Hoy el día ha tenido dos mitades
bien diferentes, a las que responden las dos partes del título. Pero no adelantemos.
Me he despertado pronto, he abierto las cortinas para ver amanecer otra vez en
un despejado Ámsterdam, he terminado mi post TD#8 y he bajado a desayunar casi
a las 10. Como se imaginarán, estaba aun más abarrotado que ayer. La gente
apura hasta el último minuto. He recogido mis cosas, he hecho el check in y he salido caminando a la
Central Station, para dejar allí mi maleta y poder darme una última vuelta por
la ciudad. En la estación he descubierto que la consigna vale aquí más: 5,10€.
¡Mira que son fenicios estos holandeses!
Libre del maletón, me he dirigido
a información de Internacionales. Allí he dado con el único tío borde que he
conocido en toda Holanda. Cierto que soy un poco ansioso, que a veces doy un
exceso de información de forma un poco torrencial, que interrumpo al que me habla,
que eso me trae problemas, por ejemplo, con los tartamudos (cuando empiezan a
decir car-car-car, les completo la palabra: CARNE, lo que me ha costado hasta
una bronca: ¡¡Jo-jo-joder, lo te-te-tenía que decir yo!!). Pero no es menos
cierto que un tipo al que ponen en un servicio de información debe tener más
paciencia. En la prehistoria de la Gerencia de Urbanismo de Madrid, en una
remodelación de los servicios que dirigió el ínclito Espelosín, los tres mudos
que había en la plantilla fueron reubicados en el Departamento de Información
Pública, todo un símbolo de la calidad de dicha remodelación. Para informar al
público, no sé si es peor un mudo o un cabreado. Juzguen ustedes mismos. La
conversación (en inglés) fue la siguiente.
Buenos días. Buenos días, verá,
tengo un Interrail Global Pass (se lo muestro) y quiero ir esta noche a Lille.
Muy bien, enseguida le busco la mejor combinación (se pone a teclear en el ordenador).
Supongo que tendré que pasar por Bruselas… (Interrumpe sus movimientos de
manera ostentosa y con irritación) Pero, vamos a ver, ¿usted quiere ir a Lille,
o también quiere ir a Bruselas? No, no, disculpe, yo voy a Lille, lo que pasa
es que, como Bruselas está al lado… Señor, si usted quiere ir a Lille, yo le
busco la mejor forma, para que no tenga que pagar ningún suplemento, puesto que
ya ha pagado usted el Global Pass; pero para eso tiene que dejarme trabajar y
no interrumpirme. (Es inaudito, pienso, pero no quiero pendencias) OK, disculpe,
búsqueme la mejor oferta. (Vuelve a teclear y me propongo firmemente no decir
nada más. Pero entonces recuerdo que no le he dado un dato clave) Perdone, si
es posible, que sea por la tarde. (Nueva interrupción brusca de lo que está
haciendo, resoplido irritado y mirada al mundo, para que el mundo vea lo que tiene
que aguantar con un tipo como yo) A ver, señor, le estoy buscando la
combinación mejor. Déjeme terminar y luego vemos si es por la tarde. Vale,
vale. (Al fin me saca un trayecto en tres tramos, con salida de Ámsterdam a las
17.10. Me lo imprime. Ya tengo lo que quería, así que le doy un poco por culo a
este tío borde). Muchas gracias, señor, que tenga usted un buen día… si es que
eso es posible (lo último se lo digo con sarcasmo, levantándome de la silla.
Cuando estoy llegando a la puerta me grita). Seguro que voy a tener un buen
día. (Al salir, vuelvo la cabeza y le retruco.) Yo no estoy tan seguro. (No oigo ya lo que me dice).
Con mi maletín salgo a dar mi
último paseo por esta ciudad alucinante, procurando olvidarme del amargado que
me ha atendido. Salgo esta vez hacia la izquierda, para ver el edificio De
Waag, clave en todas las ciudades holandesas, lógicamente más grande el de
Ámsterdam. En la Waterlooplein hay un mercadillo rockero muy extenso, donde
venden toda clase de objetos de merchandising
de los grupos, nuevos y viejos. Tras curiosear un rato, sigo en paralelo a uno
de los canales circulares hasta llegar a la explanada del Rukin. Allí al lado
está la Koningsplein, así que recupero mi ruta habitual hasta la Leidseplein. La
pista de hielo ya está montada, pero aun no se abre al público. Entro al bar
del Hotel Americain a tomarme un café. Ayer me quedé con ganas de entrar,
porque es muy bonito, de un art deco
muy delicado.
Recuerdo entonces que el año
pasado se me quedó pendiente visitar la Westerkerk y el Museo-Casa de Anna
Frank. Camino hasta allí, pero el resultado es el mismo: la Westerkerk está
cerrada por obras hasta el 28, y para entrar a la casa de Anna Frank hay una
cola que da la vuelta a la manzana. Así que sigo adelante, hasta el final del
Prisengracht canal. Allí paso por debajo de la autopista y el tren y llego a la
Ciudad de la Justicia (las fotos que he colgado en mi anterior post están
tomadas en ese momento). Desde allí vuelvo al centro. Tengo tiempo de comerme
un panini de salmón por la calle y luego entro en un bar de canuteros a tomarme
una pinta de cerveza. Me ofrecen un shot
gratis con la pinta, pero declino la invitación. No se refiere a una calada de
los canutos que se está fumando por allí todo el mundo, sino a un dedalito de
algún schnapps o similar. Según un
letrero, en la casa hay tres tipos de shots:
el drop-shot, el knockout y el B-52. En fin, salgo flotando del bar en el que
he ejercido de fumador pasivo, cruzo a la estación, recupero la maleta y bajo
al andén.
A continuación paso plácidamente leyendo
y dormitando los dos primeros tramos del viaje: Ámsterdam-Rotterdam y Rotterdam-Antwerpe.
Pero en Antwerpe, capital de los flamencos, las cosas se tuercen de pronto. El
tren que tenía que hacer el trayecto Antwerpe-Lille no está en la vía. Los
pasajeros potenciales estamos despistados. En los tableros, sólo en flamenco,
pone que el tren está anschunchin o
algo parecido, pero no sabemos si eso significa retrasado o anulado. Hablamos
con el proverbial tipo de la gorra roja, que dice que no sabe nada. Le pido su
opinión y su consejo y me dice que él, en mi caso, se subiría a un tren que sí
está y que va a Ostende. Ese tren pasa por Gante y allí, con suerte, a lo mejor
puedo coger otro a Lille. Eso es lo que hacemos unos cuantos, pero el tren no sale hasta 40 minutos más tarde.
Llamo a Lucas para contarle. Me
dice que no me preocupe, que él me viene a esperar a la hora que sea. El tren
va lleno de gente muy fea, y entonces me doy cuenta de que ya no estoy en mi
adorada Holanda, sino en Bélgica, la tierra de los tipos más bolos del planeta. Ya saben también que,
tanto los franceses, como los holandeses hacen chistes de belgas, iguales que
los nuestros de Lepe. Me acuerdo del borde holandés y me cago en todos sus
muertos: el tren que me ha traído aquí desde Rotterdam, seguía a Bruselas, y es
muy posible que, desde allí pudiera haber cogido uno a Lille que está al lado.
Quizá pagando un suplemento de 5€. Por
el túnel. Las circunstancias y la fatalidad se han conjurado para que yo esté
ahora en un tren de tercera, camino a ninguna parte y rodeado de campesinos
paletos y feos. Ahora que lo pienso, el tipo de la estación de Ámsterdam a lo
mejor era belga.
Tras un trayecto interminable,
lleno de paradas en las que suben y bajan multitudes de gente de los pueblos, llegamos
a Gante. Allí la situación se repite. No hay ningún tren a Lille. Lo mejor que
podemos hacer es coger uno que va a Kortrijk y, desde Kortrijk, ya se verá. No
hay Internet y no tengo ni idea de adónde me está llevando la situación. Hasta
aquí venía con tres rumanas que se van a quedar en Kortrijk y una francesa que va a
Lille y está de los nervios. Dice que tiene un hijo de 4 años, que ella no
puede estar así a esta hora, con esa incertidumbre, y que todas las semanas
pasa algo en estos trenes locales. Por fin me entero de lo que ha pasado: un
tipo se ha suicidado tirándose a las vías en alguna estación belga. Y eso ha
hecho colapsar el sistema, porque hay que esperar a que venga el juez y
autorice a levantar el cadáver, luego limpiar el lugar y que empiece a circular
el tren de marras y luego los otros. Ahora díganme: ¿creen que exagero cuando
digo que los belgas son los más bolos de Europa?
En Kortrijk la situación es clónica. Otro
tipo de gorro rojo confirma que no habrá tren a Lille esta noche. Que está por
venir uno que tal vez llegue a Moeskroen, y que allí nos las arreglemos como
podamos. Estamos la francesa cabreada y yo y, un poco más allá, un negro que no
entiende ni palabra de francés. Le traduzco y me dice que él va a Eurotéléport.
Ni puta idea de qué es eso. Lucas me dice por teléfono que Kortrijk está
bastante cerca y que la estación de Moeskroen está a unos 4 kilómetros de la
línea de Metro de Lille-Metropol, el área metropolitana de Lille. Parece que
por fin llega un tren. Se bajan cientos de gentes con cestas, carritos de niños
y grandes pertrechos. El negro ayuda a bajar los bultos más pesados a todo el
mundo. Es un tío cojonudo. Pego la hebra con él. Se llama Emmanuel Egbuwalo y
es camionero. De Nigeria. Su negocio está allí, pero su mujer está aquí,
esperándolo en Eurotéléport. Después de muchas dudas, el tren sale. Dice la
chica francesa que en Moeskroen hay taxis, pero que, por llevarte a Lille, cobran un pastal,
por lo menos 50€. Pero tal vez pueden acercarnos al Metro, le digo. Son más de las 12.
Emmanuel me dice que tiene que
llamar a su mujer, que debe de estar muy preocupada, pero que se ha quedado sin
batería. Le presto mi móvil y llama. Su cara se vuelve azúcar. Es un encanto,
pero le digo que abrevie, que es un móvil español y que su galantería me va a salir
por una pasta. Con esto del móvil ya me lo he ganado y me enseña un montón de fotos de su mujer que lleva en una carpeta, una hermosa nigeriana muy elegante en sus ropas tradicionales. El tren va muy despacio
pero tarda apenas veinte minutos. Al llegar a Moeskroen, nada más bajar al andén, la chica echa a correr
pasando de nosotros. No tiene equipaje y nosotros sí. Un poco después nos
adelantan a la carrera otros dos tipos. Cuando llegamos al único taxi, los tres
están subidos, pero hay una fuerte discusión entre todos. Uno de los tipos opta
por bajarse. El otro y la chica se van con el taxista. El que se queda es un
francés fuerte, bien cargado de alcohol, con un aliento apestoso de borracho.
Nos dice que el taxista era un connard
y que al hijo de su madre no lo estafa ningún taxista. Faltaría más.
En la pared hay un teléfono de
teletaxi. Propongo llamar. Le quito el cero de delante y marco el +33 de
Francia. Me contesta una señora que dice que ella no tiene taxis, que eso es un
domicilio particular y es muy tarde para andar molestando a la gente en sus
casas. Cuelgo y consulto el teléfono que he marcado, lo confronto con el de la pared y es
el mismo. Estamos jodidos. Pero ya saben que yo no me vengo abajo tan
fácilmente. Vuelvo a llamar. Me deshago en disculpas en francés pero insisto:
estamos aquí algunos extranjeros perdidos, porque un tipo se ha suicidado y el
sistema entero ha colapsado. Le digo que delante de mí hay un cartel con el número y
que yo lo he marcado bien y no entiendo cómo es que me sale su casa. Con mucha
calma, la señora me dice que eso me pasa, como a otros tropecientos antes que a
mí, porque he puesto el prefijo de Francia y esto es Bélgica, señor mío, y cada
poco pasa lo mismo: por hache o por be, el tren falla y los que se quedan
colgados la llaman a ella a altas horas de la noche y la despiertan y ella no
tiene la culpa de tener el número que tiene.
Bueno, a partir de aquí todo ha
ido mejor. Llamé al número correcto. Un taxista en marcha quiso saber cuántos
éramos y adónde íbamos. Luego dijo: J’arrive. Cinco minutos después estaba
allí. El borracho pide permiso para negociar un precio y que no nos estafen.
Emmanuel no las tiene todas consigo e insiste en que él quiere ir Eurotéléport.
Le digo que tranquilo, que confíe en mí, que es mi amigo y yo no lo voy a dejar
tirado. Pero los de su raza ya han escuchado eso muchas veces y es natural que
no se fíe. El borracho nos traslada el acuerdo: 18€ por llevarnos a la estación
de Metro más cercana. 6 cada uno. Es perfecto. El taxista lo quiere por
adelantado. Se lo damos y, sólo cuando lo ha contado y guardado, se baja a ayudarnos con los bultos. El negro
pregunta todavía si vamos a ir a Eurotéléport.
El trayecto es bastante largo,
pero al final nos deja en la estación de Metro de Pont de Neuville. El Metro de
Lille-Metropol es súper eficiente, va a una velocidad increíble ¡sin
conductor! Unas diez paradas después, Emmanuel llega a la estación de
Eurotéléport, donde le espera su mujer. Antes nos ha dado tarjetas y unos
abrazos de la hostia. No nos va a olvidar nunca y se da puñetazos en el corazón
para ratificarlo. A nosotros nos quedan aun otras catorce estaciones hasta la Gare de
Flandres. El borracho descubre que me parezco a Einstein y me lo repite unas
cien veces, entre risas, con su aliento hediondo. El tren va lleno de chavales
que salen de marcha en el Friday Night. Dice el borracho que por qué no nos
tomamos unas cervezas él y yo, que sus amigos no se van a creer que estuvo de
copas con Einstein. Es un peñazo. Le digo que me espera mi hijo en la estación
y que tengo que registrarme en el hotel.
Llegamos a la una y pico y me
ahorraré de contarles el autentico vía crucis arrastrando mi maletón por los
empedrados de Lille hasta dar con un hotel estupendo, pero que carece de cartel
luminoso. Con todas las vicisitudes, no había podido imprimirme un mapa del
recorrido de la estación al hotel. Una vez inscrito, Lucas controla un
restaurante que no cierra en toda la noche. Se llama La Chicorée y estaba hasta
arriba. Allí nos hemos obsequiado con unos merecidos entrecotes, atendidos por
un camboyano espídico. Lucas tenía todavía que coger su bicicleta para ir a su
residencia universitaria, a 10 kilómetros del centro. Me he acostado a las
cuatro de la mañana.
Vengo siguiendo tu viaje desde la rotonda clandestina hasta Lille (abrazo a Lucas), sin bajarme del Global Pas. Te he acompańado por Bruselas, Hamburgo, Lübeck, Amsterdam..., he padecido il sciópero dei tedeschi, los bolos belgas y al único holadés borde..., entre diversas personas, en hoteles con desayuno y solventando avatares con increíbles alardes de comunicabilidad...
ResponderEliminarHoy he llegado por fin a Lille y me supo a gloria el etrecot del espídico camboyano con Lucas...
Muy ameno, culto y notable calidad literaria para ser escrito a la carrera, con finos detalles de observación y psicología, dignos de un singular alterego entre Einstein y Boody Alen.
Con el deseo de que remates la faena con orejas y rabo (si es posible), te envía un cordial abrazo desde la cloaca, tu amigo, custodio de tarjeta, X.
Gracias amigo, me lo estoy pasando bien y me he olvidado completamente de mis días grises en el Campo de las Naciones. Tener que afrontar determinadas dificultades y entenderse en otros idiomas te mantiene alerta y te rejuvenece.
EliminarEsperemos que los días que faltan estén a la altura. Un abrazo.
Un viaje más placentero que una luna de miel, Emilio, con la amable escolta de ese compadre, custodio e infatigable compañero de viaje que sigue tus pasos por el corazón de Europa y saborea contigo el entrecot y sufre los desplantes del falso holandés y te anima a rematar la faena con orejas y rabo y a salir por la puerta grande. ¡Cuídate!
ResponderEliminarYa me estoy cuidando. Estas cosas que a mí me divierte vivir y contar, quizá a otros les aburran o les angustien. Cada uno es cada uno. Con seguidores como tú y el de más arriba, pues me siento en parte obligado a seguir en la brecha. Un abrazo, amiga, y hasta pronto.
Eliminar