Acá me tienen, de vuelta de mis viajes, muy cansado y de bajón
total, tras una primera jornada madrileña agotadora. Todavía ayer estaba en
Rótterdam, con una temperatura algo más suave, después de tres días de mucho
frío. Amanecí pronto, gracias a la previsión europea del cambio de horario, un
cambio que mi ordenador y mi móvil efectuaron de manera automática.
Los responsables económicos de la Comunidad Europea ,
que en el mes de marzo tuvieron a bien quitarme una hora de tiempo gris y
aburrido de final del invierno, ahora tenían la delicadeza de devolvérmela,
como un tiempo de prórroga de mi viaje a punto de terminar. Desayuné casi solo
y di un largo paseo por la ciudad vacía, todavía despertándose después de la
noche de sábado. Regresé, pagué el hotel, hice mi equipaje y lo bajé a
recepción (debía dejar el cuarto libre a las 12).
Quedé con mi hijo,
dimos una vuelta por la zona del puerto y luego entramos a una Brasserie Belge,
a comer un sándwich. En el bar se escuchaban de tanto en tanto gritos destemplados y ovaciones que venían de la trastienda. Kike fue al baño y volvió con
la explicación de esos estruendos: estaban viendo en directo el partido de
fútbol Ajax-Feyenord, es decir, el mejor equipo de Ámsterdam, contra el mejor
de Rótterdam. El partido estaba en el tiempo de descuento con resultado de
empate a dos, de ahí la emoción.
Me despedí de mi hijo y volví al hotel a descansar un rato
en unos sofás que tenían junto a la entrada. Luego cogí mis maletas y eché a
andar hacia la estación central. Allí había un revuelo considerable, con
numerosos policías de más de dos metros, bastante nerviosos y como intentando
desplegarse. Los policías de todo el mundo hacen el mismo gesto cuando están
nerviosos: miran a todos lados y se tocan la pistola que llevan al cinto, como
si comprobaran que sigue allí. El origen del revuelo era el que se imaginan:
los supporters del Feyenord regresaban en tren del partido, con las
bufandas al viento, en grupos ruidosos que entonaban sus últimos cánticos a
coro, con los rostros colorados por el frío y la cerveza, y esa determinación
militante que sólo el fútbol proporciona.
Un tren Fyra me llevó en una hora al Schiphol Airport, en
donde hube de esperar un buen rato hasta que pude facturar y deshacerme de la
maleta grande hasta Madrid. Nunca antes había viajado en Easy Jets y pude
comprobar que es una compañía que no te proporciona un trato degradante, como
Ryan Air, pero tampoco te ofrece grandes comodidades. Los asientos no son
reclinables y no te dan gratis ni un caramelo, aunque tienen de todo si estás dispuesto
a pagar por ello. Por lo demás, el vuelo fue puntual y corto. En Madrid
recuperé la maleta y me subí en un taxi que me llevó a mi casa en poco más de
veinte minutos.
Llegué, puse una lavadora con toda mi ropa sucia de 16 días
y bajé a comer un bocadillo con una cerveza Mahou en El Brillante, porque tenía
la nevera vacía. Al volver, colgué la ropa y me acosté en una cama helada. Como
tengo por costumbre utilizar la alarma del móvil corporativo para despertarme,
lo encendí (en el extranjero no funciona, así que lo había
tenido todo el tiempo apagado y guardado) y lo preparé para que me despertara a
la hora habitual, las 6.45. El problema es que este es un móvil antiguo, que no
hace el cambio de horario de forma automática, como el mío, o el propio
ordenador.
Así que hoy me he levantado a las 5.45, tras haberme
acostado después de la una. He transitado como un zombi por una mañana
interminable, que ha incluido una reunión soporífera de más de dos horas,
aunque, al final, las cosas han remontado un poco. He comido algo ligero, he
tratado de dormir algo sin grandes resultados, he bajado a que mi amigo Jurgen
me cortara el pelo, y me he ido a correr al Retiro.
Cuando era más joven y estaba más enganchado a las carreras
de fondo, me llevaba los pertrechos de correr a todas partes, y no dejaba de
entrenar por estar en otras ciudades, en las que siempre encontraba un parque a
mano. Ahora me pesa más el coñazo que supone usar una ropa que en poco menos de
una hora hay que quitarse empapada de sudor y guardarla maloliente con lo
sucio, además de que las zapatillas ocupan mucho espacio en la maleta. Así que
no he corrido nada en estos días y hoy he recuperado el asunto, en una tarde
desapacible y fría, en la que la noche se me ha caído encima poco después de
las seis. Y luego aún he debido hacer una mínima compra para poder cenar en
casa.
Incorporado a la rutina gris de mi vida, quizá deba hacer
una especie de balance del viaje. Cuando iba con mis colegas franceses a Sri
Lanka, la parte final de los viajes se la pasaban muy apurados escribiendo algo
que llamaban “le contrendí”. Después de oír esa palabreja muchas veces les
pregunté qué coño era “le contrendí”. Resultó que hablaban de Le compte rendu,
es decir, el informe final de la misión. Mis entradas de blog de estos días
pueden ser suficiente compte rendu, pero aquí van algunas conclusiones.
A mi hijo y mis amigos los he encontrado bien, en sus líneas
respectivas. Tal vez me ha sorprendido Tangi, que me ha descubierto un lado
humano que no conocía. Las ciudades también siguen más o menos como yo las
recordaba. París es una ciudad maravillosa, excepto por el hecho de que en ella
viven los parisienses, un tipo de gente bastante insufrible. Por ejemplo, es el
único lugar de Europa en que llegas caminando ante un paso de cebra, adelantas
un pasito, y el coche que viene no se para, sino que acelera para pasar antes
que tú. Eso sucede en el Tercer Mundo y en París. Los ciclistas los he
encontrado un poco en retirada.
Bruselas es una ciudad un poco aburrida, llena de
funcionarios, con muchos emigrantes especialmente musulmanes vestidos de sport,
con sus mujeres dos pasos más atrás bien cubiertas con pañuelos. Es una ciudad
de grandes cuestas y desniveles, en la que la bicicleta es casi tan rara como
en Madrid. Rótterdam sigue siendo la ciudad próspera y magnífica, que vive de
su gran puerto industrial, con su mercadillo de los sábados bullendo de gente
vestida con ropas coloridas. Y Nantes ha sido un descubrimiento. Una ciudad de
unos 600.000 habitantes, perfectamente organizada para moverse en tranvía y en
bicicleta. Además he conocido brevemente algunos otros lugares, como Saint
Nazaire, La Haya
o Leuven, la antigua Lovaina.
París y Rótterdam están completamente levantadas de obras,
en algunos casos bastante faraónicas, como la nueva Estación de Rótterdam, que
ya estaba empezada hace tres años en mi anterior visita y no se acabará hasta
2015. Aquí no ha llegado aun la crisis, pero en Francia ya hay consenso en
admitir que el año que viene va a ser muy malo desde el punto de vista
económico. Lo que nos decían a nosotros en 2008. El sistema entero es el que
está en crisis y los grandes popes de la economía no tienen más solución que
seguir siempre creciendo, a base de obras públicas e inversiones, hasta donde
se pueda, y luego, que Dios nos ampare. Todavía no han encontrado algo mejor.
Es lo mismo en todas partes. Ahora nos han elegido a los
españoles como chivos expiatorios, pero luego irán a por los demás, porque el
fundamento de la economía es el mismo para todos y, en el fondo, todos están
creando sus burbujas, que algún día pueden estallar. Y lo de los chinos ya no
es burbuja, es burbujón. El día que se pinche, nos vamos a enterar.
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