A la vista del alto seguimiento
de los #33 y #52 sobre los pedos y sus derivadas, no puedo dejar de referirme a
un hombre que hizo del asunto un arte, lo que le llevó a convertirse en toda
una estrella del Moulin Rouge a principios del siglo XX. Me estoy refiriendo
por supuesto a El Pedómano. Ahora nos parece increíble, pero en esa época
incierta, a punto de alumbrar la Primera Guerra Mundial, un tipo que basaba su
show en una sucesión de pedos con distintas sonoridades y cadencias, llegó a
ser cabeza de cartel de espectáculos de Music Hall y, como veremos, hasta fundó
su propia compañía de variedades, bautizada como La Pompadour.
Este hombre genial, único en la
historia, se llamaba Joseph Pujol (no es coña) y nació en 1857. Su padre,
oriundo de la zona de Mataró, emigró a Marsella para trabajar de picapedrero.
Allí se casó con una francesa, con la que tuvo muchos hijos. Joseph era el
quinto. Parece que el chaval descubrió sus habilidades anales de pequeño,
cuando comprobó en una playa que podía absorber por el culo una cantidad grande
de agua de mar y luego expulsarla a mucha distancia. Y lo mismo con aire. Como
el aire que absorbía era limpio, sus pedos eran inodoros.
Para cuando fue llamado a filas
ya tenía desarrolladas una serie de variaciones sobre el asunto, que lo
convirtieron en el tipo más popular del batallón. La mili es una ocasión única
para este tipo de hazañas. Por ejemplo, sabrán ustedes que los tres miembros
iniciales del grupo Martes y Trece se conocieron en la mili, montaron allí sus
primeros shows y, cuando se licenciaron, empezaron a ganarse la vida como
humoristas. Fue precisamente en la mili donde le pusieron ese mote (Le
Peto-man). Le gustó tanto que lo convirtió en su nombre artístico.
De vuelta a la vida civil
simultaneó diversos trabajos con el perfeccionamiento de sus capacidades
innatas, hasta que con 30 años, ya casado y con hijos, decidió empezar a
comercializar su habilidad. Con su espectáculo “Pitre avec trombone” (Paleto con trombón) se pasó quince años
haciendo giras por toda Francia. Un día se presentó al dueño del Moulin Rouge,
le hizo una pequeña demostración y allí mismo le firmaron un contrato. Para
entonces su dedicación a la farándula era ya exclusiva.
Sus atónitos espectadores, veían salir a escena a un hombre de aire respetable y correcto, impecablemente vestido, quien, con total seriedad, les explicaba los fundamentos del espectáculo que iban a presenciar. A continuación, empezaba la serie de números. Con la misma seriedad, con la que el famoso Eugenio (curiosamente también catalán) decía eso de “saben aquel que diu”, el Pedómano anunciaba: “ahora, el pedo flojito de una novia antes de casarse”. Levantaba el dedo índice y hacía su imitación. Luego, “el pedo de la misma novia una vez casada”. Seguían maullidos de gato, un sastre cortando tela y mil cosas más.
En el colmo del virtuosismo hacía
hasta música. Un ayudante procedía a insertarle un tubo flexible en el ano,
cuyo extremo opuesto se ajustaba a una ocarina o una flauta, que él mismo
manejaba y con las que interpretaba “Au
clair de la lune”, “O sole mío”,
la marcha turca de Mozart y hasta ¡¡La Marsellesa!! Por si alguien cree que me
lo estoy inventando, aquí abajo tienen unas cuantas imágenes del sujeto. El
espectáculo terminaba, a modo de traca final, con el número llamado “El
terremoto de San Francisco”. Pueden imaginárselo.
El éxito de este hombre fue extraordinario,
llegando a convertirse en la estrella mejor pagada del Moulin Rouge. El asunto
de los pedos es algo que provoca la hilaridad del ser humano desde la Edad de
la Piedra, desconozco por qué motivos. En la sala donde se desarrollaba el
espectáculo del Pedómano, había dispuestas una serie de enfermeras,
distribuidas estratégicamente por los pasillos, porque al público, sobre todo
femenino, le daba la risa floja, lloraban, se ahogaban, se orinaban y sufrían
los llamados “ataques de risa”. Se cuenta que los reyes de Inglaterra y Bélgica
asistieron de incógnito a su show, y que Sigmund Freud lo presenció varias veces.
Ya con su compañía propia, el
tipo hizo giras por Europa y consiguió vivir desahogadamente con su extensa
familia (diez hijos), sin otro instrumento de trabajo que su culo. La cosa terminó con la Primera Guerra
Mundial. Sus hijos varones fueron movilizados y, al menos dos de ellos,
gravemente heridos, quedaron inválidos. Para ganarse la vida tirándose pedos
hace falta tener sentido del humor y nuestro hombre lo había perdido. Pujol
rompió con su vida anterior y no volvió a pisar un escenario. Regresó a su Marsella
natal y abrió una panadería familiar, negocio que no le fue mal. Con lo que
ganó, se fue a Toulon y montó una fábrica de galletas igualmente exitosa, que
regentó hasta su muerte a los 88 años. Allí se conserva su tumba.
Lo más parecido a este señor que
he podido conocer en mi vida, fue un taxista de Sri Lanka que sabía imitar toda
clase de sonidos, pero en este caso con la boca. Era un profesional, que se
ganaba la vida como humorista, para bodas y celebraciones familiares, y
trompetista de una orquesta que tocaba estándares en un hotel, pero tenía
también una extensa familia y debía pluriemplearse como taxista. Era calvo, muy
colorado, y de tórax poderoso. Nos amenizó el trayecto con todo tipo de cantos
de pájaros, ladridos y maullidos de animales en toda clase de situaciones, y su
traca final: un avión aterrizando en medio de la niebla. Para su número estelar
paraba el coche, tomaba mucho aire y empezaba. Les puedo jurar que uno escuchaba
el avión llegando desde lo lejos y acercándose hasta que lo tenía sobre su
cabeza, y sentía perfectamente cómo la niebla se le metía en los huesos.
Lo que pasa es que este buen
hombre no tenía un éxito tan abrumador, por la ausencia del componente
escatológico. Ya he dicho que no sé por qué a la gente le da tanta risa estas
cosas. Las iglesias y los manuales de buenos modales siempre han buscado
ocultar todo lo relativo a este tipo de asuntos malolientes, lo que ha generado toda una
familia de eufemismos para referirse, por ejemplo, al simple concepto “cagar”:
ir al baño, ir de vientre, evacuar, deponer, exonerar, y tantos otros. Además
de los humorísticos: poner un telegrama, plantar un pino o visitar al señor
Roca. Y mi preferido entre todos ellos: “obrar”. Alberto Ullastres, ministro de
Franco, tuvo la ocurrencia de decir en un discurso: “yo obro poco pero, cuando
obro, obro duro”, lo que le valió el sobrenombre de “El Estreñido”.
Hablando de estreñidos les dejo
de regalo una pequeña joya, debida a uno de los bluesmen más inclasificables de toda la historia de la música
americana, el genial Screaming Jay Hawkins, pianista desbocado, antiguo
boxeador y showman inigualable, una figura a la altura del Pedómano del Moulin
Rouge. Hawkings grabó en 1969 una canción única sobre el tema que nos ocupa:
“El Blues del Estreñimiento”. En la introducción explica que muchos otros han
escrito canciones sobre el amor, la soledad, la tristeza, etcétera. Pero nadie
hasta él ha contado nada sobre el verdadero dolor: el que sufre un hombre
sentado (in the right position)
intentando con todas sus fuerzas esa función fisiológica para la que se han
inventado tantos y tan variados eufemismos. El principio y el final (cuando lo
consigue) son indescriptibles. Entre ambos, Hawkins demuestra que era un gran
cantante y pianista.
Disfruten de esta gamberrada. Les
dejo que me estoy obrando vivo.
A mí los que más me gustan son "giñar" y "ciscar". Muy bueno el blues de la "constipation". Y me parece que el increíble Pujol debió modificar una letrita en el nombre de su compañía: La Pompedour.
ResponderEliminarLos tabúes hacen que historias como estas no se conozcan. El Constipation Blues lo ponían mucho en Radio 3 en los setenta. Pero lo del Pedómano lo conoce poca gente (no tuvo discípulos) Yo creo que los catalanes tienen una vena especial para estos temas, véase la tradición del "caganer"
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