Hablando de Nantes, habrán
comprobado que Michel y Tangi son dos personalidades muy diferentes. Sólo tiene
dos cosas en común. Una: son arquitectos. La otra tienen que deducirla de las
fotos que les vuelvo a traer para que les miren otra vez.
¿Lo han adivinado? EXACTO: los
dos van vestidos de arquitecto. BINGO. ¡Ah! ¿Que algunos no saben a qué me
refiero? Pues aquí les pongo las mías.
Está bastante claro.
El martes, tras terminar mi doble
entrada al Blog, tomé el tranvía 3, porque no quería emplear el tiempo
de que dispongo para caminar en hacer el trayecto entre la Avenida Winston Churchil y el
centro, para el que ya conocía dos rutas diferentes. Paré un momento en la Gare
du Midi, para sacar mi billete a Rotterdam, el único que me faltaba. Después de
una cola moderada, el amable joven de la taquilla me informó que para el tren
Thalis de alta velocidad ya no quedaban billetes para el día 25. La única
alternativa que tenía era el tren IC, que tarda unas dos horas. Teniendo en
cuenta que el Thalis tarda hora y cuarto, no es mala solución. Además, es
gratis con el pase Interrail y no tengo ni que sacar billete. Con mi pase, me
subo en uno cualquiera (salen cada hora) y, si viene el revisor, le muestro el
pase. O sea, como el Interrail que yo recordaba de mi juventud.
Comí una salade niçoise en una terraza, porque seguía haciendo calor, y
luego, hice el típico circuito del turista: Catedral, Grand Place, Manneken Pis, etc. En la Place du Marche aux Herbes, los músicos
callejeros se turnan para entretener a la gente que toma el sol por los bancos,
las gradas y los jardines. Estuve un rato escuchando a un chaval de ojos
románticos y voz desmayada, dulce y evocadora. Cantaba una canción lenta y
triste, de la que me costó reconocer la melodía: era el Billie Jean de Michael Jackson. Desprovista del ritmo sincopado y
machacón de la versión original, la tonada mostraba la exquisita delicadeza de
la composición. Jackson era un gran músico, como intuyeron Quincy Jones, Miles
Davies y tantos otros colegas de la raza cuyos rasgos pretendía borrar de su
rostro en la fase final de su locura.
A las 7 regresé a casa de
António, porque los dos teníamos una cita especial. Los últimos martes de cada
mes, los poetas, narradores y lectores de literatura en español de Bruselas, se
reúnen en una tertulia literaria. Normalmente se encuentran en Casa Miguel, un
lugar de tapas y buenos vinos de la tierra. Pero hoy hay partido de fútbol en
la tele, y los forofos españoles de la Champion League le suponen al bueno de
Miguel un negocio potencial muy superior al que prometen los poetas, casi siempre
gente escueta en sus consumiciones, porque no les suele sobrar el dinero. Así
que hoy será en el Carpe Diem, un nombre también muy literario.
Hemos llegado los primeros, y
hemos esperado en la calle, fuera del bar, porque la temperatura es súper
agradable. Los literatos y sus amigos van llegando poco a poco con sus abrigos
modestos y nos saludamos con cariño y nostalgia de la tierra. La mayoría
cuentan con algún trabajo relacionado con los organismos administrativos de la
Comunidad Europea. Hoy la tertulia se va a centrar en la presentación de un
libro de poesía del cotizado narrador y ensayista José Ovejero, que se llama Nueva guía del Museo del Prado. Ovejero
es un joven agradable, cariñoso y muy natural, que domina varios idiomas (al
menos inglés, francés y alemán) y trabaja como intérprete en Bruselas desde
hace bastantes años.
Aquí los intérpretes son una
élite. Pueden actuar como traductores simultáneos y ganan bastante más dinero
que los traductores de a pié, los que trabajan sobre textos escritos. En el año
2000, José publicó una especie de guía informal y atípica de Bruselas, al
estilo de los libros de Enric Gonzalez sobre Nueva York y Londres, y tuvo
bastante éxito. A partir de ahí inició una carrera como novelista, que hoy tiene
ya muy consolidada. El año pasado publicó un ensayo llamado Escritores Delincuentes, que tuvo bastante
repercusión. Este año ha ampliado su oferta con La Ética de la Crueldad, que acaba de ganar el Premio Anagrama de
ensayo, y estos poemas que le suponen una incursión en un género en el que es
menos reconocido.
El libro se compone de una serie
de poemas compuestos a partir de la observación de diversos cuadros del Museo.
Nos ha leído algunos y a mí, que no soy experto en la materia, me han parecido
muy bonitos. En cuanto llegue a Madrid me compraré el libro. Por otra parte,
resulta enternecedor el esfuerzo que desarrolla José Miguel, el organizador de
esta tertulia, para reunir a todos los españoles interesados en la literatura
con residencia en Bruselas. José Miguel tiene un resto de acento catalán, pero
lleva muchos años residiendo fuera, sobre todo en Londres, de donde es su
mujer. Es un hombre más o menos de mi quinta y su primera profesión es cantante
de ópera. Pronto vendrá a Madrid para participar en el coro de Aída, en donde
debe vestirse de época y actuar como
portaestandarte.
La tertulia ha resultado muy
agradable para mí. Los del bar nos habían puesto mantelitos y cubiertos en una
sala del primer piso, como si fuéramos a cenar, pero al entrar les hemos
explicado que éramos poetas y novelistas y no veníamos a cenar sino a presentar
un libro. Entonces se han llevado los pertrechos para la cena y nos han sacado
unas copas de Leffe Blonde de presión y unos platillos con saladitos y dados de
queso Gouda.
Al acabar la tertulia, nos hemos
dado las direcciones y nos hemos despedido. António y yo hemos tomado un
tranvía para regresar, dando por finalizado el martes 23 de octubre. Les dejo un par de imágenes de propina: el Manneken Pis vestido de mosquetero, y las acacias delante la Catedral, que dentro de unos días habrán perdido todas las hojas. Con un amarillo tan puro, cualquier airecillo bastará para llevárselas lejos
No hay comentarios:
Publicar un comentario