miércoles, 31 de octubre de 2012

28. ¿Para ustedes quién es peor?

Superado el bajón anímico de regresar a la rutina, vuelvo a la carga con asuntos polémicos, que dice Lisardo que a este blog hay que darle vidilla. Quiero hablar hoy aquí de un asunto que fue trending topic este verano, el del tipo que dijo: “las leyes, como las mujeres, están para violarlas”. Fue decir eso y armarse la de Dios, hasta sucumbir el asunto en una marea apasionada de unanimidad en la desaprobación, que impidió acercarse al tema de una forma un poco más analítica. El tipo habló mierda y la sociedad se apresuró a tirar de la cadena del escándalo para que el asunto se perdiera cuanto antes en el wáter del olvido (Fíjate, oyes, qué a gusto me he quedado después de esta metáfora escatológica).

Como me gusta ir un poco a la contra en mis opiniones, propongo que nos detengamos un instante a hacer un análisis un poco más frío, a ver qué deducimos. Eso no quiere decir que esté a favor de ese sujeto, de quien ni siquiera recuerdo su nombre, ni voy a buscarlo en Internet, porque no merece la pena. Para aportar elementos a ese análisis voy a hacer tres cosas. Uno, situarlo en contexto para saber que pasó exactamente. Dos, contar un caso similar del que fui testigo hace años, aunque no trascendió al ámbito público. Y tres, compararlo con otro caso, también de este verano, para ver cuál de ellos les parece más perverso y rechazable. 
 
1.- El contexto. Bien, se trata de un tipo de 71 años que, por esas cosas de nuestra política, dirige un organismo, creo recordar que de apoyo a los ciudadanos españoles en el extranjero. Su equipo, en el que hay varias mujeres, está terminando un trabajo que tienen que entregar ya y para el que van mal de tiempo. Se trata de abreviar, agilizar y simplificar trámites. Están todos nerviosos y la situación les lleva a elegir un camino poco ortodoxo, saltándose el habitual procedimiento. Alguien del equipo advierte que ese camino no es el correcto y se genera una controversia entre los partidarios de tirar por la calle de en medio y acabar el trabajo a tiempo, y los que quieren hacer las cosas bien, aunque no cumplan el plazo que les han impuesto. 

Se lo consultan al jefe, y el tipo suelta entonces la frase de marras. Imagino la escena: área de producción entre impresoras y ploters, el hombre dice su barbaridad y la gente a su alrededor palidece y se queda pasmada, especialmente las mujeres presentes. Una de ellas sale afuera y, aún bajo el efecto del shock, lo comenta con alguien. La noticia salta al ámbito público, y el escándalo obliga al tipo a dimitir (en un país donde nadie dimite) y esconderse en su casa a rumiar su vergüenza. La sociedad se queda aliviada después de tirar de la cadena, pero en el ambiente siguen flotando los efluvios de la monumental jiñada de este caballero. 

¿Qué podemos deducir de este relato (real) de lo acontecido? Pues yo creo que el tipo no ha dicho esa barbaridad en serio, convencido de que eso sea así. Para mí está claro que lo que ha querido es hacer un chiste. Muy desafortunado, pero un chiste. Ni siquiera creo que se lo haya inventado en ese momento. Más bien parece que se le ha escapado, como una respuesta automática no meditada. Probablemente lo haya oído antes en alguna tertulia de hombres solos, tal vez en un bar y después de varias copas. En esas ocasiones la gente se pasa cantidad y dice auténticas atrocidades, sobre todo si se las ríen. A menudo, los que las dicen son tipos fanfarrones y cobardes a los que luego tienen esclavizados sus mujeres, o simples reprimidos.

Esto nos lleva a deducir que el hombre tenía ese chiste en su memoria. Es decir, que le había hecho gracia. Lo había memorizado con la intención de reproducirlo en alguna recepción o sarao, para “dar el golpe” y que se rieran mucho con él. Pero se le escapó en el peor momento. ¿Y qué podemos pensar de alguien a quien le hace gracia semejante chiste? Pues que es un tipo casposo, machista, carca, rancio, demodé, retrógrado y corto mental. Un gilipollas, vamos. El hecho de que lo dijera donde lo dijo, rodeado de mujeres, revela además que es un incauto y un tonto. O sea que, en mi opinión, el tipo es casposo y muy tonto. Pero no ha matado a nadie, contra lo que podría deducirse del linchamiento mediático posterior. 
 
2.- El caso idéntico. Hace muchos años, cuando yo empezaba en esto del urbanismo, unos cuantos pichichis del tema, con mayoría de mujeres, rodeábamos extasiados al Gran Pope del Territorio, en una cafetería en la que el tipo pontificaba libremente, pagado de sí mismo y pavoneándose en medio de una audiencia claramente rendida a su magisterio. Hablábamos de la edificabilidad que se debía asignar a un solar, en aplicación de la normativa. En tan tediosa tertulia, uno de los legos se atrevió a proponer una forma de ganar edificabilidad, admitiendo áticos o algo así, por creer que eso era lo que buscaba el Gran Experto.

El Pope carraspeó, se perfiló y corrigió al osado: “No hay por qué esforzarse en aumentar siempre el aprovechamiento, el territorio tiene un máximo de cabida y llega un momento en que ya no admite ni un metro cuadrado más. Es como en el chiste de la muerta”. Ninguno de los presentes conocía ese chiste y así se lo dijimos, tras de lo cual nos dispusimos a disfrutar de la gracia del maestro, que nos hacía la deferencia de descender unos instantes de sus alturas filosóficas, para contarnos un chiste. Algunas de las chicas incluso tenían un gesto de arrobo, una sonrisa beatífica, con la carcajada lista para celebrar lo que venía.

El chiste era el siguiente: una noche oscura, en las afueras de un pueblo, los mozos hacen cola para aliviarse a cuenta de la oferta de prostíbulo ambulante que han traído unos proxenetas con un par de carromatos. Según van saliendo, el tipo que cobra les pregunta qué tal la chica, hasta que uno de ellos le dice: “bien, bien, pero no sé qué era ese líquido blanco que le salía por las orejas”, ante lo cual el otro vocea: “Paco, cambia la muerta, que ésta ya está llena”. En ese momento, todos nos quedamos lívidos, dos de las chicas estuvieron a punto de vomitar allí mismo y una de ellas, muy colorada, le dijo al maestro: ¡¡Por favor!! Pero cómo has podido contarnos algo tan horrible.

Quizá piensen que me lo he inventado, pero es una escena real. Sucedió delante de mí. Alguna de mis actuales lectoras del blog puede certificarlo. El Gran Pope se quedó callado, ni siquiera se disculpó. Después de una situación así, no se puede hacer nada, salvo meterse debajo de una piedra. O dimitir. Quiero decir, dimitir del mundo. El caso es idéntico, pero nadie corrió a cantarlo fuera de nuestro pequeño círculo y la cosa no pasó a mayores. El tipo sabía de urbanismo pero demostró que, en relación con otros temas, era casposo y muy tonto.

3.- El caso a comparar. Sucedió también este verano y desde ya les digo que para mí es mucho más grave. Por el hecho en sí y por el contexto. Me estoy refiriendo a la frase de la señorita Andrea Fabra. Por si alguien lo desconoce, el señor Rajoy estaba presentando en el Parlamento el mayor paquete de recortes de derechos de los españoles desde la guerra civil, cuando los corifeos del PP empezaron a aplaudir embelesados. En medio de los aplausos, la señorita Fabra dijo lo siguiente: “Muy bien, muy bien, que se jodan”. Eso lo dice una persona a la que pagamos el sueldo entre todos, y no en un despacho de trabajo con los nervios de una entrega, sino en una tribuna pública y en el ejercicio de su cargo. Y encima, NO HA DIMITIDO.

Lo siento pero ante esto no puedo ser frío y analítico, es un tema que me puede. A mí me han bajado el sueldo, me han alargado la jornada, me han quitado vacaciones, me han suprimido los moscosos. Aún así, soy consciente de que sigo siendo un privilegiado. Pero es que lo que anunciaba Rajoy supone que mucha gente puede pasar hambre de por vida. Es que el Gobierno Italiano aprobó un paquete de medidas no tan drástico y a la ministra de Trabajo, a la que le tocó anunciarlo en rueda de prensa, le entró una llorera inconsolable. No pudo acabar de detallar las medidas adoptadas porque la voz se le quebraba y los lagrimones le rodaban por las mejillas.

Pues esta señorita, no sólo no llora, sino que se ríe como una hiena y dice “Muy bien, muy bien, que se jodan”. Allí, en su escaño, a la vista de todo el mundo. La réplica que se merece esta impresentable excede de mi capacidad de insulto. En 61 años que tengo, nunca he escupido a nadie, pero creo que, si me dijeran que estaba obligado a escupir una vez en la vida a una persona que yo eligiera, no dudaría en escoger a esta auténtica hija de Fabra.

Ahora díganme: para ustedes quién es peor, un tonto que intenta hacer un chiste, la caga de manera estrepitosa y, cuando se da cuenta de la que ha liado, dimite, o esta impresentable que se cisca en los ciudadanos recortados, estafados y apaleados y ahí sigue de parlamentaria. Espero sus comentarios.   

2 comentarios:

  1. No deja de ser curioso que, de lo que ha dicho este paisano, sólo se ha considerado "pecado" la parte relativa a la violación de las mujeres. Lo referente a la violación de las leyes se considera absolutamente normal; no causa alarma de ningún tipo, ni es objeto de consideración alguna. Y eso que está dicho por una persona en el ejercicio de un cargo público. En fin, que en España dejamos la carne y comemos los huesos.

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    1. Interesante apreciación. En este caso, la ofensa a las mujeres ha tapado a la ofensa a las leyes. Tal vez si el tipo hubiera dicho: "las leyes, como el papel higiénico, están para limpiarse el culo con ellas", el escándalo se hubiera centrado en el aspecto que tú estimas sustancial. Gracias por entrar a hacer comentarios, cada vez se anima más la gente.

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