Escribo ya desde Bruselas y siento ser tan prolífico, pero
este viaje me suministra tal cantidad de material sobre el que escribir y
reflexionar, que me tengo que forzar a no estirar el tamaño de mis entradas con
todas las cosas que me gustaría contar. Les juro que estoy seleccionando, y que
la mitad de lo que se me ocurre lo desecho pour
le jeter a la poubelle. Cuando vuelva a mi rutina de Madrid supongo que
dejaré de producir una entrada diaria.
Además, las etapas de este viaje son diferentes, y cada una
de ellas encierra para mí un significado propio. París es la pasión, la
nostalgia, el lugar habitado por tantos recuerdos románticos, tantas jornadas
inolvidables. Nantes es la constatación del gusto por el urbanismo y la buena arquitectura.
Bruselas, el mundo de las letras, la pasión compartida con un amigo, compañero
de afanes literarios. Y Rotterdam la alegría de visitar al hijo que ya cabalga
solo.
Continúo, pues, mi relato. El viernes madrugué para dedicar
la mañana a visitar con Tangi algunos lugares interesantes para un arquitecto,
de los que no aparecen en las guías turísticas. Hicimos un largo recorrido por
el nuevo barrio Bottière-Chénaie, un ecobarrio aun en construcción, ejemplo del
nuevo urbanismo francés. Llama la atención, por ejemplo, el hecho de que casi
lo primero que se construyó es la escuela infantil y la Mediateque. Los residentes pioneros de este barrio de viviendas
sociales, disponían desde el primer día de ambos equipamientos. En España, sólo
se exige previamente a los promotores la construcción de las calles y el
ajardinamiento de las zonas verdes. Para quien quiera informarse más a fondo
sobre esta actuación, pongo el link: www.nantes-bottiere-chenaie.fr.
A continuación hemos visitado Le Lieu Unique, un centro
cultural imaginativo, en donde se mezclan la danza, el teatro, el circo, las
artes plásticas, la arquitectura y la gastronomía. Cuenta con escuelas de todas
las ramas, así como bar, restaurante y un hammam en el sótano, cuyos efluvios
aromatizados te asaltan al entrar, a través de las rejillas del suelo. Este
gran centro de actividad artística está situado en una antigua fábrica de
dulces, parecida a la de chocolates del Charly de la película. Aquí el link
correspondiente: www.lelieuunique.com.
Nantes, la capital de la Bretaña, es una ciudad muy dinámica
que, a lo largo de su historia ha debido reconvertirse en numerosas ocasiones.
Empezó siendo un importante puerto del Atlántico pero, al trasladarse esa
actividad a Saint Nazaire, se transformó
en el centro del comercio regional. En los años de la colonización de África,
Nantes se convirtió en el principal centro negrero de Francia. De ahí le viene
su riqueza. Los grandes barcos partían hacía África cargados de productos
manufacturados para los asentamientos coloniales. Allí recibían su cargamento
de esclavos que eran literalmente hacinados como animales en las sentinas del
barco. Y salían para las Antillas francesas, a dejar su ignominiosa carga. En
el mismo lugar en el que se habían transportado los esclavos, se cargaban los
barriles de ron que completaban este triangulo diabólico hasta Nantes, adonde
revertían todos los beneficios del negocio.
Cuando se abolió la esclavitud, la ciudad invirtió la
riqueza obtenida en crear un tejido industrial potente. Y ahora, en el momento
del declive industrial, Nantes es ya una ciudad creativa, que está
reconvirtiendo los contenedores industriales en centros de la cultura, la
enseñanza, el arte, el turismo, la gastronomía y el testimonio de su historia,
como evidencian casos como el de la base submarina de Saint Nazaire, la
transformación de la Île de Nantes o el propio Lieu Unique. El pasado
esclavista se refleja en un monumento impresionante que, en su simplicidad,
recuerda al erigido al holocausto en Berlín: el Memorial a la Abolición de la
Esclavitud. La ciudad, en cierta forma, se disculpa ante la humanidad por ese
horror. Costó años erigir este monumento por la oposición de las fuerzas vivas
de Nantes, descendientes de las principales fortunas amasadas en ese período.
Después de nuestras visitas matutinas, hemos comido en Les Chants d’Avril, un centro gourmand de calidad, tras de lo cual
Tangi se ha despedido. Por la tarde debía viajar a Vannes, para un asunto de
trabajo. Cien kilómetros de carretera y otros tantos de vuelta. Tangi es un
joven muy ocupado, que desarrolla una actividad agotadora y al que todo el rato
están llamando por teléfono para consultarle cuestiones de trabajo. En esas
condiciones ha tenido la deferencia de dedicarme día y medio. Aquí les dejo unas
imágenes de mi amigo.
Aquí dando la escala con el mobiliario urbano
Y aquí compartiendo una sidra bretona en Saint Nazaire
Bajo una lluvia pertinaz, he dedicado la tarde a las visitas
turísticas de rigor: el Castillo de Nantes, la Catedral y el Jardín Botánico.
Luego me he ido al hotel a descansar y escribir un rato. Y, de pronto, una
extraña luminosidad ha invadido mi cuarto. Me he asomado a la ventana y he
visto la maravilla: el cielo se abría en el anochecer. La lluvia había parado.
Me he puesto el abrigo y he corrido a la calle, por primera vez sin paraguas.
La ciudad revivía bajo la brisa tibia y húmeda del Atlántico. En las dos hileras de
tilos frente al edificio de La Bourse,
los gorriones tenían montada una escandalera que se oía a cien metros: habían
organizado una verbena para celebrar el cese del aguacero. Los bares sacaban
afuera las mesas de las terrazas y las calles se veían llenas de gente dispuesta a
celebrar la noche del viernes.
Tangi me había recomendado encarecidamente que me fuera a
cenar a La Cigale, un restaurante único que no debía dejar de visitar. Pero
después de mi comida gourmande, no
tenía demasiada hambre, por lo que opté por mis amigos de la Cantina del Cura.
Allí me comí una gallete excelente.
Estuve a un tris de pedirme una sidra bretona pero, al final, la llamada de la
doble Grimberger de presión fue más poderosa. Si el primer día el house había dado para dos canciones,
esta vez fue sólo una: Papa was a rolling
stone, repetida hasta la saciedad. Con esa melodía imposible de borrar de
mi cabeza, regresé medio bailando por las calles, saludado por jóvenes también
eufóricos en la marea de alcohol y diversión del friday's night de Nantes. Esta vez no
me pasé del hotel.
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