La semana pasada subí pocas
entradas al blog, entre otros motivos, porque sigo con mis actividades como profesor
en cursos de verano y sobre todo anfitrión de delegaciones extranjeras, cuya
frecuencia se recrudece en estos meses por la coincidencia de los finales de
curso en las universidades con unas circunstancias climáticas favorables, que
animan a viajar más que en invierno. La cosa suele bajar en agosto por las
vacaciones y continúa a partir de septiembre (tengo ya programadas
unas cuantas visitas para esas fechas).
Este año he recibido
especialmente visitas de ciudades alemanas, (Hamburgo, Frankfurt, Leipzig y
otras), lo que además de mi viaje a Friburgo ha influido en que me convirtiera
en forofo de la selección alemana, tras la eliminación de la española en el
Mundial. El otro día añadí a la lista a dos profesoras de la Escuela de
Arquitectura de Munich o, por decirlo en germán paladino, Die Fakultät für
Architektur der Technische Universität München (luego dirán que el alemán
no se entiende). Estas chicas están ya preparando las materias lectivas que
impartirán a sus alumnos el curso que viene, de acuerdo con la costumbre
alemana de planificar todo con antelación suficiente.
Para el año próximo, han decidido
proponer a los alumnos un proyecto de rehabilitación de una plaza,
o espacio libre urbano, adaptando los viejos edificios de su entorno a
criterios de sostenibilidad ambiental y eficiencia energética. Es un tema muy
en boga en Alemania, como pude comprobar en mi visita a Friburgo. Y supongo que
es algo en candelero en toda Europa, que antes o después se planteará en
España. El parque inmobiliario de las ciudades de la vieja Europa está
deteriorándose, por una simple cuestión de edad de la edificación. Los grandes
crecimientos de las ciudades se produjeron a partir de los años sesenta del
siglo pasado y hay barrios enteros de casas que no funcionan bien, porque se
construyeron con patrones ya pasados de moda y además están estropeadas.
Eso hace que existan bloques sin
ascensor, o sin las debidas condiciones de climatización, pero, sobre todo,
hablamos de viviendas en las que se desperdicia energía a manos llenas: las
paredes pierden calor, las calefacciones centrales se han de poner muy altas
para que no se hielen los ocupantes de los pisos peor protegidos, lo que hace
que en otros la gente deba abrir las ventanas para no asarse, se malgasta agua,
se desperdician las posibilidades de las llamadas aguas grises, y cuarenta
calamidades más. Si a esto añadimos la crisis económica general, que únicamente
el señor Rajoy piensa que estamos superando, la importancia del sector
inmobiliario en el PIB de estos países y el hecho de que ya no hacen falta
nuevos desarrollos urbanos porque la población no crece, pues tenemos ante
nuestras narices la solución: pongamos la maquinaria de la construcción al
servicio de obras en los edificios existentes, que renueven sus instalaciones,
actualicen sus conceptos y los conviertan en edificios eficientes, desde el
punto de vista ambiental.
Ya les contaré mi visita a un
edificio regenerado con esos conceptos en Friburgo (tengo pendiente una reseña
sobre lo que pude aprender en ese viaje). Pero volviendo a mis dos amigas de Múnich,
estas chicas pensaron que en su tierra las condiciones climáticas no son muy
extremas y que, para que sus alumnos pudieran hacer un trabajo más formativo, era
mejor que se centrasen en una plaza de una zona con temperaturas más cálidas en
verano. Así surgió la idea de buscar un lugar en Madrid. El trabajo, a desarrollar a lo largo del curso que viene, incluirá al menos un viaje con
todos los alumnos, para una visita de campo. Lo del otro día era un viaje
preparatorio, una primera toma de contacto con el escenario del trabajo.
Hablando con ellas, me enteré de
que en Alemania se está notando el cambio climático de manera bastante
contundente en los últimos cinco o diez años. Cada vez hace menos frío y están desapareciendo especies
arbóreas tradicionales, por lo que hay interés en saber qué otras especies sobreviven en
países como el nuestro. Lo cierto es que en el entorno de Friburgo vimos campos
bastante amarillos y se nos dijo que hacía más de dos meses que no llovía. Yo
creo que el proceso lleva años de desarrollo. Piensen por ejemplo en cómo han
evolucionado las estaciones de esquí. Aquí al lado en La Pinilla sobrevivieron
proyectando nieve artificial, pero ya han tirado la toalla y han reconvertido
la estación en centro de veraneo. Por el contrario, estaciones pirenaicas como
la de Boí-Taüll, antes casi inaccesibles en invierno por su altura, han experimentado un
florecimiento derivado del hecho de ser las que aseguran un mayor número de
kilómetros esquiables. Sin ir tan lejos, en Madrid ciudad es cada vez más raro que nieve.
Cuando yo era niño, al llegar la
época estival, íbamos a la playa de Riazor. Por esas fechas nadie usaba cremas
protectoras del sol. El primer día nos quemábamos moderadamente y volvíamos a
casa un poquito rojos. En días sucesivos, “pelábamos”, es decir, perdíamos la
piel a tiras, de manera incruenta, lo que constituía también una forma de
socializar. Se hablaba de ello y nos quitábamos los pellejos unos a otros. Si
una chica te dejaba que la ayudaras a pelarse, era un indicativo de que “andaba
por ti”. Después de esos primeros días, uno ya estaba moreno y no tenía más
problemas en todo el verano. ¡Qué tiempos! Yo ahora me pongo diez minutos al
sol sin crema protectora del 20 y me tienen que llevar al hospital. Y no es que esté más viejo o más
acojonado (que lo estoy). Es que el sol quema mucho más.
Negar el proceso de calentamiento
global y su ligazón con las actividades contaminantes del ser humano, es una
estupidez. Aun así, existen los llamados negacionistas, especialmente
recalcitrantes en Estados Unidos, que dicen que no hay evidencia de esa ligazón
y que podemos seguir contaminando y malgastando energías, que no pasa nada, que
a la Madre Tierra no le hacemos ni cosquillas. No soy yo partidario de esas
teorías, aunque sí creo que la Tierra sobrevivirá y que, precisamente, el
calentamiento global es su forma de defenderse de las agresiones de estos
pequeños e incómodos inquilinos que se han extendido por su superficie de forma
infecciosa, llenándola de ciudades y otras creaciones no menos tóxicas. Cuando los dinosaurios se pusieron farrucos y llegaron a dominar el mundo, la Tierra reaccionó y propició su extinción en pocos años. Así que habremos de tener
cuidado porque, si no nos moderamos, puede que nos extingamos también a medio
plazo (nosotros, no la Tierra).
De hecho, episodios similares de
calentamiento de la Tierra han tenido lugar en épocas relativamente recientes
(de las más antiguas no tenemos evidencias) y de ahí los dos fenómenos a que alude
el título de este texto, ambos bastante poco conocidos, excepto por los
meteorólogos y otros científicos. El llamado Óptimo Medieval Climático tuvo
lugar entre los años 800 y 1300 de nuestro calendario, es decir, buena parte de
la Edad Media. Está perfectamente documentado en el conjunto de la actual
Europa, no en el resto del mundo, aunque es difícil creer que un fenómeno como
ese no fuera de ámbito terráqueo global. Las temperaturas subieron mucho en
esos 500 años, por causas no determinadas, aunque desde luego naturales. Es
cuando los vikingos conquistaron Groenlandia, cuyo nombre (Tierra Verde) resulta difícil de imaginar ahora, con su superficie íntegramente helada.
La bonanza indujo una mejora en
la agricultura, el comercio y el florecimiento de las ciudades, una prosperidad generalizada cuyos efectos no es muy descabellado relacionar con movimientos como el Renacimiento. Tampoco resulta
aventurado ligar estas temperaturas excepcionalmente altas con el auge de
las ratas y la llegada de la llamada peste negra, que precisamente a partir de
1300 diezmó a la población europea. El caso es que este óptimo climático, tras
una época de transición, se ve seguido de unos siglos de frío intenso, en lo
que se ha dado en llamar la Pequeña Edad del Hielo, datada entre 1500 y 1850 (hace
dos días, como quien dice).
Sobre las causas de este segundo
fenómeno, más próximo y, por tanto, más estudiado, los expertos no se ponen de
acuerdo. Unos hablan de un descenso de la radiación solar, por la reducción temporal de
las manchas solares, que parecen ser las partes del sol que más calientan.
Otros lo atribuyen a la alta actividad volcánica en distintas zonas de la Tierra, que llenó el cielo de nubes, lo que ayudo también a disminuir la radiación
solar. No faltan quienes culpan a la propia peste y la despoblación que generó
durante años. Y lo que nadie niega es que se trata de una respuesta de tipo
pendular, que compensaría de alguna manera el calentamiento anterior.
Algunos científicos creen que ahora estamos entrando en otra fase de óptimo climático, esta vez inducida claramente
por la actividad humana. Y tal vez lleguen luego el frío y el crujir de
dientes. Por si es caso (que decimos en mi tierra), harán ustedes bien en
adoptar comportamientos medioambientales responsables, para ayudar a mitigar el
asunto. Y no dejen de comprarse un sombrero. Yo tengo varios, entre ellos el
que les muestro en la imagen de abajo. Como habrán adivinado, es un Stetson. De
los que usaba John Wayne. Sean buenos.
A la vista de la imagen que nos muestra, queda claro que es usted un proyanqui convencido, tal como nos ha dicho en varias ocasiones y se desprende de muchos de sus propios textos. Sería interesante que nos cuente cuál es su posición en el genocidio que se está cometiendo en Gaza. Gracias.
ResponderEliminarDe nada. En cambio usted no se sabe de qué pies cojea, porque se esconde detrás del anonimato de estas respuestas. Hace bien, porque si no, se le vería la barretina. ¡Querido troll! ¿Se creía usted que no lo iba a descubrir?
EliminarExplíqueme lo de las aguas grises, por favor. Normalmente usted explica los conceptos nuevos que nos trae. Tal vez, en este caso, piensa que todos sus lectores ya saben de qué se habla. No es mi caso, creo que soy un poco ignorante. Podría buscarlo en la Wikipedia, pero es que prefiero que me lo cuente usted.
ResponderEliminarEs muy sencillo. Las aguas usadas en el lavabo o la ducha ya no sirven como agua limpia, pero pueden almacenarse y utilizarse después para descargas del inodoro, que es uno de los hábitos que más agua desperdicia. Para eso debe hacerse una instalación en todo el edificio que posibilite ese doble uso del agua. El ahorro es notable. Se les llama aguas grises porque ese es más o menos el color tras una ducha normal. No obstante, si es usted un marrano, puede que los restos de su ducha tengan un tono más acusado. Saludos cordiales.
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