Cuando empecé esta aventura, me
propuse hacer un viaje literario paralelo, a modo de ejercicio, escribiendo un post
por cada día de mi periplo por las ciudades del norte de Europa. Me hice el firme
propósito de cumplir puntualmente con mi compromiso, pero no se lo dije a
nadie, para no asustar a mis lectores. Este de hoy es el último de mis textos,
el que completa el lote prometido. Así que no necesitaré una torna, como los que condenaron a Heinz
Chez, para completar el lote de la ejecución de Puig Antich; supongo que
conocen la famosa obra de Els Joglars al respecto. Es curioso: Boadella era
un verdadero ídolo en Cataluña en esos años, cuando se dedicaba a criticar al
único poder que existía entonces, el de Madrid. Luego, vino la
descentralización (por cierto, para calmar el anhelo de los catalanes) y
Boadella siguió haciendo lo que había hecho toda la vida: criticar al poder. Pero
esto ya no les hace gracia a los catalanes, escolti,
tú, que una cosa es el poder de Madrid y otra el de nosaltres.
Me levanto a la hora prevista.
Abrazo a mis anfitriones que se marchan rápido, desayuno, me lavo los dientes
y me ducho. Desde mi ventanal, parece que el cielo va a estar despejado. Pero abajo hay una niebla muy espesa. A las
8.05 estoy en la parada del tranvía 3 y, mucho antes de las 8.30, la hora
fijada, en el andén 14 de la Gare du Midí. Pero el tren no viene. Hay allí un montón de gentes con maletones como el mío. Por megafonía
anuncian que, a causa de la niebla, la circulación de trenes con origen en
Bruselas está notamment perturbée.
Miramos un tablero. El tren al aeropuerto tiene 10 minutos de retraso. Pasan
los 10 minutos y, entonces, ponen que el retraso es de 20. Luego, de 35. Y, a
continuación, que el tren ha sido suprimido.
Poco después se anuncia que hay
otro tren al aeropuerto en la vía 19. Carreras a toda leche a las escaleras
mecánicas para subir al hall y luego bajar a la vía 19. Todo ello, arrastrando
los maletones. Allí la gente se arremolina delante de otro tablero. Yo ya paso
de mirar, pero un rato después escucho un Ah, merde
generalizado. ¿Qué pasa? Nada, que ahora hay que ir a la vía 17. Nuevas
carreras. Llegamos por los pelos a un tren que tiene prisa por irse (no es de
extrañar). Que tiene prisa, he dicho. No mucha, al parecer, puesto que avanza chafando
huevos y para en Bruselas Central, Bruselas Congres y Bruselas Nord. Joder, si
han anulado un tren al aeropuerto, digo yo que el siguiente debería ser exprés.
Los bolos, bolos hasta el final.
En la Gare du Nord se suben cientos
de personas con maletas gigantescas. No cabemos en los vagones. El pasillo está
completamente petao. ¿Recuerdan que les dije que, en todos mis trayectos en
tren por tierras belgas, no me había pedido el billete un solo revisor? Pues
aquí ha tenido que aparecer el primero. Y, como se imaginan, le cuesta un montón avanzar
entre la masa. Luego me dirán que exagero con los belgas. Cuando ha llegado a
mi altura, le he pasado el ticket del diábolo. Lo ha mirado por arriba y por
abajo y luego, poniendo cara de Sherlock Holmes en el momento de pillar a un bandido, me ha
dicho: Señor, esto es un complemento de algo que usted no tiene… ¿Cómo que no? –le he contestado. Y, con gesto de
mago profesional, he sacado el Global Pass y he añadido: Le
voilà. Lo he hecho adrede, para fastidiar a este bolo.
Hemos llegado al aeropuerto con
40 minutos de retraso. El tren llega a la planta -1 y hay que subir por unas
escaleras mecánicas hasta la 3, la última, en donde está Departures. Allí mismo
están los mostradores. He buscado el de Air Europa y, por fín, he soltado el
maletón, a cambio de una tarjeta de embarque con una pegatina detrás, garantía
del equipaje facturado. ¡Qué alivio! Pero los bolos no descansan nunca. Desde
el final de la planta tercera, donde están estos mostradores, hay que irse al
otro extremo y bajar a la planta cero para pasar la seguridad. Y luego volver
por otro camino larguísimo hasta la planta 3, donde están las puertas de
embarque al lado de los mostradores del principio. Por cierto que, al pasar el
ordenador por el aparato de rayos X, se ha encendido solo: ahora entiendo lo
que sucedió en el viaje de ida.
En la puerta A-44 (la que indica
la tarjeta), hay mucha gente ya, se escucha a españoles y a mexicanos (el vuelo
es a medias con Air México). Ya estoy tranquilo y me voy a tomar un zumo de
naranja natural en un puesto que he visto de camino. De vuelta, paso por los
aseos. Todos los cagaderos están ocupados, así que entro en el de minusválidos.
Está hecho una porquería, como si lo hubiera usado un minusválido mental y
perdón por el chiste. Me he pasado diez minutos limpiando todo con trozos de
papel. Sólo cuando ha estado impoluto, me he sentado a usarlo. Allí en el trono
he pensado una cosa: ¿no será esto mío una forma benigna de TOC (trastorno
obsesivo compulsivo). Ahí queda dicho.
Vuelvo a la A-44 y observo que parece haber bastante menos gente. Pongo mensajitos con el móvil, me doy otra vuelta y regreso. Ahora ya
no hay casi nadie. Sólo quedamos yo y una pareja que se está dando un lote
monumental. La chica está a horcajadas sobre el chico sentado y, literalmente,
se lo está comiendo. De vez en cuando, la chica se levanta a descansar y se da
aire con las amplias solapas de su chaquetilla. Qué calentón. Me acerco a un tablero y
confirmo lo que me imaginaba. El vuelo a Madrid está retrasado y ha cambiado a
la puerta A-48. Seguramente lo han dicho por megafonía, pero yo no me he
enterado. A lo mejor estaba en el baño. Los del lote, que tienen un aire más mexicano que español, tampoco se han enterado. En la A-48 están ya los demás pasajeros. El vuelo se retrasa, porque el que viene de Madrid ha
tenido problemas con la niebla. Es algo normal, la niebla es algo serio en un
aeropuerto, pienso que quizá no tanto en los trenes. Pero el vuelo de Madrid ya está allí,
se ve el avión desde donde estamos. Le están enchufando el finger por el que habremos
de subir nosotros.
Un poco después, salen por el
pasillo unos cuantos tipos corriendo a toda velocidad. Son los que tienen que
hacer un transfer y pueden perderlo con el retraso. Luego viene la gente
normal, caminando a buen paso. Después de un lapsus, sale un abuelo renqueante,
al que sólo le falta gritar: no corráis, que es peor. Otro lapsus, y entonces
aparece una chica con aires de modelo, encaramada en unos zapatos de tacón tan
grande, que ha de andar medio de costado, a pasitos cortos. Pero no es la
última: otro lapsus más y sale una pareja de aire
relajado, los dos con los mofletes arrebolados. Y yo he pensado: ¿se estarían también dando el lote?
Hay una niebla del carajo, pero
salimos. Nos piden disculpas en español y nos aclaran que la niebla es un
fenómeno muy puntual sobre Bruselas, que en cuanto la atravesemos el vuelo irá
como la seda y que en Madrid la temperatura es de 18 grados. ¡Qué delicia!
Bien, el vuelo ha ido efectivamente como la seda. He pillado el inMundo y me
enterado del despido definitivo de Pedrojota y de su posterior querella contra el
diario. Luego he hecho el sudoku difícil. El día era despejado. He mirado por
la ventana y he visto una línea de playa a nuestra derecha, en paralelo a la dirección del vuelo.
Estábamos sin duda en el sur de Francia. Entonces he pensado que podía ponerme
a escribir con el ordenador. He empezado mi post TD#16 y he escrito, más o
menos, la mitad.
Y eso que estaba un poco incómodo,
porque los pasajeros de delante tenían sus asientos bajados hasta el máximo. Un
rato después, he sentido curiosidad por ver qué cara tenía esta gente que iba
tan repantigada. ¿Y saben quiénes eran? Sí señor, han acertado: los del lote,
que seguían a los suyo, la chica esta vez debajo del maromo. He pensado dos
cosas. Una: ¡¡Lo que tienen que aguantar las mujeres!! Otra: esta gente, como
lleguen a un hotel y se alojen en una planta muy alta, no llegan arriba. Con la
urgencia que tienen, el mismo ascensor les vale para completar el lote. Ya
aterrizados, se han puesto de pie, pero enseguida han dicho: bah, hay que esperar todavía un buen
rato. Entonces se han sentado y han seguido dale que te pego. Se lo juro, yo no me
invento estas historias, si yo tuviera imaginación para inventarme cosas como
esta, ya sería un escritor de éxito.
En fin, estoy en mi casa. He
escrito este último post y medio, mientras comía algo que me he cocinado
rápidamente y mi lavadora hacía dos coladas que voy a colgar ahora mismo. A las
8 he quedado en la puerta del Teatro María Guerrero. Como ven, todo encajado,
todo como un reloj. A pesar de los bolos. Durante unos días no voy a escribir
prácticamente nada. Si tienen síndrome de abstinencia, repasen los posts
anteriores. Y sean felices. No hay más que proponerse un plan y luchar por
cumplirlo. Les aseguro que funciona.
No es difícil proponerse la felicidad como objetivo alcanzable cuando se está de vacaciones. Madrugar (muchísimo) para ir al APOT ya es más jodido, yo creo que no es un buen comienzo para el viaje a la felicidad. En todo caso, bienvenido al mundo real, atrás han quedado los belgas, que no son tan bolos como los pintas, mira qué hábilmente ha conseguido la sede más importante de la Unión.
ResponderEliminarLa felicidad se puede encontrar en muchos lugares, entre ellos también en el APOT. No te quejes, que hay sitios y situaciones peores.
EliminarSiento contradecirte, pero, para mí, el mundo real es el otro, el de fuera.
Y los belgas, son un poco bolos, dicho esto con las cautelas propias de una burda generalización, como cualquiera que aplique un calificativo a un colectivo nacional completo.
Las sedes europeas se pusieron aquí para que no estuvieran ni en Francia ni en Alemania, los padres fundadores (con unos cuantos comparsas) de la Unión Europea. Después de medio siglo peleando entre ellos con consecuencias desastrosas (50 millones de muertos sólo en la Segunda Guerra Mundial), decidieron darse un abrazo y acabar con esa lucha estúpida para siempre. Los artífices de ese difícil acuerdo fueron De Gaulle y Adenauer, unos políticos a años luz de los actuales.