miércoles, 22 de junio de 2022

1.146. Celebraciones y puntos de inflexión

Como tenemos tanta información acumulada en bases de datos donde se guarda lo habido y por haber, raro es el día que no se conmemoran diez o doce efemérides rememorando hechos no siempre relevantes. Por ejemplo, el pasado día 16 de junio, como les conté, se celebró en todos los mentideros literarios civilizados el centenario de la publicación del Ulises de Joyce con una procesión especial del Bloomsday, llamado así en honor del protagonista del libro Leopold Bloom. Pero resulta que ese día se cumplían también 55 años del comienzo del Festival de Monterrey, fecha clave del rock y el movimiento hippy, antecedente de Woodstock y con un cartel espectacular que les traigo abajo y que da fe de la categoría de los músicos que durante tres días pudieron ser vistos y oídos por la gente acampada en la amplia pradera californiana de nombre inequívocamente hispano.  

¡Qué tiempos para el recuerdo! Y con las entradas entre 2,5 y 6,5 dólares. Hay una película documental que se llama Monterrey Pop y es muy interesante de ver para hacerse una idea de este momento fundacional de un fenómeno que alcanzó su plenitud en Woodstock (también con un documental espectacular) y su decadencia y final en el festival de Altamont-1969, que acabó como el rosario de la Aurora y que también cuenta con una película que se llama Gimme Shelter y es terrorífica. Por cierto, el grupo Big Brother and the Holding Company, presentó en Monterrey a su nueva cantante, una desconocida que se llamaba Janis Joplin y que saltó a la fama en ese festival con una actuación portentosa. Dentro de poco voy a acudir yo al Festival de Blues de Cazorla, mi primera incursión festivalera post pandemia y ya estoy contando los días que me quedan para ver por primera vez en directo a mi admirada Samantha Fish.

Han cambiado mucho los tiempos desde finales de los 60, y ahora el mundo del rock está directamente marcado por la caída estrepitosa del mercado del CD, y del disco en general, lo que ha traído de vuelta a los artistas que basan su éxito en el directo, como mi querida Sam. En el mundo del blues, artistas en la treintena, como Sam, Larking Poe o Eric Gales, dieron el principal impulso a esa tendencia, pero ahora están saliendo nuevas figuras, como el gordo Christone Kingfish Ingram, que tiene 23 años y tiene todos los números para convertirse en el más grande. Sin embargo, durante los años anteriores algunos cantantes y guitarristas mantuvieron viva la llama de Jimmy Hendrix y Stevie Ray Vaughan tras la muerte prematura de ambos. En este blog se ha hablado ya de Tab Benoit, pero no es el único. También está Kenny Wayne Shepherd, igualmente oriundo de la zona de Louisiana, que es un guitarrista portentoso.

El pasado 12 de junio, Kenny Wayne Shepherd cumplió 44 años y lo celebró con un concierto en el que aparecieron “por sorpresa” tres de sus admiradoras que lo reconocen como uno de sus referentes: Ally Venable, Samantha Fish y la cantante negra Shemekia Copeland, que está como un trullo pero canta como los ángeles. Le trajeron una tarta, le cantaron el apio verde y todos juntos se marcaron luego un número espectacular. Arranca el bajo del grupo de Kenny, que cuenta una anécdota de cuando le preguntó al maestro B.B. King qué había que hacer para mantenerse bien y ser muy querido. Y el maestro le respondió: mantén al diablo fuera de tu casa. Entra entonces Shemekia con una de sus letras desgarradas: mi madre me dijo déjame en paz, mi padre me decía lo mismo.

A continuación, abre el turno de punteos Ally Venable, guitarrista texana de 23 añitos, que se marca un solo bastante tradicional, eficaz y muy meritorio. Con el listón tan alto, Sam ha de poner en la balanza su sensibilidad, su toque característico que hace su guitarra tan reconocible y que suscita una ovación unánime. Y cierra el propio Kenny, con un punteo típicamente masculino, en la línea de Stevie Ray Vaughan, pleno de energía, virtuosismo, potencia y variedad, dejando claro que esa es su noche y que en el día de su cumpleaños manda él. El vídeo está muy bien filmado, con varias cámaras y un montaje perfecto, que nos permite apreciar todos los detalles. Les recomiendo que no se lo pierdan.

Ayer se estrenó el verano y hoy tenemos un día muy agradable tras haber refrescado las temperaturas. Y el próximo día 30 se termina el primer semestre de este año a caballo de la pandemia, la guerra de Ucrania, la inflación y la viruela del mono, entre otras alegrías. Para mí este día 30 va a marcar también un punto de inflexión, poniendo fin a seis meses de vorágine continuada, a la que me entregué a partir de la suspensión del concierto de Sam en París en febrero. Como ya he contado, esa suspensión iluminó en mi mente la idea de que no iba a poder reanudar mis rutinas viajeras todavía, de que íbamos a seguir estando jodidos, por lo que era la ocasión pintiparada para quedarse en casa y aprovechar para hacer todas las cosas que tenía pendientes.

El frenesí de actividades está a punto de culminar con mi conferencia en el Ateneo del día 28 y la colonoscopia del día 30, que confío en que me conceda otros dos años de indulto. Como dijo James Dean, hay que vivir cada día como si fuera el último y soñar como si fuéramos a ser eternos. Ese final de ciclo, tendrá lugar, encima, en el marco de la conferencia de la OTAN, que va a convertir a Madrid en un lugar intransitable y coñazo, lo que sin duda me dará pie a unos cuantos posts narrando la anomalía del momento. Durante este semestre enloquecido, he puesto en orden mis temas médicos, incluyendo la doble operación de cataratas, el seguimiento de mi estenosis de la carótida derecha y la inminente revisión del colon. Pero también me he ocupado de la casa, con un aperitivo para instalarle la toma de tierra y ya el plato fuerte de la pintura y lijado de suelo, que me ha exigido marcharme de mi casa.

Precisamente, ese exilio de poco más de dos semanas me ha proporcionado una de las fases más gratas, merced a la convivencia con la familia de mis amigos Boni y África, que me ha recuperado sensaciones olvidadas en este mundo de soltería recalcitrante en que me desempeño. Además, la gatita Mina me admitió en su vida en lo que puede calificarse de flechazo instantáneo por ambas partes. Dice África que aún me echa de menos y para demostrarlo me manda un par de fotos suyas, en los días de más calor, refrescándose en un barreño que quizá fuera el lugar más fresco de la casa y en una postura totalmente sexi, al borde de lo obsceno, en la que permaneció dormida casi una tarde entera, rememorando su amor perdido. Aquí las tienen.   





















Yo me acuerdo mucho de ella también, hace tiempo que no vivía un flechazo como ese. Por lo demás he continuado con mi día a día, punteado de citas fijas, lunes yoga, martes inglés, miércoles running por el Retiro y guitarra, jueves inglés y yoga, sábado running again. También he dado algunas charlas y he atendido visitas de grupos de extranjeros, además de viajar a Valencia para el acto de proclamación de los premios Europán-15. Todo esto debe finalizar con la conferencia del 28 y la colonoscopia del 30. Entraré después en un segundo semestre marcado por los tres conciertos de Samantha Fish que voy a ver, en Cazorla, Jerez y París. Pero en estos seis meses frenéticos he adoptado la costumbre de hacer una especie de reseña de mis actividades, a modo de diario, que debo completar en lo que respecta a los días pasados.

El viernes acudí por la mañana a un acto organizado por la Fundación Nadine en el Caixaforum. Esta fundación se dedica a apoyar con financiación y ayuda a la organización empresarial a jóvenes talentos artísticos que selecciona anualmente por concurso. Apenas lleva tres o cuatro años funcionando y el viernes los premiados del año anterior contaban sus proyectos y lo que habían avanzado en ellos. La cosa incluye músicos, bailarines de hip-hop, pintores callejeros o grupos que endulzan con actividades artísticas la estancia en los hospitales de los enfermos de larga duración, o la vida de los mayores en los barrios más deprimidos. La fundación selecciona a sus premiados por su calidad artística y el componente social y participativo de sus actividades. Fue un acto muy emotivo que duró buena parte de la mañana hasta mediodía.

De allí me fui directamente a comer al Matilda, subí a echarme un rato, hice la maleta y salí en el coche en dirección a San Leonardo de Yagüe (Soria), en donde me reuní para cenar con mis colegas del grupo de senderismo. Era mi primer contacto con ellos desde la pandemia, aunque se trataba del cuarto viaje del grupo, pero los anteriores me pillaron uno en París, otro recién operado de cataratas y un tercer viaje que no me interesó. Hemos tenido varias bajas por el covid en este colectivo, la última esta Nochevieja, en que perdimos a Paco Aranda, que era un poco el alma del grupo y había logrado superar las olas anteriores. Brindamos por él en la cena y celebramos que los que vamos quedando estamos aceptablemente bien.

El sábado madrugamos para salir en dos grupos, uno de ciclistas y otro de caminantes en el que yo me contaba. Los ciclistas hicieron un recorrido de 30 kms. pararon a comer un bocata y se hicieron otros 30 de vuelta. Los caminantes hicimos 13 hasta un punto en donde habíamos dejado un coche para volver después de comer algo ligero. El problema es que era el peor día de la ola de calor y, a pesar de darme una gruesa capa de crema protectora y llevar un sombrero, por la tarde tenía la cabeza con una sensación de insolación nítida, que combatí duchándome un par de veces con agua fría en el hotel. De anochecida salimos a cenar a un restaurante del pueblo, después de haber descansado por la tarde.

El domingo, como solemos hacer, dedicamos la mañana a actividades más turístico-culturales, antes de comer y salir de vuelta con los coches. En esta ocasión, nos dirigimos primero al pueblo de Hacinas, ya en la provincia de Burgos, que tiene dos cosas curiosas. Para empezar, debe su nombre a una batalla de la Reconquista, en la que los cristianos mataron a cientos de moros y apilaron sus cadáveres en hacinas. De ahí el nombre del pueblo, de donde derivan también los vocablos hacinarse y hacinamiento. Pero además, en el entorno del pueblo se han encontrado troncos de árboles fosilizados que están datados hace 120 millones de años. Hay varios plantados por las calles e incluso un pequeño museo. Uno se acerca y el tronco está perfectamente mimetizado como si fuera de madera. Pero al tocarlo compruebas que está petrificado. Después de siglos de estar enterrados, estos árboles se han vuelto de piedra.


De allí nos desplazamos a unas canteras subterráneas de piedra muy blanca, que llevan funcionando desde tiempos de los romanos y de las que se sacó la piedra con la que se hicieron la Catedral de Burgos y otros monumentos de la región. Después de la guerra fueron acondicionadas como polvorín, lo que requirió unos trabajos muy difíciles que fueron acometidos por presos en condiciones muy duras, por la humedad y la falta de aire limpio. Los condenados recibían una reducción de pena de un año por cada quince días de trabajo, lo que da idea de la dureza. Muchos no sobrevivieron. El ejército mantuvo estas canteras hasta 1994 y luego las abandonó. Tras unos años de vandalismo y utilización para todo tipo de actividades ilegales, la Junta de Castilla León se hizo cargo de su conservación. Ahora se enseña por grupos previa reserva on line. Para verlo hay que ponerse unos cascos y te dan una redecilla higiénica para poner debajo del casco, lo que propició mi foto chusca con uno de los colegas. Abajo otras imágenes de la cantera y la foto de grupo.





El lunes estaba todavía un poco cascado, entre las caminatas y la conducción del coche ida y vuelta, pero el yoga y unos callos en el Ricla me terminaron de recuperar. Ayer martes, tuve mi clase de inglés como de costumbre y por la noche salí a ver un concierto de varios grupos que están empezando. Era un evento para conmemorar el Día de la Música y tenía lugar en la mítica sala El Sol, que no pisaba hace años. Me resultó muy evocador bajar las escaleras iluminadas por los neones rojos, que tantas veces subí y bajé en los años de la movida. Entre los grupos que tocaban estaba una chica que se llama Valdivia y que se había buscado un bajo y un batería para que la acompañaran. Y el batería era mi amigo Corro, que formaba con mi hijo Kike la base rítmica del grupo de hardcore Memories y que fue quien me avisó. Un placer volver al ambiente de los conciertos de rock en salas de tamaño pequeño.

Desde luego, allí no llevaba nadie mascarilla y estaba abarrotado (o hacinado), porque era entrada gratis y estos grupos nuevos arrastran masas de adolescentes incondicionales. Ya sé que estoy corriendo riesgos pero, como dice Eduardo Galeano, hay que asumir que la vida es peligrosa y eso es lo bueno que tiene para que no se convierta en un mortal aburrimiento. Volví luego andando para bajar un poco el alcohol y esta mañana estaba bastante resacoso, pero eso no me ha impedido bajar a correr al Retiro y hacer mi recorrido habitual con bastante dignidad. Eso sí, luego estaba muy cansado. Aun así, me he puesto a escribir para ustedes y no he parado más que para ir a Palomeras a mi clase de guitarra. En teoría era la penúltima del año lectivo, pero la última me la voy a perder por la preparación para la colonoscopia, así que no sé si la recuperaremos. De todas formas, este sábado tenemos otra celebración más: la fiesta de cierre de curso allí mismo en la Asociación de Vecinos. Ya les he dicho que esto es un sinvivir. Sean buenos y disfruten lo que puedan, que los trenes en que uno no se sube, no vuelven a pasar.

2 comentarios:

  1. Muy entrañable el video del apio verde. Samantha tiene angel, pero sin duda el mejor punteo es el del Kenny ese, desconocido en España. Y, ya que se ha hablado en el blog de si Sam es más o menos guapa, discúlpeme, pero aquí el más guapo sobre el escenario es también Kenny Wayne. ¡Que forma de moverse, qué feeling, qué atractivo! Un tipazo.

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    1. Le diré que no me considero un experto en belleza masculina, pero supongo que tiene razón. Se agradece la aportación.

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