Hoy no hay mucho que contar, así
que voy a aprovechar para ir resumiendo mis conclusiones. Esta mañana he tenido
un despertar placentero, en mi cuarto de la Avenida Winston Churchil. Mis
anfitriones ya se habían ido, cuando el gato Gustavo ha empujado la puerta, se
ha subido a la cama y ha empezado a hacer marramiaus junto a mi oreja,
acompañados de restregones de cogote en mi nariz. Me he duchado, he desayunado
algo y he bajado a la calle. Con el tram 3 me he acercado a la Gare du Midi.
Quería confirmar el horario de mañana del tren del aeropuerto. Mi vuelo es a las
11.05, así que tengo que estar en el aeropuerto a las 9. Me dicen que hay un
tren cojonudo a las 8.30, pero que tengo que pagar el suplemento Diábolo. He comprado
el suplemento por 5€. Igual que a la ida. Mi cuenta final de transporte será de
521€, contando vuelos y trenes. No está mal. Sin imprevistos, hubieran sido 505€.
Salgo andando de la estación y he
de preguntar a unos paseantes por dónde se va a la Porte de Hal. Me lo indican, llego a este antiguo bastión
reconstruido de las murallas de Bruselas y ya estoy orientado. Tomo la rue Haute, subo en el ascensor
panorámico hasta la explanada del Ministerio de Justicia y camino hacia la Coline des Arts. Me cruzo con mogollón
de estudiantes con batas de médico pintarrajeadas y gorros de antroido o de Papá
Noel. Parecen dirigirse felices a algún festejo callejero o celebración
colectiva. La policía impide pasar a los coches a una zona de la que sube una
música discotequera a buen volumen. La fiesta debe de ser ahí.
Mi objetivo es visitar el Museo
de Instrumentos Musicales, al que el año pasado no llegué por cinco
minutos. Entro y, con el ticket, me dan una audioguía con auriculares. La amable abuela belga
me dice que no se me ocurra tocar ningún botón, que la lleve colgada al cuello
y me limite a ponerme sobre unas marcas que hay en el suelo. Así escucharé las
melodías que corresponden al instrumento que estoy viendo. Y digo yo: ¿entonces,
por qué el aparato está lleno de botones que no sirven para nada? No lo sé.
Cosas de belgas. Otra cosa de belgas, la señora me ha preguntado en qué idioma
quería la audioguía. He pedido español. No hay, sólo inglés, francés y
flamenco. Entonces la he pedido en francés. Pero lo curioso es que por los
auriculares sólo te llega música. Ni una frase. Lo dicho: cosas de belgas.
El museo es precioso. Hay fliscornos
británicos, cornamusas bretonas, friscalettos sicilianos, acordeones rumanos,
gaitas primitivas de cuero reseco de becerro sin forrar, charamitas
valencianas, fagots austriacos y lo que se quieran imaginar. Frente al
bandoneón te suena por la audioguía una pieza preciosa de Ástor Piazzola. En
otro punto escuchas una banda completa de jenízaros turcos. Ante una especie
de dulzaina de Matamorosa, Cantabria, suenan unas jotillas obscenas que
son la leche. La más suave dice: “Ha pasado tu novia, le he visto el culo, no
he visto chimenea, que eche más humo, que eche más humo, niña, que eche más
humo, etc.” En fin, bombardas, ocarinas gigantes, trompetas y címbalos, percusiones
africanas, clavecines, también llamados calvincémbalos en italiano y harpsichords
en inglés. En el piso de arriba, una exposición temporal de saxos preciosa.
El restaurante del museo está en
la décima planta y Teresa me ha dicho que tiene una de las vistas más bonitas
de Bruselas. Así que he decidido subir y comerme un filetazo con patatas y
ensalada, a modo de despedida de este viaje que se acaba. He conseguido una
mesa al lado de un ventanal, y he contemplado a mis pies los tejados del centro
de esta gran ciudad. Algún comentarista me ha recriminado mis críticas
genéricas a los belgas. Hombre, son un poco especiales. Cuando todos sus
vecinos hacen chistes de belgas, por algo será. Pero, por encima de mi ojeriza
a estos bolos, está mi admiración por las ciudades grandes y los ambientes
urbanos. Bruselas es una ciudad magnífica, y lo mismo Antwerpe, que conozco muy
superficialmente, de los tres días que duró el congreso en el que participé
hace unos años.
Cuando salí de viaje, hablé de
respirar aire limpio, de salir de la cloaca patria. He encontrado Europa bien,
con problemas como nosotros, pero peleando. Es mucha casualidad que en 17 días
me toquen un día de huelga general del transporte en Bélgica, una huelga
salvaje de cinco días de los maquinistas alemanes y el hecho insólito de que el sistema de
ferrocarriles belga se colapse por un tipo que se ha tirado a las vías al paso
del tren. Son demasiadas incidencias. Creo que podemos decir que la cloaca es
general. Que nosotros no estamos peor que otros (salvo en las cifras del paro y
el escándalo de la corrupción generalizada). Alemania y Holanda son
potentes y están tirando del carro. Nos quejamos de la Merkel, pero, si un día
ganase en Alemania un partido antieuropeo, íbamos a saber lo que es bueno.
La situación del mundo occidental
es preocupante y no se va a arreglar hasta que los políticos recuperen el poder
que han perdido en beneficio de las grandes multinacionales. Los poderes
económicos, sin una adecuada reglamentación, son muy peligrosos, como dice hace
años Karl Popper, entre otros. Ya demostraron su peligro en el crash del 29. Entonces la sociedad
civil, encabezada por políticos valientes, tomó el mando y puso unas reglas. La
existencia de esas reglas provocó la salida de la crisis (no fue la Guerra
Mundial, como sostienen algunos) y generó la mayor época de prosperidad de la
historia. Nunca el mundo había avanzado tanto, a caballo de los adelantos
tecnológicos. Nunca tanta gente había vivido tan bien (ya sé que hay mucha
desigualdad, que existe África y la violencia machista y muchas otras lacras). La
cosa iba tirando, el mundo del Este se vino abajo incapaz de seguir el ritmo de
la carrera. Y, entonces, llegaron Reagan y Tachter y empezaron a desregular. En
nuestra casa, el del bigote se apuntó eufórico al desmantele del tinglado.
Y el resultado es el que tenemos
aquí y ahora. Hasta Obama parece cada vez más acojonado. Ahora mismo, las
grandes empresas campan por sus respetos y, sin una regulación adecuada, esto
es la ley de la jungla. Hasta que lleguen unos políticos que metan en vereda
ese despiporre, no saldremos del hoyo colectivo. ¿Son Podemos los que le pondrán el cascabel al gato a nivel nacional?
Por mi parte, mientras no se desmarquen del rollo chavista no cuentan con mi
voto, y creo que no ganarán, que los españoles somos muy listos. Y, como ya he
dicho, tampoco me gusta el nombre que se han puesto. Ahora dicen que van a
organizar un sindicato que se va a llamar Somos.
Después de leer la encendida elegía de Monedero a Chaves, publicada hace unos
días por El País, uno se malicia que este señor es el hortera que se encarga de
poner los nombres del movimiento. Esperemos que no tengan que organizar dentro
de poco una comisión liquidadora del invento, que se llame La cagamos.
Bien, estas son algunas de mis
reflexiones a la carrera, después de visitar sucesivamente Hamburgo, Lübeck, Groningen,
Leeuwarden, Ámsterdam, Lille, Utrecht, Rotterdam y Bruselas. Diré que pagué mi
filetazo y me dispuse a acercarme a pie a la línea del tram 3. Me infiltré un
momento en la fiesta de los estudiantes que era una cosa monstruosa, a base de
ingesta masiva de alcohol. Un intermedio entre la fiesta de San Canuto de la
Complutense y los macrobotellones de Granada, pero a lo bestia. En un carromato, tres tipos llenaban de cerveza grandes vasos de plástico sin parar. Había chavales
tirados por el suelo en aparente coma etílico, niñas vomitando en las esquinas,
tipos meando con la polla en la mano a la vista de todos, y un olor general
nauseabundo. A distancia prudencial, la policía local, el servicio de limpieza
rápida y algunas ambulancias, vigilaban y esperaban pacientemente a que terminara ese desmadre. Me alejé horrorizado de esta Divina Comedia, cuajada de imágenes ciertamente
dantescas. Mis reflexiones se hicieron amargas. ¿Qué podemos ofrecer a esta
generación nosotros, los de la corrupción y la bajada de
pantalones colectiva ante el dios dinero, para que no malgasten su vida en diversiones como esa? Creo que poco.
Caminé hasta la Porte de Hal,
cogí el tranvía 3 y llegué a la Avenida Winston Churchil. Había quedado con
António para salir a tomar unas cervezas. Me llevó a un bar precioso, donde
pude apreciar la cerveza belga de barril, quizá la mejor del mundo. Algo bueno
tenían que tener estos bolos. Estuvimos largo rato hablando de nuestras cosas,
y de literatura, y de la vida. He decidido dejarle mi ejemplar de El sueño de
la aldea Ding. Es un libro muy querido para mí, pero queda en buenas manos. A
la vuelta, Teresa nos tenía preparada una sopa de ajo al más puro estilo
extremeño, que nos hizo entrar en calor rápido. Y me he acostado tan pronto como ellos.
Que mañana he de madrugar para no pasar apuros en mi viaje al
aeropuerto.
Así que en todas partes cuecen habas... Una penosa conclusión. El descontento con la política de Angela Merkel es debido al enorme sufrimiento que está causando a las capas más vulnerables de la sociedad en los países del sur, mientras Alemania va mejor, hay una vergonzosa falta de equidad. Y no está justificado por la "grandiosa" aportación alemana a los fondos de cohesión; realmente, España e Italia, juntas, aportan mucho más que Alemania y reciben mucho menos. Esto es el Cuarto Reich, sin necesidad de buscar chivos expiatorios entre los judíos, ya los tienen en los rumanos, españoles y demás piojosos del sur, que se cuelan a aprovecharse del estado de bienestar de los alemanes. ¡Anda ya!
ResponderEliminarPara mí eso son piques entre estados que no me interesan demasiado. Yo estoy convencido de que el problema es global, no sólo español, que para bien y para mal estamos en Europa y que los políticos, Merkel incluida, no mandan una mierda. Son lacayos del poder económico. Mientras esa situación no se invierta, el margen que les queda a los políticos es estrecho. Y, dentro de ese margen, hay diferencias: todavía es posible escorarse a la parte derecha del espectro, o a la izquierda. Merkel es una señora de derechas y está arrimando el ascua a su sardina, como haría cualquier otro. Pero el espectro es mínimo en temas fundamentales.
EliminarUSA parece estar saliendo de la crisis, después de varios años imprimiendo mes a mes millones de nuevos billetes para inyectarlos en el mercado. Merkel no quiere hacer eso, y yo estoy básicamente de acuerdo: lo de las quantitative easing no puede ser bueno a largo plazo. Mientras tanto, como el problema nuestro es global europeo, pues las soluciones tiene que venir de ese nivel. Pero en estas cosas, el que no llora no mama. Y con personajes tan cortos como Zapatero o Rajoy, no vamos a conseguir mamar mucho de Europa, me parece.
Me cuesta creer que España e Italia aporten más que Alemania. Me suena a dato sesgado, pero esto no es más que una impresión mía, no tengo informaciones que confirmen o desmientan eso que dices.