martes, 8 de enero de 2013

72. Por fin se acabaron las putas fiestas

Parecía que no se acababan nunca, pero sí. Esta vez es de verdad. Con alivio contemplo cómo desmontan los adornos luminosos, las banderitas y las guirnaldas. Menos mal, no sé si hubiera soportado otra semana de atracones y villancicos. Por lo que he podido pulsar entre la gente, a nadie le gustan especialmente estas fiestas, salvo a los niños más pequeños (y a los no tan pequeños, de forma más interesada: si hace falta, fingen creer en Santa Claus). Pero todo el mundo se apunta a pasar de trabajar y cogerse unas larguííííííísimas vacaciones hasta que se apague el último eco de las zambombas. El Sabbath de los judíos, en plan king size.
Mientras hemos estado tumbados a la bartola, los diversos tipos de carcoma que están horadando nuestro viejo mundo, hasta hace poco seguro y confortable, no han descansado. Por el contrario, han seguido adelante cada uno con su particular raca-raca. El señor Rajoy con sus recortes, Artur Menos con su atajo hacia la independensieeeeee, los esbirros de Esperanza desmantelando la Sanidad Pública y los financieros a lo suyo. Nosotros con los polvorones y, mientras, el señor Rato fichando por Telefónica con un contrato de futbolista, requerido por el señor Alierta a quien el propio Rato puso en la presidencia de la compañía, cuando era ministro. El pobre Rato se encontraba mal después del gatillazo de Bankia, le había entrado la tristeza post-coital al estilo Cristiano Ronaldo y era el momento de recoger los frutos de su vieja inversión en la “Bolsa de favores”.
Tomo el término “Bolsa de favores” de la novela de Tom Wolfe La hoguera de las vanidades, en donde se explica perfectamente el concepto. La gente que ve las cosas desde lejos, o a través del espejo distorsionado de la prensa, tiende a pensar que el político es alguien que invariablemente se está llevando el dinero a manos llenas, lo que explicaría determinadas decisiones que toma. Y es así en muchos casos, algunos de los cuales se destapan y terminan ante el juez, aunque la mayoría no llegan a saberse nunca. Pero en el mundo de la política y las finanzas, los que se dedican abiertamente a forrarse son los cutres, tipo Roldán, Juan Guerra o el ex-marido de la Pantoja, más algún arribista al estilo Urdangarín.
El resto lo que hace es invertir en la Bolsa de favores. Sobre todo los que ya están forrados porque son de buena familia. Me explico con un ejemplo. El Concejal de Urbanismo X de la ciudad Y, decide recalificar un monte más o menos protegido, para lo cual se agarra a una interpretación torticera de la norma y presiona a sus funcionarios para que pongan su firma debajo. El monte recalificado se llena pronto de carteles anunciando que allí se va a construir un nuevo barrio, por supuesto sostenible y ecológico. Los carteles son de la inmobiliaria Z que, como todo el mundo sabe, está ligada al Banco XX (se me han acabado las letras).
Entonces los ingenuos piensan: claro, seguro que el Banco ha “untado” al Concejal, que se llevará una comisión sustanciosa. Y sí, es así en algunos casos. Pero en la mayoría es al revés, es el Concejal el que ha “untado” al Banco, al hacerle semejante favor. Sobre todo si pensamos en un concejal que tenga más dinero del que necesita y no sea un avaro compulsivo. En estos casos, el Concejal no se lleva ni un euro. Simplemente lo que hace es una aportación a la Bolsa de favores, como el que mete un dinerillo en la hucha o en un fondo de pensiones.
La vida del político está sujeta a un nivel alto de inseguridad, porque depende del voto de los ciudadanos y de que los jefes de su partido le mantengan la confianza. Al concejal de urbanismo de nuestro ejemplo le puede pasar que en las siguientes elecciones su partido no gane, o que su jefe de filas le diga: ¡fuera de la lista! Entonces llega el momento de recoger los frutos de sus aportaciones al plan de pensiones que hemos llamado Bolsa de favores.
El señor Rato tiene dinero de sobra para poder vivir desahogadamente, él y sus descendientes. Pero tiene un problema existencial. Está aburrido sin hacer nada. Le ha entrado la angustia vital. Y además tiene el reconcome interno de su trayectoria fallida. El del bigote ha contado en sus memorias que le ofreció ser su sucesor. Dijo que no y se equivocó. Cuando se dio cuenta, quiso rectificar pero ya no pudo, porque el dedo divino ya estaba listo para caer sobre Rajoy y, como todo el mundo sabe, lo que está escrito en el cuaderno azul de Dios, no puede ser objeto de enmienda o tachadura.
Rato, siendo Ministro de Economía, hizo muchas aportaciones a la Bolsa de favores, así que lo premiaron con el cargo de Director Gerente del Fondo Monetario Internacional. Allí parece obvio que no tuvo un desempeño muy brillante (entre otras cosas, no supo prever la crisis que se nos venía encima). Regresó a España con el rabo entre las piernas, luciendo una barba un tanto sospechosa en un sujeto que no aspira a catedrático. Entonces le ofrecieron encabezar Bankia y el tipo pensó que allí se reivindicaría como economista y gestor, pero resultó que era un regalo envenenado. Ante la magnitud del descalabro, Rajoy no tuvo más remedio que echarlo, para poner a Gori-gori, a ver si le salían mejor las cuentas.
Pero todavía le quedaba un activo en la Bolsa de favores: Telefónica. Yo pondría la mano en el fuego por que el señor Rato no ha hecho nunca un negocio sucio, ni se ha llevado un solo euro en comisiones u operaciones fraudulentas. No lo necesita. Está forrado ya por nacimiento. Pertenece a la élite que controla el cotarro. Y esa élite no va a dejar caer a “uno de los suyos”, en el sentido literal de la película de Scorsese. Tampoco es creíble que haya fichado por Telefónica porque necesite un sueldo para vivir. Lo que quiere es reivindicarse (tiene la autoestima dañada) y estar entretenido, que no hacer nada quema a cualquiera. Y su viejo amigo Alierta le ha devuelto el favor, dándole ese capricho, como regalo de Reyes.  
Cegados por el turrón y el champán, no le hemos dado a esta noticia la trascendencia que se merece. Bueno, mis lectores y visitantes se han tomado tan en serio estas tres largas semanas de vacaciones que el número de visitas al Blog ha caído en picado. Espero que se recuperen las cifras anteriores, en cuanto volvamos a nuestras rutinas. Yo voy a seguir contando lo que me parezca, me lean o no. A los que regresan tras ese tiempo de descanso, les recomiendo que no dejen de leer los #67, 68 y 70, que me parecen bastante buenos, aunque esté feo decirlo. A mí todos me parecen de interés, faltaría más, por eso los escribo, pero, entre los últimos, esos tres son mis preferidos.
Las navidades son un interregno duro de pasar, sobre todo cuando uno tiene problemas anímicos. Ese ha sido mi caso en estas últimas fiestas, aunque he cuidado minuciosamente de no dejar resquicios por los que la pena se colara en mis textos. Esto no es un confesionario, ni un consultorio sentimental inverso. Algo dejé traslucir en mi post “No me gustan las Navidades” y resultó ser el más visitado del mes de diciembre. Debe de ser el morbo. Como ya he dicho, la tristeza vende bien. Hace casi 50 años los Stones compusieron una canción de letra muy sencilla, que expresa a la perfección cómo me he sentido en algunos de estos últimos días. Se la dejo con subtítulos, que ya sé que, mucho presumir de que saben inglés, pero no tienen ni puta idea.

                                        
Pues ¿saben lo que les digo? Que quien quiera tristezas, autocompasiones, confidencias, cotilleos y flagelaciones en público, que conecte Telecinco y se ponga el Sálvame diario. Esto es un Blog, señores, un poquito de respeto.  

2 comentarios:

  1. ... y ahora no tendremos una p... fiesta más hasta dentro de tres meses. No sé qué decirte. Al menos las tardes empiezan a alargarse un poquito. Pero tienes razón: la autocompasión está muy bien para los poetas románticos, todos pochos a cuenta del bacilo de Koch.

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    1. Como era de esperar, después de unos días desanimado, me he agarrado un constipado (que no es lo mismo que "constipation", como sabes), de padre y muy señor mío. Pero los ánimos van mejor y ya sólo me queda curarme los mocos. La tristeza afecta a las defensas. POr eso hay que estar contento.

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