miércoles, 16 de enero de 2013

77. Aguantamos el tirón


Bueno, pues ahora resulta que a los demás integrantes de mi equipo de asesores les ha entrado el mosqueo comparativo tras mi post en honor de Lisardo, y se mueren de celos al ver que le dedico a mi amigo dos folios de desagravio, cuando a ellos tampoco les he hecho ningún caso en los últimos tiempos y no parece que me importe lo más mínimo. Pero ¡¡CRIATURAS!!: cómo no os voy a echar de menos también, si mi blog sobrevive gracias a vosotros. 

Sagrario Pérez, asesora económico-financiera, dice que Lisardo y yo somos iguales, que por no hablar somos capaces de dejar que se deteriore nuestra relación. Según ella, yo primero me desanimo porque no hablo con nadie, y luego empiezo a no llamar a nadie porque estoy desanimado. La típica pescadilla masculina que se muerde la cola (con perdón). Y Lisardo se mosquea porque no le llamo y luego no me llama él porque ya está mosqueado.

África, agregada cultural y experta en lenguas muertas, está de acuerdo. Dice que entre mujeres no pasan estas cosas, que en cuanto una de ellas tiene un problema convoca a todas sus amigas y se lo cuenta. Los tíos somos unos siesos que nos guardamos los problemas y pensamos que se van a resolver a fuerza de rumiarlos y no contárselos a nadie. Y resume sus reflexiones en una sola palabra, convenientemente rodeada de admirativos: ¡¡¡Hombres!!! 

Javier Villegas, experto en temas histórico-políticos lo explica de otra forma. Dice que, cuando empecé el Blog, tenía una cierta inseguridad y necesitaba arroparme todo el rato con opiniones de otros. Que, una vez que la cosa ya marcha, me he creído que esto es Jauja, que puedo tirar adelante yo solo, porque ya me siento por encima del bien y del mal. Según él es una fase típica de cualquier aprendizaje. Por ejemplo, le pasa a los actores de teatro: al principio están acojonados y se les nota; luego van ganando tablas progresivamente, hasta que se pasan de vueltas y empiezan a salir a escena tan sueltos que se olvidan del público, algo muy malo. Los grandes actores son los que han logrado regresar de esa fase de endiosamiento y alcanzar una madurez de equilibrio controlado. ¡Hay que ver lo que sabe este hombre, oyes!

Bueno, pues bienvenidos todos y grandes disculpas a diestro y siniestro. A partir de ahora procuraré alcanzar el punto de equilibrio controlado, o de control equilibrado, o de control de alcoholemia al menos, pero sin olvidarme de ninguno de mis colaboradores.

Hoy quiero hablarles de mi relación directa con los políticos. Estoy seguro de que usted, querido lector (salvo que tenga algún pariente cercano dedicado a la política), tiene una idea de ellos un tanto lejana y difusa, tal vez entreverada de mala uva si sólo se guía por los medios de comunicación. Durante una serie de años, he trabajado directamente a las órdenes de políticos locales, porque había alcanzado el máximo nivel funcionarial, es decir técnico, y sólo tenía por encima al responsable político concreto. Ahora estoy mucho más abajo, pero durante años los he tenido cerca y ya saben que soy observador.

Para dedicarse a la política hay que ser de una pasta especial (yo, desde luego, no serviría). Para empezar, uno tiene que tener una disponibilidad de 24 horas. No hay respiro, uno no puede relajarse ni cinco minutos, ni siquiera para cagar o ducharse, porque tu móvil está operativo a todas horas y, si te llama el Ministro (por decir algo), tu mujer no puede decirle : ”ahora mismito le llama él, señor Ministro, que en este momento está cagando (o duchándose, o durmiendo)”. No hay tregua y es un trabajo agotador. 

En segundo lugar, tienes que ser de corcho, porque las puñaladas traperas son cotidianas, atacan tu intimidad, tu familia, tus hijos, tus hijas, sus novios y novias, sus amigos, sus trabajos y sus cuentas bancarias. No los atacan los jueces, sino tus propios compañeros de partido. No hay compasión, todo vale en esta guerra, lo más sucio es bueno, si cumple el objetivo buscado. Para ser político no puedes tener corazón. Se entra en ese medio muy joven y se va medrando a base de hacer mérito de obediencia, de falta de escrúpulos, de carácter cuanto más despiadado mejor. Una de las cosas que más puntúa es que demuestres que puedes vender a tu mejor amigo sin pestañear. Y aquí, a diferencia de Roma, sí que se paga a los traidores.

Los políticos del nivel que yo he conocido sufren mucho, y lo digo sin ironía de ningún tipo. Están sometidos a un estrés sin tregua, que no lo aguanta cualquiera. Porque ellos son los que deben tomar una decisión concreta y, como la caguen, se caen con todo el equipo. Como digo, durante un tiempo estuve al lado de algunos de estos responsables políticos, y siempre procuré servirles con lealtad, aunque no compartiera sus ideas.

De vez en cuando, el político al que yo servía, se enfrentaba a situaciones de grave crisis y debía tomar una decisión difícil, para lo que se le planteaban dos alternativas: A y B. Yo, como asesor, me arrogaba el papel de Pepito Grillo y decía: me he estudiado el tema y, en mi opinión, debes ir por la alternativa A. Si vas por la B, vas a incumplir este o este otro precepto legal; además van a pensar que tienes este interés o el otro, la prensa se te va a echar encima, la gente no lo va a entender, etcétera. En resumen: tendrás muchos más beneficios políticos optando por la alternativa A. 

Pero entonces entraba en liza la tercera pata del banco: el asesor áulico, el consejero puesto por el partido. Este untuoso sujeto hacía un simple gesto de escepticismo, apenas levantar una ceja, lo que revelaba que había otros datos, que yo no conocía y ellos dos sí, por los que había que decantarse por la posibilidad contraria a la que yo aconsejaba. Entonces, el político, haciendo expresión manifiesta de su pesar y contrariedad, concluía: “Muy bien, salimos con la B y aguantamos el tirón”. Esta expresión se quedó en mi memoria por acumulación, después de oírsela a tres o cuatro de mis jefes sin ninguna relación entre sí, incluso de distintos partidos, en sucesivas situaciones de emergencia.

Pensemos ahora en la tragedia del Madrid Arena. Unas horas después, sale a la palestra el Vicealcalde Villanueva y hace la desafortunada declaración que, finalmente, se lo ha llevado por delante, políticamente hablando. Y la gente que sólo se guía por la prensa piensa: “qué imprudente, cómo es posible que se lanzara así a la piscina para tapar a su amigo, etc.” Bueno, pues, como saben, a mí me gusta bucear en lo que hay por detrás de las noticias, imaginármelo y luego fabular sobre ello. Hagamos ese ejercicio.

Desde luego que el ex-Vicealcalde no es ningún imprudente. Es un político curtido, con tablas y muchos años de lidiar con toros de las ganaderías más difíciles. Esa noche le despiertan con tres muertes, que luego serían cinco. Inmediatamente convoca un gabinete de crisis. Allí surge la voz del Pepito Grillo de turno, que le da sabios consejos. Pero también están los del “lado oscuro”, que le recomiendan lo contrario. El hombre sabe que se juega su carrera política, pero ha de tomar una decisión porque es su responsabilidad. El tipo sufre, se resiste, duda, pero al final cede y dice: “vale, salgo yo, doy la cara por los organizadores, y aguantamos el tirón”. 

¿Y qué pasa después? Pues que esa respuesta es insuficiente. ¿Por qué? Pues porque la fiesta de Halloween no era un sarao de barrio, sino una macrofiesta pija llena de hijos de votantes del partido. Y muchos de estos votantes se levantaron por la mañana, se enteraron de la noticia y fueron al dormitorio de su hija, a ver si había vuelto. Y algunos sufrieron la peor de las pesadillas imaginables al encontrarlo vacío, porque las niñas muchas veces se quedan a dormir en casa de una amiga sin avisar. Y el terror se acrecentó, cuando las llamaban al móvil y no contestaban, porque lo habían puesto en la opción silencio, como suelen hacer los adolescentes en estas situaciones.

Después pusieron la tele, escucharon la primera reacción del Ayuntamiento y dijeron: ¿quién es ese señor que habla? Y surgió un clamor de indignación entre las clases pudientes. Para calmarlo, se ofreció primero una cabeza de turco, pero no fue suficiente. Al final, el hombre que optó por aguantar el tirón tuvo que irse también. Es sólo un simple ejercicio de política-ficción, yo creo que verosímil. Pero que cada uno se lo imagine como quiera.

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