lunes, 22 de octubre de 2012

19. Nantes capital negrera

Escribo ya desde Bruselas y siento ser tan prolífico, pero este viaje me suministra tal cantidad de material sobre el que escribir y reflexionar, que me tengo que forzar a no estirar el tamaño de mis entradas con todas las cosas que me gustaría contar. Les juro que estoy seleccionando, y que la mitad de lo que se me ocurre lo desecho pour le jeter a la poubelle. Cuando vuelva a mi rutina de Madrid supongo que dejaré de producir una entrada diaria.

Además, las etapas de este viaje son diferentes, y cada una de ellas encierra para mí un significado propio. París es la pasión, la nostalgia, el lugar habitado por tantos recuerdos románticos, tantas jornadas inolvidables. Nantes es la constatación del gusto por el urbanismo y la buena arquitectura. Bruselas, el mundo de las letras, la pasión compartida con un amigo, compañero de afanes literarios. Y Rotterdam la alegría de visitar al hijo que ya cabalga solo. 

Continúo, pues, mi relato. El viernes madrugué para dedicar la mañana a visitar con Tangi algunos lugares interesantes para un arquitecto, de los que no aparecen en las guías turísticas. Hicimos un largo recorrido por el nuevo barrio Bottière-Chénaie, un ecobarrio aun en construcción, ejemplo del nuevo urbanismo francés. Llama la atención, por ejemplo, el hecho de que casi lo primero que se construyó es la escuela infantil y la Mediateque. Los residentes pioneros de este barrio de viviendas sociales, disponían desde el primer día de ambos equipamientos. En España, sólo se exige previamente a los promotores la construcción de las calles y el ajardinamiento de las zonas verdes. Para quien quiera informarse más a fondo sobre esta actuación, pongo el link: www.nantes-bottiere-chenaie.fr.

A continuación hemos visitado Le Lieu Unique, un centro cultural imaginativo, en donde se mezclan la danza, el teatro, el circo, las artes plásticas, la arquitectura y la gastronomía. Cuenta con escuelas de todas las ramas, así como bar, restaurante y un hammam en el sótano, cuyos efluvios aromatizados te asaltan al entrar, a través de las rejillas del suelo. Este gran centro de actividad artística está situado en una antigua fábrica de dulces, parecida a la de chocolates del Charly de la película. Aquí el link correspondiente: www.lelieuunique.com

Nantes, la capital de la Bretaña, es una ciudad muy dinámica que, a lo largo de su historia ha debido reconvertirse en numerosas ocasiones. Empezó siendo un importante puerto del Atlántico pero, al trasladarse esa actividad a Saint Nazaire,  se transformó en el centro del comercio regional. En los años de la colonización de África, Nantes se convirtió en el principal centro negrero de Francia. De ahí le viene su riqueza. Los grandes barcos partían hacía África cargados de productos manufacturados para los asentamientos coloniales. Allí recibían su cargamento de esclavos que eran literalmente hacinados como animales en las sentinas del barco. Y salían para las Antillas francesas, a dejar su ignominiosa carga. En el mismo lugar en el que se habían transportado los esclavos, se cargaban los barriles de ron que completaban este triangulo diabólico hasta Nantes, adonde revertían todos los beneficios del negocio.

Cuando se abolió la esclavitud, la ciudad invirtió la riqueza obtenida en crear un tejido industrial potente. Y ahora, en el momento del declive industrial, Nantes es ya una ciudad creativa, que está reconvirtiendo los contenedores industriales en centros de la cultura, la enseñanza, el arte, el turismo, la gastronomía y el testimonio de su historia, como evidencian casos como el de la base submarina de Saint Nazaire, la transformación de la Île de Nantes o el propio Lieu Unique. El pasado esclavista se refleja en un monumento impresionante que, en su simplicidad, recuerda al erigido al holocausto en Berlín: el Memorial a la Abolición de la Esclavitud. La ciudad, en cierta forma, se disculpa ante la humanidad por ese horror. Costó años erigir este monumento por la oposición de las fuerzas vivas de Nantes, descendientes de las principales fortunas amasadas en ese período.

Después de nuestras visitas matutinas, hemos comido en Les Chants d’Avril, un centro gourmand de calidad, tras de lo cual Tangi se ha despedido. Por la tarde debía viajar a Vannes, para un asunto de trabajo. Cien kilómetros de carretera y otros tantos de vuelta. Tangi es un joven muy ocupado, que desarrolla una actividad agotadora y al que todo el rato están llamando por teléfono para consultarle cuestiones de trabajo. En esas condiciones ha tenido la deferencia de dedicarme día y medio. Aquí les dejo unas imágenes de mi amigo.

                                                Aquí contestando al movil con su sempiterno cigarrillo

                                                     Aquí dando la escala con el mobiliario urbano

                                                      Y aquí compartiendo una sidra bretona en Saint Nazaire

Bajo una lluvia pertinaz, he dedicado la tarde a las visitas turísticas de rigor: el Castillo de Nantes, la Catedral y el Jardín Botánico. Luego me he ido al hotel a descansar y escribir un rato. Y, de pronto, una extraña luminosidad ha invadido mi cuarto. Me he asomado a la ventana y he visto la maravilla: el cielo se abría en el anochecer. La lluvia había parado. Me he puesto el abrigo y he corrido a la calle, por primera vez sin paraguas. La ciudad revivía bajo la brisa tibia y  húmeda del Atlántico. En las dos hileras de tilos frente al edificio de La Bourse, los gorriones tenían montada una escandalera que se oía a cien metros: habían organizado una verbena para celebrar el cese del aguacero. Los bares sacaban afuera las mesas de las terrazas y las calles se veían llenas de gente dispuesta a celebrar la noche del viernes.

Tangi me había recomendado encarecidamente que me fuera a cenar a La Cigale, un restaurante único que no debía dejar de visitar. Pero después de mi comida gourmande, no tenía demasiada hambre, por lo que opté por mis amigos de la Cantina del Cura. Allí me comí una gallete excelente. Estuve a un tris de pedirme una sidra bretona pero, al final, la llamada de la doble Grimberger de presión fue más poderosa. Si el primer día el house había dado para dos canciones, esta vez fue sólo una: Papa was a rolling stone, repetida hasta la saciedad. Con esa melodía imposible de borrar de mi cabeza, regresé medio bailando por las calles, saludado por jóvenes también eufóricos en la marea de alcohol y diversión del friday's night de Nantes. Esta vez no me pasé del hotel.  

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