Lo de nuestro país está
alcanzando un grado de pestilencia insoportable. ¿Es posible que quede algo
incólume? La trama de Granados es una vuelta de tuerca más, a sumar a las de Bárcenas,
Pujol y tantos otros casos. Mi tía Lola usaba una palabra de amplia raigambre
levantina, allá por la parte de Orihuela, para definir este concepto: la puentina. Cada vez que pasábamos por un sitio donde olía mal, su exclamación
era esa: ¡Chica, qué puentina! Este blog no es un blog de denuncia, no es un
foro antisistema, ni una pantalla reverberante para replicar los ecos de Podemos, pero es que es difícil abstraerse
de tanta mangancia y podredumbre.
Es que le entran a uno ganas de
salir, como Diógenes, con una linterna (eso sí: digital), a ver si por
casualidad se tropieza con un hombre honrado. Es que cada mañana abre uno el
periódico realmente acojonado, sin saber qué nuevo escándalo va a estallar. Es
que el propio periódico hay que manejarlo con cuidado para que no te ponga
perdida la mesa del desayuno con sus lixiviados pestilentes (tampoco es mala
palabra: lixiviados). Me apetece hablar de esto tanto como de los
catalonios, pero alguna reflexión a la carrera habrá que hacer al respecto.
En primer lugar, un comentario
acerca de las manifestaciones vertidas por González Pons, Esperanza, Rajoy y otros. Hay que ver con qué énfasis salen
a la palestra a mostrarse desolados y avergonzados. Que actores más buenos son,
aunque les crezca la nariz. Sólo falta Gallardón, con sus característicos pucheros, que nadie es capaz de emular. Y Floriano, que también es único para estas
cosas. Ese vertido tóxico, esa fingida contrición, ese falso propósito de la
enmienda en busca de absolución más que de penitencia, me remite a una situación
que creo similar: el tema del doping en el deporte.
Yo creo que los deportistas de elite
están todos hasta las cejas de
productos químicos más o menos tolerados o prohibidos. Pero, en cuanto pillan a
uno en un control, los demás hacen coro para ponerlo verde, decir que es un
tramposo y un cabrón y deslizar así, de forma un tanto burda, la connotación de
que ellos están limpios. Pero ellos no están limpios. Lo que pasa es que todavía
no los han pillado, o que han sido más hábiles en sus prácticas fraudulentas. No
exagero, y les pongo un ejemplo.
En la Olimpiada de Seúl, el
ganador de los 100 metros
libres fue Ben Johnson, un jamaicano con pinta de bruto, que competía bajo la
bandera del Canadá. Al acabar la carrera lo pusieron a orinar y comprobaron que,
efectivamente, estaba hasta las cejas de estanozolol, que no tengo ni puta idea
de lo que es, pero debe de ser la leche. Si supiera donde lo venden, ahora
mismo me iba yo a comprar unos cuantos frascos, a ver si mejoraba mi
rendimiento. A Ben Johnson le quitaron la medalla, perdió sus contratos publicitarios
millonarios y, en un día, pasó de héroe a villano y se convirtió en una especie
de apestado que jamás consiguió revertir su situación.
A lo que iba: antes incluso de irse de Seúl, todos los demás atletas entonaron el coro plañidero
desmarcándose de su compañero el tramposo, al que había barra libre para
insultar y cagarse en sus antepasados con fruición. Años más tarde, se ha
sabido que TODOS los atletas que renegaron horrorizados del fullero, estaban
igualmente dopados. Y, entre ellos, el que más alzó la voz, lamentando a gritos
el daño que tipos como Johnson hacían al deporte sano que ellos defendían y practicaban:
el gran Carl Lewis. El autodenominado Hijo del Viento, gloria de los USA y
ejemplo para generaciones (que, por cierto, se quedó con la medalla de oro de
Seúl), resulta que también se metía de todo, como se ha acabado sabiendo. Desde
entonces está bastante callado, a ver si el mundo se olvida de él.
Pues extrapolen ustedes mismos al
mundo de la política de nuestro país. Los que salen desolados a proclamar a los
cuatro vientos su vergüenza, su bochorno y su sofoco, intentan convencernos de
que ellos están limpios, pero no es cierto: quizá aun no les han pillado, o a
lo mejor son tan habilidosos que no les pillarán nunca. Pero de eso a que estén
limpios hay un mundo. Al menos yo no tengo ninguna duda al respecto. Por
cierto, esta apreciación la extiendo al señor Tomas Gómez, igualmente desolado
al descubrir que a su mano derecha y sucesor en la alcaldía de Parla le sale el
estanozolol por las orejas. Seguro que, si a Granados le hubieran preguntado hace
un mes por Gürtel o Bárcenas, habría hecho también una sobreactuación
convincente.
El segundo aspecto que quiero
destacar es precisamente la presencia de gente del PSOE en la trama de
Granados. Tampoco crean que es una casualidad. Para montar una trama de este
tipo, hay que tener pillado a alguien del otro lado, evitando así que sus
compañeros de partido denuncien el tinglado. Por ejemplo, los de la oposición
socialista de Villalba seguro que sabían los tejemanejes del alcalde pepero del
pueblo, pero desde el partido les habrían avisado (digamos que presuntamente; yo no lo sé, sólo estoy
haciendo una suposición razonable) de que no dijeran nada porque, si tiraban
del hilo, podían sacar a flote las mangancias del regidor de Parla y, de
rebote, salpicar a su antecesor y jefe regional del partido).
La mejor manera de blindar una operación
inmobiliaria con garantías es precisamente ese juego. Digamos, por ejemplo, recalificar
los terrenos de un familiar de alguien del PP y encargarle el plan parcial a un
urbanista del PSOE, o viceversa, sin olvidarse de dejar unas migajas para
Izquierda Unida, que nunca vienen mal, por ejemplo, un solar para cooperativas
de sus sindicatos afines. Las grandes inmobiliarias se aseguran así que la cosa
salga niquelada. Y no hablo más, que no quiero que me visite en mi casa una
partida de albanokosovares armados hasta los dientes y con la firme determinación de
partirme ambas piernas.
Visto lo visto, creo que los que
nos hemos quedado fuera de la fosa séptica, somos gilipollas, aunque la verdad es que
dormimos mucho más tranquilos. Donde otros se despiertan a medianoche asediados
por horribles pesadillas en las que aparece un guardia civil en barca con un
megáfono clamando: “Señor Martínez” (aunque corruptos, habrá que suponerlos
cultos y es normal que hayan visto El
Verdugo), pues los tipos como yo dormimos como bebés. No quiero presumir de
honrado; como lector de novela negra, estoy firmemente convencido de que toda persona
tiene su precio. Lo que pasa es yo no sé si soy honrado o no, porque nadie me
ha hecho nunca una oferta que no pudiera rechazar, como las de Marlon Brando en
El Padrino. A mí me veían la cara y me dejaban por imposible. Con un tipo con
ese bigote −debían de pensar− mejor ni
lo intentamos, que tiene pinta de honrado. Así ha sido siempre y por eso no puedo
proclamar si soy honesto o deshonesto.
Posiblemente lo que sea es
gilipollas, como les venía diciendo. Estos corruptos que, al parecer, son mayoría, pasan
malos ratos, se ven acosados y vilipendiados pero, si aguantan el tipo, acaban
mejor de lo que yo estoy (al menos en el aspecto económico). Porque el dinero
nunca lo devuelven. Lo peor que les puede ocurrir es tener que pasar una
temporadita en Soto del Real, a costa del erario público. Y allí no se está tan
mal, si tienes dinero para comprar protección. Tienes dos platos y postre a la
comida y a la cena. Puedes leer todos los clásicos griegos, o las obras
completas de Dostoievski. O escribir tus memorias. Y dar largos paseos por el patio,
al sol de la sierra. Hombre, si te pones farruco con los guardias, te
meterán en una celda de aislamiento, como le pasó a Bárcenas. Pero, al final, te dan
la boleta como a Roldán, y ya tienes a todos tus hijos y nietos bien colocados
de por vida. Listos para seguir organizando corruptelas. No sé si Pablo
Iglesias podrá romper esa estructura, o acabará atrapado en la telaraña.
Por cierto, otro tan tonto como
yo es el pequeño Nicolás. Al pobre chaval lo han pillado en una travesura incomparablemente
menos dañina que las de estos impresentables de que hablamos. El tipo sólo quería
jugar a ¿Dónde está Wally? ¿Recuerdan
ustedes los comics? Uno abría la página y se enfrentaba a un escenario petao de gente. Y, tras ardua búsqueda,
lo encontraba allí, en un rincón: el pequeño Nicolás. De propina les dejo el link a la canción más celebrada sobre la letrina nacional, en la voz, siempre sugerente, de los Morancos de Triana. El vídeo es ahora mismo viral en la red o, como dicen los de mi barrio, lo peta en Feisbuk. AQUÍ lo tienen.
Dice usted que no sabe si es honrado o no. A ver si le va a pasar como a la ministra Mato, que creía que los porsches de su garaje se los había traído la cigüeña... Entiendo que no quiera decirlo en el blog o que prefiera dejar la duda. Pero, si lo quiere saber, basta con contestar algunas preguntas. ¿Se ha llevado usted algún dinero o porcentaje de operaciones urbanísticas que le haya tocado supervisar? ¿Ha dispuesto de tarjetas black? ¿Ha cambiado el sentido de algún informe para favorecer a algún amigo o grupo de presión, aunque no haya cobrado por ello? ¿Ha presionado a algún compañero o subordinado para que lo haga?
ResponderEliminarEn cuanto a sus preguntas, mi respuesta es clara: jamás, jamás, jamás y jamás. Lo que pasa es que el tema de la honradez es más complejo que eso. Le pongo un ejemplo. Durante años tuve un móvil corporativo y lo usaba indistintamente con el mío personal. Si un día me quieren buscar las vueltas, podrían investigar a ver qué llamadas personales hice con el móvil municipal. Supongo que encontrarían alguna al telechino, a pedir comida por la noche (menú de 1 persona). Y supongo que a algún purista le parecería esto un escándalo. Todo el mundo tiene sus pecadillos. ¿Quién no se ha llevado a su casa un bolígrafo, un librillo de posits, o un paquete de folios para su impresora? La diferencia con los sinvergüenzas de las tarjetas black, supongo que es sólo de escala. Entonces ¿quién pone el límite entre la minucia inocua y el despiporre dañino? Le aseguro que, si un día se publicaran mis gastos telefónicos, me daría una vergüenza de la hostia que la gente se enterase de lo poco que gastaba.
EliminarLo que es una vergüenza es que nadie haya intentado corromperle nunca. Le han tomado a usted por un mindundi o por un gilí. Nada halagador...
ResponderEliminarSí, es algo que me preocupa. Los timadores esos que te dicen que han llegado esta mañana de Valencia y les han robado la cartera, se lanzan a por mí en cuanto me ven aparecer. Me da mucha rabia que, por mi cara, piensen que soy capaz de creerme esa milonga. Me gustaría tener un poco más de cara de malo, pero tengo la que tengo.
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