domingo, 4 de junio de 2023

1.228. La aventura continúa

Escribo hoy domingo por la tarde desde mi cuarto en el hotel Avenue de Ámsterdam, donde he llegado reventado de caminar por la ciudad toda la mañana y donde he de hacer tiempo hasta el partido del Dépor que pienso ver a las siete y que puede definir su encaje el año que viene, en esa lotería que son los play-off de ascenso a Segunda División. Mi viaje va fenomenal, toco madera, precaución clave en estas vicisitudes en las que cualquier giro del destino puede dar al traste con la felicidad del viajero solitario urbano, que es lo que yo soy. Así que reanudo el recuento de mi peripecia. El miércoles, terminé, repasé y publiqué mi post anterior a media mañana, y salí a dar una vuelta por París. Visité por ejemplo el nuevo hotel que han construido en los laterales de la Garé de l’Est, aprovechando el desnivel. Está donde vivía mi hijo antes, en la rue d’Alsace, una calle que va muy elevada en relación con el pincel de vías de la estación.

Aprovechando el lateral de las vías, la compañía SNFC, propietaria del suelo, ha cedido los terrenos para la construcción de un hotel en concesión, con la condición de que sobre el techo construyan y cedan un pequeño parque público al que se accede desde la calle por un par de pasarelas. Vi cómo se hacían las obras, estando de visita en la casa antigua de Kike y ahora lo he encontrado terminado. Para hacer un jardín de verdad sobre un edificio hay que dotarlo de un techo capaz de soportar metro y medio de tierra, espesor mínimo para que crezcan los árboles, como quedó demostrado en el Madrid Río. El parquecito es coqueto, con gente comiendo sus sándwiches de mediodía, viajeros haciendo tiempo, negros discutiendo acaloradamente y vagabundos descansando de su miseria. Tiene dos puertas de acceso que se cierran por las noches como las de todos los parques de París. Vean un par de fotos que tomé del lugar.


Continué  mi camino hacia la zona del Canal de St. Martin, caí por detrás a Republique y mis pasos me llevaron inevitablemente al Bataclan. Ese día estaba abierto, había un negro de la seguridad en la puerta y pude hablar un rato con él. Mi historia con las entradas de Samantha Fish la conocen ustedes. A finales de 2021 yo saqué seis entradas para un concierto que se anunciaba para febrero siguiente, después de consultar a mis hijos, que me dijeron que vendrían conmigo encantados acompañados de sus parejas y en un momento en el que yo creía que Sam no iba a tocar nunca en España. El concierto se suspendió por el Covid hasta octubre pasado y luego se volvió a aplazar hasta ahora. Entre medias, resulta que Samantha incrustó en su programa una mini-gira europea el verano pasado, que incluía nada menos que cinco fechas en España, lo que me permitió verla en Cazorla y Jerez de la Frontera.

En otoño, mosqueado porque el concierto de París ya no aparecía en su página Web, me saqué una entrada sola para mí en Bruselas y esa cita me sirvió de base para montarme un viaje fastuoso por las Europas, cuyas aventuras se contaron puntualmente en el blog. Tras el segundo aplazamiento, Sam empezó a anunciar el concierto de París como parte de la gira con su nuevo grupo, en el que comparte cartel con Jess Dayton, fórmula que me gusta menos que la anterior. Pero cuando supe esto último, ya no tenía margen de devolver mis entradas. En los últimos días, Kike intentó vender las cinco entradas que me sobraban, a través de una página Web que controla, pero era imposible, porque el concierto no había colgado el cartel de sold out, aún quedaban entradas sin vender y así no es posible.

Todo esto se lo conté en francés al segurata negro de la puerta, con la debida dosis de fabulación. Le dije que yo había sacado las entradas hace año y medio y que durante ese tiempo a mí me había cambiado la vida mucho. Me miró reflexivamente con sus ojos de besugo y me contestó: ꟷA mí también. Me pasó con una chica de la taquilla, que me dijo que efectivamente quedaban entradas por vender. Que cuando estuviera todo vendido, podría ponerme al lado de dicha taquilla para ver si venía alguien sin entrada y colocarle las mías. En caso contrario, no había nada que hacer. Era más o menos lo que me esperaba. Así que caminé de vuelta. Tras atravesar Republique, decidí desviarme por la rue Albert Thomas, para pasar ante el viejo Hotel du Nord, donde solía alojarme en los años del trabajo para Sri Lanka. Con horror constaté que está cerrado, con la fachada llena de pintadas y la parra que adornaba la entrada sobreviviendo apenas sin nadie que la cuide. Aquí la foto que le tomé.

La vida pasa y no espera por nadie. Volví a casa, comí algo muy rico que había preparado mi hijo, descansé un rato y procedí a vestirme de roquero para el concierto. Para ello, me toqué con el pañuelo correspondiente y recuperé la camiseta de mi exclusivo diseño, que estrené en el concierto de Bruselas aunque entonces no conseguí que Samantha reparara en ella. Es esa en la que me proclamo su segundo mejor fan español (y el más viejo). El programa de la tarde incluía a un telonero del que no había oído nunca hablar, un tal Andreas Kramer, que tocaba a las 18.30 y el negro me aconsejó estar en la puerta un poco antes, por si podía vender alguna escoba, como se suele decir. Mis anfitriones dieron el visto bueno a mi imagen y salí de nuevo a París, de la guisa que ven abajo.

A las seis y cuarto, había ya en la puerta del Bataclan una cola de unas cincuenta personas, todas cortadas por el mismo patrón: abuelos, barbudos y canosos con aires de moteros veteranos, coletas largas, gafas de sol, cazadoras de cuero, pitillito encendido y aire de determinación invencible, presencia femenina muy minoritaria y, desde luego, nadie menor de 40 años; ese es el público del blues, los jóvenes se inclinan más por el rap y el hip hop. La de la taquilla me dijo que seguían quedando entradas, así que desistí de vender las mías, entré a un bar de roqueros allí mismo y me pedí una pinta de birra Moretti para irme preparando. Mientras me la tomaba, la cola desapareció, engullida por el local. Pagué la cerveza y entré al Bataclan. Todos los de la cola estaban apretados delante del escenario, en donde habían copado los mejores lugares. El tal Kramer es un alemanote gordo que toca la guitarra con mucho sentimiento y canta con energía los temas que él mismo compone. Toca en formato power trío y es uno de tantos trotamundos del blues que apenas se gana la vida con ello. Vean el clip que le grabé.

El gordo tocó algo más de 30 minutos y no dio propinas, como corresponde a un buen telonero. Por el contrario, se despidió dando encarecidamente las gracias a Samantha por incluirlo en su show, era un gran honor para él preceder a una estrella tan importante. Por entonces ya me había buscado yo un colega, tal vez el único joven de la sala, que se me acercó y me dijo en francés que le encantaba mi camiseta y su mensaje. Ya saben que me gusta asociarme con gente en los conciertos para poder ir a por cervezas y no perder el sitio ante el escenario. Resultó ser español, estudiante de algo relacionado con el big data, que vive a una hora de París y está intentando tocar blues a la guitarra, como yo. Hablamos de nuestros ídolos comunes, como Sam, Larkin Poe o el gordo Kingfish. Y de afinaciones abiertas y distintas configuraciones del blues. Y, mientras Sam y sus músicos preparaban los instrumentos, me fui al fondo a por dos birras y regresé con ellas junto a mi amigo diciendo por favor, por favor, para que me dejaran pasar hasta las filas de delante.

Samantha estuvo muy bien, como de costumbre. Creo que fue por octubre pasado cuando empezó a tocar con esta banda, dejando de lado a su teclista Matt Wade y su batería Sarah Tomeck. Yo vi en streaming su primer concierto en el Whisky-A-Go-Go de Hollywood y, francamente, no me gustó. Mi amigo Dani, del Puerto de Santa María, coincide conmigo en la opinión desfavorable. Pero, con el tiempo, el grupo se ha ido empastando y limando disfunciones y ahora suena muy bien. Además, Jess Dayton ha perdido algo de protagonismo, ya no canta la mitad de las canciones como el día del debut. El repertorio, basado en el disco que han sacado ambos, es más canalla, como menos fino que lo anterior de Sam, pero va siendo eficaz y esta semana el disco ha figurado en el número 1 de la lista de blues de Billboard.

Sam dice que es ella la que ha buscado a Jess, que lo escuchó una vez en el Knuckleheads Saloon de Kansas City, cuando ella tenía apenas 15 años y servía pizzas en el lugar para poder entrar a escuchar a sus ídolos. Que a la salida del concierto estuvieron improvisando juntos un rato. Y que ahora, al ver que pertenece a su misma discográfica, lo llamó y le propuso componer y grabar juntos. Samantha es muy cabezota, a fuerza de trabajo y esfuerzo está sacando adelante esta versión suya quizá menos comercial, y lo que no cabe duda es que está haciendo lo que quiere, como siempre. Le grabé algunos clips, pero no son muy vistosos, así que mejor vean la grabación de este tema colgada en Youtube. Es una balada de su cosecha en la que ella explota su capacidad vocal y su sensibilidad. Viendo esto se explica que Sam haya ganado algún año el premio a la mejor vocalista de soul. Disfrútenla.  

Sam y su grupo tocaron casi dos horas, alternando ritmos bastante frenéticos con baladas como la que han oído. Pablo había ido hasta el bar a medio concierto para agenciarse otras dos birras y antes de que acabara se tuvo que marchar, porque perdía el enlace para irse a su casa. Tras los aplausos esperé, porque había finalmente meets and greets. En torno al mostrador donde estaba expuesto el merchandising se formó un revuelo importante (los cincuenta de la cola de fuera querían coger buen puesto para saludar a su diva), así que los del Bataclan procedieron a organizar una cola en la que tuve la suerte de que me pusieran el primero, esos golpes de suerte que en este viaje no están menudeando tanto como en el anterior, donde fueron de escándalo.

Desde mi posición, la vi venir con Jess, altísima y muy elegante con su vestido negro que descubría la espalda. Pille un par de sus discos antiguos para completar mi colección de vinilos y se aprestó a firmármelos. Pude hablar un poco con ella, hasta que los del lugar me metieron prisa para dejar margen a los demás de la cola. Le mostré mi FOTO con ella, le hablé de mi amigo Dani, el primer fan suyo en España y también le recordé que la había encontrado en Bruselas in the middle of the street. Estuvo muy simpática y le hizo mucha gracia mi camiseta, hasta el punto de que su dedicatoria del primer disco fue: para mi segundo fan de España. Después me preguntó mi nombre (es la tercera vez que se lo digo, pero se le olvida, como es natural) y el otro disco ya me lo dedicó con el nombre. Vean abajo las dos dedicatorias. Por cierto, cualquier grafólogo deduciría de esa firma un montón de datos acerca de la personalidad arrolladora de Sam.

Feliz como una perdiz con el tesoro de mis dos discos firmados, caminé por la noche parisina los 35 minutos que me separaban de la casa de mi hijo y anfitrión. El jueves fue un día de transición. Kike tenía trabajo presencial hasta tarde, su chica estaba también ocupada y yo tuve dos citas on line, una con Ed para mi clase de inglés y otra para la sesión de yoga. Después del yoga bajé a comerme un par de samosas en los puestos de comida india, me tomé una cerveza en una terraza y subí de nuevo a esperar que llegaran mis anfitriones. Kike traía los materiales para cocinar una quiche vegetariana, que me venía como anillo al dedo tras mis excesos del día anterior con el concierto. Y el viernes tenía todo el día libre hasta mi tren que salía para Ámsterdam ya de anochecida. Así que, como soy tan cabezota como Samantha, decidí acercarme de nuevo al museo Louis Vuitton, para verlo esta vez por dentro.

Por si ustedes no lo saben, el tipo al frente de la Fundación Louis Vuitton es Bernard Arnault el mayor multimillonario del mundo, según la última Lista Forbes, puesto del que ha desbancado a Elon Musk, que lo ocupaba el año pasado. Pero no le basta con eso, porque está picado con su competidor en el mundo del lujo François Pinault, que no es tan rico como él, pero está casado con Salma Hayek y tiene una colección de arte fastuosa, para exhibir la cual ha creado dos museos, uno en Venecia y otro en París, al lado del Louvre, en el edificio de la antigua Bolsa, reformado para ello según el proyecto del arquitecto japonés Tadao Ando. Arnault no podía consentir todo eso, así que quiso hacer un museo aun mas grande y espectacular, para lo que nadie como Frank Ghery. El edificio, del que ya les mostré imágenes exteriores, es ciertamente espectacular. Tomé el Metro hasta el Bois de Boulogne y me pasé allí la mañana del viernes. Vean algunas fotos de esta segunda visita.




Esto es arquitectura espectáculo y me han contado que, desde el punto de vista estrictamente museístico, es bastante desastroso, con un desperdicio de espacio considerable y problemas de iluminación. Pero atrae a miles de turistas, que era de lo que se trataba. Por cierto, la exposición temporal que hay ahora mismo explica la relación Basquiat-Warhol. Es bastante exhaustiva de la numerosa obra que ambos crearon a dos manos. Abajo les muestro algunas imágenes de esta expo. He de decir que a mí el arte de Basquiat no me entusiasma, si bien me parece interesante su persona. Con Warhol es al revés, y se lo dice alguien que adora a David Bowie, Lou Reed y otras figuras de ese momento. Una expo de Wharhol en un edificio de Ghery es sin duda una expresión del arte de consumo masivo de nuestros días.




Después de picar algo por allí y darme una vuelta por el Bois de Boulogne, volví a casa. Mi tren era a las 20.30 y Kike me tenía preparado un bocata y una cerveza bien fría para el camino. Le propuse tomármelo en casa antes de bajar a la estación, pero me dijo que no, que lo suyo era comerse el bocata en el tren. Subido en el vagón, me encontré en medio de un montón de chavales jóvenes que seguramente estaban estudiando en París y volvían a sus casas para el fin de semana. Y, nada más arrancar el tren, todos sacaron sus bocatas y sus tuppers y se pusieron a zampar en medio de un bullicio de risas y chanzas. Está claro que mi hijo maneja el cotarro como nadie. Tuvimos una avería en la estación de Bruselas que nos retrasó más de media hora, mira que son bolos los belgas con estas cosas. Escribí al hotel avisando que llegaba tarde, aviso que me agradecieron. Llegados a la Centraal Station de Ámsterdam, me orienté hacia este hotel que conozco bien sin ayuda del Maps. Y dormí como un cura.

Tenía dos días por estas tierras y decidí irme a pasar el sábado a Utrecht. Mis dos jornadas en Utrecht y Ámsterdam se merecen espacio, así que las voy a dejar para un nuevo post que espero escribir ya desde mi casa de Madrid. No se lo pierdan, que es jugoso. Hoy no estaba seguro de acabar este post a tiempo, pero al final no he podido ver el partido del Depor, que ha terminado con victoria de 1-0 ante el Castellón, porque el canal internacional de la TeleGaita no da los partidos en directo. Así que he seguido escribiendo, mirando el resultado de vez en cuando para ver cómo iban. Entre medias, mi amigo Alfred me ha enviado un vídeo tomado a la entrada del Estadio de Riazor esta misma tarde. Se lo dejo de propina. Aquí se demuestra cuánto se merece esta afición que el Dépor vuelva por sus fueros. Sean buenos una vez más.  

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