Siento ponerles deberes pero, si
quieren entender plenamente mi relación con el deporte y mi trayectoria como
atleta, deben ustedes leer mi viejo post #47 “Corredor I”. Lo escribí con todo
cariño, pero ha sido uno de los textos menos leídos de este Blog y no sé por
qué. A mí me parece que no desmerece de muchos de los otros que han recibido
decenas de visitas, tal vez sólo por tener un título más sugerente.
La historia de ese texto me sitúa
a comienzos de 1986, con treinta y cinco años, delgado y de buen ver, sin haber
hecho deporte en mi vida, fumando cotidianamente pero con el vicio controlado,
con trabajo y pareja estables, sin hijos y con la vivencia tranquila del
funcionario que no tiene otras preocupaciones que las de dejar correr el tiempo
y vigilar que todo el tinglado se mantenga firme, en el centro de un mundo
también estable y ordenado.
Aquí tengo que hablar de mi amigo
Joe, mi hermano mexicano de Nogales (Sonora), conocido en su tierra como “El
Pepe”, traumatólogo, ortopeda infantil, medico cooperante en África y
Latinoamérica, cocinero y promotor de restaurantes mexicanos, entre otras
ocupaciones y aficiones variopintas. Y gran corredor también. En 1986, Joe
estaba especialmente delgado, y yo tenía la vaga noción de que andaba
entrenándose por los parques, pero no sabía cuánto, ni por qué, ni para qué.
El 27 de abril de 1986, su mujer
llamó por teléfono a media mañana, emocionada y preocupada. “Joe está corriendo
el Maratón de Madrid –nos dijo–. Nunca ha hecho una distancia como esa, está
loco y yo me temo que no pueda terminar y estoy llamando a los amigos para que
se vayan poniendo a lo largo del recorrido y lo animen o le ayuden, si lo
necesita”. Me quedé de piedra. El Maratón de verdad, el de 42 kilómetros y 175
metros, era algo que en esos años rebasaba mi capacidad de comprensión.
Cogí el Metro hasta Retiro y me
situé junto a la entrada del Paseo de Coches, donde terminaba la carrera, a unos 500 metros de la meta.
Tenía allí una buena perspectiva de la calle Alcalá, hacia la esquina con
Príncipe de Vergara, desde la que ver venir a mi amigo con tiempo. Los líderes
de la carrera habían pasado ya y había un lento rosario de corredores cada vez
más renqueantes y agotados que se dirigían a la entrada del Retiro. Hacía fresquito
y yo llevaba un anorak de abertzale que tenía por entonces, indumentaria que ya
me había dado más de un disgusto con los grises. Encendí un pitillo para
entretener la espera, y aguardé hasta que reconocí a mi amigo apareciendo por
el fondo.
Joe venía en unas condiciones
bastante malas después de correr más de 41 kilómetros sin una preparación muy afinada, pero seguía
avanzando despacio, casi arrastrando los pies. Cuando, a su vez, me reconoció
entre el público, una sonrisa forzada asomó a su rostro. Tiré el cigarro al
suelo, pisé la colilla enérgicamente y me puse a la par de mi amigo. Llevaba un
trote tan lento que no me costó acompañarlo. No recuerdo de qué hablamos, la
conversación era lo de menos en esas circunstancias, se trataba de estar allí apoyándolo
en su hazaña. A la vista de la meta, me avisó: “No puedes seguir a mi lado, los
de la organización te van a desviar para que no estorbemos la llegada de los
demás”. Entonces le miré a los ojos y le dije: “Joe, el año que viene, yo,
aquí, contigo, corriendo”. Le di una palmada en la espalda y me aparté.
Poco después empecé a decir en el
trabajo que me iba a dedicar a correr maratones. Lo decía entre calada y calada
de mi cigarrillo, y todos pensaban: ya está el Emilio con otra de sus
fantasías, éste con tal de llamar la atención, etcétera. Ese verano dejé
definitivamente de fumar. Y en septiembre empecé a entrenar, de la mano de Joe.
Él me enseñó desde cero, me explicó todos los trucos, me corrigió el estilo, la
forma de pisar, la zancada económica, el braceo, la respiración, me acompañó a
comprarme zapatillas, me esperó con paciencia cuando me asfixiaba. Hace unos
cuantos posts confesé que el 90% de lo que sé de París me lo ha enseñado
Philippe. Pues el 90% de lo que sé de la carrera de fondo (que es mucho), me lo
enseñó Joe. Sirva este texto como testimonio de mi agradecimiento.
En abril de 1987 corrí mi primer
Maratón y lo completé entero. Después de ése vinieron otros nueve y todos los
terminé. Entre medias he corrido innumerables carreras de 10, 12 y 15 kilómetros
y un buen número de medias maratones. He corrido en Nueva York (el Maratón, por
supuesto, una vivencia inolvidable), en París, en Holanda, en Cuba. Me he
entrenado en México, en Sri Lanka, en el Pirineo y en otros lugares que no
recuerdo. En 1989, en mi quinto maratón, sin hacer un esfuerzo superior al
habitual con mi entrenamiento de autodidacta, hice una marca de 3 horas y
veinte minutos en Madrid. Entonces pensé en intensificar mi preparación para
ver si conseguía la marca de mi vida. En 1990 mejoré mis registros terminando
en 3 horas y diecisiete minutos, mi mejor resultado de todos los tiempos.
Tal vez aquí tuve la noción de
que había llegado a mis límites. Todo mi esfuerzo suplementario de ese año me había
servido para bajar sólo tres minutos. Era una marca que estaba muy bien para un
aficionado como yo y era impensable que pudiera dedicarle más tiempo, más
esfuerzo y más dedicación mental a este asunto. A partir de ahí corrí otros
tres maratones en tiempos entre 3,30 y 3,35, que fueron experiencias
placenteras. Y el último, en 2002, con un calor espantoso, otra vez cerca de
las cuatro horas, como los cuatro primeros. Allí se acabó mi experiencia de
maratoniano aunque, diez años después, sigo corriendo carreras cortas.
Tengo que decir que correr un
maratón en torno a tres horas y media, como máximo, es una experiencia muy
agradable. Todo lo que exceda de esos tiempos es sufrimiento. El desarrollo del
maratón tiene tres tramos básicos. Si uno se ha entrenado mínimamente, los 25
primeros kilómetros son un verdadero placer, uno no se cansa apenas y se siente
Superman recorriendo la ciudad entre aplausos. Entre los 25 y los 35, la cosa
se pone seria y ahí es donde se juega la carrera, donde se evidencia si el
entrenamiento ha sido el adecuado, si la alimentación de los últimos días ha
sido la correcta, si se ha descansado lo suficiente. Una vez que se supera el
kilómetro 35, el resto es pura cabezonería. Aquí lo único que cuenta es la
mente, porque las piernas siguen solas aunque se te caigan a pedazos.
A partir del 35, es cuando puede
surgir lo que llaman “El Muro”, es decir, la imposibilidad de dar un solo paso
más. Entonces hay que pararse, beber algo, tomarse unos plátanos o unas
naranjas, recibir, si se puede, un pequeño masaje. Y arrancar otra vez a correr, aunque
sea despacio. El que se pone a andar, está muerto, ya no dejará de caminar
hasta la meta. Lo curioso es que nadie se retira a esas alturas. En un Maratón
se retiran únicamente los buenos, al principio, si comprenden que ya no van a
hacer marca y para qué seguir, y los que se lesionan. Los demás siguen hasta el
final. Pero la cabeza te hace faenas.
En momentos determinados, el otro
yo te dice a la oreja: retírate, hombre, para qué seguir sufriendo. Entonces
recuerdas que detrás de la meta está la taquilla con tu ropa esperándote,
además de tu documentación, las llaves de casa, el billete de Metro para
volver. Si te retiras, te verás obligado a ir andando hasta la meta, te
quedarás frío, te puede hasta dar una tiritona o un desmayo. Así que sigues y
sigues. Y cerca de la meta empiezas a ver conocidos que te animan y multitudes
que te ovacionan y sacas fuerzas no se sabe de dónde y esprintas de manera
increíble y adelantas a diez o doce mataos en la recta de meta. Y pasas
bajo el cronómetro y tocas con los dedos algo muy parecido a la gloria.
Entonces alguien te echa una manta por encima y, sólo en ese momento, empiezas a cobrar conciencia de
la barbaridad que acabas de hacer. Continuará.
Te admiro enormemente. Mi velocidad punta actual es de 1´5 Km/h.
ResponderEliminarGracias, amigo Groucho. No te creas que yo voy mucho más rápido.
EliminarGran texto!, claro que si, este año debutare en el mapoma tras muchas leguas, 10km, 12, alguna vertical y 4 medios maratones y solo espero poder acabarlo para analizar mis sensaciones y aplicaras a mejor en los maratones venideros ya que el mapoma será el primero de una vida como maratoniano, tengo 29 años, dos hijos pequeños y una mujer maravillosa, además de un pasado un poco turbio y en los 2 años que llevo corriendo habitualmente me he redescubierto, ayer corrí la media de la Latina (Madrid) con mi mejor marca de 1.39 y acabe realmente emocionado tras subir con fuerza los casi 10 Km finales cuesta, por haber conseguido el poder de luchar por mis metas en la vida y en el deporte, acabe con muchas ganas de correr pronto el maratón y pasar un buen rato conmigo mismo terminándome1 de conocer, espero llegada tu edad poder llevar a mis espaldas todos esos maratones para poder mirar atrás y poder contárselo con nostalgia a las generaciones de runners venideras, enhorabuena por haber cumplido todos tus propósitos y haber disfrutado de una vida deportiva tan plena...y lo que te queda.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias por tus elogios. Envidio tu entusiasmo y, por supuesto, tu edad. Estás a punto de iniciar las dos mejores décadas de la vida. Los veinte son extraordinarios, pero lo que viene detrás es aún mejor, te lo prometo. Correr maratones es una forma de vida, como ya dije en "Corredor I". Dices una cosa muy cierta: es una actividad que te ayuda a conocerte a ti mismo, a saber quién coño eres. Tu comentario se merece una respuesta más larga, y tal vez no seas el único de mis seguidores que vaya a correr en abril por vez primera. Para todos vosotros escribiré algunos posts especialmente dedicados, con consejos y todo eso. Salud y buenos kilómetros.
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