Dice Lisardo que ya se vale que
no tenga ni idea de economía ni de lo digital, pero que de literatura, que es
lo mío, debería de saber un poco más. El regaño de Lisardo viene esta vez a
cuenta de mi calificación, el otro día, del libro “La conjura contra América”
como ciencia ficción retrospectiva. Según Lisardo, esa denominación ya no se
utiliza y está pasada de moda. Ahora, a las historias basadas en un pequeño
pero decisivo cambio en el devenir de la historia pasada (qué hubiera ocurrido
si…) se las denomina con un nombre preciso: ficciones ucrónicas.
Busco en la Wikipedia y me entero
de que es un género que cuenta con una amplia nómina de títulos, basados en
hipótesis como: qué hubiera pasado si Hitler hubiera ganado la Guerra Mundial,
o si la Armada Invencible no hubiera sufrido una serie de huracanes y hubiera
machacado a los ingleses, o si la batalla de Lepanto hubiera terminado con la
victoria del Gran Turco. Lo curioso es
que son posibilidades que estuvieron a un tris de ser realidad.
Busco también algunas
informaciones sobre el libro de Roth (hace poco que he terminado su lectura y
estoy aun impresionado). Parece que al escritor se le ocurrió la idea después
de saber que a Charles Lindberg le propusieron en su día encabezar la
candidatura republicana para aprovechar su tirón popular y la existencia de una
amplia corriente de opinión en los USA contraria a la intervención en la guerra
y partidaria de que los europeos se arreglaran entre ellos, porque sus guerras
no eran un problema americano. Pero Lindberg no quiso meterse en líos.
¿Qué hubiera ocurrido si el gran
aviador acepta? Pues eso es lo que cuenta el libro. La crítica del New York
Times dice textualmente «una novela política terrorífica, siniestra, vívida,
onírica, absurda y, al mismo tiempo, espeluznantemente plausible».[
Eso es lo tremendo, que la historia podría perfectamente haber sucedido.
Juguemos ahora, también nosotros,
a la ficción ucrónica. ¿Qué hubiera pasado en España si las últimas elecciones
las hubiera ganado Rubalcaba? ¿Se habría visto forzado a hacer los mismos
recortes en derechos fundamentales? ¿Se escondería el presidente socialista
para no tener que contarnos que estamos intervenidos y que él no manda nada? ¿Estarían
los del PP con la caverna mediática a toda vela desgranando uno a uno los
incumplimientos del programa electoral socialista? Lo dejo a su imaginación.
Vamos más atrás. ¿Y si Franco
hubiera entrado en la Guerra Mundial, como le pidió Hitler en Hendaya? En tal
supuesto, quizá los americanos hubieran iniciado la campaña europea por Cádiz,
en vez de hacerlo por el sur de Italia, y nos hubieran ahorrado cuarenta años
de Dictadura. ¿Y si la URSS hubiera ayudado de verdad a la República, en vez de
enviarle armamento caducado y cuatro tanques de segunda mano? Tal vez, a cambio
de ello, Stalin habría impuesto a los prorrusos en el mando republicano, éstos habrían
derrotado a Franco, habrían instalado un régimen soviético y ahora estaríamos
como Cuba.
Qué mareo. Vamos a centrarnos en
un caso concreto. Qué hubiera pasado si no se produce nuestra Guerra de la
Independencia y los franceses se hubieran quedado con España. Pues puede que
ahora hablásemos todos en francés. Ya se nos habría puesto la boquita afilada
que se necesita para pronunciar correctamente ese idioma. Seríamos mucho más
cultos y el Estado Hispanofrancés tendría un peso importante en el concierto
internacional. Los que impidieron eso fueron una banda de nacionalistas
españoles semianalfabetos que se levantaron contra el gobierno culto y educado
de José Bonaparte.
Ya se me ha visto el plumero
francófilo. ¡Qué le vamos a hacer! Es que a mí lo que me gustaría es ser
francés. Desde luego, José Bonaparte es el gobernante con el que los enamorados
de la ciudad de Madrid tenemos una deuda mayor, después de Carlos III por
supuesto, y a mucha distancia de Franco, Gallardón y otros advenedizos. Y eso
que sólo estuvo cinco años, entre 1808 y 1813. En ese tiempo se dedicó a
derribar las iglesias y conventos que atestaban el centro urbano, para
sustituirlos por plazas, no me digan que no iba bien encaminado el tío. El
casco histórico de Madrid no volvió a experimentar un esponjamiento como ése,
ni siquiera con la desamortización de Mendizábal.
A este afán esponjador debemos la
existencia de la plaza de Oriente, y las de Santa Ana, San Miguel, Santo
Domingo, Los Mostenses, San Ildefonso, San Martín y otras muchas. El honrado
pueblo, ofendido en sus sentimientos religiosos, no entendió que el rey intruso
se metiera a urbanista y lo bautizó como Pepito Plazuelas. Sin embargo, los
arquitectos, que siempre han ido de ilustrados, se pusieron de su lado, especialmente
Villanueva, que fue recompensado con el nombramiento de arquitecto real, cargo
que ejerció hasta su muerte. Entonces lo sustituyó Silvestre Pérez.
A Silvestre Pérez le debemos la
idea del famoso Salón de Silvestre Pérez, una concatenación de tres grandes plazas
enhebradas en torno a un eje monumental norte-sur, que no llegó a ser realidad,
porque al Bonaparte lo corrieron a gorrazos y lo echaron de España. Pero ese
proyecto está en el origen de la posterior construcción de la Plaza de Oriente
y del Viaducto, que habría de enlazar con la siguiente plaza, nunca construida.
¡Ah! ¿Qué no habían oído hablar del Salón de Silvestre Pérez? Ya. Bueeeeeeeeeno,
pues lo dejamos en famoso entre los arquitectos.
José Bonaparte era una persona de
una gran cultura, a diferencia de su hermano pequeño el Emperador. Era político,
abogado y diplomático de larga carrera. Le gustaba el buen vino de Burdeos y
Borgoña, pero no era un alcohólico, como sugiere su otro apodo Pepe Botella. Cuando
lo echamos de aquí, se fue a vivir a Norteamérica.
Iba a colgar este texto, así como está, pero me
ha parecido prudente contrastarlo primero con África, que además de amiga es mi agregada cultural y experta en temas históricos. Dice África que las
cosas tienen dos caras como siempre. Que los franchutes fusilaron a mucha
gente, instalaron sus tropas en el Retiro, pusieron sus cañones en el
Observatorio, usaron el Museo del Prado de caballeriza y machacaron el Jardín
Botánico. Y, para colmo, el amigo Botella se llevó las joyas de la Corona
Española y con el producto de su venta se compró una casa cerca de Filadelfia,
en donde vivió con su familia hasta su muerte.
Así que eran una panda de
cabrones, como todos. ¡Hala! Ya no quiero ser francés.
Vale, pero me ha llenado de estupor el crítico del New York Times que considera algo "espeluznantemente plausible", veo que el concepto de los pijo-ácratas está creando escuela ya que considera una posibilidad espeluznante y digna de aplauso al mismo tiempo, por ahí entramos en el mundo del hortera elegante y vamos a terminar teniendo políticos sinceros y sindicalistas currantes. Todo esto me abruma así que me quedaré exclusivamente en el mundo de lo pecaminosamente placentero
ResponderEliminarEl que ha traducido la crítica del New York Times, quizá pensaba, como yo, que plausible significaba algo así como verosimil, muy posible, que podria haber sucedido. Estábamos ambos herrados con hache. Querido perrito, tu conocimiento del diccionario es digno de admiración.
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