Superado el bajón anímico de
regresar a la rutina, vuelvo a la carga con asuntos polémicos, que dice Lisardo
que a este blog hay que darle vidilla. Quiero hablar hoy aquí de un asunto que
fue trending topic este verano, el del tipo que dijo: “las leyes, como
las mujeres, están para violarlas”. Fue decir eso y armarse la de Dios, hasta
sucumbir el asunto en una marea apasionada de unanimidad en la desaprobación,
que impidió acercarse al tema de una forma un poco más analítica. El tipo habló
mierda y la sociedad se apresuró a tirar de la cadena del escándalo para que el
asunto se perdiera cuanto antes en el wáter del olvido (Fíjate, oyes, qué a
gusto me he quedado después de esta metáfora escatológica).
Como me gusta ir un poco a la
contra en mis opiniones, propongo que nos detengamos un instante a hacer un
análisis un poco más frío, a ver qué deducimos. Eso no quiere decir que esté a
favor de ese sujeto, de quien ni siquiera recuerdo su nombre, ni voy a buscarlo
en Internet, porque no merece la pena. Para aportar elementos a ese análisis
voy a hacer tres cosas. Uno, situarlo en contexto para saber que pasó
exactamente. Dos, contar un caso similar del que fui testigo hace años, aunque
no trascendió al ámbito público. Y tres, compararlo con otro caso, también de
este verano, para ver cuál de ellos les parece más perverso y rechazable.
1.- El contexto. Bien, se
trata de un tipo de 71 años que, por esas cosas de nuestra política, dirige un
organismo, creo recordar que de apoyo a los ciudadanos españoles en el
extranjero. Su equipo, en el que hay varias mujeres, está terminando un trabajo
que tienen que entregar ya y para el que van mal de tiempo. Se trata de
abreviar, agilizar y simplificar trámites. Están todos nerviosos y la situación
les lleva a elegir un camino poco ortodoxo, saltándose el habitual
procedimiento. Alguien del equipo advierte que ese camino no es el correcto y
se genera una controversia entre los partidarios de tirar por la calle de en
medio y acabar el trabajo a tiempo, y los que quieren hacer las cosas bien,
aunque no cumplan el plazo que les han impuesto.
Se lo consultan al jefe, y el
tipo suelta entonces la frase de marras. Imagino la escena: área de producción
entre impresoras y ploters, el hombre
dice su barbaridad y la gente a su alrededor palidece y se queda pasmada,
especialmente las mujeres presentes. Una de ellas sale afuera y, aún bajo el
efecto del shock, lo comenta con alguien. La noticia salta al ámbito público, y
el escándalo obliga al tipo a dimitir (en un país donde nadie dimite) y
esconderse en su casa a rumiar su vergüenza. La sociedad se queda aliviada
después de tirar de la cadena, pero en el ambiente siguen flotando los efluvios
de la monumental jiñada de este caballero.
¿Qué podemos deducir de este
relato (real) de lo acontecido? Pues yo creo que el tipo no ha dicho esa
barbaridad en serio, convencido de que eso sea así. Para mí está claro que lo
que ha querido es hacer un chiste. Muy desafortunado, pero un chiste. Ni siquiera
creo que se lo haya inventado en ese momento. Más bien parece que se le ha
escapado, como una respuesta automática no meditada. Probablemente lo haya oído
antes en alguna tertulia de hombres solos, tal vez en un bar y después de
varias copas. En esas ocasiones la gente se pasa cantidad y dice auténticas
atrocidades, sobre todo si se las ríen. A menudo, los que las dicen son tipos
fanfarrones y cobardes a los que luego tienen esclavizados sus mujeres, o
simples reprimidos.
Esto nos lleva a deducir que el
hombre tenía ese chiste en su memoria. Es decir, que le había hecho gracia. Lo
había memorizado con la intención de reproducirlo en alguna recepción o sarao,
para “dar el golpe” y que se rieran mucho con él. Pero se le escapó en el peor
momento. ¿Y qué podemos pensar de alguien a quien le hace gracia semejante
chiste? Pues que es un tipo casposo, machista, carca, rancio, demodé,
retrógrado y corto mental. Un gilipollas, vamos. El hecho de que lo dijera
donde lo dijo, rodeado de mujeres, revela además que es un incauto y un tonto.
O sea que, en mi opinión, el tipo es casposo y muy tonto. Pero no ha matado a
nadie, contra lo que podría deducirse del linchamiento mediático posterior.
2.- El caso idéntico. Hace
muchos años, cuando yo empezaba en esto del urbanismo, unos cuantos pichichis
del tema, con mayoría de mujeres, rodeábamos extasiados al Gran Pope del
Territorio, en una cafetería en la que el tipo pontificaba libremente, pagado
de sí mismo y pavoneándose en medio de una audiencia claramente rendida a su
magisterio. Hablábamos de la edificabilidad que se debía asignar a un solar, en
aplicación de la normativa. En tan tediosa tertulia, uno de los legos se
atrevió a proponer una forma de ganar edificabilidad, admitiendo áticos o algo
así, por creer que eso era lo que buscaba el Gran Experto.
El Pope carraspeó, se perfiló y
corrigió al osado: “No hay por qué esforzarse en aumentar siempre el
aprovechamiento, el territorio tiene un máximo de cabida y llega un momento en
que ya no admite ni un metro cuadrado más. Es como en el chiste de la muerta”.
Ninguno de los presentes conocía ese chiste y así se lo dijimos, tras de lo
cual nos dispusimos a disfrutar de la gracia del maestro, que nos hacía la
deferencia de descender unos instantes de sus alturas filosóficas, para contarnos
un chiste. Algunas de las chicas incluso tenían un gesto de arrobo, una sonrisa
beatífica, con la carcajada lista para celebrar lo que venía.
El chiste era el siguiente: una
noche oscura, en las afueras de un pueblo, los mozos hacen cola para aliviarse
a cuenta de la oferta de prostíbulo ambulante que han traído unos proxenetas
con un par de carromatos. Según van saliendo, el tipo que cobra les pregunta
qué tal la chica, hasta que uno de ellos le dice: “bien, bien, pero no sé qué
era ese líquido blanco que le salía por las orejas”, ante lo cual el otro
vocea: “Paco, cambia la muerta, que ésta ya está llena”. En ese momento, todos
nos quedamos lívidos, dos de las chicas estuvieron a punto de vomitar allí
mismo y una de ellas, muy colorada, le dijo al maestro: ¡¡Por favor!! Pero cómo
has podido contarnos algo tan horrible.
Quizá piensen que me lo he
inventado, pero es una escena real. Sucedió delante de mí. Alguna de mis
actuales lectoras del blog puede certificarlo. El Gran Pope se quedó callado,
ni siquiera se disculpó. Después de una situación así, no se puede hacer nada,
salvo meterse debajo de una piedra. O dimitir. Quiero decir, dimitir del mundo.
El caso es idéntico, pero nadie corrió a cantarlo fuera de nuestro pequeño
círculo y la cosa no pasó a mayores. El tipo sabía de urbanismo pero demostró
que, en relación con otros temas, era casposo y muy tonto.
3.- El caso a comparar.
Sucedió también este verano y desde ya les digo que para mí es mucho más grave.
Por el hecho en sí y por el contexto. Me estoy refiriendo a la frase de la
señorita Andrea Fabra. Por si alguien lo desconoce, el señor Rajoy estaba
presentando en el Parlamento el mayor paquete de recortes de derechos de los
españoles desde la guerra civil, cuando los corifeos del PP empezaron a aplaudir
embelesados. En medio de los aplausos, la señorita Fabra dijo lo siguiente:
“Muy bien, muy bien, que se jodan”. Eso lo dice una persona a la que pagamos el
sueldo entre todos, y no en un despacho de trabajo con los nervios de una
entrega, sino en una tribuna pública y en el ejercicio de su cargo. Y encima,
NO HA DIMITIDO.
Lo siento pero ante esto no puedo
ser frío y analítico, es un tema que me puede. A mí me han bajado el sueldo, me
han alargado la jornada, me han quitado vacaciones, me han suprimido los
moscosos. Aún así, soy consciente de que sigo siendo un privilegiado. Pero es
que lo que anunciaba Rajoy supone que mucha gente puede pasar hambre de por
vida. Es que el Gobierno Italiano aprobó un paquete de medidas no tan drástico
y a la ministra de Trabajo, a la que le tocó anunciarlo en rueda de prensa, le
entró una llorera inconsolable. No pudo acabar de detallar las medidas
adoptadas porque la voz se le quebraba y los lagrimones le rodaban por las
mejillas.
Pues esta señorita, no sólo no
llora, sino que se ríe como una hiena y dice “Muy bien, muy bien, que se
jodan”. Allí, en su escaño, a la vista de todo el mundo. La réplica que se
merece esta impresentable excede de mi capacidad de insulto. En 61 años que
tengo, nunca he escupido a nadie, pero creo que, si me dijeran que estaba
obligado a escupir una vez en la vida a una persona que yo eligiera, no dudaría
en escoger a esta auténtica hija de Fabra.
Ahora díganme: para ustedes quién
es peor, un tonto que intenta hacer un chiste, la caga de manera estrepitosa y,
cuando se da cuenta de la que ha liado, dimite, o esta impresentable que se
cisca en los ciudadanos recortados, estafados y apaleados y ahí sigue de
parlamentaria. Espero sus comentarios.