Aunque no lo parezca, este viaje
está medido y organizado para optimizar lo más posible el tiempo disponible,
sin agobios pero sin tiempos muertos. Prácticamente el único día en que he
dejado fluir el tiempo sin una planificación concreta ha sido este domingo
pasado, en el que se trataba de estar con mi hijo y descansar de los dos
anteriores y agitados días. Todo está encajado con mucho cuidado. A mi hijo
sólo lo puedo visitar en fin de semana, porque el resto está muy ocupado, y me
dijo que prefería el segundo de los findes del viaje, por cuestión de exámenes.
La parte de Hamburgo estaba aquilatada y lo mismo la de Ámsterdam. Aparte los
imprevistos, todo ha ido funcionando como un reloj. Pero el reloj tiene un
fallo y no me di cuenta hasta anoche. Mi plan era visitar hoy Utrecht, que está
a media hora de tren de aquí, y quedarme mañana en Rotterdam, para salir a
media tarde hacia Bruselas.
Utrecht es una ciudad que no
había visitado nunca y tiene dos puntos fuertes, además del placer de pasear
por sus callejas medievales: el Dom, la torre de iglesia más alta de Holanda, y
la Casa Rietveld. La Casa Rietveld está considerada como el único edificio
construido íntegramente de acuerdo con los principios del movimiento De Stijl,
que en los años 20 puso a Holanda a la cabeza de la vanguardia arquitectónica.
Gerrit Rietveld, arquitecto nacido en Utrecht, fue uno de los fundadores del
movimiento, junto a Theo van Doesburg y el pintor Mondrian. La casa se puede
ver por dentro en una visita guiada, y se puede combinar dicha visita con la
entrada al Museo de Utrecht. Como están bastante alejados, la entrada incluye
una bicicleta para ir de un lado a otro. Como ven, un plan muy atractivo.
Anoche entré en la página del
museo para sacarme las entradas y me encontré con que cierra, no sólo los lunes, como muchos museos de
Europa, sino también los martes. La cosa tenía dos soluciones alternativas.
Una, invertir el programa: dejar el martes para Rotterdam y visitar Utrecht el
miércoles. La otra, renunciar a la visita guiada a la Casa Rietveld y verla
sólo por fuera. La primera me descabalaba toda mi programación. El martes me
sobraría tiempo en Rotterdam y el miércoles me faltaría para hacer el check in en el hotel, ir a Utrecht con
el maletón, dejarlo en la consigna de la estación, visitarlo todo a la carrera,
volver a Rotterdam (Utrecht está para el otro lado), viajar a Bruselas y
seguramente llegar muy tarde a casa de António, algo que me parece muy
incorrecto. Ellos tiene su vida de familia y yo no puedo aparecer por su casa a
las tantas. Así que decidí mantener el programa-programa-programa, como Julio
Anguita, y viajar hoy a Utrecht. Ya tendré otras ocasiones para visitar debidamente
la Casa Rietveld.
Esta mañana me he despertado
pronto y me he quedado un rato enredando en la cama con el ordenador. He leído
la prensa, he revisado el correo y buscado alguna información sobre el
movimiento De Stijl. Parece que Gerrit Rietveld se salió del grupo en 1924
y se dedicó a construir vivienda social, de no menos calidad que su producción
anterior. Así que, previo té de ginseng rojo coreano por lo que pudiera pasar,
he bajado al comedor a comerme el escueto desayuno de este hotel barato y he
caminado a la estación para coger el tren de Utrecht de las 11.28, en medio de
una niebla espesa, en el típico día plomizo de Rotterdam.
Media hora más tarde y tras hacer
parada en Gouda (la ciudad del queso, que los holandeses pronuncian Jauda), estaba en la estación de
Utrecht, que es nueva. He salido en perpendicular a través de un centro
comercial subterráneo gigantesco, y enseguida he llegado al Dom. Frente a él
está la oficina de turismo de Utrecht. Me han explicado que sólo se puede subir
a la torre (465 escalones) en visitas concertadas, con un guía. La primera era
a las 2 de la tarde. He preguntado por la Casa Rietveld y me han confirmado que
hoy está cerrada. ¿Pero se puede ver por fuera? –he preguntado. Sí, pero es
muchísimo más interesante por dentro. El chaval está bien instruido por los
fenicios holandeses: la visita al interior de la casa cuesta 13€ y verla por
fuera es gratis.
Tenía tiempo de dar una vuelta
por la ciudad medieval. Me he comprado un plano en un kiosco y he seguido el
lateral de un canal precioso, con locales a ras de agua y mucho arbolado,
plátanos centenarios, chopos, sauces llorones y de los otros (los optimistas).
Hay mucha gente, en bicicleta y a pie, esta es una ciudad universitaria y
predomina el personal muy joven. He llegado al Museo de Utrecht y he visto las
bicicletas. Y he decidido acercarme a pie a la Casa Rietveld. Para ello he
tenido que caminar un buen rato, por calles de empedrado cuidado, parquecitos y
puentes sobre los canales. La casa es una preciosidad, un maravilloso juguete.
Abajo les pongo algunas fotos. En algún momento le plantificaron delante una
autovía elevada y he oído que Rietveld se pilló un cabreo sordo y casi la
quería demoler. Le calmaron y la rehabilitaron como museo. Ahora se enseña a
los turistas por 13€.
De vuelta por un camino distinto,
estaba a la puerta del Dom a las 2 en punto. Somos un grupo de 20 personas a
los que se nos conmina a dejar bolsos y maletines en unas taquillas. El guía
pregunta cuántos no saben holandés y levantamos la mano la mitad. Luego nos
dará explicaciones sucesivas en holandés e inglés, mucho más largas las del
idioma vernáculo. El inglés es una lengua más sintética, pero yo creo que este
cabrón cuenta muchas más cosas en holandés. Teniendo en cuenta que todos los
holandeses entienden el inglés perfectamente, este sesgo nacionalista hace la
visita más tediosa. Los 465 escalones se hacen por partes, para visitar las
diferentes estancias. El campanario muestra unas campanas gigantescas, la mayor
de 8 toneladas, que sólo se hacen sonar en fechas señaladas, para lo que se
necesitan 25 personas con fuerza y maña. Más arriba hay un carillón mecánico
que suena cada 15 minutos.
La torre está separada del resto
de la gran iglesia por una amplia plaza y su historia es curiosa, con paralelismos
con la de la catedral de Lille. Parece que el obispo local quiso hacer una
iglesia con una torre casi tan extraordinaria como la de Babel, dedicada a San
Martín de Tours, el que partió su capa para darle la mitad a un mendigo.
Empezaron por hacer la parte del altar mayor, la más urgente para poder
celebrar las misas y demás ceremonias. Pero el obispo estaba empecinado en
construir ya la torre más alta de Holanda y se pusieron a ello, aunque no había
continuidad entre ambas partes del edificio. Por último, unieron las dos partes construidas,
pero parece que se habían gastado mucho dinero en la torre y tuvieron que
empezar a hacer economías. En la zona central ahorraron en materiales y no
hicieron bien los arbotantes y demás piezas portantes. Resultado: cuando unos
años después un tornado azotó la ciudad de Utrecht, la zona central de la
iglesia se vino abajo. El resto resistió. Lo que vino después se lo imaginan:
la cosa se vio como un castigo divino y ya nunca se unieron ambas partes.
Ahora, en la plaza, unas losas recuerdan la posición de los pilares de la zona
destruida. La visita culmina arriba de todo, donde corre
una rasca importante. Las vistas son espectaculares aunque el día no está muy
despejado. Le he pedido a una chica que me hiciera una foto y aquí tienen el
resultado. Es lo que hay. La cosa no da para más.
Abajo he recuperado mi maletín y
me he puesto a callejear por la zona más antigua de la ciudad, llena de tiendas
y actividad. En estos lugares tan fríos, la gente sale a la calle como los
caracoles, para aprovechar las escasas horas de luz. He empezado a tener un
poco de hambre y he entrado en uno de esos lugares medio vegetarianos, en los que
sirven sopas calientes, tés y poco más (no hay cerveza ni nada con alcohol). He
preguntado qué sopas había: de tomate, de
calabaza y marroquian harira. ¡Marroquian harira! ¿It’s true? Yes, but is very
spicy. He pedido probarla y me han dado un dedalito. Estaba deliciosa. La
harira es la sopa que toman los marroquíes en las noches del ramadán, tras el
ayuno de todo el día, y tiene verduritas y garbanzos. Me han puesto un cuenco
cumplido y a mitad de ingesta ya estaba sudando, especialmente por la parte del
cuero cabelludo.
Tras la experiencia mística de tomarme
una harira en Utrecht, he seguido callejeando por el animado centro medieval de
esta bonita ciudad. Bajo uno de los puentes sobre los canales, un saxofonista
veterano tocaba el Take five de Dave Brubeck
y la música rebotaba en la bóveda de ladrillo y parecía subir en volutas hacia
el cielo plomizo, por entre las terrazas y los tenderetes de venta de todo tipo
de productos. ¿Cómo dicen? ¿Qué no conocen el Take five de Dave Brubeck? ¡¡Huy qué lagunas que me tienen!!
Bueeeeeno, aquí se lo pongo. Ya verán como lo han oído cien veces por los
parques y las calles de cualquier ciudad.
Cuando ha caído el sol, he
caminado hasta la estación y cogido el tren de vuelta. En Rotterdam he subido
al hotel y me he puesto con el post #TD13,
pero no he podido escribir mucho. A las 8 tenía mi segunda sesión del Club de Lectura,
en la que he participado a través de Skype. Analizábamos El sueño de la aldea
Ding, con presencia del editor del libro en España. Ya les contaré otro día de
esta sesión. Aunque terminaba a las 10 de la noche, yo he pedido despedirme a
las 9.30, para poder llegar al Get Back a comerme unos tagliatelle al salmón,
antes de que cerraran la cocina. La verdad es que tenía bastante hambre, a
pesar de la harira.
Luego, la conjunción del té de
ginseng rojo coreano, con el hecho de que hacía una noche mejor que la de ayer
(el suelo no estaba mojado), me han impulsado a dar un paseo nocturno, en busca
de alguna zona animada. La he encontrado en la Witte-de-Withstraat, una calle
llena de restaurantes baratos, pizzerías, kebabs y falafels. Pululaba por allí
la fauna interracial previsible, en los turbios negocios de la noche. He
pensado entrar en alguno de los antros a tomarme una segunda pinta, pero en
realidad no me apetecía. El objetivo de mi salida era caminar como un stranger in the night. A la vuelta, he
terminado el post #TD13. Con el ginseng rojo coreano, todo es posible. Eran
cerca de las 2 de la mañana cuando he apagado la luz.
Pues en esa foto, tiene razón el borracho, te pareces a Einstein. Cristina, que pasaba por aquí, piensa lo mismo.
ResponderEliminarMe parezco, pero sólo físicamente.
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