Tras el desayuno frugal de
costumbre (tomate, pepino, panecillo, café y zumo de avión), salgo con
dirección a la Hauptbahnhof. Llevo en mi maletín guantes, bufanda y una de las
camisetas térmicas que me compré antes de salir, porque mi intención es visitar
hoy sábado Lübeck, la ciudad más bonita de la zona, según dicen. Según el accu-weather, allí hace dos grados menos
que en Hamburgo. Lübeck está a 50 minutos de tren por lo que es una buena excursión
para un sábado. En tiempos de la Liga Hanseática, Lübeck fue la capital administrativa
de esta federación comercial y defensiva, de la que era fundadora con Hamburgo. Y, durante la Segunda Guerra Mundial, fue una de las ciudades alemanas
menos bombardeadas, por ser el lugar donde se radicaba la Cruz Roja germana. Es
decir, que conserva intacta su trama medieval y una buena parte del caserío,
debidamente restaurado.
He salido del hotel a las 9.30 y,
veinte minutos más tarde, estaba en el andén. A pesar de que hay un tren a Lübeck
cada hora, el siguiente no sale hoy hasta las 11.15. La huelga de los
maquinistas de tren. He pasado el tiempo leyendo mi libro del club, e informándome
sobre los trenes del lunes para Leeuwarden, mi siguiente destino. A la hora
indicada, nos montamos los muchos viajeros que llenamos el andén. El tren va
repleto y me rodea una excursión de alemanes de mediana edad, que hablan muy
alto contándose chistes y lanzándose pullas de unos asientos a otros, celebradas a carcajadas,
especialmente por las mujeres. El complemento necesario para ese jolgorio
matutino, son unas botellitas de un líquido ambarino que se toman una tras
otra. Debe de ser de baja graduación, porque hay dos señoras frente a mí que
cada poco sacan sus botellitas, desenroscan la tapa, chocan para brindar y se
las zampan de un trago.
En medio del guirigay se desata
un silencio súbito: están dando un mensaje por la megafonía interna. Es en
alemán y no lo entiendo, excepto que hablan de Lübeck y también de Reinfeld, una
parada intermedia. No sé si dicen que en Reinfeld el tren parará mucho rato, o
que hay que bajarse y esperar al siguiente. En cualquier caso, el mensaje es
saludado con una ovación por los excursionistas maduros, que se tronchan de la
risa. Con el licor que llevan al cuerpo, lo demás se la bufa. Los viajeros
aceptan de buen grado las molestias derivadas de la huelga, con cuyos
protagonistas se solidarizan. Ya vi esa misma actitud en Bruselas, entre la
gente que esperaba el tranvía. Entre los trabajadores del mundo hay un entendimiento natural.
Ajeno a estas historias, el tren
prosigue su marcha entre pastizales de aspecto empapado, y hermosos bosques de
hayas y pinos de gran tamaño. Suena otra vez la megafonía y ahora la ovación ya
es estentórea. He entendido algo de taxis. No puedo más con la curiosidad y
pregunto a mis vecinas. La cosa es peor de lo que pensaba. El tren se para en
Reinfeld y NO HAY MÁS TRENES HASTA MAÑANA. El maquinista, como pedorreta final,
sugiere que cojamos taxis, porque los autobuses a Lübeck tampoco funcionan hoy,
en solidaridad con la huelga. Unos minutos después, llegamos a Reinfeld y nos
bajamos en tropel. Hasta carreras hay para llegar a la parada de taxis. Hay dos
coches y salen enseguida con cuatro viajeros cada uno. Pero ahí queda la cosa.
Delante de la minúscula estación estamos un centenar de personas jodidas y
despistadas y, lo que es peor, sin nadie que organice el tinglado.
De vez en cuando llega un taxi y
los que pueden subir, se meten. Creo que si esto pasara en España, pronto
saldría alguien de la compañía a informar y tal vez organizase una cola
ordenada. Pero estos germanos, con su fama de cuadriculados, no son capaces de
hacerlo. Se lo comento a dos parejas de italianos cuarentones que están a mi
lado y una de las señoras me responde con lengua afilada: Sarebbe lo stesso in Italia, certamente.
Ma questo e lo sciópero dei tedeschi. Me ofrecen compartir taxi, pero les
digo que cinco es un número muy malo. Entonces me hablan de tres chavales
italianos que hay un poco más allá. Son dos chicos y una chica, de unos veinte.
Parecen un poco pasmados, pero me pego a ellos. Cada vez que llega un taxi se
sube alguien, pero la masa no parece disminuir. Los italianos maduros se han
ido caminando en la dirección en que llegan los taxis y de pronto les vemos
pasar subidos en uno. Pregunto a mis socios: ¿Andiamo yu? No les parece mala idea, pero a nosotros no nos
funciona tan bien. Entre pitos y flautas, llevamos por allí casi una hora y la
situación no mejora.
Volvemos a la puerta de la
estación. Allí, uno de la compañía está explicando que estiman que hacen falta unos
quince taxis más, y que ya están haciendo gestiones para que vengan. Además, el tren
que nos ha traído sale en cinco minutos para Hamburgo, por si alguien quiere
volverse. Los tres italianos dicen que se van. Yo dudo pero, entonces veo que
han llegado tres taxis, uno de ellos múltiple, y decido irme al mogollón. Hay algún
conflicto con los taxistas y la gente no se está subiendo. El más grande está
medio lleno. Desde dentro me animan a montar. Lo que pasa es que quieren cobrar
la carrera. Muestro mi Global Pass y me dicen que no vale. Pregunto cuánto
quiere y me dice que 8 euros/persona. Es una estafa, el coche tiene al menos 10
asientos. Allí se queda, a ver si pica algún pancho. Estoy por irme al tren de
vuelta.
Entonces veo que arranca un taxi
con el asiento de delante vacío. Le toco en la ventanilla y para. El conductor
es un turco renegrido, que me dice que no está libre, que detrás lleva a unos
familiares. En efecto, detrás van dos tipos de la misma calaña, tan gordos que
ocupan todo el asiento. Me parece indignante y se lo digo: la gente está
sufriendo fuera y ellos se van a ir con un asiento libre. Le digo que le pago,
que le doy cuatro, cinco, lo que me diga. Niega otra vez, pero desde atrás el
más gordo dice algo en voz baja y entonces me dicen que suba. Le doy las gracias,
monto y salimos. Le pregunto dónde le dejo el billete de 5 que le estaba
enseñando. Dice que no lo quiere, que me lo guarde, y baja la palanca del
taxímetro. Entonces caigo en la cuenta de que a lo mejor he metido la pata. Los
tipos hablan entre ellos en una lengua muy rara. Sólo el conductor se entiende
conmigo en una mezcla de inglés, alemán y por señas. Más que turcos, parecen
chechenos. No sé si he visto demasiadas películas, pero tengo que estar alerta.
Hasta pienso que, en caso de apuro, puedo echar a correr. Están los tres muy
gordos para seguirme. Pero para eso tendría que estar el coche parado.
De momento parece seguir el
camino a Lübeck. El tren nos ha dejado tirados a 20 kms del final: faena redonda
de los huelguistas, si lo que quieren es joder lo más posible. Por eso han
avisado de la jugada con el tren ya en marcha. El tipo conduce bien, con la
radio puesta. Se habla lo justo y el más gordo parece tener una cierta
autoridad sobre el grupo. A la entrada de Lübeck se desvía a la izquierda por
una circunvalación. Le pregunto si me va a dejar en la estación y dice que sí,
que no me preocupe. Llegamos por fin. El taxímetro marca 27,50. Pregunto cuánto
tengo que pagar y me dicen que eso. Protesto, digo que no es justo, que somos
tres pasajeros y hay que dividir entre tres. Y, si son sus familiares como ha dicho, entonces
no le pago nada, porque es como si me hubieran cogido en autostop. El gordo
dice algo y aceptan. Voy a poner 10€, pero no tengo, así que saco un billete
de 20. Desde atrás añaden los 7,50 y dicen que está bien, que los coja y tan
amigos. Pero me niego: o me dan 10€ de vuelta o me llevo mis 20. El conductor
es el que se apresura ahora a poner paz: saca un billete de 10 y me lo da.
Al fin estoy en Lübeck, hora y
media después de lo previsto. Tal vez piensen que hice el canelo, al no aceptar
que me llevaran por 8€ en el taxi grande. Pero eso era directamente una estafa,
mientras que esto es un tercio de lo que ha marcado un taxímetro homologado. Y
además, al hacer los 20 kms por la carretera, me he dado cuenta de lo largos
que son. No es tan caro. Por cierto, mi cuenta del transporte ayer era: 360 del
Global Pass, 135 del billete de avión, más 5 del tren del aeropuerto de
Bruselas. Total: 500€. Hoy son 510€ gracias al incidente del taxista.
Tiré para la estación, hice uso
de los aseos y me fui directamente al tipo de Información. De forma un tanto
brusca le espeté: ¿Habla usted inglés? ¿O francés? ¿O español? El hombre me
miró y, con mucha calma, dijo: ¿Y usted habla turco? No pude evitar reírme. Le
pedí disculpas y le conté lo que me acababa de pasar. Sólo quería saber cómo
tenía que hacer para asegurar mi viaje de vuelta a Hamburgo por la tarde. Era
un hombre amable y animoso. Me dijo que la huelga era sólo de los maquinistas.
Que ellos estaban haciendo todo lo necesario. Que cuando yo quisiera irme de vuelta, fuera a hablar con ellos y me informarían. Que si no había tren, nos
pondrían unos taxis a donde fuera necesario, pagados por la compañía. Que
sabían que por la mañana algunos taxistas habían cobrado a los viajeros, pero
eso no iba a volver a pasar.
En cuanto a Lübeck, pues es una
maravilla, qué quieren que les cuente. Esto no es una guía de viajes, pueden encontrar
mejores indicaciones en cualquier página de Internet. Basta decir que la ciudad
se abre al Báltico, por lo que el recorrido desde Hamburgo es como ponerle una
cadenita al cuello de Dinamarca. Que es un antiguo territorio de la RDA, por lo
que los muñequitos de los semáforos llevan sombrero, como en Berlín. Que hay
cantidad de edificios medievales bien conservados. Que he subido a la torre de
Sankt-Pietrikirche, para ver desde arriba el círculo de la ciudad antigua. Que aquí
está la casa de Gunter Grass que se enseña como museo. Y que, a mediodía, he entrado en un
comedor vegetariano, donde me han servido un cuenco cumplido de sopa de tomate,
bien cargada de arroz y verduras cortaditas, y espolvoreada con menta fresca bien picada,
que estaba como se imaginan. Lo mejor para un frío como el que hace por estas
tierras. Bueeeeno, no se me quejen, aquí les pongo unas imágenes. La puerta de
entrada, los almacenes de la sal y el Rathaus.
A las 3.45, he dejado la animada
plaza mayor y me he dirigido a la estación. No he tenido que preguntar en Información,
porque el tablero central anunciaba un tren a Hamburgo a las 16.08 y eran las
16.01. No me lo podía creer. Había un montón de gente que esperaba desde sabe
Dios cuándo. A los quince minutos de salir, estábamos cruzando el maldito Reinfeld.
Para qué vean la finura de la jugada huelguista. Me puse a leer y me quedé
amodorrado. Me despertó la megafonía anunciando que estábamos en Hamburgo. La
moraleja es obvia: la suerte es para los que la buscan. Duerman bien.
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