Les tengo un tanto abandonados
últimamente, pero no es por falta de temas que contar o por el decaimiento que
algunos sufren con la llegada del otoño. No es mi caso, que a mí estas lluvias
me reviven y me rememoran el musgo de mis infancias galaicas. Lo que me pasa es
que tengo poco tiempo para alimentar el foro, entre mis obligaciones
habituales, mis actividades deportivas, la lectura a la carrera de El Pentateuco de Isaac, que esta tarde
someteremos a debate en mi nuevo Club de Lectura y una serie de citas
sobrevenidas, desde mi charla en la Junta de Centro a un curso de la Escuela de
Arquitectura de Munich, del que creo que ya les he hablado, hasta una excursión
senderista por La Rioja, mi asistencia a las Jornadas Leer Madrid, la
presentación del nuevo Master de Economía Creativa que dirige mi amiga Belén
Díaz y la guinda de una clase sobre el Plan General en la Facultad de Geografía
e Historia.
A todo esto tengo que añadir la
preparación a la carrera de mi viaje bloguero que empiezo mañana y del que
espero ir dando noticia sobre la marcha, así que ya verán a dónde me voy. En
realidad es el tercer año que me monto un viaje solitario por las tierras de
Europa, moviéndome básicamente en tren. Los otros dos fueron ampliamente
reseñados en el blog y creo que con cierto éxito de crítica. El primero (posts
#11 al 27) hizo que algunos de mis amigos más desconfiados pensaran que había
abierto el blog para contar el viaje que ya tenía pensado y preparado, o al
contrario: que me iba de viaje para tener algo interesante que cargar en el
blog. Falsas teorías ambas. Cuando abrí el blog no tenía ni idea de que, diez
posts después, me iría de viaje. Mi segunda aventura bloguero-ferroviaria se
cuenta en los posts #195 a 205, y a mí me gusta más, en general. Me veo más trabajado
en temas de escritura.
En realidad, no sé por qué
interesan tanto los textos donde cuento mis vivencias personales y las minucias
que me ocurren a diario. Por ejemplo, entre los últimos posts, el que registra
más visitas, así como el doble del siguiente, es el #292, Semana de vértigo.
La verdad es que yo lo releo y no encuentro la razón de tal éxito. A mí me
gustan más otros que no tienen nada que ver conmigo, como el de Galitzia y, sin
embargo, en éstos no entra ni el apuntador. Supongo que tiene que ver con el
impacto de los llamados egoblogs, esos foros que monta una adolescente medio
lela para contar que le ha salido un grano (foto del grano incluida). El valor
de lo auténtico. Sin embargo, yo proclamo a todas horas que la mitad de las
cosas que cuento son mentira. Pero parece que nadie se lo cree. Curioso juego
de espejos entre lo imaginario y lo real. Yo me invento las bolas que se me
ocurren y la gente las admite como ciertas, y hablo de cosas externas, casi
siempre contrastadas y ciertas, que algunos no se tragan por increíbles.
Es exactamente lo que pretendía
cuando me metí en esta aventura. En suma: hacer literatura. Me sorprende, no
obstante, como digo, que en el post #292 entre tanta gente a leerlo. Se lo
pregunté a mi amigo X, seguidor furibundo del blog que no quiere que lo
identifique ni siquiera con su inicial (no vaya a ser el demonio, que esto de
la nube tiene un peligro de la leche). Dice X que mi manera de narrar es
cinematográfica y que, leyéndome, uno visualiza la manta de agua cayendo sobre
Madrid Río y la decisión instantánea de seguir con la bici bajo el diluvio. No
sé si será ésta la única causa, o habrá otras. En realidad, mis textos sobre temas
externos están a un nivel más de divulgación que científico, son una especie de
Selecciones del Reader Digest, aquella manejable revista que coleccionaban
nuestras madres, y cualquiera de mis lectores puede pensar que en Google hay
mucha más información y con más detalle. En cambio, en lo que escribo about
me no hay nada que pueda encontrarse en Google.
Hablando de X, hace poco me
sucedió una cosa que tengo que contar aquí. Después de mucho tiempo sin
tropezarme con él, el otro día lo vi a media distancia, me fui a por él y le di
un abrazo, de manera espontánea, porque me alegraba mucho de verlo. Se quedó un
poco cortado y preguntó: –¿Como me has identificado? No sabía de qué me hablaba
y así se lo dije. Después de otra serie de preguntas cruzadas averiguamos lo
que pasaba. Tal vez no lo recuerdan pero, con motivo del segundo aniversario
del blog, post #286, un comentarista anónimo hizo una loa al foro que
realmente me emocionó por su cariño, fidelidad y conocimiento de los textos
desde el principio. No creía tener un seguidor tan devoto, excepto los que ya
conozco, y le respondí diciendo que averiguaría quién era y lo buscaría para darle un abrazo.
Pues resultó que era X. Pero yo
no lo sabía. Yo le di un abrazo porque lo aprecio y porque tuve ese impulso
instantáneo, pero hacía tiempo que había tirado la toalla de identificar a mi
fiel admirador anónimo. Hasta me había olvidado del tema. Así que,
involuntariamente le fastidié el anonimato con el que tanto disfrutaba hasta
ese instante. No pasa nada, X es tan discreto que rechaza algo por lo que otros
se pelearían: una poco de notoriedad. X tiene por cierto una parte de sus
orígenes en la zona de La Rioja por la que hice mi excursión hace un par de
domingos, y me hizo dos recomendaciones que seguí al pie de la letra: beber
clarete, que es el vino que se toma usualmente para tapear, y no dejar de
probar el chorizo casero. Hablo de la zona de Ezcaray. La excursión tuvo dos
largas caminatas, sábado y domingo, ambas en torno a los 17 kilómetros. En la
primera recorrimos por la mañana un buen tramo de la Vía Verde del Río Oja, para llegar a
comer al pueblo, en Casa Masip, que es donde sirven los mejores pinchos.
Por la tarde cogimos los coches y
nos acercamos a Valgañón, para ascender una fuerte pendiente y dejar los
vehículos arriba. Allí se puede caminar atravesando una dehesa, y llegar a un
acebal extraordinario, con acebos de muchos metros de alto, rodeados de espinos,
que forman la llamada orla arbustiva, que protege los bosques de la península
para convertirlos en refugios para los animales, donde la temperatura llega a
ser tres o cuatro grados más alta que en el exterior. Hay un punto de entrada a
la maraña, que permite ingresar en un mundo oscuro en pleno día, un lugar
mágico trabado de yedras salvajes y lianas que trepan por los troncos de los
árboles mayores, llegando a veces a asfixiarlos. Sólo por ver el acebal, merecía la pena hacer el viaje. Dormimos como troncos esa
noche, pero al otro día madrugamos de nuevo, a favor del cambio de horario.
A las 8.30 del horario de invierno, estábamos saliendo de Ezcaray a pie, por detrás de la estación, para atravesar
la montaña y llegar al otro lado a San Millán de la Cogolla. Allí comimos los bocatas que portábamos, en un merendero de la
ladera y regresamos en los coches que habían acercado algunos compañeros. Y por
la tarde a Madrid. Aprovechamos el último fin de semana del extraño clima
veraniego que hemos tenido hasta la brusca llegada del frío de ayer lunes.
Quién no quiera ver en estos trastornos
térmicos los efectos del cambio climático, es como el peor ciego (el que no
quiere ver). Antes, el fresquito empezaba en septiembre, incluso a veces a
mediados de agosto. Cuando uno ya había sacado las mantas, a veces la cosa
templaba, por el llamado veranillo
de San Miguel, en torno al 29 de septiembre, frecuentemente seguido del llamado cordonazo de San Francisco, que traía
fuertes tormentas.
Más tarde había otros veranillos,
como el de San Martín, más o menos por estas fechas, pero es que lo de este año
ha sido un continuo veranillo, desde junio hasta anteayer. En fin, a la vista
de este cordonazo extemporáneo que nos ha bajado la temperatura unos diez
grados, he aprovechado para sacar los abrigos, que buena falta me van a hacer
en las costas del Mar del Norte, donde se fundaron las llamadas Ciudades
Hanseáticas, que me propongo visitar a partir de mañana. Les tendré al tanto.
Abríguense y pórtense bien.
Lo mejor de los viajes es proyectarlos.
ResponderEliminarHablas por ti. Yo disfruto mucho más haciéndolos.
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