domingo, 5 de junio de 2022

1.143. A las puertas de la nostalgia inminente

Fin de semana de transición, en el que no tengo apenas obligaciones y estoy aquí en mi hogar de acogida, dejando que el tiempo transcurra pausado, premioso, perezoso, leyendo el libro de cierre de temporada de Billar de Letras, que es tremendo, ocupándome de los pequeños negocios, como reponer de cervezas Estrella Galicia la nevera, por lo demás surtida de sobra para las necesidades alimentarias de mis anfitriones junior (los senior están en el pueblo desde el jueves), las de los mininos, que son exiguas, y las mías propias, algo más copiosas pero sin exagerar. No me cabe ninguna duda de que voy a echar de menos la vida familiar que he podido disfrutar en mi exilio inverso y de la que me quedan dos telediarios, como me dispongo a contarles.

El martes fue un día tranquilo, tuve mi clase de inglés por la mañana y a mediodía me fui al yoga, para recuperar la clase que no habíamos tenido el día anterior por ser luna nueva. Decidí ir andando desde Escosura, por cuanto, según el Google Maps, se tardan 33 minutos a pié, frente a 23 en Metro. Comprobé que la mayor parte del camino es cuesta abajo, con un tramo especialmente empinado después de pasar la Glorieta de San Bernardo. Así que me volví en Metro después de comerme un par de tajadas de bacalao en Casa Revuelta. Y dediqué el resto de la tarde a escribir mi post anterior sobre la condición felina y otras divagaciones. El miércoles fue otro día sin grandes asuntos, por la mañana mi anfitriona y yo nos dirigimos a la Quinta Los Molinos, en donde habíamos quedado a desayunar con una antigua compañera de trabajo a la que debemos algunos favores. Comí en casa con mi familia de acogida y por la tarde fui a clase de guitarra.

¿Tiene algún sentido que les cuente mi rutina diaria, incluso cuando no me sucede nada fuera de lo común? Yo creo que sí, por eso llevo haciéndolo ininterrumpidamente desde hace cerca de diez años. Sin ánimo de presumir, para mí esto es una forma de literatura. Decía Unamuno que la literatura consiste en extraer lo universal de lo cotidiano y eso es lo que yo intento. Además, en los tiempos que corren, la literatura ha de buscar nuevos caminos y apoyarse en las tecnologías emergentes, cada vez más sofisticadas. Con el proceso tradicional de producir un libro, uno entrega su texto ya depurado y corregido a un editor y la industria tarda más o menos un año en tenerlo en las librerías. Yo me he inventado una rutina que soslaya ese largo camino, de forma que escribo un texto y al instante pueden leerlo mis seguidores aun calentito. Además yo ya probé el procedimiento tradicional con una novela corta que fue premiada y editada, como saben. Ahora hago literatura instantánea, como ciertos solubles.

Otra cosa es el tema de la calidad literaria. Yo soy bastante autocrítico y sé que hay muchos de mis textos que no valen nada. Otros me salen bien y resultan cojonudos. Pero, desde el principio proclamé que este era un foro en el que se primaba la cantidad sobre la calidad, que yo lo que quería era mantener ocupada la pluma, para no perder práctica. Cierto que, cuando empecé, no era consciente de padecer esta especie de graforrea o graforragia que me hace escribir tanto, pero así han venido las cosas y, por suerte, mantengo un grupo de seguidores muy fieles, que permanecen atentos a lo que voy publicando y me inducen una cierta presión para esforzarme y continuar. Y he de confesarles que, aunque la transición a la jubilación creo que de ninguna forma me habría afectado como a otros, es cierto que el mantenimiento del blog me ha ayudado a tener un punto de apoyo importante en ese trance, que le ha dado continuidad a mi vida desde la situación de activo a la de retirado o cesante.

Así que continúo con el relato. El jueves tuve mi rutina acostumbrada: inglés, yoga y comida en el Ricla. Pero entre el inglés y el yoga tenía una cita. A las 11.30 había quedado con el parquetista, para pagarle, recuperar las llaves y ver, únicamente desde la puerta, el resultado de su trabajo, que estaba totalmente acabado y es espectacular. Pero, desde ese momento, la casa ha de permanecer cerrada a cal y canto, para que el barniz se seque adecuadamente, al menos hasta el domingo por la tarde. Así que el lunes que viene, tras el yoga y el Ricla, me acercaré a casa, en donde he quedado con el pintor para que me ayude a colocar de nuevo los muebles grandes, que yo no puedo mover solo. Está por ver si ya me quedo a dormir allí, o me vuelvo a Escosura para una última noche y trasladarme ya el martes con todas mis cosas.

Y me dispuse entonces a enfrentar este largo fin de semana, compuesto de tres días enteros sin mayores apuros: viernes, sábado y domingo. Tenía dos tareas a completar: recopilar toda la información para la declaración de Hacienda y enviársela al gestor que he contratado, el del despacho en los primeros números de Serrano con ascensor de madera y butaca corrida de raso. La otra: hacerme con imágenes e información actualizada sobre el Bosque Metropolitano, para ir preparando mi charla en francés a los arquitectos de Burdeos del próximo día 15. Dejé ambas cosas listas antes del mediodía. Y, luego de comer con mis anfitriones junior, me senté a ver el partido de Nadal en Roland Garros, hasta que terminó abruptamente con la lesión de su contrincante. Luego me dediqué a leer y al delicioso vicio del samanthing hasta la noche. Por cierto, mi hijo Kike me ha mandado algunas de las fotos que hizo en su viaje reciente por estas tierras. Entre ellas, esta que les traigo.

Ya ven qué bonita tengo la terraza, con las plantas que me suministraron mis amigos floristas y los muebles restaurados de los estragos de la Filomena. El interior de mi casa va a quedar también muy bien y tal vez me decida a decorarlo porque, hasta ahora, no tenía ningún cuadro ni poster en las paredes, algo que llamaba bastante la atención a mis visitantes. De mi estancia en Escosura, además de la nostalgia previsible, me llevo un par de ideas a considerar: hacerme con un gato y tal vez renovar mi televisión para ponerme una inteligente de gran formato, algo que mis hijos me han reclamado en sus últimas visitas, pero no me había planteado hacerles caso hasta que he disfrutado de sus ventajas en mi casa de acogida. De todas formas, esto está pendiente de ver cuánto tengo que pagar a Hacienda y en qué situación se quedan mis finanzas después de pagar la operación de cataratas, el pintor, el parquetista y la propia liquidación con el Estado.

De momento, continúo con el delicioso transcurrir del tiempo en Escosura street y me he planteado empezar este post en sábado y rematarlo mañana. ¿Por qué? Pues porque esta mañana he salido a correr (último recorrido por el parque Santander), luego me he duchado, he desayunado y he descansado un rato antes de ponerme a escribir. Ahora es casi la hora de comer y voy a parar. Después, me echaré una pequeña siesta y a las 18.30 saldré de casa, para un sarao que mejor les cuento mañana. Para entretener el ínterin les dejo un vídeo que ha circulado estos días por los whatsapps. 

Es el fragmento de una entrevista a la señora Ayuso en el que trata de explicar el proyecto económico del PP, ese en el que repiten como un mantra que van a bajar impuestos (una medida de izquierdas; Zapatero dixit) y resulta bastante obvio que no sabe de lo que habla. Este vídeo se incorpora al archivo del disparate, que encabeza aquel otro en el que Cospedal explicaba lo del finiquito en diferido de Bárcenas. Como dice mi amigo Mariano, es posible que esta señora caiga un día abatida por fuego amigo, en cuanto el señor Feijoo estime que ya no le vale o constituye un peligro para él, que es quien tiene el poder. Hasta mañana, queridos.


Vale, ya es domingo a media mañana. Ayer salí como les dije a las 18.30 y caminé por Donoso Cortés, Viriato, Santa Engracia y Fernando VI, para llegar a los primeros números del Paseo de la Castellana, que arranca en la plaza de Colón. Concretamente, en el número 6 de dicho paseo hay una iglesia de la que no había oído hablar en mi vida, ni por supuesto había visitado nunca. Se trata de la Friedenskirche, la iglesia madrileña de los protestantes alemanes. Está en el interior de un patio de manzana rodeado de bloques altos y parece que fue construida en 1909. Tiene, pues, todo el estilo recargado del eclecticismo anterior al momento en que la Bauhaus hizo tabla rasa con toda esa previa mezcolanza de estilos. Es decir, que es un gran pastiche de neo-gótico, neo-mudéjar y todos los neos que quieran imaginarse. Aquí el anuncio del sarao.

El caso es que Henry Guitar, mi profesor de blues, me avisó el miércoles de que ayer sería la fiesta de esta comunidad alemana y que él tocaría con el Colectivo La Palmera en la segunda parte del festejo. El contrabajo de su grupo, Christian, alemán y parroquiano de la congregación, tocaría primero con otro grupo diferente, para amenizar el festejo, que estaría bien surtido de salchichas bratwurst y cerveza de trigo weissbier. El evento se desarrollaba en el patio entre la iglesia y los bloques, engalanado con emparrados y farolitos y bastante lleno alemanes cuando yo llegué. Con Henry Guitar me di una vuelta por el interior de la iglesia, presidida por un gran retrato de Martín Lutero y con un órgano de tubulares espectacular. Abajo les pongo algunas de las fotos que tomé.



Es increíble que exista en el centro de Madrid un espacio como este, totalmente camuflado del público y de los turistas más tóxicos. Alguien me cuenta que, durante la posguerra mundial, este lugar se convirtió en nido de nazis, que el famoso Otto Skorzeny, al que un reciente documental califica como el hombre más peligroso de Europa, era un asiduo de la parroquia y que sus actividades clandestinas fueron silenciadas durante todo el franquismo. Lo cierto es que el ambiente de ayer era delicioso, con bastante gente mayor y numerosos amigos de los músicos de ambas bandas, que hacían de claque. Yo me agencié una salchicha, un bretzel y una weiss de medio litro, mientras tocaba el primer grupo. Los del segundo, con los que me sentaba en una larga mesa, lo dejaron para después de su intervención, para que no les entrara la modorra. Vean algunas imágenes más.   


Aquí el tipo al cargo de la brasa, un alemanote veterano, calvo y manifiestamente cojo, que alguien dijo que parecía sacado de la película El Nombre de la Rosa. A media noche se fue renqueando a la cocina y regresó con un gran bol de alitas adobadas que anunció como alitas vegetarianas, en medio de grandes risotadas. Y abajo el interior de la iglesia, con el cartel en el que Dios advierte: estoy contigo todos los días, sacado directamente de un salmo de San Mateo.


Cuando mis amigos acabaron el concierto, con propina y todo, nos abastecimos de víveres y yo repetí tanto de salchicha, como de bretzel y weiss, aunque las alitas se habían acabado. Cerca ya de las 12 de la noche, nos despedimos y yo inicié el camino de vuelta a Escosura, media hora de cuesta arriba, que afronté con el combustible de un litro de cerveza de trigo al cuerpo, en medio de la deliciosa temperatura veraniega del Saturday night, caminando entre terrazas abarrotadas de gente joven, esa que votó a Ayuso en agradecimiento por no haberlas cerrado tras el primer confinamiento pandémico, mientras en toda Europa seguían enclaustrados y los aviones volaban a Madrid desde todas las ciudades, con sus pasajes completos de jóvenes dispuestos a ver el portento y disfrutar de unas cervezas en cualquier plaza. Los votos de ese sector de edad, más los de todos los propietarios de bares, hoteles y demás negocios, le permitieron a esta señora ganar por goleada. Visto el vídeo de más arriba, mejor haría de permanecer callada, de cara a las elecciones de dentro de un año.

Les diré que, durante toda la velada estuve con un ojo en el móvil, para estar al tanto del desarrollo del partido Deportivo-Linares, primero del play-off de ascenso a Segunda División, que se jugaba a esa hora en el estadio de Riazor (escenario designado por la Federación desde hace tiempo, aunque el Dépor no lo jugara) y que terminó con victoria por 4-0. El sábado que viene, mi equipo del alma jugará la final en el mismo escenario y también a partido único, contra el Albacete. Esperemos que no se les atragante el llamado queso mecánico. Yo hace años que no pruebo el queso, por la cosa del colesterol, y seguiré el partido ya desde mi casa, porque mañana, como les digo más arriba, después del yoga tengo cita con el pintor para reponer en su sitio mis muebles más grandes y empezar a instalarme otra vez allí.

Lo de jugar estos dos partidos clave en casa es básico. Ayer asistieron al partido más de 26.000 espectadores, una afluencia que supera a muchos campos de Primera División. Yo nunca he dudado de que volveremos a ser un equipo de Primera. Pero antes hay que subir a Segunda. Estamos a 90 minutos de conseguirlo, con permiso de los del queso. Lo que es sin duda de Primera es nuestra afición. Les dejo con un último vídeo, que muestra cómo fue recibido ayer el autobús del equipo a la llegada a Riazor. Sean buenos.


 

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