Tras varios días de descanso por
el gripazo, hoy he vuelto a correr y me he encontrado bien. En estos días fríos
del invierno, correr por el Retiro es un placer de dioses. Los restos de la
llamada ciclogénesis explosiva se hacían hoy visibles en forma de grandes
charcos, ramas caídas y el suelo tapizado con miles de algarrobas de gran
tamaño y olor dulzón, que crujen bajo las zapatillas. Estas algarrobas se han
desprendido de árboles que, evidentemente, no son algarrobos: no hay tantos ejemplares
de esa especie en el Retiro, como para generar esa alfombra.
Leo en la Web El Retiro y yo que el árbol que genera
esas vainas gigantes es la gleditsia
triacanthos, o acacia de tres espinas, árbol muy abundante en Madrid, originario
del Delta del Mississipi. Los visitantes del antiguo zoo se las daban a comer a
las cebras y los camellos que las apreciaban mucho. Si quieren conocer todos
los secretos del parque, deben entrar en esa Web maravillosa, llena de fotos
antiguas y modernas del Retiro. Desconozco el nombre de su autor. Para acceder,
deben teclear: elretiroyyo.com, así, sin triple w, ni nada.
Ya que hemos hablado del zoo,
debo aclarar que su nombre verdadero era La
Casa de Fieras. Se construyó en 1830, siendo rey Fernando VII, aunque el
Retiro albergaba ya un zoo anterior, creado por Carlos III, que estaba junto al arranque de la Cuesta de
Moyano. Ese tipo de zoológicos pequeños y
situados en el centro de las ciudades eran muy populares en la primera mitad del siglo XX. La Casa de Fieras del
Retiro llegó a superar los 200.000 visitantes diarios. En 1972 se cerró definitivamente.
Los animales fueron trasladados al nuevo Zoo de la Casa de Campo, promovido
desde la alcaldía por Arias Navarro y proyectado por el arquitecto Javier
Carvajal, profesor mío en aquellos años, hacia el que no guardo ningún tipo de
cariño personal, aunque admiro algunas de sus obras. La antigua casa de fieras
se adaptó para oficinas municipales.
Muchos de los animales seguro que
agradecieron el cambio a hábitats más amplios y saludables, de acuerdo con el
nuevo concepto de parque zoológico integrado en la naturaleza. La mayoría de zoológicos
como el de La Casa de Fieras, fueron cerrados en esos años, al hilo de la nueva
sensibilidad proteccionista de los animales, pero tenían un encanto especial.
Algunos sobreviven con sus condiciones suavizadas y muchos menos animales, como
el de Berlín, situado al final del Tiergarten, en la entrada del barrio del Kurfürstendamm,
popularmente conocido como Ku-damm. Es un viejo zoológico con una entrada monumental
preciosa. Y sólo por contemplar a los orangutanes, merece la pena una visita.
No me entusiasman especialmente los monos, pero los orangutanes del Zoologischer
Garten Berlin, traídos de la isla
de Sumatra, son extraordinarios. Aquí unas imágenes, para que vean que no
exagero.
Otro ejemplo de estos antiguos
zoológicos en el centro de las ciudades, es el que aun existe en New York, en el
Central Park, frente a la 5ª Avenida a la altura de la calle 64. Ahora se
reduce a focas, leones marinos y otros animales acuáticos, pero en su día fue
un zoo completo. Allí se desarrollan la primera y la última escena de la gran
película de terror de Jacques Tourneur La
mujer pantera, de 1943. Esta película es objeto de una narración maravillosa
en El beso de la mujer araña, la
novela de Manuel Puig que consiste en un largo diálogo entre dos presos en una
celda. En el contexto de ese diálogo, uno de ellos le cuenta al otro la película con todo lujo de detalles.
En los setenta, Paul Schrader hizo
un remake bastante digno, en color y con una inquietante Nastassja Kinski de
protagonista. El zoo para la última y la primera escena hubo de ser
reconstruido en estudio, y al final, en los títulos de crédito, se aclara este
extremo para que ningún defensor de los animales se sienta ofendido en su sensibilidad. Si quieren más
información sobre zoológicos, les recomiendo la página en español http://zoosdelmundo.mforos.com/
(después de la bronca que me echó Lisardo el otro día, no puedo dejar de
citarla).
Tengo que decir que llegué a
conocer la Casa de Fieras del Retiro antes de que la cerraran y el recuerdo más
vívido que conservo es el del oso blanco. En tiempos más antiguos había habido
toda una familia de osos polares, que se lo pasaban bien en compañía, a pesar del
calor. Incluso se cuenta que fornicaban a la vista de todo el mundo lo que
llegó a producir más de un soponcio a los grupos de novicias, seminaristas y otros
visitantes píos de los domingos. Pero cuando yo alcancé a visitar el lugar ya
sólo quedaba el viejo jefe de la manada.
Disponía de una plataforma exigua,
de húmedo y brillante mármol blanco, rodeada por un foso ancho y profundo para
que no se escapara. Sobre ella, aquel oso amargado y anciano repetía sin cesar su
recorrido obsesivo sin fin: tres pasos adelante, uno circular en el aire dando
la vuelta, tres hacia atrás y vuelta a empezar. Los lugares en que daba sus pasos repetidos hasta el infinito, estaban desgastados y mostraban el relieve inverso de sus huellas, testimonio de su caminar sin destino.
El pobre animal estaba loco,
solo en un hábitat enano a miles de kilómetros de sus icebergs. Su caminar
pesaroso y continuo era metáfora de muchos de nuestros afanes, simbolizaba el
absurdo del eterno camino a ninguna parte, la soledad del macho maduro, el
drama del preso encerrado en una celda minúscula, la nostalgia del exiliado
obligado a sobrevivir lejos de sus paisajes y sus aromas de infancia. Nunca
detenía su caminata reiterativa, su recorrido infinito como un dibujo imposible
de Escher. Daba vueltas y vueltas sin cesar, como los burros en la noria. Me
dicen que vivió lo suficiente para ser trasladado a la Casa de Campo, donde
murió poco después. Supongo que no recobraría la cordura.
Bueno, pues esto es lo que me ha
salido hoy. Ya sé que algunos de ustedes esperaban que dijera algo de Luis El
Cabrón y otras bestias pardas de nuestra fauna, pero a mí me interesan mucho
más estos otros animales. Basta ver la pinta de estos orangutánes, para saber que nunca han recibido un sobre malva.
La tristeza y el desconcierto de los animales en cautividad... Más vale que no se te ocurra obsequiarnos con un post a propósito de un "ancianato", eso ya sería triste más allá de lo soportable. Antes de que nos encierren en uno, debemos tener las maletas preparadas para salir pitando rumbo al éxotico hotel Marigold...
ResponderEliminarMe pasé horas observando fascinado el caminar obsesivo del pobre oso, entre la indiferencia del público que enseguida se iba a ver a los monos. Tenemos que intentar no caer en un bucle, diversificar la ruta y aprovechar el tiempo que nos quede. Y no hay por qué estar triste. Por mucho que nos jodan y nos recorten, estamos mejor que el oso.
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