¡¡¡JODER!!! ¡¡¡Qué fallo más
grande!!! Me había olvidado de Lisardo. Ya saben que yo quiero hacer de este
Blog un mundo literario, virtual, sin nada que ver con la realidad. Otra cosa
es que posts como el #62 “Incidente
de tráfico” rezumen un realismo tan apabullante que hasta olemos el mal aliento
del energúmeno contrincante. Pero yo no quiero que este sea un foro de
cotilleos sobre mi vida privada real. El que quiera saber de mí, que me llame,
coño.
Ha tenido que ser uno de mis lectores
asiduos, tan tímido él que no se atreve a ponerme comentarios, no sea que me
vayan a molestar, el que me ha avisado de mi grave fallo. Hoy he abierto un
correo suyo y allí, perdida entre párrafos difusos, una frase ha saltado sobre
mi alma como el alien que le salta a
la cara a John Hurt en la primera película de la serie: ¿Le pasa algo a
Lisardo?
JODER. He repasado mis textos
hacia atrás y resulta que mi última referencia a Lisardo está en el #46,
“Permítanme un poquito de endogamia”, publicado el 28 de noviembre. Desde
entonces, nada. Les explico a continuación lo que ha pasado, sin que eso sirva
de excusa. El bueno de Lisardo, el
ordenanza de planta que me ha hecho compañía en el trabajo durante tantos años,
el entrañable amigo con pinta de banderillero, que siempre me regaña y asi me
ayuda a optimizar la calidad del Blog, ha estado de baja casi tres semanas por
un pinzamiento lumbar, que le sobrevino a primeros de diciembre. No dije nada
aquí, por eso de que no quiero que mi blog se convierta en un lugar de
cotilleos y menos de comunicar las desgracias de los conocidos. Yo creo que el
pinzamiento de mi amigo es el resultado de la tensión corporal que conlleva
albergar un corazón tan grande como el suyo.
Luego se puso bien y, como yo no
había dicho nada de su baja en el blog, tampoco me vino bien informar de su
alta. Y en eso llegó la avalancha de las vacaciones y el traslado progresivo de
nuestras oficinas municipales con navideñidad
y alevosía. Este es un tema del que no puedo hablar, por motivos obvios, así
que no lo puedo criticar como debiera. No obstante, al final del post #66, se
me escaparon unas frases al respecto, en las que hablaba de mi sensación
similar a la de los monos del Amazonas ante el avance de los madereros. No creo
que puedan represaliarme por publicar unas sensaciones comparativas tan
subjetivas. Además, aportaba una propuesta de distribución del espacio en el
nuevo edificio, ilustrada con una fotografía, en su día muy bien valorada por
mis lectores.
Lo cierto es que ese tsunami que
está amenazando mi pequeño mundo laboral de los últimos treinta años, se está
llevando por delante todas mis referencias y mis rutinas. Lisardo ya no es mi
ordenanza de planta, entre otras cosas porque ya no tengo ordenanza de planta.
Por no tener, ni siquiera tengo planta, excepto un ficus benjamina que sobrevive aterrorizado a mi lado. A Lisardo lo
trasladaron al nuevo edificio en cuanto presentó el alta tras su pinzamiento.
Ahora tengo un ordenanza de
“rincón cochambroso de pasillo”, que comparto con otros supervivientes de la
ruina, perdidos entre los escombros en rincones tan recónditos como el mío,
para llegar a los cuales debo atravesar corredores lóbregos propios de una
cámara frigorífica. Mi nuevo ordenanza no es que sea analógico, es que es un
especimen directamente llegado de la época Neanderthal. De hecho es un ordenanza
homogeneizado, resultado de integrar a una parte de los trabajadores del antiguo
Matadero Municipal, después de su cierre. Su puesto de trabajo anterior era “Oficial
mondonguero”, o sea, matarife especializado en menudillos y criadillas. No me lo estoy inventando, he visto su
certificado de vida laboral del Ministerio de Trabajo. El cabrón te lo enseña
en cuanto puede, para meterte el miedo en el cuerpo. Como también me han
quitado la fotocopiadora, le pedí el otro día que me hiciera una copia de unos
informes, y me dijo que me los hiciera mi puta madre. Vale, no lo dijo con
palabras (este animal habla lo justo), me lo hizo saber con la mirada, pero es
lo mismo.
El caso es que entre el follón de
la mudanza progresiva (yo no me traslado hasta marzo), el ataque de la blitzkrieg navideña, armada con villancicos, polvorones y gorros de
Papá Noel, y la medio depre que me entró por todo esto, pues nada, que me he
olvidado de Lisardo, fallo para el que no hay excusa que me consuele. Tengo que
decir que no había querido ir a ver a mis compañeros trasladados, porque no
estaba seguro de que esa visita no acabara con el poco ánimo que me iba
quedando (y que yo blindaba con un envoltorio acorazado para que no se filtrase
a mi Blog). Pero hoy ya no me ha quedado más remedio.
Al leer el correo citado, he
llamado varias veces a Lisardo por el teléfono, pero no contestaba. Entonces he
hecho de tripas corazón, me he subido en mi coche de matrícula de Barcelona, y
me he plantado en la nueva sede de mi oficina. Como me temía, mi visita se ha
convertido en un rosario de encuentros con compañeros que, uno por uno, me han
ido haciendo relato pormenorizado de sus miserias, lo mal que están en el
edificio nuevo, lo que tardan en llegar por las mañanas, las dificultades de
aparcamiento, los problemas derivados de pasar de tener despacho propio a tener
que desenvolverse en un modelo de oficina-paisaje, como el de Jack Lemmon en El
Apartamento.
Menos mal que ya se habían pasado
las navidades, que si no, me sacan de allí al frenopático con una depresión de
caballo. Por fin he logrado encontrar al Lisardo. Estaba sentado ante una
mesita enana, sin ordenador ni nada, bajo un tramo inclinado de escaleras. Me
he ido a por él y le he dado un abrazo repitiendo “perdón, perdón”. Estaba jodido
y yo lo sé, pero ha aparentado mantener su chulería habitual: “Don Emilio, aquí
me tiene en mi nueva oficina abuhardillada, lo último de lo último”. Le he
preguntado cómo es que no tiene ordenador, y dice que es que no hay donde enchufarlo,
pero que da igual, porque su jefe es un negado en informática y le llama todo
el rato para que le resuelva problemas. Él se hace el interesante, finge que el
problema es más grave y aprovecha para conectarse. Y leer mi blog.
Luego hemos salido a tomar café,
y allí me ha confesado que estaba bastante dolido. Me ha lanzado una pequeña
pulla: “A usted ya lo conozco y ya sé lo que me puedo esperar. Lo que me ha jodido
es que los lectores no me echaran de menos”. Es falso y yo lo sé: lo que le
duele es mi olvido, los lectores se la sudan, pero tengo que dejarle que se
cobre una pequeña revancha. Después lo he convidado a un chupito-sol-y-sombra y ahí me lo he ganado del todo. Entonces ha
empezado a regañarme, como de costumbre. Este sí que es mi Lisardo.
–Vamos a ver, don Emilio. ¿Cómo van las estadísticas de visitas del
Blog? Fatal, ya lo sé, no me lo tiene usted que decir. ¿Por las navidades? LAS
NAVIDADES, MIS COJONES. Lo que pasa es que no se ha hecho usted una cuenta de
Twitter como le dije. ¿Qué no se la quiere hacer? Vale, lo entiendo. Pero aún
así, desde que no estoy yo encima, no pone usted un triste link ni una puta imagen.
Nada. ¿Archivos de música? Eso es una mariconada, cualquiera puede entrar en
Youtube y buscarlos. ¿Para qué necesitan su blog? Y los textos no son
suficientes, don Emilio, que no es usted García Márquez, a ver si se hace de
una vez a la idea. Por ejemplo, anteayer cuelga usted un post sobre culos, sin
una triste imagen. Ni una foto de chicas, ni el link de las dos revistas de las
que se habla. ¿Qué no tiene usted un archivo de fotos de chicas? Normal. Pero yo
sí. Y tengo la foto que le falta a su post del otro día. Cuando vuelva a su
despacho, ya se la habré mandado.
En fin, no voy a reproducir aquí
toda la serie de regaños de mi entrañable Lisardo. Nunca he recibido una sarta
de reproches con tanto alivio. Si Lisardo vuelve a gritarme es porque me ha
perdonado. Bienvenido a casa, querido amigo. Y aquí está la imagen que me
envía. Que la disfruten.
Por aquí dicen que hay photoshop. Que de una cinturita tan minúscula no puede salir tan real culo.
ResponderEliminarNo les hagas caso, eso es envidia cochina. Bueno, puede que le hayan rebajado un poco la cintura, ahora que lo dices. Pero el culo es auténtico, a la altura del de la arquitecta narigona de la que se habla en el post 75.
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