domingo, 7 de octubre de 2012

10. Ficciones ucrónicas

Dice Lisardo que ya se vale que no tenga ni idea de economía ni de lo digital, pero que de literatura, que es lo mío, debería de saber un poco más. El regaño de Lisardo viene esta vez a cuenta de mi calificación, el otro día, del libro “La conjura contra América” como ciencia ficción retrospectiva. Según Lisardo, esa denominación ya no se utiliza y está pasada de moda. Ahora, a las historias basadas en un pequeño pero decisivo cambio en el devenir de la historia pasada (qué hubiera ocurrido si…) se las denomina con un nombre preciso: ficciones ucrónicas. 

Busco en la Wikipedia y me entero de que es un género que cuenta con una amplia nómina de títulos, basados en hipótesis como: qué hubiera pasado si Hitler hubiera ganado la Guerra Mundial, o si la Armada Invencible no hubiera sufrido una serie de huracanes y hubiera machacado a los ingleses, o si la batalla de Lepanto hubiera terminado con la victoria del Gran Turco.  Lo curioso es que son posibilidades que estuvieron a un tris de ser realidad.

Busco también algunas informaciones sobre el libro de Roth (hace poco que he terminado su lectura y estoy aun impresionado). Parece que al escritor se le ocurrió la idea después de saber que a Charles Lindberg le propusieron en su día encabezar la candidatura republicana para aprovechar su tirón popular y la existencia de una amplia corriente de opinión en los USA contraria a la intervención en la guerra y partidaria de que los europeos se arreglaran entre ellos, porque sus guerras no eran un problema americano. Pero Lindberg no quiso meterse en líos.

¿Qué hubiera ocurrido si el gran aviador acepta? Pues eso es lo que cuenta el libro. La crítica del New York Times dice textualmente «una novela política terrorífica, siniestra, vívida, onírica, absurda y, al mismo tiempo, espeluznantemente plausible».[ Eso es lo tremendo, que la historia podría perfectamente haber sucedido.

Juguemos ahora, también nosotros, a la ficción ucrónica. ¿Qué hubiera pasado en España si las últimas elecciones las hubiera ganado Rubalcaba? ¿Se habría visto forzado a hacer los mismos recortes en derechos fundamentales? ¿Se escondería el presidente socialista para no tener que contarnos que estamos intervenidos y que él no manda nada? ¿Estarían los del PP con la caverna mediática a toda vela desgranando uno a uno los incumplimientos del programa electoral socialista? Lo dejo a su imaginación.

Vamos más atrás. ¿Y si Franco hubiera entrado en la Guerra Mundial, como le pidió Hitler en Hendaya? En tal supuesto, quizá los americanos hubieran iniciado la campaña europea por Cádiz, en vez de hacerlo por el sur de Italia, y nos hubieran ahorrado cuarenta años de Dictadura. ¿Y si la URSS hubiera ayudado de verdad a la República, en vez de enviarle armamento caducado y cuatro tanques de segunda mano? Tal vez, a cambio de ello, Stalin habría impuesto a los prorrusos en el mando republicano, éstos habrían derrotado a Franco, habrían instalado un régimen soviético y ahora estaríamos como Cuba.

Qué mareo. Vamos a centrarnos en un caso concreto. Qué hubiera pasado si no se produce nuestra Guerra de la Independencia y los franceses se hubieran quedado con España. Pues puede que ahora hablásemos todos en francés. Ya se nos habría puesto la boquita afilada que se necesita para pronunciar correctamente ese idioma. Seríamos mucho más cultos y el Estado Hispanofrancés tendría un peso importante en el concierto internacional. Los que impidieron eso fueron una banda de nacionalistas españoles semianalfabetos que se levantaron contra el gobierno culto y educado de José Bonaparte.

Ya se me ha visto el plumero francófilo. ¡Qué le vamos a hacer! Es que a mí lo que me gustaría es ser francés. Desde luego, José Bonaparte es el gobernante con el que los enamorados de la ciudad de Madrid tenemos una deuda mayor, después de Carlos III por supuesto, y a mucha distancia de Franco, Gallardón y otros advenedizos. Y eso que sólo estuvo cinco años, entre 1808 y 1813. En ese tiempo se dedicó a derribar las iglesias y conventos que atestaban el centro urbano, para sustituirlos por plazas, no me digan que no iba bien encaminado el tío. El casco histórico de Madrid no volvió a experimentar un esponjamiento como ése, ni siquiera con la desamortización de Mendizábal.

A este afán esponjador debemos la existencia de la plaza de Oriente, y las de Santa Ana, San Miguel, Santo Domingo, Los Mostenses, San Ildefonso, San Martín y otras muchas. El honrado pueblo, ofendido en sus sentimientos religiosos, no entendió que el rey intruso se metiera a urbanista y lo bautizó como Pepito Plazuelas. Sin embargo, los arquitectos, que siempre han ido de ilustrados, se pusieron de su lado, especialmente Villanueva, que fue recompensado con el nombramiento de arquitecto real, cargo que ejerció hasta su muerte. Entonces lo sustituyó Silvestre Pérez.

A Silvestre Pérez le debemos la idea del famoso Salón de Silvestre Pérez, una concatenación de tres grandes plazas enhebradas en torno a un eje monumental norte-sur, que no llegó a ser realidad, porque al Bonaparte lo corrieron a gorrazos y lo echaron de España. Pero ese proyecto está en el origen de la posterior construcción de la Plaza de Oriente y del Viaducto, que habría de enlazar con la siguiente plaza, nunca construida. ¡Ah! ¿Qué no habían oído hablar del Salón de Silvestre Pérez? Ya. Bueeeeeeeeeno, pues lo dejamos en famoso entre los arquitectos.

José Bonaparte era una persona de una gran cultura, a diferencia de su hermano pequeño el Emperador. Era político, abogado y diplomático de larga carrera. Le gustaba el buen vino de Burdeos y Borgoña, pero no era un alcohólico, como sugiere su otro apodo Pepe Botella. Cuando lo echamos de aquí, se fue a vivir a Norteamérica.

Iba a colgar este texto, así como está, pero me ha parecido prudente contrastarlo primero con África, que además de amiga es mi agregada cultural y experta en temas históricos. Dice África que las cosas tienen dos caras como siempre. Que los franchutes fusilaron a mucha gente, instalaron sus tropas en el Retiro, pusieron sus cañones en el Observatorio, usaron el Museo del Prado de caballeriza y machacaron el Jardín Botánico. Y, para colmo, el amigo Botella se llevó las joyas de la Corona Española y con el producto de su venta se compró una casa cerca de Filadelfia, en donde vivió con su familia hasta su muerte.

Así que eran una panda de cabrones, como todos. ¡Hala! Ya no quiero ser francés.

2 comentarios:

  1. Vale, pero me ha llenado de estupor el crítico del New York Times que considera algo "espeluznantemente plausible", veo que el concepto de los pijo-ácratas está creando escuela ya que considera una posibilidad espeluznante y digna de aplauso al mismo tiempo, por ahí entramos en el mundo del hortera elegante y vamos a terminar teniendo políticos sinceros y sindicalistas currantes. Todo esto me abruma así que me quedaré exclusivamente en el mundo de lo pecaminosamente placentero

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    1. El que ha traducido la crítica del New York Times, quizá pensaba, como yo, que plausible significaba algo así como verosimil, muy posible, que podria haber sucedido. Estábamos ambos herrados con hache. Querido perrito, tu conocimiento del diccionario es digno de admiración.

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