido. Cuídese.

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    1. No, yo si voy tan deprisa me asfixio. Nino Ferrer, efectivamente, después de triunfar en Francia, se fue a Italia, donde se hizo muy popular con temas como el famoso Ágata.

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