Instalado en casa de Philipe, hoy he pasado mi primer día en
París, adonde llegué anoche después de viajar quince horas en trenes
interminables. No es mi intención hacer un relato minucioso de todos mis pasos,
no recuerdo quién dijo que contarlo todo
es la perfecta garantía de ser un coñazo. Prácticamente no ha parado de llover
desde que he llegado. Pero París está precioso como siempre. Por la mañana he
ido con Philippe y su mujer a ver el Parque George Brassens. Está en la zona
sur de la ciudad, cerca de la Porte d’Orleans y no lo conocía. Habían
organizado un homenaje al cantante y poeta en el auditorio al aire libre del
parque, pero han tenido mala suerte con el tiempo.
Por la tarde he dado un largo paseo con Philippe desde la Porte Saint
Denis, por la rue Mont Orgueil, para ver la zona en obras de Le Halles. Luego
hemos cruzado a la Ille de la Cité, hasta el Boulevard Saint Michel, Barrio
Latino adelante, el Panteón, y el barrio de Mouffetard, que está detrás y era donde se alojaba Hemingway cuando venía a París. Por la noche he salido por tercera vez a buscar la rue du Faubourg de Saint Denis, un eje que concentra un buen número de restaurantes grasientos atendidos por indios y turcos, hoteles infectos y cafetines de borrachos multiétnicos. He comprado un durum kebab de pollo para comérmelo por la calle y luego me he sentado en una terraza resguardada de la lluvia con un toldo y me he tomado una doble Leffe Blonde de presión. Estoy bastante cansado, así que me limitaré a reseñar algunas cosas que
se me habían quedado pendientes de contar y que anoté ayer durante el viaje a
medida que las recordaba.
1.- La Pizzateca de mis amigos de la calle León ha
inaugurado una exposición de grabados del cotizado artista gráfico Eneko, que
publica cada día sus tiras en el periódico gratuito 20 minutos. La exposición,
que dura hasta final de mes, es a medias con la tienda de enfrente, que se
llama La Integral, y es un lugar en el que venden toda clase de objetos de
diseño informal, desde ropa y joyas hasta cajas, cuadernitos, fotos, posters,
etc. La parte más interesante de la exposición, en mi opinión, es la que se
exhibe en La Pizzateca. Anímense, vayan a comerse una ración de una pizza
apetitosa y comprueben el partido que se le puede sacar a un local minúsculo.
2.- Por fin he conseguido que Ana, la dueña del ultramarinos
de la calle Atocha donde compro las galletas y los yogures, me diga cuál era su
nombre chino. Me lo reveló después de contarme que lleva más de veinte años en
España, que se ha traído a su familia y la de su hermana, y que entre todos
regentan dos o tres supermercados en el barrio. Está tan adaptada a España, que
hasta pronuncia correctamente la erre.
Su nombre, finalmente, era Ai-Fel Dai-Lin. Me lo dijo cuando
ya me iba, con las dos manos ocupadas por multitud de bolsas de la compra. Alegué que no tenía como anotarlo y que, con toda seguridad, en cuanto pisara la
calle se me olvidaría.
–No. Muy fácil –aseguró–. Ai-Fel es la torre
de París. Y Dai-Lin es linda al revés.
–Pero mi memoria ya no da para acordarse de
dos cosas al tiempo.
–Sólo
es una cosa. Porque la torre de París es linda.
Seguí su consejo, y la regla mnemotécnica funcionó. Por eso
lo he podido escribir aquí.
3.- Les alerto de la apertura de un nuevo bar-restaurante
que se llama Gran Vía Uno, y está, como es lógico, en esa dirección. Aun no se
ha inaugurado oficialmente, pero yo ya he estado comiendo en la zona de barra,
en donde tienes desde pizzas que te hace delante de ti un pizzaiolo con un
horno sólo para ello, hasta ensaladas muy ricas, croquetas de varios tipos, carnes
a la brasa de carbón, etc. Bajando una amplia escalera, se accede al semisótano
en donde tiene un restaurante a la carta y una coctelería que pretende competir
con las cercanas Chicote y Del Diego.
El lugar tiene un punto neoyorkino en el ambiente, la
decoración, el mobiliario, las luces, las vitrinas, los camareros políglotas,
la música suave (Norah Jones, Alicia Keyes, Sade, etc.) y parece un buen lugar
para empezar una noche romántica en condiciones. Además, no tiene una
dirección cualquiera. Gran Vía Uno tiene un prestigio asociado a su nombre, que
no lo tendría la Corredera Baja de Los Mostenses, por decir algo. No tienen más
que ver la imagen que les pongo aquí abajo del número uno de la Quinta Avenida
de NY. En semejante dirección, sería inadecuado colocar una marquesina más
discreta. Volveré a la carga con fotos de un local con vocación de convertirse en un nuevo centro de referencia de la
noche madrileña.
Señor, usted quiso decir faubourg, con erre. Y quiso decir que todos nos la perdimos. Hubiera sido lindo ver a un cantinera francesa, amable y hogareña.
ResponderEliminarA lo primero, tiene razón, me comí una erre. Ya lo corregí. Muchas gracias.
EliminarA lo segundo, la cantinera tenía buen tipo, pero la cara no la acompañaba. Fumaba continuamente y parecía que no consumía los cigarrillos, sino ellos a ella.
Gracias por su comentario