Hoy, miércoles 19 de noviembre,
es el día de Rotterdam en mi viaje. Y mi post tendrá poca letra y mucha imagen.
Estuve en esta ciudad por primera vez hace cinco años y medio. Me sorprendió el
volumen de su proyecto gallardónico de construir una nueva estación central del
ferrocarril, entonces en obras. Hace justo dos años volví por estas fechas, con
motivo de que mi hijo Kike estaba por aquí de Erasmus (ver post #26). En ese
tiempo, la obra de la estación no se había terminado todavía. Y había un nuevo
proyecto espectacular en marcha: el Market Hall, con la firma del equipo MVRDV,
los holandeses autores del llamado Edificio Ventana en Sanchinarro, Madrid. La
obra estaba por entonces en la fase de excavación de sótanos, pero los paneles
con el plano de imagen final que rodeaban el espacio de obra eran
impresionantes.
Hoy están terminadas las dos
obras, ambas muy recientemente. La Estación Central ya se ha comentado aquí con
foto de la inauguración incluida. Mi amiga Hella de Ámsterdam me dijo que la
estación estaba bien, pero lo del Market Hall era algo extraordinario,
sobrenatural. Se le ponían los ojos en blanco al recordarlo, en el corredor del
edificio en obras donde ambos charlábamos al conjuro de sendas copas de vino blanco. Así
que este es uno de los motivos (no el único) por los que he incluido Rotterdam,
como penúltimo hito de mi viaje. Hoy me he despertado tarde (ayer apagué la luz
a las 2) y he estado vagueando en la cama hasta la hora límite. En este hotel
se desayuna hasta las 10.30. Casi en el último minuto, he bajado a comerme un
poco de tomate y pepino con sal, una loncha de jamón de york, y un café con un
croissant. El comedor estaba vacío, en esta ciudad no se trasnocha entre
semana.
Ya saben que los de Ámsterdam y
los de Rotterdam están picados entre ellos. Los de Rotterdam dicen que
Ámsterdam es un cachondeo permanente, que allí nadie pega ni chapa, que están
todo el día de juerga y que viven del cuento, de vender aire. En cambio ellos
sí que saben lo que es trabajar duro y gracias a ellos, a su industria y a su puerto
se sostiene Holanda. Los de Ámsterdam, en cambio, opinan que los de Rotterdam
son unos trabajicas, que no saben hacer otra cosa que venga de trabajar y venga
de trabajar, que no saben divertirse y que ellos, en cambio, ponen la
imaginación y la creatividad que mantienen a Holanda en primera línea. Yo creo
que ambas ciudades son interesantes, Ámsterdam más, desde luego.
Esta mañana me he dado una larga vuelta
por el puerto de Rotterdam, que es inmenso. No en vano hasta hace poco era el mayor
del mundo, ahora lo supera Shanghai. Hacía bastante frío, pero me gusta el
ambiente de grúas, containers y gaviotas, el olor a madera y a brea de las
grandes instalaciones portuarias. He tomado un café en un bar de marineros, de
vuelta al hotel. Necesitaba fijar mi posición para buscar después el Market,
porque no tengo mapa de Rotterdam. Desde el hotel he vuelto a coger la Oude Binnenweg y
la Lijnbaan a la izquierda. A la altura del Burgher King he doblado a la
derecha esta vez, para atravesar el Beurs, un centro comercial en un largo paso
subterráneo que va a dar a la gran explanada del Blaack, donde cada sábado se
organiza un macro mercadillo en el que mi hijo solía hacer la compra. Allí, a
un lado, está esta octava maravilla del mundo. Aquí tienen unas imágenes del
exterior del edificio.
Como ven, se trata de un inmueble en forma de arco o túnel,
formado por más de doscientas viviendas y apartamentos. El espacio se cierra
por los lados con dos grandes paños de cristal. Y abajo se sitúa el que
probablemente sea el mercado más grande
del mundo. Como diez veces el de San Miguel. El paraíso de estos nuevos
fenicios del Siglo XXI que son los holandeses. Entré y estuve haciendo fotos
hasta que la cámara se me quedó sin batería. Luego, hice algunas compras, para
llevarle algún regalo a António en Bruselas y también a mi gente de Madrid. El proyecto
está financiado en su mayor parte por el Ayuntamiento, que quiere repoblar esta
zona del centro fuertemente terciarizada. Aquí una selección de imágenes interiores.
El espacio del mercado estaba lleno, libre del frío del
exterior. Todo Rotterdam estaba por allí. En los bajos de la parte edificada se
sitúan los bares y restaurantes. Y debajo hay hasta cuatro plantas de parking. Salí
de allí, en fin, cargado con diversas bolsas con mis compras y se me ocurrió
comprarme una mochila para llevar todo más cómodamente. Encontré una por 10€.
Con ella y mi maletín regresé por la Oude Binnenweg, hacia la zona de mi hotel.
Encontré un coqueto restaurante con mesas de madera y música a buen volumen.
Tenían WiFi y allí estuve haciendo tiempo hasta la hora de irme a la estación.
Me comí una ensalada Cesar monumental, con una pinta de cerveza Kornuit, y repetí
de pinta mientras contestaba correos y comentarios del blog.
A la hora prevista, pagué, salí haciendo eses, crucé al
hotel a por mi maletón y me fui a la Central Station. El tren a Bruselas salía
a las cinco de la tarde y tardó exactamente dos horas. Hora y media a Antwerpe
y media hora más a la Gare du Midi. El mismo que cogí días atrás sólo hasta a Antwerpe,
por consejo del único holandés borde. Si hubiera seguido hasta Bruselas, seguro
que había encontrado la forma de llegar a Lille. Pero ese día se conjuraron una
serie de circunstancias, para que al final terminase en un taxi de madrugada,
con un negro y un borracho. Estaba escrito que tenía que suceder así.
En la Gare du Midi, cogí el tranvía 3 de costumbre,
hasta la Avenida de Winston Churchil. António y su familia me esperaban con la
cena lista.
Estos arquitectos son muy aficionados a los agujeros. Tendrían que ser suizos. Por aquí dicen que son los que han hecho el Bin Laden en Sanchinarro. Lo hicieron con idea de que pudieran pasar los aviones por en medio.
ResponderEliminarA este le han puesto cristales, para evitar tentaciones
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