lunes, 13 de noviembre de 2017

683. Napoli nel cuore

Aquí me tienen de nuevo, felizmente reincorporado a la normalidad después de un venturoso periplo por tierras italianas. Hoy he ido al trabajo, me he sumado a una rutina laboral que no se ha parado en todo este tiempo y, por la tarde, he salido a darme mi carrera por el Retiro, actividad de la que llevaba casi un mes apeado, a cuenta de apreturas laborales y viajes. Durante este eclipse de blog, la situación en Cataluña ha seguido evolucionando de forma vertiginosa, aceleración de la que me informaba cada noche al volver al hotel y conectarme a través de su WiFi, porque han de saber que, con esto de la liberalización del espacio europeo, ahora ya no es necesario desconectar los datos al cruzar la frontera, porque ya no te cobran una millonada al volver, pero te da igual tenerlos conectados porque no se pilla nada por la calle ni en bares o restaurantes. Así que, tras los primeros intentos, uno opta por desentenderse de la información hasta la noche, precaución excelente para el mantenimiento de la buena salud mental.

Lo de Cataluña en estos días ha adoptado cadencias de scherzo frenetico, con un componente bufo muy acusado en algunos de sus episodios, como la saga/fuga de Puigdemont, o la peregrinación eterna de los 200 alcaldes, que van como almas en pena por Europa porque no saben dónde gritar, vara de mando en alto, unas consignas que ya nadie escucha. Y, por encima de todo, la declaración de las cabezas del Parlament en el Supremo, con el momento estelar en que una señora, por nombre Ramona, abjura de todas sus ideas, pide perdón por sus pecados y el juez se muestra proclive a concederle la absolución eterna, lo que hace que todos los demás (Forcadell incluida) aprovechen el último turno de intervención de que disponían para proclamar con énfasis: yo, como esa. Hasta ahí podíamos llegar; una cosa es defender una cosa imposible y otra ir a la cárcel por ello, escolti, que en los trullos castellanos hace mucho frío, no tienen butifarra y ni siquiera se le puede dar la matraca identitaria al compañero de celda, porque se harta y pide el traslado. Un cambio de rumbo en el último segundo, en la línea de la mejor tradición católica que, como saben, permite ser toda la vida un cabrón y ganarse el cielo arrepintiéndose en el último instante de vida, algo que no comparten los calvinistas, entre otros, que por el contrario sostienen que hay que ser bueno en esta vida, que lo otro no vale.

De las novedades diarias del culebrón me iba yo enterando puntualmente en mis horas de hotel, tras las largas y fructíferas jornadas de turista, que he disfrutado a lo largo de doce días que me han parecido muchos más, porque en Italia hay muchas cosas que ver y mucho que disfrutar con sus paisajes, sus gentes, su idioma, sus comidas, su música y su cultura antigua de la que dan fe innumerables restos casi por cada esquina. No conocía Nápoles y me he encontrado con una muestra perfecta del sur profundo. Caos circulatorio, atascos constantes, cláxones al viento, motos enloquecidas metiéndose por áreas peatonales atestadas de gente sin bajar la velocidad, pequeños roces entre automóviles que hacen que los dos conductores se bajen, dejen el vehículo en medio y se enzarcen en discusiones interminables en su dialecto napolitano, trufado de gestos característicos. Y señoras que se suman a la trifulca con sus cestas de la compra llenas de verduras y envoltorios.

Si has de cruzar una calle, debes hacerlo como en Birmania, con arrojo y sin retroceder nunca. Si das un paso atrás, te atropellan seguro, porque no se lo esperan. En la ciudad hay barrios más elegantes un poco más tranquilos, pero el casco antiguo, por donde nos movimos mayormente, es un conglomerado de callejas con edificios antiguos faltos de una mano de revoco, ropa tendida por todos lados y basura, mucha basura. En Nápoles hay más basura en situación normal que en una ciudad occidental cualquiera durante una huelga de basureros. Por entre los montones de bolsas y cuidando de evitar las motos que te achuchan tocando el claxon, circula una multitud abigarrada y bulliciosa de todas las edades, con muchos negros vendiéndote cosas y bajo la permanente amenaza de los borseggiatori, que es como llaman aquí a los carteristas. En cinco días que pasamos allí un grupo de unas veinte personas, sufrimos dos robos: una chica a la que llevaron el bolso de un tirón desde una moto y un colega al que le desapareció el móvil al cruzar un mercadillo. Como una imagen vale más que mil palabras, aquí tienen la portada de una mísera tienda de charcutería. Parece que se les cayó el letrero luminoso y han llamado a Pepe Gotera y Otilio para que se lo arreglen. El resultado no parece preocupar demasiado al propietario.


Pero la ciudad funciona, la gente parece feliz en medio del caos y lo cierto es que los napolitanos disfrutan de la vida en un lugar de buen clima y lleno de energía positiva. Y, prácticamente en cada rincón, una iglesia en la que se entra y es como un oasis del follón callejero: amplias, lujosas en su decoración barroca, bien conservadas y con tesoros sorprendentes, como el extraordinario Cristo Velado, una figura yacente a la que le han quitado la corona de espinas y los clavos de la cruz con unas tenazas (todo ello reposa en una esquina de la talla), antes de taparlo con un velo, esculpido en mármol con tanta fidelidad que parece de tela. Aquí les traigo una imagen tomada desde arriba y un detalle de la cabeza. Ambas están bajadas de Internet, porque estaba prohibido hacerle fotos.



El dialecto napolitano es bastante curioso, porque incorpora muchas palabras del francés y del español. No en vano Nápoles estuvo bajo el mando borbónico, como parte del llamado Reino de las Dos Sicilias y tuvo allí como rey, entre otros a nuestro Carlos III, que es recordado con cariño porque construyó muchos edificios y obras públicas durante los 25 años que duró su reinado, antes de venirse a Madrid y ponerlo también bonito. Pero este dialecto napolitano (que los del norte de Italia entienden con dificultad) es también un prodigio de síntesis: utilizan frecuentemente apócopes, porque se comen la mitad de las palabras. La música típica de la zona es la tarantella, que tocan músicos callejeros a cambio de unas monedas y también en los bares. El gran exponente de la música napolitana fue Renato Carosone, pianista genial y gran compositor. Su música era lo que yo más escuchaba en La Coruña, antes de que llegaran los Beatles. Aquí les traigo uno de sus temas más recordados: la genial Tu vuo fa l’americano, que quiere decir Tú quieres hacerte el americano, ya ven que forma de sintetizar el lenguaje.


En cuanto a la parte gastronómica, un descubrimiento: la pizza con grelos. Se lo juro. En Italia se usan mucho los grelos (en italiano, friarielli), sobre todo como acompañamiento (contorni) de las salchichas. Ambos ingredientes, junto con el tomate y la mozarella, forman parte esencial de la Pizza Salsiccia e Friarielli, una delicia para el paladar con vagos regustos galaicos. Si vienen por esta ciudad no dejen de probar también los dos dulces prototípicos: la sfogliatella (un hojaldre finísimo en capas, relleno de crema de ricotta, que es como llaman aquí al requesón) y los babás, equivalentes a los bizcochos borrachos de nuestra infancia. En las pastelerías y cafeterías napolitanas es posible degustar también los cannoli, el dulce siciliano por excelencia, que adoran tanto los miembros de la familia de El Padrino, como el comisario Montalbano en las novelas de Andrea Camilleri.

Por lo demás, el viaje a Nápoles permite también algunas visitas cercanas, como la costa amalfitana, las ruinas de Pompeya y Herculano o los sorprendentes templos griegos de Paestum, de los que les dejo también una imagen. Allí se encontraron numerosos mosaicos, que pueden verse en el pequeño museo junto a las ruinas. Entre las imágenes rescatadas se encuentra el famoso tuffatore, el zambullidor, una estilizada silueta de la que también les pongo una foto.  



Y ya que hemos abierto la veda de Renato Carosone, les dejo otra de sus típicas tarantellas, aunque en este caso no dispongo de vídeo, pero es un digno cierre a este post y con el añadido de que el dialecto napolitano se llega a entender bastante bien. Sean buenos.



2 comentarios:

  1. Un monstruo el Carosone ese. A mí, que debo de ser más joven que tú, sólo me suena Tonino Carotone, que es bastante divertido también.

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    1. Carosone acaparaba las radios españolas antes de la irrupción de los Beatles a partir de 1962, con éxitos como Maruzella, Oh Torero, El Reloj y muchos otros. Tal vez tú empezaste a interesarte por la música cuando este señor era ya una antigualla.
      En cuanto a Tonino Carotone, obviamente es un gran admirador suyo. Te diré que además es amigo mío y que antes de tener este alias ejercía como cantante del grupo navarro Kojón Prieto y los Guajalotes.

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