Como saben, soy hombre de
rutinas, al que le gusta cumplir con determinados ritos o costumbres de uso
común. Una de mis rutinas más arraigadas es ésta: en una ciudad grande, los
domingos se sale al parque. En Nueva York, al Central Park; en Londres al Hyde
Park, en París al Jardin de Luxembourg y en Madrid al Retiro. A pasear, a
correr, a leer el periódico, a tomar el vermú, a sacar al perro, a llevar a los
niños a que corran con sus triciclos. En ciudad grande y en domingo, hay que ir
al parque. Cuando era un niño, mi madre me sacaba a la Rosaleda del Relleno. En
cuanto me zafaba de su vigilancia, me ponía a jugar con las procesionarias, que
eran chupi. Luego, me picaban las manos, me las rascaba y mi madre me veía y me
decía: ¿Ya has estado con las procesionarias, marrano? Pues ahora te aguantas.
Hoy era mi último día en Hamburgo
y tenía algunas otras cuestiones pendientes. Por ejemplo, conocer el Metro. Les
recuerdo que esta es la única ciudad grande de Alemania que no tiene tranvías.
Sabía que había una parada de Metro cerca de mi hotel, pero aun no lo había usado.
Así que, esta mañana, tras dar cuenta del desayuno raquítico de costumbre, he
salido otra vez al frío de Hamburgo. Pero no me he dirigido a la izquierda, a
través de la zona de las putas y la Hansa Platz, con los restos del botellón de
yayos, para llegar a la Hauptbahnhof. Tampoco he tirado de frente para alcanzar
la Langue Reihe, eje de actividad del barrio de Sankt George. No, nada de eso.
He salido a mi derecha en busca de la estación Lohmülenstrasse de la Línea 1
del U-Bahn, que es como se llama el Metro de Hamburgo. Por 2€ me he sacado un
ticket para dos viajes en una maquinita, donde he pagado con mi nueva Visa de
pin.
El Metro es rápido y puntual.
Unas cuantas paradas más allá me he bajado en la parada de la Stephansplatz.
Desde dicha plaza se accede al parque llamado Planten un Blomen. Es un parque
no muy grande, pero es una preciosidad, especialmente el jardín japonés, que
está precisamente a partir de la entrada que yo tomé. Mi amigo L. me había
advertido de que era una maravilla pero, teniendo en cuenta que él lo vio en
verano, pues la sinfonía de colores que yo he encontrado es algo que justifica
una visita en el otoño. Les pongo algunas de las fotos que he tomado, aunque mi
cámara no es muy buena y no hacen justicia a lo que he visto.
El parque estaba bastante vacío a
hora temprana y con tanto frío. Sólo algunos corredores, no demasiado expertos,
y parejas paseando a sus bebés enfundados en buenos gorros de lana. Llegué al
pie de la torre de la televisión y me di la vuelta. Tras el Planten un Blomen,
la cuña verde continúa hasta la plaza de Johannes Brahms y luego hasta la
entrada de Sankt Pauli, pero yo no quería ir en esa dirección. Volví sobre mis
pasos hasta la Stephansplatz, y cogí una ruta diagonal por una calle peatonal
que se llama Colonnade, para llegar a la esquina del más pequeño de los dos
lagos que tiene Hamburgo, dentro de la ciudad, por donde salen a caminar los
hamburgueses los domingos, salvo que haga un tiempo de perros. La Colonnade es
una calle que, al estilo Broadway, corta la cuadrícula de este barrio elegante,
lleno de tiendas caras, hoteles de lujo y cafeterías chic. Aquí una imagen de Internet, donde se ven los dos lagos.
Los lagos son artificiales y se
consiguieron remansando las aguas del río Alster, que poco después desemboca en
el Elba, en la zona del puerto y la Hafen City. La idea era que los hamburgueses
tuvieran un lugar de esparcimiento y práctica de la vela y otros deportes
acuáticos a los que son grandes aficionados. El lago más pequeño se llama Binnenalster
y el grande Aussenalster. El paseo que rodea ambos tiene unos 7,5 kilómetros.
Por la Colonnade accedí a la esquina del Binnenalster, que es cuadrado y tiene
un geiser en el centro. A mi derecha quedaba el frente edificado que recorrí
anteayer, del que dije que era como Los Cantones de La Coruña y que se llama el
Jungfernstieg y es como la Puerta del Sol de esta ciudad. Tiré para mi
izquierda e inicié mi recorrido alrededor de los lagos. Este tramo está
orientado a naciente, así que daba un sol de lo más agradecido en estas
latitudes. Aquí sí que está lleno de paseantes, ciclistas y, sobre todo,
corredores. Además, no de los de trapillo que había en el Planten un Blomen.
Aquí se corre en serio.
Para pasar al otro lago hay que
cruzar bajo el puente del tren, mediante un largo pasadizo. Luego hay un
semáforo para salvar el arranque del Kennedybrücke, el puente de la carretera.
El parque lateral del lago grande está muy animado, hay algunos chiringuitos y
mucha gente circulando. En un punto concreto, está el puesto de la policía, con
el equipo de socorristas con sus zodiac preparadas para cualquier emergencia en
el agua. Porque el Aussenalster está repleto de veleros aprovechando el viento.
En este punto aproveché para hacer uso del aseo de herren, que era gratuito, cosa rara en Alemania, y estaba tan limpio como los de pago. Un poco más allá, una banda de
cormoranes observaba con interés las evoluciones de los veleros. ¿No me creen?
Pues aquí tienen la imagen. A ver si eso no son cormoranes…
Al llegar al fondo hay que cruzar
una serie de puentes de los ríos tributarios y se inicia el regreso por el lado
orientado a poniente. Como ya era más de mediodía, aquí daba también el sol. A
las horas centrales el frío se matiza un poco. Desde el principio observe que
este lado concentra las mejores casas de Hamburgo, donde viven los millonarios.
Incluso el camino ha de rodear un núcleo de casas de lujo que dan directamente
al lago. El ambiente es también más aristocrático, yo me sentía mejor
en el otro lado. Es curioso que en estas zonas tan frías, el lado de poniente
tenga un componente de prestigio, como un Mercedes Benz. En La Coruña, también
los pisos a poniente son los más valorados. No así en Madrid, donde la mayor distinción
va asociada al sur y al levante.
En un chiringuito al aire libre,
cumplo con otro rito obligado. Comerme el plato emblemático con una pinta de
cerveza. Además, lo pido en alemán: ein shinken bratwurst mit kartoffelsalat. Acompaño
todo con un bretzel, el panecillo judío en forma de ocho, pasado por la
parrilla, como la salchicha. Hay un negro al cuidado de la brasa, al que sacan de dentro los
cuencos de kartoffelsalat para completar las raciones. Te sirven todo en unas
bandejas de cartón duro, que te llevas tú mismo a las mesas corridas bajo unas
sombrillas cuadradas. Encontré un sitio entre la gente y me comí mi ración con
gusto. Pero el sol empezaba a caer, el frío arreciaba y los toldos tendrán una
imagen sugerente, de reminiscencias playeras, pero no ayudan nada en estas
situaciones. Terminé de comer con los guantes y la bufanda puestos y porque no
tenía una manta.
El último tramo del paseo del
lago grande te lleva a un paso bajo el Kennedybrücke, pero no hay continuidad.
Eso explica que, bajo el puente, haya un núcleo numeroso de tiendas de campaña
de homeless. He desandado el camino hasta un paso bajo la vía del tren y he
alcanzado la esquina del Binnenalster opuesta a la de mi acceso. En este punto
he decidido ahorrarme el último tramo de este lago, un paseo urbano como el Jungfernstieg,
en el que ya no hay corredores. A mi izquierda se divisa la esbelta torre de la
Hauptbahnhof. Quiero acabar mi jornada de dominguero visitando un museo y los
dos más atractivos están a ambos lados de la estación. Por una arteria con
bastante tráfico, paso de largo del Kunsthalle, el museo de pintura que tiene
cuadros de Rembrandt, Manet, Munch y otros. Paso de largo también por la Hauptbahnhof.
Me dirijo al Deichtorhallen, el museo de
fotografías.
He de confesar que lo del museo es
un poco también para entrar en calor. En el Deichtorhallen, me tiro dos horas (de 2 a 4)
viendo una exposición del centenario de las cámaras Leica. Es buenísima. Aquí
están, desde la foto del Che Guevara, hasta la de la niña del napalm en Vietnam. Impresionan las caras
de las gentes de barrios pobres en países ahora desarrollados, pero, por lo que
se ve, bastante depauperados en los 30 y en los 50, hace dos días. Con el
calorcete y la paliza que llevo hoy encima, me ha entrado una soñera
considerable. El único sitio donde había sillas era una sala de vídeos. Allí,
arrullado por la voz acariciante de un locutor que hablaba en alemán, me he
quedado frito. Cuando me he despertado, una señora mayor roncaba apaciblemente
en la silla de al lado. Eran las 16.30.
He salido y he cogido el Metro de
vuelta, aunque estaba a dos paradas de la mía, porque no podía más. Luego, lo habitual:
una cabezadita, escribir el post del día anterior y salir a cenar alguna cosa.
La Langue Reihe estaba bastante vacía en la noche del domingo, bajo una
especie de aguanieve. He entrado en la cervecería de Frau Möller y me he tomado
unos penne rigate con tomate y con la pinta de cerveza correspondiente. Un
domingo completo, como ven. Para eso son los domingos, para que cada uno haga
lo que le dé la gana. Otros los dedican a afanes diferentes, como hemos visto
hoy.
Ayer les decía que los
trabajadores y la gente normal de todos los países nos entendemos de manera
natural. Lo malo es cuando vienen los de siempre a fastidiarlo. ¿Se imaginan que,
allá por la Puerta del Sol y aledaños, brotaran unos iluminados y empezaran a
decir que Spain is not Europe? ¿O que Berlín nos roba? Lo que se iban a reír de
nosotros. ¿Y si, encima, resulta que el mensaje cala y empezamos a salir a las
calles a decir que nos queremos separar de Europa –tal vez para integrarnos en
Asia– y que queremos votar el asunto? Haríamos un ridículo espantoso. Sí, ya sé
que he dicho que no iba a hablar del tema, pero la limitación me la he puesto
yo y la incumplo cuando me salga de las pelotas. ¡Hala!
Dice usted que el paseo ese de nombre impronunciable es como Los Cantones de La Coruña y, un renglón más abajo, que es como la Puerta del Sol de Madrid. ¿Cómo se come eso?
ResponderEliminarTiene razón, es contradictorio porque no está bien explicado. La calle Jungfernstieg a la que me refiero, forma el borde suroeste del lago Binnenalster, el más pequeño de los dos que hay dentro de la ciudad de Hamburgo. Quiere decir que una de sus aceras está edificada con inmuebles de prestigio, cafeterías, hoteles, bancos y sedes de empresas. La otra acera es la orilla del lago. En ese sentido, su imagen me recordó a la más conocida de Los Cantones, con el puerto a un lado y los edificios con las conocidas cristaleras, al otro (obviamente, la de Hamburgo tiene una mayor escala)
EliminarLa referencia a la Puerta del Sol tiene que ver, en cambio, con la existencia en una de las esquinas del paseo de una importante estación de Metro, también de nombre Jungfernstieg, que es el lugar donde se concentra la mayor actividad de la ciudad, punto de encuentro frecuente y lugar de citas que todo el mundo conoce. Espero habérselo aclarado.