viernes, 28 de noviembre de 2014

316. El sueño de la aldea Ding

El sueño de la aldea Ding es un libro extraordinario. No lo digo porque haya sido objeto de análisis en mi club de lectura, que ya he dicho que se llama Billar de Letras (por ejemplo, el que estamos leyendo ahora para la tercera sesión, me está gustando bastante menos). La primera de las sesiones de este club estaba programada para el martes 28 de octubre, pero se aplazó al siguiente martes, 4 de noviembre. Para adaptarme a ello, retrasé mi reciente viaje por Europa, porque no quería perderme la sesión fundacional. Pero, a su vez, ese retraso me impidió estar en la segunda, porque mi viaje todavía no se había terminado. Participé vía Skype desde Rotterdam, y supongo que mis compañeros se sintieron un poco extraños de compartir sus reflexiones con una pantalla de plasma como la de Rajoy. Por cierto, si quieren conectar con la página de Billar de Letras pinchen AQUÍ. No se arrepentirán.

Sentí especialmente no estar presente porque en la sesión participó el editor del libro Darío Ochoa, uno de los socios que, con su esfuerzo incansable, sostienen la empresa Automática Editorial, que publica unos libros de factura cuidada y calidad inusual. Dentro de ese trabajo, Darío es un experto en la China actual, adonde viaja con frecuencia, lo que le ha valido para conocer personalmente al autor del libro Yan Lianke y organizar con él una traducción exquisita que, al parecer, ha satisfecho plenamente al autor, inicialmente reticente por la chapuza que habían hecho los que tradujeron su novela al inglés. Yan Lianke es un personaje ciertamente singular. Nacido en 1958 en la provincia de Henán, se incorporó joven al Ejército Popular de Liberación, que es como se llama el ejército de China, y ha seguido perteneciendo a él hasta 2004. Aquí pueden ver una imagen actual, rodeado de lo que más le gusta: los libros.



En paralelo a sus tareas como militar, Yan Lianke se licenció en Ciencias Políticas y después en Literatura. Desde que dejó el ejército, se dedica en exclusiva a dar clases de literatura en una universidad, y a su tarea de escritor, que inició en 1979. Con esta trayectoria, era previsible que el régimen lo tratase con cuidado y se mostrara orgulloso de su figura, honrándolo con diversos premios nacionales. Pero, como sucede con cualquier escritor que quiera desarrollar su trabajo en libertad en un régimen dictatorial, algunos de sus libros empezaron a resultar incómodos para el poder y a cabrear mucho a los censores. En el primero de ellos, Servir al pueblo, uno de sus protagonistas sólo consigue excitarse haciendo el amor, si su compañera se dedica al mismo tiempo a destrozar con saña algún retrato de Mao. Demasiado para el Partido.

Pero El sueño de la aldea Ding ha sido ya la gota que ha colmado el vaso de la irritación de los dirigentes de su país, hasta el punto de que, casi diez años después de escrito, no ha conseguido que se autorice su publicación en China. Y, también como suele suceder, el libro se ha difundido por todo el mundo con un éxito notable de ventas y unanimidad en la buena valoración de los críticos, hasta el punto de hacerse acreedor al prestigioso Premio Kafka. Es éste un premio que se concede cada año en Praga y que distingue especialmente aquellos libros que contienen valores universales, por lo que pueden ser entendidos por lectores independientemente de su origen, nacionalidad y cultura. El premio se ha otorgado antes a Philip Roth y Murakami, entre otros. Además de la dotación en metálico de diez mil dólares, el ganador se lleva una reproducción del monumento erigido a Kafka en un pequeño parque de Praga. Abajo el monumento y la foto de Yan Lianke recibiendo el premio del año pasado por el libro que comentamos.





La historia que se cuenta en la novela es tremenda. Ocho años después de que los habitantes de la aldea Ding se implicaran en una campaña oficial de venta de sangre, para la creación de un banco nacional con reservas suficientes para las necesidades médicas de un estado gigantesco cuyas leyes prohíben la importación de sangre del extranjero, muchos de los que en su día participaron en ese programa empiezan a sentir fiebres y a ponerse muy enfermos. Nadie les informa ni les cuenta qué les está pasando, son gente ignorante del campo y ni siquiera relacionan sus fiebres con la vieja campaña de donación de sangre. Pero lo que tienen estas pobres gentes es SIDA, una enfermedad entonces letal e incurable.

El narrador es un niño que cuenta los hechos con la sencillez y la mirada limpia propia de su edad, y los personajes centrales son su padre y su abuelo, que representan, digamos, el bien y el mal. El padre es un personaje que se ha enriquecido haciendo de intermediario en el negocio de la sangre, en el que a los campesinos les pagaban una parte mínima. Y, cuando se desata la epidemia, monta un negocio de venta de ataúdes. Se trata de un personaje que encierra en su forma de actuar una cruel metáfora de los nuevos chinos, esos que se han embarcado alegremente en la creación del llamado capitalismo de estado. Su falta de valores es total, algo frecuente en la China posterior a la desastrosa Revolución Cultural, que arrasó con todo el acervo cultural y moral de la China milenaria.

En contraposición, el abuelo representa la supervivencia de esos valores éticos en el medio rural. El abuelo no ha participado en la venta de sangre y ahora es el personaje que se desplaza a la ciudad para buscar información sobre la enfermedad de la fiebre y regresa sabiendo el alcance del problema. A partir de ahí se dedica a ayudar a los afectados, reuniéndolos en la escuela del pueblo para evitar nuevos contagios. Allí surgirán toda clase de historias y nuevas relaciones entre ellos. El abuelo es una especie de referencia ética y representa a un mundo casi extinguido, arrasado por la ambición y la vorágine de los nuevos tiempos. Él se ha mantenido incólume por su edad y por su cultura, puesto que conoce todas las obras tradicionales de la literatura china, que cita con frecuencia en sus intervenciones.
  
Todo el libro es una lucha desesperada entre el abuelo y el mundo que representa y, por el otro lado, ese nuevo mundo basado en la codicia y la ausencia de valores, que lleva al grupo humano a su destrucción. La crítica al sistema es brutal, aunque ni una sola vez se cita al Partido ni al régimen. Hay un delegado de zona que ha de convencer a los campesinos para que donen sangre, y que si no consigue la cantidad de litros que le han asignado, será cesado y sustituido por otro más atrevido. Los de la aldea Ding no quieren dar sangre al principio, pero les organizan un viaje en autobús a otra aldea en la que todos han donado ya, han recibido mucho dinero y se han construido casas lujosas. Después de ese viaje, todo el mundo se apunta al momio, pero el único que se enriquece de verdad es el padre del narrador.

La metáfora puede alcanzar perfectamente a nuestra sociedad (piensen en las preferentes y en los desahucios). Pero lo terrible es que no se trata de una historia inventada. Parece que en la provincia de Henan se organizó de verdad un programa de creación de un banco de sangre, que participaron en él cuatro millones de campesinos y que en torno a la mitad enfermaron de SIDA. El régimen tapó ese escándalo con un manto de opacidad, para que no se conociera, y los afectados no fueron ni siquiera informados de lo que les pasaba.

Varias ONGs se dedicaron a informar y apoyar a los enfermos y Yan Lianke, que es originario de Henan, participó activamente en estas campañas. En su desesperación, alguno de los afectados viajó a Pekín y se dedicó a amenazar a los viajeros del Metro con jeringuillas, para denunciar su situación de desamparo. La mejor prueba de que la historia es cierta es el hecho de que el libro (escrito en 2005) continúe prohibido en China. Como han visto, a Yan Lianke le siguen permitiendo su actividad lectiva, porque la Junta de Rectores de su universidad le apoya. Pero esa junta puede cambiar cualquier día. También le dejan salir al extranjero a recibir premios (el Kafka no es el único que ha ganado) o participar en congresos y ferias literarias. Pero su futuro no parece muy halagüeño. Siempre le quedaría el exilio. Pero está firmemente decidido a quedarse en China, pase lo que pase. Él es chino, ama a su país y no quiere abandonarlo. Está dispuesto a sufrir en silencio lo que tenga que sufrir.

Con lo que les he contado, tal vez piensen que el libro es terrible y deprimente. Pues todo lo contrario. Es un canto a la vida. El relato de los hechos que atañen a los habitantes de la aldea Ding se contrapone todo el tiempo con las descripciones del entorno, de una belleza extraordinaria. Casi se siente como despuntan los tallos de los cereales a la salida del sol. La narración, desde el punto de vista de un niño, es estremecedora por su sencillez y naturalidad. El libro es de lectura muy grata, trufado de humor y de entereza en la desgracia. Uno se identifica rápidamente con la figura del abuelo, un personaje con el que es fácil conectar. En el club de lectura, alguien dijo que en China nunca había habido novela, que son maestros de la poesía y las únicas narraciones que tenían eran las de relatos épicos, también llenos de poesía. Todo esto se respira en este libro maravilloso.

Me queda solamente recomendarles su lectura. Es una de las mejores novelas que he leído en años. 
   

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