Dice Joan Manuel Serrat ayer en El inMundo que el proyecto de la
transición se ha desmoronado. No sólo es ese proyecto lo que se está viniendo
abajo: parece que todo nuestro mundo feliz de hace pocos años era un simple
castillo de naipes, que se está desmoronando de forma catastrófica e irreversible. Es
difícil mantener el tipo y el ánimo, en medio de esta ciclogénesis expansiva
que está arrasando nuestra querida guarida, que teníamos por indestructible.
Hace años, el 11-S nos reveló la fragilidad del techo de cristal que nos
resguardaba. Ahora sabemos que el germen de la podredumbre estaba dentro, como parte
esencial del sistema.
Abrumados por los Granados,
Acebes, Ratos y otros sin-vergüenza, acosados por catalonios, fondos buitres, agoreros
del Banco Mundial y la OCDE, prestamistas de guante blanco, vendedores de aire
y publicistas telefónicos que te llaman a toda hora con ofertas innecesarias, amenazados por recortes, desahucios y supresión de servicios, viendo como Rajoy asiste al desguace sin mover un músculo facial, muertos de
vergüenza de pertenecer a un país donde se produce un caso de ébola y lo
primero que se hace es matar al perro, pues qué quieren que les diga: que uno
siente la necesidad de salir unos días de la fosa séptica en la que chapoteamos
desde hace ya demasiado tiempo y respirar un poco de aire, antes de que todo se
venga abajo.
Ese es el sentido del viaje que empiezo
hoy, otra vez por Europa, otra vez en trenes con el Interrail y, por supuesto,
de ciudad en ciudad. Yo soy animal urbano, a mí no se me ha perdido nada en el
campo, ese lugar sin cobertura, donde no se puede uno tomar ni una cerveza y
encima te acribillan los mosquitos. Las ciudades son mi medio natural, allí me
siento a mis anchas y no hay nada que me guste más que callejear por ahí sin
rumbo fijo, entre la multitud ajetreada, los escaparates, los semáforos, las
bicicletas, los autobuses, el servicio de recogida de basuras, las sirenas de
la policía y la algarabía propia de este medio, máxima creación del ser humano
desde la aurora de los tiempos. Y entre las ciudades, pocas como las europeas.
Y el mejor momento para verlas, el otoño.
Las excusas para el viaje son
varias. Me quedan días de vacaciones, a pesar de mis viajes a Rumanía y
Friburgo, porque me han de compensar por las tardes trabajadas con motivo de los
Consejos Territoriales de los distritos y otros foros vespertinos. Mi hijo
Lucas está en Lille, ciudad cercana a Bruselas, donde vive mi querido amigo
António Trinidad. Y, ya que estamos en esa zona, tengo especial interés en
visitar Hamburgo, Lübeck, Leeuwarden, y otras ciudades del norte, además de
Utrecht, y el obligado paso por Ámsterdam. Mi primera idea era cogerme dos semanas,
a partir del weekend pasado, pero entonces surgió el retraso de la sesión
fundacional del Club de Lectura al que me he apuntado, hasta el día 4 de
noviembre. Pensé entonces en cogerme las dos semanas siguientes. Pero el 21
tengo entradas para el teatro.
Finalmente, he encajado el viaje
entre el 5 y el propio 21. A Lucas, no le va bien que lo visite los primeros
días y, a partir de ahí, he hecho un programa, que no les voy a desvelar de
antemano. Mi intención es hacer un diario de viaje (de ahí las iniciales TD, Travel Diary, ya saben que en un blog
hay que ponerlo todo en inglés y yo soy un poco hortera con estas cosas), que
tenga una entidad diferenciada dentro del blog. Voy tomando notas en mi
cuaderno, para elaborar mis post, que iré colgando cuando pueda. Me propongo
también reseñar mis gastos en transportes, para que vean lo barato que resulta
y se animen a intentarlo. Hace dos años había un Interrail de jóvenes y otro de
yayos, pero ahora ya hay para todos: joven, adulto y senior. También hay varias
ofertas en función del número de días que quieras viajar. Yo he elegido el
Global Pass Senior para viajar 10 días, a lo largo de 22. Me ha costado
360€. Aquí se cuentan los días, no los trayectos. Cada día que viajas, puedes
hacer los trayectos que quieras. Para cada viaje has de acercarte a la
taquilla correspondiente, con tu pase de Interrail. Allí te informan de los
trenes que hay y de si son gratis, o tienen un suplemento. Hay que aclarar que
el Interrail vale para cualquier país de la red, menos para el tuyo propio. Así
que conviene salir de España en avión y luego empezar con los trenes. Yo me
saqué un billete de ida y vuelta a Bruselas por 135€ (vayan haciendo cuentas).
El vuelo es de Air Europa, y se pueden conseguir aun más baratos, lo que pasa
es que yo no he sabido las fechas hasta muy al final.
A propósito del desguace de
nuestro mundo feliz, les contaré que todo esto me lo explicaron en el servicio
de información de la Estación de Atocha, al lado de mi casa. Cuando tuve todos
los datos, le dije al chico que iba a cruzar al otro lado del hall para sacarme
inmediatamente el Global Pass. Con cara de circunstancias me dijo que, con
motivo de los recortes, el servicio de internacionales sólo funcionaba ya en
Chamartín. Pero que podía también sacarlo en Internet. El fin de semana pasado
lo intenté a través de la Web. Imposible. El pase es una carterita que no se
puede imprimir directamente. Te lo tienen que mandar al domicilio que digas,
por un sistema que tarda 11 días como mínimo. Yo tenía que salir en tres. Así
que el lunes me tuve que escapar del curre y esperar una hora en las taquillas
de Chamartín en donde sólo una de las trece ventanillas vende billetes
internacionales.
Me quejé al amable funcionario de
ADIF que me atendió, el cual me explicó que lo de Internet se debe a que ha
habido muchas falsificaciones de los pases (hay que joderse). De hecho, el que
me vendió tiene aguas, como los billetes de banco. Aun así, insistí en que la
atención para viajes internacionales está infradotada, que este tipo de
billetes los buscan sobre todo los turistas y que este país vive del turismo,
etcétera. Me pidió que acercara la oreja a su boca y me susurró: ¿Sabe qué le
digo? Que LES importa una mierda. Le di la mano y le agradecí su sinceridad y
su precisión. Vuelvan a mi segundo párrafo y sabrán a quien se refiere ese LES.
Llegamos así a hoy, día 1 de mi
viaje, 5 de noviembre de 2014. Esta mañana he ido al trabajo para una reunión a
primera hora, pero me he marchado a media mañana. Tenía que comprarme un par de
camisetas de las llamadas térmicas, que la zona que voy a visitar es muy fría,
y también unos pantalones de franela para ponerme debajo de los normales, que
no sé si tendré ocasión de estrenar. Son del tipo de los que usaba John Wayne
en algunas películas, sólo que blancos en vez de rosados. Recuerdo una en que
le dan un tiro en el culo (creo que era Eldorado), la bala se le queda dentro y
luego le da latigazos de dolor en los momentos más inoportunos de la acción.
A las 13.30 estaba en la calle
Atocha, con mis maletas, esperando un taxi. Me recogió un taxista colombiano,
simpático y parlanchín. Le dije que tengo un sobrino casado con una colombiana.
Le conté que con mi sobrina visité Bogotá y que nos atracaron en la bajada de
Montserrat. Hablamos también de literatura colombiana. Frente a mis
preferencias por Juan Gabriel Vásquez y Héctor Abad Falciolince, él prefiere a
Luis Andrés Caicedo, de quien dice que siempre cuenta historias ciertas, como
una de un aventurero que se va al Amazonas a rescatar una avioneta que se había
hundido en el fondo en una expedición de transporte de drogas. El tipo la saca
por trozos y la reconstruye para hacerla funcionar de nuevo. Me dio su tarjeta
(se llama Willy) y me dijo que lo llame cuando necesite un taxi, o para tomar
unas cervezas.
En Barajas le puse un whatsapp a Trinidad para confirmar mi
llegada. Me respondió con una información inquietante: mañana hay huelga
general del transporte en Bélgica. Justo el día en que pensaba coger mi primer
tren hasta Hamburgo, donde tengo hotel reservado. Inquietante y a la vez
estimulante: Bélgica existe, no es sólo un aglomerado de dos naciones que se
ignoran y se muestran mutuamente el culo. Además de Balduino-o-como-se-llame-el-rey-de-turno, hay otro elemento que
mantiene aglutinada la vieja identidad belga conjunta: un poderoso sindicato del
transporte capaz de decretar 24 horas de huelga general en todo el reino. Con
esa idea ambivalente me subí al pequeño avión de Air Europa, de sólo cuatro
asientos por fila, dos a cada lado del pasillo. Cuando intenta tomar altura,
uno tiene la sensación de que no puede, de que se queda parado en el aire como
una libélula.
A medio vuelo empecé a tener un
calor de la leche. Ya no podía quitarme más cosas, puse los ventiladores
individuales al máximo, pero nada. El calor parecía subirme desde los pies.
Llegué a considerar la posibilidad de haber contraído el ébola y a ver qué iban
a hacer conmigo, dado que no tengo perro. Decidí ponerme a leer a ver si me
podía evadir del calor. Rebusqué en el suelo mi cartera y resultó que el foco
de calor estaba allí. Mi ordenador portátil estaba ardiendo. Lo había cerrado
por la mañana y parece que se había quedado encendido. En esos casos, el
ventilador no funciona y el aparato se calienta hasta temperaturas altísimas.
Mi compañero de vuelo me dijo que a él le había pasado una vez y que el único
problema es que en ese esfuerzo se les descarga completamente la batería. Lo
apague del todo y lo puse a un lado a ventilar. Nos fue dando calor hasta
Bruselas.
En el aeropuerto de Bruselas,
desde el desembarque hasta la cinta por donde salen las maletas te hacen dar
tantos quiebros, que al final llegas mucho después de que tus maletas estén
dando vueltas por allí. Debe de ser el trayecto más largo y tortuoso de todos
los aeropuertos del mundo. Mira que son bolos estos belgas. No he podido evitar
acordarme de la señora Sabine Moreau (post #78) que, tratando de llegar a la
Gare du Midi, apareció en Zagreb. Con mi maleta recuperada he bajado a la
planta -1. Allí la chica de la taquilla me ha dicho que el tren desde el
aeropuerto a la Gare du Midi, tiene un suplemento de 5€. Por el túnel, me
aclaró.
Le he preguntado por la huelga de
mañana y su incidencia en mi proyectado viaje a Hamburgo. Ha puesto cara de
horror: justo mañana empieza una huelga de trenes en toda Alemania de ¡¡5 días!!
En la prensa española no han dicho nada de ninguna de estas dos huelgas. En
fin, que he tomado el tren hasta la Gare du Midi. Que allí he sacado un ticket
de tranvía de ida y vuelta, comprobando que mi nueva Visa (con pin) sí funciona
en las maquinitas. Que el tranvía de la línea 3 me ha traído a la Avenida Winston
Churchil, donde he debido abrir el paraguas, porque estaba diluviando. Que
António y su familia me han recibido con el cariño y la calidez de años anteriores,
incluyendo al gato Gustavo (cuya foto pueden ver en el post #197) que salió a
saludarme a la puerta con surtido de marramiaus
y restregones de cogote contra mis perneras empapadas. Mis amigos están
espléndidos y es un alivio tener un refugio entre la ventisca. A shelter for the storm Si mañana no
puedo viajar, al menos puedo quedarme en este refugio tan acogedor. Continuará.
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