martes, 30 de julio de 2013

156. Éramos pocos y parió la Merkel

Título impactante, para que entren a leerme, que casi un año después de inaugurar este Blog, uno ya ha desarrollado ciertas mañas y sabe cómo debe titularse un post para generarle cierta curiosidad al personal. En fin, que con toda la avalancha de noticias tristes, catástrofes, viajes y afanes diversos, se nos ha pasado comentar el disparate (en mi opinión) de la admisión de Croacia en la Unión Europea, que justifica el susodicho título. Les remito al post #124 “Qué está pasando”. Allí, entre otros asuntos, se contaba la historia de las sucesivas ampliaciones de la UE, enriquecida con los comentarios de un ex funcionario europeo amigo mío.

Por si no se lo quieren repasar, en el post citado exponía yo la teoría de que la comunidad de los países europeos había funcionado más o menos correctamente hasta 2004, con quince estados miembros y un proceso ordenado de convergencia económica, fiscal, educativa, judicial, social y política. Cierto que Grecia era una bomba de relojería, como después se ha evidenciado, y que había sido admitida prematuramente por intereses económicos espurios, principalmente de los Bancos alemanes. Pero Grecia era un país pequeño, su peso específico en la Unión era mínimo y se confiaba en irla reciclando poco a poco.

Entonces, en 2004, los de la Comisión Europea tienen la brillante idea de admitir nada menos que a otros diez países de golpe. Se pasa de 15 a 25. Y la cosa se vuelve ingobernable. Y, en cuanto se dan cuenta de que la han cagado, empiezan a ralentizar los avances proyectados, a circular a menos velocidad porque, con semejante batiburrillo es imposible acelerar los procesos de convergencia. Y para ese ritmo cansino, nada mejor que poner al frente a un portugués. También les contaba que, tres años más tarde, se admite por inercia a Rumania y Bulgaria, dos países que se limitan a decir: “Hola ya semos europeos”, para seguir exactamente como estaban, con sus estructuras estatales heredadas de los tiempos soviéticos y controladas por lobbies pseudomafiosos, que siguen manteniendo a sus pueblos en el atraso y la miseria.

En esa situación llega la crisis económica mundial y nos pilla con las bragas en la mano, por decir una bastez contrastada, es decir, con unos tremendos desajustes estructurales supranacionales, que imposibilitan una salida más ágil de la recesión, como la que están intentando USA y Japón. Los fundamentos de la Unión Europea se tambalearon peligrosamente hace un año. Ahora dicen que ya estamos algo más firmes, aunque los de a pie no lo acabamos de sentir en nuestras economías (por cierto, esa mejora se generó a partir de la declaración del señor Draghi que está en el origen de la creación de este Blog porque, como ya he contado, el post #2 es el primero que escribí, y luego me tuve que inventar el #1, porque me pareció muy brusco salir directamente con los pedos y todo los demás).

Y, en la actual situación de fragilidad, admitimos a Croacia. ¡¡¡Ele!!!  ¡¡¡To`r mundo e’ güeno!!! Que bien nos lo vamos a pasar ahora que somos 28. Es que 27 era un número muy soso. Seamos serios, por favor. No haría falta que lo dijera, pero lo voy a decir, por si acaso: no tengo nada contra los croatas. Me caen fenomenal, como cualquier otro pueblo. Les he visitado y me encantan sus ciudades: Zagreb, Split y Dubrovnik, cada una maravillosa a su manera. ¿Por qué pienso entonces que su entrada en Europa no es, en este momento, buena?

Bien, para empezar, el señor Artur Menos ha saludado alborozado la entrada de Croacia, que demuestra que (sic) “los países pequeñitos también tenemos sitio en Europa”. De entrada, una cosa que le guste al señor Menos, ya me pone a mí la mosca detrás de la oreja. Digo yo: ¿Y en España no tienen sitio? No sigamos por aquí, ya le daremos su caña al señor Menos cuando toque. Veamos algunas características del estado croata. Población: 4,3 millones de habitantes. ¡Joder! Y tan pequeñito. Más que la Comunidad de Madrid. Van a tener en la UE un peso similar al de Chipre (que ya han visto cómo la tratan) o Eslovenia, de la que siempre se habla como del próximo Estado a rescatar.

Croacia pidió su adhesión en 2004. Eran otros tiempos. Años de abundancia. Años en los que algunos como yo pronosticábamos horrorizados que aquello no era sostenible, que era un burbujón peligroso que acabaría por estallar. Y nos decían: “cállate, tira p’alante y pilla lo que puedas, no seas cenizo, que los tristes no van a ninguna parte”. A partir de 2008, todo eso se fue al carajo. En 2004, yo proponía que se grabara un vídeo de 5 minutos para difusión de los proyectos municipales y me decían “Estupendo, busca una buena productora, el dinero no es problema”. Ahora, mis tarjetas de visita, las que repartí ayer entre el séquito del Gobernador de Guangdong, me las imprimen en la casa de fotocopias de un amigo, que me hace rebaja.

Los tiempos han cambiado, pero la Unión Europea no se ha enterado y, como un viejo animal antediluviano, sigue a su tran tran y, casi 10 años después de la petición de ingreso, da la bienvenida a los croatas. Un país que lleva desde 2009 en recesión, es decir, cinco años reduciendo minuciosamente el PIB, trimestre a trimestre. ¿No habrá que rescatarlos en dos días como a Chipre? Los defensores del ingreso dicen que Europa ha aprendido la lección de Rumania y Bulgaria y ha sometido al país aspirante a rígidos controles y ajustes y por eso se ha tardado tanto en admitirlo.

Por lo que yo sé, esos ajustes se han centrado en aspectos políticos, propios de la situación post-bélica de un país creado en una secesión sangrienta (15.000 muertos): seguridad, plena cooperación con el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, respeto a la minoría serbia, garantía de retorno de los desplazados, reconciliación y cooperación regional con Serbia y Bosnia. Pero nada se les ha dicho en relación con la depauperada economía del país, que de momento seguirá fuera del euro (la moneda local es la kuna; 1 euro: 7,3 kunas).

También se ha mirado a otra parte en relación con su alto grado de corrupción. El informe de 2013 de la ONG Transparencia Internacional sitúa a Croacia en este aspecto por detrás de Bulgaria y Rumania, los países hasta ahora menos fiables de la Unión. De hecho, el propio primer ministro que pidió el ingreso en 2004, Ivo Sanader, está ahora mismo en la cárcel, por haberse embolsado 10,5 millones de euros en sobornos. El año que viene nosotros vamos a bajar bastante en esta clasificación, gracias al señor Bárcenas.

Croacia se autoproclamó Estado independiente mediante unas elecciones plebiscitarias, como las que sueña en convocar el señor Menos. Eso sucedió en 1990 y dio comienzo a cinco años de guerra con Serbia. Pero, en cuanto se declararon independientes, Alemania se apresuró a reconocer al nuevo Estado. Aquí está la clave. Alemania también estuvo en el centro de la decisión de admitir precipitadamente a Grecia en su día, a pesar de que ni siquiera tenía continuidad geográfica con los nueve miembros que entonces formaban la Unión. Ahora también ve con buenos ojos la admisión de Croacia. Aunque, para guardar las formas, ha aceptado que se hiciera al tran tran portugués, de forma que se eliminara en el aspirante todo resto de agresividad post-bélica.

Ojalá no nos tengamos que arrepentir de haber admitido en nuestra maltrecha e ingobernable Europa a este socio poco solvente. Si no, habrá que revisar la lista de viejos dichos: eres más tonto que el que asó la manteca; eres más tonto que el que vendió el coche para comprar gasolina. Y añadir este otro: eres más tonto que el que autorizó la entrada de Croacia en la UE.

Puede ser que el que me equivoque sea yo, pero creo que estos portentos de la Comisión Europea harían bien en revisar a Bob Dylan y “admit that the waters/Around you have grown/And accept that soon/You’ll be drenched to the bone. Y, una vez admitido que el agua les llega al cuello y pronto van a estar empapados hasta los huesos, escuchar al maestro: Then you better start swimmin’/Or you’ll sink like a stone/‘Cause  the times they are a-changin.

Empiecen ya a nadar, coño, que nos estamos hundiendo como una piedra. Queda dicho.

domingo, 28 de julio de 2013

155. Babilonia y un homenaje a JJ Cale

Un infarto ha fulminado a mi admirado J.J.Cale y bien que lo siento. Era uno de los músicos que más me gustaba, tengo una antología suya en el coche, que pongo todo el rato mientras conduzco. En el post #129 ya le rendí un buen homenaje y también me ayudé de su música en el #150. Vivía en la zona de San Diego y tenía 74 años. Su muerte ha pasado tan discretamente como toda su vida, siempre modesto, siempre en segundo plano. Alguien que también amaba su música, Diego A. Manrique, ha escrito una necrológica sentida, que rápidamente ha desaparecido de la portada de El País digital. Aquí les pongo el link, porque no se me ocurre nada que añadir. 
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/07/27/actualidad/1374952565_225592.html

La vida ha de seguir después de catástrofes como la del tren de Compostela y noticias tristes como la del fallecimiento de J.J.Cale. Este es un Blog que no está diseñado para hablar de desgracias, sino para alegrar al lector con pequeñas minucias que le susciten una sonrisa. Así que hoy intentaremos recuperar el hilo con un texto cortito, para abrir boca, que estamos de vacaciones y no quiero cansarles con proclamas más largas.

Mi reciente visita a Muros tenía por objeto participar en un evento familiar, que reunió a un buen número de cuñados y primos transnacionales. Acabamos mezclando el castellano con el gallego, el alemán, el inglés, el francés y el italiano. Mi familia tiene una facilidad innata para los idiomas y, con la ayuda del albariño, no tuvimos mayores problemas para entendernos en semejante Babilonia. El mundo en que vivimos es también una gran Babilonia interconectada, en la que debemos valernos en distintos idiomas, si no queremos quedarnos al margen. En tales foros, sucede a veces que uno cree que ha entendido una cosa, cuando le estaban diciendo la contraria. Como ejemplo de ello, una anécdota de hace unas pocas semanas.

Mi amiga R. es holandesa, periodista, escritora y corredora. Pasó por Madrid hace años, para hacer un máster, y fuimos vecinos. Nos entendíamos en inglés y, cada vez más, en español. Luego volvió a Holanda, donde trabaja para un periódico. A veces chateamos, aunque poco a poco va perdiendo el español que aprendió. Eso explica el chat que les transcribo. Lo inicia ella.

                -Hola
                -Hola. ¿Cómo estás?
                -Bien
                -¿Estás en Ámsterdam?
                -No, en Ginebra haciendo una crónica para el periódico. Y tengo una novela.
                -¡¡Genial!! ¿Es en inglés?
                -En holandés
                -Tendrás que preparar una traducción, si no quieres limitarte al mercado local
                -No entiendo. Mi periódico sólo publica artículos en holandés
                -Yo me refiero a la novela
                -Ah!!! Me parece que novela no era la palabra adecuada
                -¿Entonces qué es lo que tienes?
                -Espera. Miro el diccionario.
                -Me tienes en ascuas
                -Noticia!!! Eso es
                -¿Y cuál es la noticia?
                -Estoy embarazada!!!
                -¡Enhorabuena!

El resto es privado. Sean buenos y no se quejen del bochorno veraniego. Están vivos que no es poco. Les dejo una canción más de J.J.Cale, un pequeño homenaje al genio discreto que nos ha dejado. Su música quedará para siempre con nosotros. La canción pertenece al disco To Tulsa and back y se llama The problem. El vídeo contiene muchas imágenes entrañables de un tipo que no se dejaba fotografiar más de los necesario. Tengo problemas para cargar The problem de la manera habitual, así que les escribo aquí abajo el link y espero que funcione. Si quieren sumarse a mi homenaje, les aconsejo que se la pongan en pantalla grande y suban el volumen lo que puedan. http://youtu.be/RC9feonEx5A

jueves, 25 de julio de 2013

154. Qué putada

24 horas después del accidente del tren de Compostela. Tenía algunos textos a elegir para subir hoy al Blog, pero no he tenido cuerpo ni claridad mental para pensar en temas diferentes. Este es un foro normalmente alegre y desenfadado. Mi objetivo es suscitar la sonrisa en algún momento de la lectura de mis posts, cuyos temas  escojo para que sean variados, interesantes (al menos para mí), diferenciados de los mensajes que se contienen en la prensa diaria y, en lo posible, con algún mensaje positivo más o menos explícito. Hoy me es imposible mantener el tipo y tampoco me parece adecuado quedarme callado, como si no hubiera pasado nada.

No tengo ningún familiar afectado y, por ahora, tampoco sé de ningún conocido al que le haya pillado este horror. Pero creo haber pasado muy cerca del lugar el lunes pasado y sé lo importante que es el día de Santiago en Galicia y cuánto gusta a los gallegos que están fuera regresar a su tierra en este puente. Los billetes de avión, tren o autobús para estos días hay que sacarlos con mucha antelación. Los hoteles y hasta los campings están abarrotados. Y por todas partes se preparan las fiestas de los pueblos, las verbenas, los cohetes, las tazas para el Ribeiro, los cachelos, el pulpo. Este año se ha ido todo al carajo. 80 muertos son muchos.

Parece claro que el accidente se debe a la velocidad excesiva. La prensa más carroñera se ha apresurado a culpar al pobre maquinista. Menos mal que ha sobrevivido y se podrá defender. Algo más debió de fallar, porque nadie en sus cabales circula a esa velocidad a 4 kilómetros de la estación en que ha de pararse. Parece que el maquinista comunicó por radio tres veces que iba muy deprisa, a 190, luego a 200 y luego otra vez a 190, poco antes de estrellarse. Eso sugiere que se estaba dando cuenta de que algo iba mal y estaba intentando corregirlo. Dejemos que los investigadores hagan su trabajo. La verdad se sabrá en su momento.

La verdad se sabrá, porque había dos maquinistas y los dos están vivos y se explicarán donde corresponda. Si fuera uno solo, cabría la posibilidad de que fuera un psicópata que se montara una versión falsa, pero aún en este caso la verdad se sabría, como se ha sabido en el caso de José Bretón, que sigue sosteniendo que los niños se le escaparon en un parque, aunque ha constatado que nadie le cree. Leo la declaración de Juan Santamera, presidente del Colegio de Ingenieros de Caminos (en El País le llaman José Antonio, pero yo sé que es Juan, porque es amigo mío). Dice Juan, esta tarde, que casi descartaría el fallo humano. Eso mismo pienso yo.

Viendo el vídeo captado por una cámara de seguridad, se observa que la máquina del tren toma correctamente la curva por sus raíles (a mucha velocidad, eso sí) y es el primer vagón, que circula inmediatamente detrás, el que se sale de los raíles y vuela por encima de la máquina, arrastrando a los demás. ¿Por qué? Pues puede ser por la fuerza centrífuga generada por el exceso de velocidad. La máquina lleva el motor y es más pesada. Por eso no vuela. Pero también puede ser porque el maquinista esté intentando frenar desesperadamente y la inercia empuje al resto del tren. Cuando uno entra en coche demasiado deprisa en una curva, a veces es peor frenar. Si frenas demasiado fuerte, el culo del coche se te va y derrapa. En un vehículo articulado, ese derrape se puede traducir en un descarrilamiento.

Conjeturas. Normalmente, un accidente de este tipo es el resultado de la concatenación fatal de una serie de causas. No suele bastar con una sola. Ojalá que la investigación revele algo así, directamente relacionado con la fatalidad. En caso contrario, no quisiera estar en la piel de los que tengan alguna responsabilidad y se la demuestren. En cualquier caso, las imágenes no desparecerán nunca de la memoria de los supervivientes, ni de los testigos. Esa señora que estaba tendiendo la ropa en la huerta, junto a las berzas y las nabizas, y que echó a correr, porque el vagón volador se le echaba encima, como en una película de ciencia ficción. Ese chaval que ayudó a su padre a llevar mantas y edredones al lugar del siniestro.

Un amigo mío vivía en las casas de la calle Téllez, cuyos balcones dan a las vías que entran en la Estación de Atocha, justo enfrente de donde estalló un tren el 11-M. Digo vivía. Ya no vive allí. Vendió su casa y se mudó, y lo mismo hicieron todos los que pudieron. Años después de los atentados, las escenas que se vieron obligados a presenciar, cuando bajaron con las mantas, se les revivían y les perseguían, cada vez que miraban afuera desde sus ventanas.

Desde dentro, estas catástrofes suceden a menudo en medio de los momentos de fiesta, de alegría, de plenitud vital. Uno va escuchando su música preferida con los cascos, leyendo un libro, charlando con su novia en el ambiente de confort de un tren moderno, pensando tal vez en los familiares que le esperan en la estación cuyo nombre acaba de ser anunciado por la megafonía, porque el tren está ya a 4 kilómetros de los andenes. Y, en apenas unos segundos, la escena da varias vueltas de campana en medio del estruendo de las explosiones, y se para brutamente convertida en un amasijo de hierros, de cadáveres, de miembros amputados. Y la suave música de ambiente se interrumpe y en medio del silencio repentino brotan los gritos del horror, un sonido que ya nunca se olvida.

Como ya he dicho en algún post anterior, John Irving, el gran escritor de New Hampshire, piensa que la vida es una línea quebrada, de trazado irregular, compuesta por tramos rectos que discurren plácidamente entre los diferentes accidentes que sufrimos a lo largo de ella y que cambian nuestra trayectoria. Los accidentes marcan completamente nuestra vida. Irving ha sufrido algunos y en casi todas sus novelas sucede alguna de estas catástrofes, individuales o colectivas, que siempre llegan de manera inesperada, en momentos de alegría. Y siempre suceden también como resultado de la concatenación fatal de una serie de factores que, uno por uno, no serían suficientes para provocar la desgracia.

Hoy me he separado de mi línea habitual, irónica, festiva y positiva. Es mi forma particular de expresar mi condolencia a esas familias atacadas por la fatalidad que ha truncado las fiestas más señaladas de mi tierra. Ustedes, lectores de otros lugares, sabrán entenderlo.

martes, 23 de julio de 2013

153. Canícula

Calor asfixiante. Vientos en calma. Perspectiva idéntica para esta semana, la que viene y las demás. Las empresas hacen horario de verano y eso genera atascos a unas horas determinadas, creando la ilusión de que hay mucho tráfico. En realidad, hay menos; se nota que los colegios están cerrados, pero los horarios de entrada y salida de las oficinas se unifican y el oficinista es un elemento que prefiere viajar en coche, fresquito con su aire acondicionado y su música. Lo digo por experiencia propia. Por la mañana, todavía puede resultar agradable viajar en Metro, con un E-book o un periódico. Pero al mediodía el coche no tiene rival, a la hora de volver a casa y encerrarse a esperar el atardecer.

Son estos los días más calurosos del año, justo un mes después de los días más largos. La jornada ha empezado ya a acortarse, pero las horas de la tarde se hacen interminables. En invierno también los días más fríos suelen ser a finales de enero, un mes después de los más cortos. Son efectos de la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano que describe el movimiento de traslación, el famoso ángulo de la eclíptica, dicen los astrónomos (yo me lo creo pero, lo que se dice entenderlo, no lo entiendo del todo: ¿si el eje de rotación fuera perpendicular, qué sucedería? Si alguien lo sabe, que lo diga. Prometo averiguarlo).

He pasado unos días en Muros, La Coruña, en un ambiente mucho más fresquito. Me he bañado en el agua helada del Atlántico, no me ha picado ninguna faneca brava, he dejado el salitre secarse sobre mi piel, me he lubrificado las membranas, resecas del aire madrileño, me he refrescado con la brisa del océano, he comido percebes, nécoras, cigalas, pulpo y calamares recién pescados, he bebido cerveza La Estrella de Galicia y albariño helado, he probado las empanadas de calamares en su tinta y de zamburiñas y el lacón guisado con patatas a la manera de la zona. Y, encima, he dormido con la profundidad incomparable que te da la proximidad del mar, sólo turbada por las escandaleras intermitentes de las gaviotas, que gustan de dirimir a grito pelado sus diferencias, a la hora en que se susciten.

No me disgusta el Madrid veraniego, pero es necesario salir de vez en cuando a refrescarse. Los cambios de ambiente son buenos para el cuerpo. Supongo que conocen la costumbre de los asturianos de bajar en verano a tierras leonesas “a secarse”. Yo prefiero el norte para mis escapadas veraniegas. Uno se refresca el cuerpo y la mente. Las membranas cerebrales también hay que lubrificarlas, a base de desconectar de Internet y estar unos días lejos de Bárcenas y los demás. Caminando por un monte gallego, esas historias resultan lejanas. Mi coche ha estado también bastante a gusto, creo. Era una experiencia nueva para él eso de dormir al raso y aparecer por las mañanas cubierto con el rocío salino de las madrugadas costeras.

A fuerza de salir de vez en cuando, el trago de la canícula se va pasando, en espera del maravilloso otoño. A falta de semana y media para mi viaje escocés, los bolos de cicerone de Madrid Río se me acumulan. Hace unos días me tocó acompañar al Alcalde de Berlín, el amigo Klaus Wowereit, a quien no había dejado en demasiado buen lugar en mi post #57 “La deuda de Berlín I. Los datos”. Aunque, quien se haya molestado en leer la segunda parte, “La deuda de Berlín II. Las reflexiones”, post #60, se habrá encontrado con razonamientos que en parte justifican una manera de gastarse el dinero público, digamos keynesiana, últimamente no muy bien vista debido a los excesos a que ha llevado.

Para quién siga pensando que me invento los datos y todo eso, el propio Wowereit en persona me confirmó que la cifra de la deuda de Berlín hoy (ahora, mientras usted, querido lector, consulta el ordenador para buscar mi última parida) es de 63.000 millones de euros. Convendrán conmigo en que, si el Deportivo de La Coruña está en riesgo de desaparición por una deuda de 156 millones, lo de Berlín es algo sencillamente imposible de pagar. El otro día se supo que Detroit, la ciudad natal del bueno de Rodríguez, se ha declarado en suspensión de pagos, tras llegar a la conclusión de que no va a poder devolver nunca los 15.000 millones de euros que debe. Por si no lo recuerdan, la deuda de Madrid asciende a 7.000. 

En Madrid, cuando viene de visita alguien tan importante, normalmente lo recibe el Alcalde, acompañado por toda la cúpula de políticos y logreros que suelen pulular alrededor del poder. Pero, en contadas ocasiones, el Alcalde, por el motivo que sea, no puede atender a su homónimo. Inmediatamente, todos los demás de la pirámide de poder se borran del asunto y el embolao le acaba por caer al último pringao. Es decir, el que suscribe. Me ha sucedido ya unas cuantas veces a lo largo de mis treinta años de funcionario. En el caso del Alcalde de Berlín, la Alcaldesa tenía algún compromiso ineludible, y tengo que decir que, en esta ocasión, fui arropado por algún concejal y varios miembros del protocolo municipal.

Mi tarea se limitó a decidir el recorrido y las paradas, dar una pequeña explicación al Alcalde en cada una de dichas paradas (en inglés) y contestar a sus preguntas. Y he de decir que no empaticé mucho con él. Las primeras preguntas que hizo, tenían que ver con cuánto había costado la operación y no pude evitar mencionar el tema de las deudas actuales de Madrid y Berlín. Eso estableció una especie de barrera de prudencia mutua. Yo sabía cuánto deben y él sabía que yo sabía. No me resultó un tipo cordial. Hice mi trabajo y nos despedimos.

No siempre son así las cosas. Hace unos años, por ejemplo, me tocó pasear al Alcalde de Lyon, que había aparecido por Madrid medio de incógnito para ver un partido de Champions Olimpique-Real Madrid. Lo habían recibido personajes de segunda fila, porque Gallardón estaba fuera. Antes de comer, le habían soltado un rollo patatero en español, con ayuda de un intérprete, sobre la política municipal madrileña, y el tipo estaba harto de protocolo. Por la tarde quería hacer una visita a las obras del río y que se las contara un técnico, a ser posible en francés. Me llamaron precipitadamente y tuve que cancelar una comida que tenía con unos compañeros.

Me indicaron que lo esperara en la calle, a la puerta del restaurante donde estaba con la gente de su Embajada. Al salir, nos presentaron. Le saludé en francés, enfatizando lo honrado que me sentía de atender a tan importante visitante, etcétera. Y, antes de soltarle la mano, añadí: “Pero sepa usted, que el Madrid les va a eliminar”. Me miró como si me viera por primera vez. Sostuvimos un combate visual de unos segundos. Al final, habló, para decir: “Eso ya lo veremos”. Soltamos la carcajada a la vez y a partir de ahí todo fue cordialidad. Era un tipo bastante simpático, que ponía mucha atención en los detalles técnicos que yo le explicaba y estaba muy interesado en el proyecto. Y, por cierto, perdí el envite. El Madrid cayó en octavos, igual que todos esos años, hasta la llegada de Mourinho.

Antes de irme a Escocia, tengo un último bolo. He de enseñar el río al Gobernador de la provincia china de Guangdong, señor Xu Rui Sheng, acompañado por otros cinco funcionarios de la República Popular. Les tendré al tanto.

jueves, 18 de julio de 2013

152. Kusturica en Saint Pierre

En el post #135 “Tahití y el fútbol” les hablaba yo de pasada de las islas de Saint Pierre y Miquelon, como ejemplo de resto colonial francés, similar a Tahití. Pero, mientras Tahití tiene estatus de Departamento, estas dos islas, situadas junto a la costa atlántica del Canadá, constituyen una “colectividad de ultramar”, especie de comunidad autónoma que gobierna un Presidente del Consejo Territorial, elegido cada cuatro años por los poco más de seis mil habitantes de este desolado paraje.

Saint Pierre y Miquelon está a 25 kms. de las costas de Terranova y se beneficia de la riqueza pesquera de la zona. De eso vive la mayoría de la población, porque el lugar no tiene unas grandes posibilidades de explotación turística, sometido como está a duros y largos inviernos. Su pequeño tamaño excluye también al turismo ecológico y de senderismo, que a veces salva este tipo de lugares. En realidad, este territorio sobrevive por la ayuda continua de la metrópoli y los sobresueldos que se ofrecen a los franceses dispuestos a irse a un sitio tan lejano, a cubrir anualmente los puestos de funcionario. Casi nadie repite. 

Parece que los primeros blancos que llegaron al lugar fueron unos balleneros vascos (uno de ellos un tal Mikel, del que viene el nombre Miquelon). Pero luego, las islas fueron conquistadas y reconquistadas veinte veces por franceses e ingleses, en sus guerras interminables del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuyos combates encarnizados tan bien retrata la película El último mohicano. Cada vez que alguien la conquistaba, se cargaba a unos cuantos pobladores y deportaba a los demás a alguna zona del Canadá, para sustituirlos por sus propios colonos.

Este desmadre termina en 1815, tiempos de Napoleón III. La población francesa, asentada definitivamente en las islas, goza al fin de una larga temporada de tranquilidad. Los lugareños se dedican a vivir de la pesca sin que nadie les moleste. A comienzos del XX, sin embargo, su economía afronta un prolongado declive que pone de manifiesto el absurdo de su misma existencia como departamento de Francia. Viene a salvarlos la Ley Seca de Estados Unidos. Saint Pierre y Miquelon se convierte en centro neurálgico del contrabando de alcohol y punto de entrada en América de los vinos franceses, llegando a recibir la visita, en 1927, del mismísimo Al Capone, que es recibido como un Jefe de Estado.

La crisis del 29 y la abolición de la Ley Seca devuelven a la realidad a los esforzados habitantes del lugar. En 1941, en plena ocupación nazi de Francia, el general De Gaulle manda uno de los pocos submarinos de que dispone a conquistar estas islas. Los marineros derrocan al gobierno local, leal al régimen de Vichy, y proclaman allí el primer territorio de la Francia libre. Historias como esta, hacen que Francia le tenga un especial cariño a este pequeño y emblemático territorio a miles de kilómetros, cuyo mantenimiento le cuesta dinero, y cuyos habitantes, como los de Tahití, están encantados de seguir siendo franceses, a la vista de lo dura que es la vida en las numerosas islas vecinas pertenecientes a Canadá.

Tan contentos están, que han formado una selección de fútbol, siguiendo la moda de las Feroe y otros territorios minúsculos. Por comparar, Tahití tiene 180.000 habitantes y ya vieron cuál era el nivel de su selección. Pues imaginen aquí con 6.000. Saint Pierre y Miquelon, selección no reconocida por la FIFA, ha buscado hasta ahora rivales, digamos, de su altura, para jugar amistosos. Su primer partido internacional les enfrentó en 2010 a Islas Reunión. Resultado: 0-11. Poco después jugaron con Nueva Caledonia, una selección del nivel de Tahití. Resultado: 1-16. El gol local fue festejado en los bares de las islas como si hubieran ganado el Mundial.

Pero Saint Pierre y Miquelón tienen una curiosidad histórico-geográfica más: es el único territorio de América del Norte donde se ha utilizado la guillotina. Y sólo en una ocasión. A finales de 1888, dos pescadores confesaron haber asesinado y descuartizado a su patrón de pesca. Los dos desgraciados dijeron que estaban muy borrachos, que habían ido a su casa a que les diera algo de comer, habían discutido con él y lo habían matado. Después le habían cogido el barco para llegar a Terranova y escapar. Pero el temporal los devolvió otra vez a las islas. Juzgados en febrero de 1889, el tribunal condenó a muerte a uno de ellos, Auguste Neel, pena de la que libraron al otro, creyendo su versión de que había sido inducido por Neel, que no lo negó.

En las islas no había guillotina, por lo que en los últimos tiempos habían conmutado la pena de muerte a algunos condenados, lo que había producido un aumento exponencial de los delitos. Había que matar a Neel como fuera y se pidió a la metrópoli el envío en barco del verdugo de París, con una guillotina. Pero el gobierno francés dijo que lo más que estaba dispuesto a hacer era mandar una vieja máquina desde Martinica. Se planteó entonces el problema de buscar verdugo. Nadie de la isla aceptó el encargo, ni siquiera los soldados de la guarnición. Pasaba el tiempo y la gente le iba cobrando simpatía a Neel, que se portaba bien y estaba arrepentido.

Al final, los encargados de hacer funcionar la guillotina, fueron dos pescadores locales a los que habían sorprendido robando en una casa. Aceptaron la tarea a cambio de 500 francos y la anulación de su pena de tres meses de cárcel. La ejecución pública se llevó a cabo en agosto en la plaza del Almirante Courbet, a la que los lugareños llaman desde entonces Plaza de Neel. Los dos verdugos sufrieron luego el desprecio de la población y no volvieron a ser contratados por nadie. Sin trabajo, se tuvieron que marchar en un barco a Francia. Antes de irse, uno de ellos quiso devolver sus deudas con los 500 francos que había cobrado, pero nadie quiso coger ”el dinero de la sangre”.

Con esta historia, el director de cine francés Patrice Leconte filmó en 2000 una película estremecedora: La viuda de Saint Pierre. Como variante de guión, Leconte imagina que la mujer del jefe de la guarnición, interpretada por una espléndida Juliette Binoche, se encariña con el preso y surge entre ellos una extraña relación durante los ocho meses de reclusión. Para interpretar al reo, Leconte convenció al gran director yugoslavo Emir Kusturica de que hiciera su primer papel largo en el cine (hasta entonces se había limitado a intervenciones de pocos segundos en sus propios filmes, al estilo Hitchcock). Kusturica aporta su físico poderoso a un papel que no requiere demasiada complejidad y no desmerece de Binoche y Daniel Auteil, que interpreta al marido. Si no la han visto, es una película muy recomendable, de esas que poco a poco te van poniendo un nudo en la garganta.

Kusturica es uno de los personajes más fascinantes del cine actual. Nacido en Sarajevo de familia musulmana de origen serbio, estudió cine en Praga y deslumbró desde sus primeras películas, como Papá está en viaje de negocios, con la que ganó en Cannes, o El tiempo de los gitanos. La guerra civil partió por la mitad su carrera. Emigró a los Estados Unidos donde vivió como profesor de una escuela de cine y tuvo tiempo de dirigir una película soberbia: El sueño de Arizona. Para interpretarla rescató de su retiro a dos ilustres jubilados, Faye Dunaway y Jerry Lewis, que hace un papel dramático sorprendente. De vuelta a su desmembrada tierra dirigió otras películas buenísimas, como Underground y Gato negro, gato blanco.  En todas ellas aparece como fondo el horror de la guerra civil que destruyó su tierra. Actualmente, no puede ni entrar en Bosnia. Sus compatriotas teóricos no le perdonan que en sus películas los serbios no salgan con cuernos y rabo. Vive normalmente en Belgrado, donde los serbios más radicales tampoco pueden ni verlo. Por bosnio.

Las guerras civiles es lo que tienen. También a Chaves Nogales (#112) le tenían en sus listas de fusilables tanto los comunistas como los fascistas. Pero nuestro hombre está por encima de esas minucias y se dedica a hacer algún bolo como actor, dirigir cuando le apetece una nueva película, e ir a todas las giras de su grupo musical The No-Smoking Orkestra. Fui a verlos a Leganés y me llevé una sorpresa grande. La banda la forman unos 15 músicos que, contradiciendo su nombre, salen a escena con esmoquin impecable. Todos menos Kusturica, que aparece hecho un guarro por una esquina. Y luego resulta que son una banda de jazz potentísima que toca canciones cíngaras a toda velocidad. Todos menos Kusturica, que se limita a intentar malamente seguirles, aporreando una guitarra rítmica muerto de risa.

Bosnia está compuesta ahora por dos comunidades que se odian y se ignoran: la musulmana con capital en Sarajevo y la serbia con capital en Banja-Luka. Igual que Bélgica. En realidad, este Blog no hace más que dar vueltas y vueltas sobre los mismos asuntos. Todos los temas son el mismo. Hasta los pedos. Me voy a Galicia hasta el lunes. Que lo pasen bien.

martes, 16 de julio de 2013

151. La fiesta flamenca

¿Imaginaban que les iba a hablar de un tablao con palmeros, guitarristas y bailaoras? Pues no. Me estoy refiriendo a la fiesta de la comunidad flamenca en Madrid. Flamenca de Flandes. Como les he contado varias veces, Bélgica es hoy un país que se reduce a Balduino-o-como-coño-se-llame, el rey de todos los belgas. El resto lo forman dos comunidades que se ignoran y se odian hasta el punto de que sus miembros se niegan a usar el idioma de la comunidad contraria. Hablé de ello tras mi último paso por Bruselas, en los posts #22, #23 y #24, de los que parte la línea antinacionalista que impregna mi Blog desde entonces.

Además del rey, el otro pilar que ha evitado que Bélgica simplemente se desvanezca en el vacío es Bruselas, una ciudad que sobrevive gracias a las instituciones europeas que, por cierto, se situaron allí para que no estuvieran ni en Francia ni en Alemania, de modo que ninguno de los dos socios fundadores de la Unión Europea fuera más que el otro. Hace unos días hemos conocido la noticia de que Balduino-o-como-coño-se-llame ha abdicado en su hijo. No es raro que esté harto de presidir un país inexistente. Por cierto, ya ven que la gente de sangre azul no dimite, como los demás, sino que abdica. Lo que sea con tal de diferenciarse.

Las dos comunidades que forman Bélgica tienen en este momento estados anímicos opuestos. Los flamencos están eufóricos, molan mazo, son listos, guapos y animados y están felices de poder seguir su camino solos, sin el coñazo de los valones. Su sentimiento es parejo al de catalanes, vascos, italianos del norte y checos antes de su separación. En cuanto se consume la división de Bélgica, pasarán a ser como sus primos los holandeses. Hasta podrían soñar en federarse con ellos. En cambio los valones están jodidos, se sienten menospreciados y además en Francia no los quieren y hacen chistes de belgas, como los nuestros de Lepe. Su futuro es problemático y su sentimiento podría ser equivalente al de los eslovacos, los italianos del sur, o los mesetarios que observamos con tristeza la deriva secesionista de catalanes y vascos.

Pero volvamos a la fiesta de la comunidad flamenca que se celebró el jueves pasado en el Hotel Palace y a la que fui amablemente invitado por la Delegación de Flandes en Madrid. Como Flandes no es un país reconocido internacionalmente, no tiene todavía embajada, sino delegación. En Madrid hay, por supuesto, una Embajada de Bélgica, que representa a la Corona de su país. No creo, en cambio que haya una delegación valona, bastante fastidiados están los pobres como para ocuparse de poner delegaciones en el extranjero. 

Ya saben que los catalanes tienen más de cien de estas delegaciones esparcidas por el mundo y que, en plena crisis, el unurabla Artur Menos ha decidido no cerrar ni una sola, a pesar de que está recortando la sanidad y la educación de sus ciudadanos. Pero no pasa nada, le siguen votando. ¿O no? Pues parece que ya no. Según los últimos datos resulta que ahora el partido del señor Menos no sería el más votado. Se quedaría por detrás de Esquerra Republicana. Justo castigo por haber abierto la caja de Pandora de los sentimientos excluyentes. Si supiera algo más de historia contemporánea, tal vez hubiera oído hablar de un tal Kerensky…

Bien, mi relación con la comunidad flamenca es fluida y antigua. En 2009 fui a contar el proyecto Madrid Río a Amberes (Antwerpe, en flamenco). Fue en un congreso presidido por el alcalde de la principal ciudad de Flandes, que tiene en estudio un proyecto similar llamado Groene Singel. Desde entonces nuestra actuación es un referente para ellos, aunque todavía no han empezado las obras. En este tiempo han venido a Madrid cuatro delegaciones a las que me ha tocado repetir la conferencia sobre el río y acompañarles a visitarlo. Dos grupos de congresistas del Flemish Parliement y otros dos de técnicos. Con motivo de ello, ya me conocen en la Delegación y han tenido a bien invitarme a su fiesta.

Así que el jueves me escapé del trabajo, me puse mi traje gris de verano y me planté en el Palace a la hora señalada, las dos de la tarde. En la entrada del salón Neptuno, el Delegado Yves Wantens y su agregado económico Dirk Verlee daban personalmente la bienvenida a los invitados y me saludaron con afecto. Siempre dicen que me van a invitar otra vez a contar los proyectos de Madrid en su tierra, pero desde 2009 la cosa no se ha vuelto a concretar.

En el Salón Neptuno, con vistas a la plaza, el cuarteto de jazz del veterano Juan Muro amenizaba la reunión tocando versiones imaginativas de estándares como My Way, Et Maintenant, Ne me quitez pas, y otras. Juan Muro es un saxofonista experto que se hace acompañar por un guitarrista que ya no cumple los setenta y toca sentado. Les apoyan un bajo con coleta y un batería que sólo usa escobillas, ambos igualmente curtidos. Entre los cuatro elaboran un fondo sonoro rítmico contenido, que subraya perfectamente el punto decadente de este tipo de reuniones diplomáticas, similares en cualquier parte del mundo.

El personal se compone sobre todo de miembros de la colonia flamenca de Madrid, con predominio de gente muy joven, alegre, animosa y vestida de fiesta. Rubias de buen tamaño, como las holandesas, y tipos con pinta de jugadores de rugby. El buffet es amplio y lleno de referencias a la cultura vernácula. Hay una cola  para conseguir mini cucuruchos de patatas fritas que un camarero adorna con un chorrito de mayonesa. Hay arenque en conserva, croquetas de quisquillas y ensaladas en cuencos individuales. Y cerveza blanca a presión de la emblemática marca Hoegaarden. Además de la colonia flamenca, pululan por aquí, como en toda fiesta de este tipo, miembros de otras embajadas. Se reconocen por el atuendo indios, pakistaníes y árabes. No falta la habitual representación de las Fuerzas Armadas españolas, un marino, un aviador y uno de tierra. Sus uniformes impolutos parecen recién sacados del armario. Reconozco a una chica de la Embajada Croata que siempre deslumbra en estos fastos.

Aprovechando el descanso del cuarteto, nos calzan unos discursos institucionales en correcto castellano. El speech de Dirk Verlee es aséptico y muy cariñoso, pero el del señor Delegado es pura dinamita. Empieza dando las gracias escuetamente a los miembros de la Embajada de Bélgica por haberse sumado al acto. A continuación informa a los presentes de que el Parlamento de Bélgica por fin ha conseguido aprobar la sexta enmienda de la Constitución. De acuerdo con esta disposición, a partir del 1 de julio de 2014, Flandes va a tener total autonomía financiera y política. El resto del discurso habla de lo maravilloso que va a ser el futuro de los flamencos que, finalmente, podrán cabalgar solos y serán libres de verdad.

Tal vez el año que viene la fiesta la organice ya una Embajada de Flandes en toda regla. Y supongo que formarán dos selecciones de fútbol y todo lo demás. Un ejemplo perfecto de estado terminal de un país atacado por el virus del nacionalismo. Acaba el discurso entre aplausos eufóricos y esperanzados y reanudamos la tarea de ponernos ciegos de comida. Ahora toca el postre, para el que hay gofres, trufas y una gigantesca fondue de chocolate del tamaño de una persona, que cae en cascada por una fuente de varios pisos y se ataca con trozos de fruta ensartados en largos palillos. Una señora se echa un lamparón irreversible en la pechera y todos se aprestan a consolarla. El excelente chocolate belga es muy difícil de limpiar de un vestido blanco de organdí suizo con pechera de bodoques cosidos con punto parís.

El cava para el postre es de San Sadurní de Noia y el cuarteto de Juan Muro regresa para interpretar una serie de temas más calmados para la sobremesa. Cuando atacan el Misty de Erroll Garner, el fantasma del mejor jazz de Boston y New York en los felices veinte parece sobrevolar los salones art nouveau y algunas parejas se animan a bailar al conjuro de la perezosa melodía, subrayando el punto atemporal y decadente de la fiesta. Entre vapores alcohólicos, me viene a la cabeza la idea de sacar a bailar a la belleza croata, pero se me adelanta un negro de traje gris marengo impecable, que muestra su dentadura perfecta en una sonrisa resplandeciente. Ante ello, opto por marcharme. El delegado y su agregado económico están otra vez en la puerta despidiendo a los invitados, que empiezan a desfilar.

Afuera, la luminosidad cegadora y una bocanada de calor me rescatan para el mundo real. Los taxistas de la puerta se exhiben ante mí como pavos reales, pero no entro al engaño y camino rumbo a casa, procurando ir por la sombra. ¡Ah! ¿Qué no recuerdan el Misty de Erroll Garner? Pues aquí les dejo una de las mejores versiones, la de la simpar Ella Fitzgerald. Disfruten de ella. 

  

lunes, 15 de julio de 2013

150. Despedido por tirarse pedos en el trabajo

Al cumplir 150 posts y recién superadas las 10.000 visitas al Blog, buscaba yo celebrar la doble conmemoración con un texto que resultase lo suficientemente representativo de las líneas maestras de este foro, y me encuentro con este asunto, que saltó a mis oídos ayer, desde la radio. En Mallorca habían despedido a un tipo por su contumacia en el hábito de soltar ventosidades durante su desempeño laboral. Me puse a buscar en Internet y encontré varias entradas en diversos medios, aunque la más detallada es la del diario Última Hora de la capital balear, que incluye una foto de espaldas del presunto pedorro, sosteniendo la hoja de su comunicación de despido. Échenle un vistazo a la noticia y continuamos.

No cabe duda de que estamos ante un hito más en la contribución de este Blog a un conocimiento enciclopédico sobre el pedo y sus derivaciones. Aquí se han analizado las virtualidades de los pedos del señor Draghi en el control de la prima de riesgo (posts #2 y #5), se ha hablado del pedo como forma de violencia de género (#33), se ha desarrollado una verdadera aproximación científica a este maloliente asunto (#52), se ha recuperado la figura de un tipo que hizo del tema un arte (#70) y se ha transcrito su referencia literaria más prestigiosa, la que hace el propio Cervantes en un pasaje inolvidable del Quijote, que precisamente fue seleccionado por mí para conmemorar el post #100. Ahora nos encontramos con la bufa (puesto que estamos en el ámbito levantino) como motivo de despido laboral.

No sé lo que opinarán al respecto los de Comisiones Obreras, pero yo creo que habría que revisarse muy detenidamente el Convenio, para ver si el texto recoge las bufas en el puesto de trabajo, como supuesto justificante de despido. Caso de que el hecho no esté expresamente recogido como tal en el texto suscrito, estaríamos ante un caso de despido improcedente. Es importante dilucidar si el despido es procedente o no, tanto para la determinación del finiquito, como por su incidencia en el currículum del afectado. Aunque, con las leyes laborales del señor Rajoy, es posible que ya todos los despidos sean procedentes. Tal vez la figura del despido improcedente se haya ido al sumidero de la historia junto con otros muchos conceptos de lo que solíamos considerar el Estado de Bienestar. 

Leyendo la noticia, comprobamos que el tipo admite que se tiraba pedos, eructaba, se sacaba los mocos de la nariz y se cortaba las uñas sobre el teclado del ordenador, que lo tenía que daba pena, oiga. Y después de semejante conducta, aun tiene la cara de sugerir que lo han echado porque le tenían manía por no haber dejado entrar al parking a un pariente del dueño. Es como aquel viejo chiste de postguerra del tartaja que le cuenta a un amigo por la calle que se va a presentar a un puesto de locutor de radio. Unos días después, el amigo se lo encuentra todo alicaído, porque no ha conseguido el trabajo. Preguntado por la razón de su fiasco, contesta: “P-p-p-pues, p-p-p-por lo de siempre. P-p-p-por rojo”.

Este peculiar vigilante de aparcamiento se defiende diciendo que las cosas que él hace, las hace todo el mundo. Desde luego que sí, pero también es cierto que todas ellas son conductas socialmente reprobables, como especificaba la resolución gubernativa del famoso caso de Goizueta (#33). Desconozco cuando empezó a considerarse el pedo como algo de mala educación. Entre la gente de la Edad de la Piedra, seguramente era algo normal, lo mismo que sucede con los animales. Si ustedes han tenido un perro o un gato, sabrán de qué les hablo. Es notorio que, en estos momentos, entre las tribus de salvajes de las selvas amazónicas la humilde y cotidiana costumbre de soltar una ventosidad no es algo que moleste a los indígenas. Se cuenta incluso que entre los yanomami, que viven en lo más profundo de las selvas venezolanas, tirarse un pedo no es signo de mala educación, sino al contrario. Los yanomami  utilizan el pedo como saludo. Si dos amigos se encuentran y uno de los dos no es capaz de expeler una ventosidad ambos deberán simular que el pedo si salió y comportarse como si tal.

En algunas culturas antiguas, los hechiceros utilizaban el sonido y olor de sus pedos para ahuyentar a los malos espíritus y como base para augurar el porvenir. Los egipcios tenían un dios pedo, cuya imagen representaban en la entrada de los baños públicos. ¿Fueron los griegos los primeros en demonizar esta sana costumbre? No lo sabemos. Pero está documentado que en la antigua Grecia los pedorros eran expulsados de la Academia y se llegó a prohibir el consumo de alubias entre sus miembros. Conocida es también la anécdota del emperador Claudio (el de la serie de TV Yo Claudio), quien, enterado de que un contertulio habitual de sus banquetes había estado a punto de morir por no contravenir la prohibición de tirarse pedos en su presencia, promulgó un edicto liberando a sus súbditos de tal prohibición.

Durante el Medievo, las costumbres se relajaron y se cuenta, por ejemplo, que en el siglo XV las prostitutas que querían cruzar el puente de Montluc, en el departamento francés de Loira, eran requeridas a tirarse un pedo como forma de peaje. A partir del Renacimiento, las bufas quedan confinadas en el presidio de las costumbres socialmente reprobadas, de donde no se han movido hasta la fecha. Últimamente, con motivo del calentamiento global, ya saben que se ha demostrado que el principal inductor del efecto invernadero es el metano procedente de las bufas de las vacas, a lo largo y ancho de la tierra. De acuerdo con los cálculos que se hacían en el post #52, el gas producido por los humanos alcanza volúmenes similares. Lo que pasa es que no contiene metano (Bueno, los pedos de algunas personas que he conocido, yo creo que sí que tenían metano y hasta puede que otros productos más tóxicos).

En fin. Aquí seguimos haciendo risas sobre asuntos en el fondo inocentes, para abstraernos de una situación política igualmente flatulenta, llena de ruidos y malos olores. El último ruido es el causado por la publicación de los SMS que se intercambiaban Rajoy y Bárcenas. Luis El Cabrón sigue dando carrete al material que atesora, en el que ya parece claro que se incluyen los recibíes, puntualmente clasificados y archivados. Tiene de amanuense a Pedrojota, que debe de estar disfrutando como un enano. ¿Cuánto resistirá el presidente? Nadie lo sabe.

De momento está haciendo lo de siempre. Nada. Seguir escondido. Y sacar a la palestra a Floriano a que haga otra vez el ridículo. Este singular portavoz, tal vez harto de que le digan eso de “agárramela con la mano”, se ha superado hoy con una declaración formal en pareado: “Al PP preocupa cero, lo que haga el ex tesorero”. ¡Olé sus cojones! Eso si es un pronunciamiento claro, en román paladino. Haría bien Rubalcaba en sumarse al octosílabo mixto: es cosa muy pertinente, que dimita el presidente. O este otro: ya que el presidente calla, al menos que hable Soraya.

Entre dimes y diretes, Blesa está ya en la calle, y Luis El Cabrón saldrá antes o después, a disfrutar del dinero que tiene en Suiza a buen recaudo. La misma mierda de siempre. The same old blues. Les dejo con J.J.Cale.




viernes, 12 de julio de 2013

149. El híbrido y el GPS

Como saben, el fin de semana pasado viajé al norte con el grupo de senderistas al que me he sumado en los últimos tiempos, a hacer un par de vías verdes de la zona de Leizarán, en Guipúzcoa. El sábado recorrimos la vía Plazaola, desde Andoain hasta Leiza, al otro lado de la muga con Navarra. Salimos en coche de Andoain, aparcamos a 2 kilómetros y caminamos los restantes 23 hasta Leiza. Allí nos las arreglamos para que nos acercaran los coches para el regreso. El domingo por la mañana recorrimos parcialmente la vía verde de Arditurri, unos 5,5 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, comimos en una sidrería y regresamos a Madrid.

Podría contarles los detalles del viaje, intentar describirles lo bonito que es el entorno, el placer que supone caminar por estas antiguas vías ferroviarias de suave pendiente, el componente gastronómico de estas aventuras, las peculiaridades de la cultura local. Pero quien quiera información al respecto, puede recurrir a las guías turísticas correspondientes, o buscar en Internet por los nombres de las vías.  Hay fotos y datos para aburrir.

De lo que quiero hablarles es de los adelantos técnicos con que contamos hoy en día y cómo esos aparatejos nos condicionan los viajes que emprendemos. El principal es el GPS. En mis tiempos, uno usaba el mapa de carreteras de CAMPSA, o el Michelín que te ponía de una a cinco estrellas en los lugares que te recomendaba. Todo eso se ha quedado obsoleto. Ahora, el móvil más sencillo te informa al minuto de por dónde vas, qué tiempo hace en la zona o dónde puedes parar a comer. Dentro de poco uno podrá saber si viene un atasco por un accidente, o si determinado restaurante está ya lleno y no merece la pena que te pares.

Aunque presumo de moderno y puesto al día, tengo que confesarles que nunca, hasta este fin de semana, había hecho un viaje guiado por el GPS. Me explico. Había viajado de pasajero en coches con GPS, que controlaba el conductor (por ejemplo a Viseu, en diciembre pasado). Y también he hecho trayectos conduciendo yo y con un copiloto que lo tiene en su móvil y te va trasladando sus indicaciones. Pero esta vez viajaba solo, no tengo mapa de carreteras (el que tenía se quedó en mi viejo coche de matrícula de Barcelona y ha de estar, con él, desguazado) y tenía que arreglármelas yo solito con el aparato y la conducción. 

El Toyota híbrido que me acabo de comprar no tiene GPS, porque el vendedor me dijo que, si ya lo tenía en el móvil, simplemente poniéndolo en el salpicadero la información se conectaría al equipo por Bluetooth, y las instrucciones sonarían por los altavoces del coche. Así que el día antes de salir (el jueves) estuve probando el GPS de mi móvil. Introduje la ruta a recorrer al día siguiente, probé la opción de que me fuera dando instrucciones en voz alta, regulé el volumen y lo dejé listo. Hice todas esas operaciones en la oficina, con ayuda de un informático amigo. 

Los problemas empezaron ese mismo día. Cuando salí del trabajo, me subí al coche, puse mi móvil en el sitio habitual, arranqué y me dispuse a hacer los 15 kilómetros que hay hasta mi casa. Al instante, el GPS empezó a regañarme a través del equipo de megafonía del Toyota: ESTA USTED YENDO POR UNA RUTA EQUIVOCADA. SI QUIERE RECUPERAR SU CAMINO, EN LA GLORIETA GIRE A LA DERECHA, Y LUEGO OTRA VEZ A LA DERECHA PARA VOLVER A LA RUTA INTRODUCIDA. Intenté explicárselo: verás, es que yo no voy a salir hasta mañana y ahora voy a mi casa. Pero nada, no había forma de convencerlo, el ventrílocuo no callaba, me reprendía todo el rato y yo iba conduciendo y no podía pararme para desconectarlo.

Les juro que llegué a casa cansadísimo. Ya sé que se trata de un simple artilugio parlante, pero hacerse 15 kms. con una voz en off que todo el tiempo te dice que lo estás haciendo muy mal, que te has equivocado, que des la vuelta enseguida, resulta agotador. Subí a casa, me preparé un vermú blanco y me dispuse a sentarme a descansar. Antes, observé que el móvil estaba prácticamente sin batería, tan agotado como yo, después de quince kilómetros regañándome sin parar. Lo puse a cargar y me tumbé en mi chaise longue, a disfrutar de mi bebida helada. Entonces, en el silencio de la casa vacía, un último mensaje atronador surgió del aparato recién enchufado: ¿QUIERE USTED REANUDAR AHORA LA RUTA INTERRUMPIDA? 

No saben el susto que me llevé. Me entraron ganas de lanzar el teléfono por la ventana, pero me contuve. Eso sí, lo dejé sin volumen hasta el día siguiente. Y lo cierto es que el GPS me resultó muy útil en el viaje. Con precisión exquisita me guió hasta el pueblo de Hernani donde estaba el hotel en el que habíamos quedado. Y, ya dentro del pueblo, con la misma seguridad y sin dudarlo, me condujo a una glorieta de las afueras. En ese punto, proclamó: HA LLEGADO.  Miré alrededor y allí no había más que viviendas. Ni un letrero luminoso ni nada.

En un banco de hierro, un paisano con chapela apuraba la tahuela de su cigarrillo liado. Bajé y le pregunté por el hotel. Se rascó detrás de la oreja y dijo: Hotel en este barrio no conosco. Si habría, conosería, pues. Preguntando a los transeúntes logré encontrar el hotel, que estaba en la otra punta del pueblo. En la recepción, el tipo del mostrador escuchó mi peripecia y dijo: ¡Eso mismo es lo que me han contado todos los que han venido antes que usted! Hoy el satélite se ha vuelto loco, o los que lo controlan se han ido a sanfermines, pues.
 
Pero el GPS no es el único adelanto. En realidad, lo de mi coche híbrido es un auténtico escándalo. Yo sólo tengo que encenderlo y él es el que toma todas las decisiones. Si nota que está oscuro, pone las luces. Si está lloviendo, activa el limpiaparabrisas. En función de lo que yo le sugiero con el acelerador, él tira de las baterías eléctricas o se ayuda con la gasolina. Si detecta que algún pasajero no se ha puesto el cinturón de seguridad, me avisa con pitidos intermitentes, cuyo ritmo se va intensificando hasta que consigue que se lo ponga. Y en carretera, le pongo el cruise control, le indico la velocidad a la que quiero que vaya y me desentiendo hasta de los pedales. Lo único que tengo que cuidar es el volante y, en cuanto a esto, el GPS me dice dónde debo doblar.

Mi coche es tan listo que reconoce al que intenta abrir sus puertas. Si llego yo, se abre, porque me conoce. Si lo intenta otro, se queda cerrado. Los incrédulos dicen que eso es porque llevo la llave en el bolsillo. Pero yo estoy convencido de que él reconoce el tacto de mi mano, o me huele, o lo que sea. En Leiza, le dejé la llave a un compañero para que fuera al aparcamiento y lo trajera al final de la ruta. Le esperamos sentados en una terraza de un bar y al rato llegó corriendo horrorizado: el coche se había resistido de todas las maneras posibles y, al final, habían logrado traerlo por la fuerza a las afueras del pueblo. Pero ahora estaba pitando como un loco y no sabían qué hacer para que dejara de chillar. Fuimos hasta donde lo habían dejado y, en cuanto llegué yo, se tranquilizó. 

Tengo claro que el coche identifica mi estado de ánimo de cada día y, en función de ello, decide una marcha más rápida o una conducción más ecológica. Y hace días que sospecho que incluso tiene sus propios cambios de humor. Este calor asfixiante no le gusta y le tiene disgustado. Lo he notado en una especial renuencia a cambiarse de carril, una pereza a la hora de subir la velocidad, una respuesta muy tardía con las luces cuando entramos en un túnel, una desgana al hacer las maniobras de aparcamiento. He pensado que también puede ser que tenga celos del GPS, al que le di mucha bola en el viaje de marras. No hay que ser psicólogo para saber cuál puede ser su razonamiento: a este recién llegado le haces todo el caso del mundo y eso que no para de regañarte. En cambió, a mí ya no me quieres como el primer día.

El asunto me tiene muy preocupado. Tengo que esforzarme para que mi coche se anime. No puedo dejar que se hunda. Debo ser proactivo, positivo, optimista, para despertar las sinergias de su alma híbrida. ¡Ay, Señor! ¡Qué trajines estos de la vida moderna, oyes!

miércoles, 10 de julio de 2013

148. Chiquito for president

Noticia de esta mañana. Los representantes de todos los partidos políticos, menos el PP, (y UPyD que ya no sabe qué más hacer para llamar la atención) han abandonado la ponencia del Congreso que estudia la propuesta gubernamental de Ley de Transparencia. El motivo: las “sombras de sospecha que se ciernen sobre el presidente”. La oposición se pone poética para hablar de la nueva andanada del caso Bárcenas, provocada por la publicación en El Mundo de los mismos papeles que ya publicó El País en enero. Sinceramente, no sé cuál es la novedad que aporta la publicación de lo ya publicado, como para que a la oposición le entre semejante ataque de dignidad fingida.

Las sombras son verdaderos nubarrones, que hace tiempo sobrevuelan nuestros cielos, por cierto, amenazando también a esos partidos que se han levantado de la mesa y que harían bien en mirar debajo de sus propias alfombras, donde habita una fauna de ácaros corruptos, no muy diferente de la que representa el ex tesorero del PP. A pesar de que he insistido muchas veces en que éste no es un Blog político, el asunto Bárcenas ya se ha colado de rondón en varias de mis entradas anteriores. Al principio del post #78, “La señora Sabine Moreau”, proclamé a los cuatro vientos mi propósito de no hablar del asunto, pero no pude mantener esa intención por mucho tiempo.

Al final hube de referirme al tema en los posts #84 “Nos llega la mierda al cuello” y #98 “Bárcenas y el vestido azul de Lewinsky”. No tengo mucho más que añadir a lo ya escrito en esos dos textos. El PP confiaba en que este sujeto “se comiera el marrón”, al estilo Barrionuevo-Rafael Vera, pero el tipo ha optado por hacer honor a su apodo más conocido: Luis El Cabrón. En un alarde de candidez, confesaba yo mi confianza en que no existieran recibos del pago de sobresueldos, firmados por los receptores. Ahora empiezo a creer que sí los hay, en cuyo caso el amigo Bárcenas los tiene a todos bien cogidos por sus partes nobles.

En el post #127 “El de la foto”, me sumaba a la petición de dimisión del señor Rajoy, basándome en otro motivo: el del incumplimiento del programa con el que ganó las elecciones. Ése era ya un asunto bastante grave. Pero, si se demuestra que el presidente estuvo once años recibiendo los sobres malva de la vergüenza, y que fue tan ingenuo como para firmar puntualmente los recibíes de cada pago, pues entonces va a ser difícil que el hombre aguante el temporal sin caer. Y que el Presidente del Gobierno de España se vea obligado a dimitir por un motivo como éste, eso ya no es que sea grave, es que se nos puede llevar a todos por delante, incluyendo la marca España, la recuperación económica, el PSOE, las Olimpiadas, la Selección de Fútbol, la integridad territorial y hasta la salud mental de los pocos que aun la conservan.  

Así que, ahora mismo, como que ya no quiero que dimita. Casi prefiero que aguante el chantaje y no ceda. Lo que pasa es que me gustaría que saliera al púlpito y diera alguna explicación. Pero se ve que la verdad no la puede contar y ya se ha cansado de decirnos mentiras. Por eso sigue callado, metido en su agujero, esperando a ver si las cosas se van arreglando solas (lo que ha hecho siempre). Y al acecho de su caída, los buitres carroñeros de costumbre: Gallardón y Esperanza, aparentemente libres de sospecha, aunque la segunda fue quien encumbró a López Viejo y otros gurtélidos. Y, desde las sombras de la segunda fila, observándolo todo, el del bigote, listo para volver, si la patria requiere sus servicios. Vean, vean cómo nos vigilan.





Al otro lado de la trinchera, Rubalcaba, cada vez más acojonado ante la posibilidad de que, por una carambola, caiga en sus manos el amargo cáliz de los recortes y la obediencia debida a doña Merkel, ese embolao que ya se llevó por delante a su ex jefe de filas Zapatero. Eso le impediría seguir viviendo como un cura, con el trabajo más cómodo del mundo: esperar a que Rajoy se deteriore él solo y salir de vez en cuando a ponerlo verde, a decir que todo lo que hace está mal, está muy mal, está fatal: qué mal está. A Cayo Lara se le ve más tranquilo, haciendo el mismo trabajo, seguro de que no tiene apenas posibilidades de pillar cacho. Y Rosa Díez con su cara de comadreja, husmeando a ver por dónde se infiltra.

Los políticos son el estamento más desprestigiado en esta tierra de nuestras desdichas y anhelos, pero siguen haciendo como si no nos hubiéramos dado cuenta de su nulidad profesional y escasa talla ética. Las encuestas del CIS hace tiempo que registran el epígrafe “Los políticos” como una de las respuestas más frecuentes a la pregunta sobre cuáles son los mayores problemas del país. Los políticos, como problema. Según la última de estas encuestas, si en este momento hubiera Elecciones Generales, la lista más votada sería la del PP, con un 13% de los votos, y la segunda, la del PSOE, con un 11%. 

En este panorama, y después de ver el éxito de Beppe Grillo en Italia, no tengan la más mínima duda: aquí se presenta Chiquito de la Calzada y gana por goleada. Imaginen las ruedas de prensa: ¡¡¡Pekadorrrrr, pero qué pregunta más chunga esa ke me ase, te das cuennnn!!!

lunes, 8 de julio de 2013

147. Hannah Arendt

Les recomiendo vivamente que vean la película de ese nombre, actualmente en cartel. No es una película extraordinaria, desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, pero sí lo es el personaje. La película reconstruye un período muy especial de la vida de Hannah (el de su relación con el procesamiento en Israel del nazi Adolph Eichmann), y lo hace con cariño y con delicadeza. Si me permiten ampliar la recomendación, véanla en versión original. Los personajes hablan en parte en inglés y en parte en alemán, y debe verse en original para comprenderla del todo. Además, no es difícil seguir los subtítulos, como sucede en otras, de diálogos complejos e interminables.

Vayamos por partes. Aquí tienen una imagen de la señora, con su sempiterno cigarrillo encendido. Hannah Arendt nació cerca de Hannover, de una familia judía de raza, pero laica de mente. Desde su adolescencia se interesó por la filosofía, estudió a Jaspers y a Kierkegaard y entró muy joven en la Universidad de Marburgo, en donde se convirtió en la discípula favorita y amante del profesor Martin Heidegger, que estaba casado y nunca manifestó la menor intención de dejar a su familia por ella. A la joven Hannah no le importaba eso demasiado, era su ídolo intelectual y lo adoraba. Por eso fue mayor su decepción cuando, años después, su mentor se aproximó al régimen nazi.

Acabada la carrera, empezó a trabajar como profesora, a escribir en los periódicos alemanes más liberales y a publicar sus investigaciones filosóficas reconocidas mundialmente. Pero en los treinta las cosas empezaban a pintar mal para los judíos en Alemania. Entonces se exilia a Francia en donde continúa su labor docente e investigadora. En enero de 1940, se casa con otro profesor alemán exiliado. A los pocos días, el Gobierno francés, en guerra con Alemania, decide internar a todos los residentes de esa nacionalidad en campos, con intención de deportarlos después. Hannah y su marido son retenidos unos días en el Parque de los Príncipes de París y luego les envían al campo de Gurs, en el Pirineo.

De entonces es su famosa frase en una carta a una compañera: “malos tiempos estos en que nuestros enemigos nos meten en campos de concentración, y nuestros amigos en campos de internamiento”. El caso es que, aprovechando la confusión generada por la invasión nazi de Francia, Hannah y su marido logran escapar del campo y embarcan para Estados Unidos. En Nueva York consiguen ser contratados como profesores de universidad y allí seguirán el resto de sus vidas. En la película, un periodista que la está entrevistando le pregunta qué sintió al llegar a América. Su respuesta, con ojos de arrobo: “el paraíso”. 

En su recobrado paraíso, Hannah reanuda su carrera, cada vez más respetada y reconocida. Y en esa tesitura entra en juego el caso Eichmann, que es lo que se cuenta en la película. Adolf Eichmann era un tipo gris, que llegó a ser coronel de las SS, y está probado que era el encargado de organizar los transportes masivos de judíos a los campos de exterminio. Incluso, en un exceso de celo, parece que lo siguió haciendo, cuando ya su jefe Himmler había dado instrucciones de que se parase esa barbaridad. Tras la caída de Alemania, Eichmann logró escabullirse, evitó los juicios de Nuremberg y consiguió llegar a Argentina, en donde vivió tranquilamente quince años, con una identidad falsa y trabajando en diversos empleos.

Pero en 1960, el Mossad lo descubre. Y es literalmente secuestrado y llevado por la fuerza a Israel, en donde se le somete a un juicio muy mediatizado, que incluye declaraciones de diversos supervivientes de los campos, narrando sus testimonios desgarradores, proceso que acabará con el tipo en la horca. Hannah, que en esos momentos es ya famosa por sus estudios sobre los totalitarismos, siente curiosidad sobre este caso y se ofrece a la revista New Yorker para cubrir el juicio como corresponsal. Su intención inicial es ver de cerca a un nazi de verdad, para documentarse para sus investigaciones. Pero allí descubre que Eichmann no es un demonio sanguinario, sino un simple burócrata. Un contable.

Su reportaje en el New Yorker será la base de su tesis “La banalidad del mal”, que acrecienta aun más su fama. Pero el que una judía hable de un nazi sin decir que tiene cuernos y rabo, irrita a la comunidad judía internacional hasta extremos insospechados. Además, en el juicio, Eichmann saca a colación y documenta algo que nadie quería saber: que los líderes judíos de Alemania habían dado su conformidad por escrito a los primeros traslados que él organizó, un tema que se había ocultado minuciosamente y que la propia Hannah confirma, cabreando aun más al personal. Ahora parece probado que la comunidad judía era pudiente y estaba bien estructurada, y que, ante los primeros traslados, los líderes de los Consejos Judíos miraron a otra parte, razonablemente asustados. Y, como dice ella en la película, entre el silencio y la resistencia hay una amplia gradación de formas de luchar contra una injusticia.

La película cuenta el escándalo que se monta, cómo la atacan y marginan los lobbies judíos, después de intentar en vano que no publique sus artículos sobre el caso, y cómo se defiende ella. Alguien le pregunta: “Entonces, ¿sugiere usted que Eichmann no sabía que el destino de las personas cuyos traslados organizaba era la cámara de gas?”. Y su respuesta: “Ni lo sabía, ni lo dejaba de saber. Le daba igual. Él era un burócrata al que sólo le preocupaba hacer bien la parte del trabajo que le ordenaban. Lo que hicieran antes o después los demás, no era de su responsabilidad”. Tremenda temática la que plantea este asunto.

Estoy totalmente de acuerdo con esta teoría de la banalidad del mal. Es más, en mis treinta años de funcionario, he conocido a personas como esa. Hablo de personas concretas, cuyos rostros están en mi memoria. Creo que serían capaces de tramitar sentencias de muerte, si les tocara. El poder siempre encuentra elementos de este perfil bajo, para que firmen o respalden las decisiones más dañinas y más indefendibles (qué decir de los verdugos). A Hannah Arendt la atacaron por acercarse al caso sin una opinión previa y por contar lo que vio y sus opiniones al respecto. Como Kapuscinsky o Chaves Nogales. Y, desde ese momento hasta su muerte, dedicó sus mayores esfuerzos de investigación a profundizar en este espinoso asunto.

Quiero citar también otra frase de la película. En algún momento, uno de sus detractores le grita: “usted es una cabrona, usted no ama al pueblo judío”. Respuesta de Hannah: “Es verdad. Yo no amo al pueblo judío. Yo no amo a ningún pueblo. Yo amo a mi familia, a mis amigos, a mis alumnos, a mis compañeros filósofos, a los que me escriben cartas. Yo siempre amo a personas. Nunca a pueblos”. Les puedo jurar que me entraron ganas de ponerme de pié en el cine y gritar BRAVO. Ahí está, en una sola frase, mi opinión sobre las patrias y las banderas. Y los nacionalismos, en suma. Qué clarividencia la de esta mujer, capaz de decir eso en los años sesenta. Cuántas guerras y cuántos muertos se podrían haber evitado con esta forma de pensar. En fin, se lo repito: vayan a ver la película. Está llena de temas de rabiosa actualidad.