Buenos días, en este agradable fin de semana invernal, me encuentran
con un gripazo monumental y no tengo la mente lo suficientemente fina como para
producir una de esas entradas ingeniosas y agudas que tanto les divierten. Así
que voy a tirar de archivo y aprovechar para incluir en mi Blog un texto de
otra persona, como ya hice en el #52 “Más sobre pedos”. Este artículo,
convenientemente ilustrado con unas cuantas imágenes de hermosos culos
femeninos, se publicó en la revista colombiana Soho el 20.07.2008, o sea que, si hay algún tipo de copyright, con
estas referencias queda a salvo.
Su autor se llama Pedro Mairal y es hijo del prestigioso abogado
argentino Héctor Mairal. Nacido en Buenos Aires en 1970, Pedro Mairal cursó la
carrera de Letras en la Universidad del Salvador, donde fue profesor adjunto de
la cátedra de Literatura Inglesa. En 1996 publicó el libro de poesía
"Tigre como los pájaros" (Mención Premio Fortabat). En 1998 obtuvo el
Premio Clarín de Novela por "Una noche con Sabrina Love", su mayor
éxito, que fue llevada al cine y traducida a varios idiomas. Después ha seguido
publicando libros de poesía y novela, y sus últimas aventuras lo sitúan como
presentador del programa televisivo “Impreso en Argentina”, desde el que lanza
iniciativas literarias y promueve la lectura en todas sus formas.
Mairal había escrito en 2006, un notable artículo acerca de las tetas,
por encargo de la revista Brando. A
la vista de su conocimiento sobre este tipo de materias, la revista Soho, de
Bogotá, le pidió que escribiera sobre culos. A continuación tienen el resultado
del encargo. En mi opinión, es un texto delicioso. Sólo un argentino podría
escribir algo como esto. Su inclusión es un honor para mí, eleva la calidad de
este Blog, prestigia este pequeño foro con unas alturas literarias muy
superiores a las que les tengo acostumbrados.
Oda al culo
No suelo concordar
con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el
culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios,
macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un
milagro de ingeniería. El culo bien latino, rapero, reggaetón, de doble pompa
viva y prodigiosa.
Me salen versos
cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico
que en las tetas, que en realidad son una intelectualización. Las tetas son
renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de
atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del
acoplamiento en cuatro patas.
Las tetas son
un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical,
candencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la
bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.
Porque el culo
siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en
dirección contraria de las tetas, que siempre vienen y por eso suelen ser
alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la
novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan,
el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja
tristes a los hombres pensando: mira, qué cosa más linda, más llena de gracia,
aquella morena que viene y que pasa, con dulce balance camino del mar.
Las argentinas
tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote,
las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O,
mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se
quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo
mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco, en el último
Festival de Cartagena de Indias, para no tener que volver y poder seguir
admirando el desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos
altaneros merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un
poemario como el Canto General.
De las cosas
que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo
acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una
chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la
parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el
frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.
Durante el
abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si
la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela
impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo
mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los
muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos
llenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna
otra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del
cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.
Se suele pensar
que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir
que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo
contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en la fuerza de
la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay
que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda
sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre en
la doble esfera viva de esa mantis religiosa.
Una vez vi un
hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que no
era “el” sino “la” personal trainer,
y las calzas azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un
doctorado en glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras
ella sin pensar en nada más que en ese seguimiento personal. No me sorprendería
que a la media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en
caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres,
como legión de ratones, van tras ella, hipnotizados.
Las mujeres
saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que
una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un "tremendo
fambeco". Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos
pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas oficinas
cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tabla
rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos.
Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasaba
camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo
este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía
que tenía un novio), pero en esa época yo pensaba escribir una novela con los
acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con
un guiño a Greenaway, "El culo de una arquitecta".
No escribí ni
dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me
acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en el ritmo particular que tenía
el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de sus muslos de
falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que
se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail,
la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se
ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No
exagero. Además era plena crisis del 2002.
Todo se
derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda,
la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, la renta
per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y
subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en
su oscilación por los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir
diciendo no, mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. Ojalá
ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos
dos años con solo ser parte de mi día laborable, pasando con tanta gracia
frente al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también de que, cuando me echaron,
lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos, respingando
el durazno gigante de su culo soñado.
Gracias, querido Pedro, por este pequeño tesoro.
ResponderEliminarTremendo texto.
Sigue resfriado Emilio.
Julián
Hola, Julián. Ya se me va pasando el constipado y creo que mañana volveré a salir a correr. En la entrada #76 tienes una suculenta ilustración sobre el asunto de esta. Pues aprovecho para desearte con ella: ¡¡Feliz 2013!!
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