La guerra civil que está
destruyendo en todos los sentidos el país sirio está a punto de cumplir dos
años y fuentes de la ONU dicen que ya se han rebasado los 60.000 muertos. La
cosa tiene muy mala salida, Bachar el Assad caerá más pronto que tarde, pero el
día después verá una situación muy complicada. Las fuerzas opositoras son muy
variopintas, es dudoso que se sigan entendiendo cuando ganen y, en estas
situaciones, suelen imponerse los radicales o los más salvajes. No creo yo que la
situación actual de Libia, por ejemplo, sea muy envidiable. Y las heridas de
tanta masacre quedarán sin cicatrizar durante mucho tiempo.
Es una pena porque se trata de un
país con una historia que se pierde en los orígenes de las culturas
mediterráneas, y con un potencial extraordinario, pero siempre marcado por las
rencillas y las viejas afrentas entre los pueblos que allí conviven. Hace ocho
años tuve ocasión de visitarlo, en un viaje muy diferente de los que organizan
las agencias. Por un amigo supe de la posibilidad de sumarme a ese viaje, una
iniciativa de la Embajada de Siria en Madrid, cuyo objetivo último era
colaborar a mejorar la imagen del país en occidente.
Eran los años de presidencia del
auténtico hijo de Bush, la guerra de Irak (con quien Siria comparte una extensa
frontera desértica) llevaba ya un año en marcha, y por el mundo circulaban
nombres de nuevos candidatos a integrarse en el llamado “Eje del Mal” y, por
tanto, susceptibles de ser invadidos con o sin apoyo de la ONU. Siria tenía bastantes
números en esa rifa, y desde el régimen de partido único se propiciaban este
tipo de viajes-escaparate para lavar su mala imagen antes de que fuera
demasiado tarde.
El vuelo (de unas cuatro horas)
nos lo pagábamos los interesados, pero luego se nos ofrecía alojamiento en
residencias de estudiantes, además de la posibilidad de hotel para quien
quisiera unas condiciones más confortables. Durante una semana tuvimos la
posibilidad de movernos por el país con relativa libertad, puesto que, nada más
llegar, nos asignaron una especie de "amigos" que se turnaban en el empeño de que
no nos faltase de nada, y también con la misión de no dejarnos solos ni cinco
minutos. Quien haya visitado Cuba, o algunos de los países de detrás del telón
de acero, sabrá de qué hablo.
Para los turistas hay cientos de
cosas de interés (o al menos las había, tal vez ahora está ya todo en ruinas).
Damasco era una ciudad sucia y contaminada, metida en un “bocho” entre montañas
y donde se hacinaban más de 2 millones de habitantes, pero llena de pequeños
tesoros y con dos centros neurálgicos, la inmensa Mezquita de los Omeyas y el
gran Zoco. En una parte del centro estaba el barrio cristiano. Bastaba cruzar
una calle para encontrase en otro mundo, un lugar con preciosas iglesias muy
antiguas, con tiendas de ropa y con bares donde se vendía cerveza y toda clase
de licores.
Al caer el sol, el barrio cristiano se convertía en el centro de diversión nocturna, donde estaban las mejores discotecas.
Ahora supongo que será diferente. También podía uno subir por una carreterita
mal alumbrada hasta la montaña que rodea la ciudad. Al final, una divisoria: a
la izquierda estaba el fastuoso palacio del presidente, de mármol blanco; a la
derecha toda una serie de bares con terrazas desde las que se contemplaba la
magnífica vista nocturna de la ciudad.
Visitamos también Alepo, la
ciudad ahora más castigada por los bombardeos del régimen, con su centro
histórico y su castillo, que son Patrimonio de la UNESCO. Y la ciudad mártir de
Homs, con sus norias medievales que tal vez hayan sido también arrasadas. Y el
castillo de los cruzados, conocido como el Crac de los Caballeros. Y las
llamadas “ciudades muertas”, construidas en piedra muchos siglos antes de
Cristo y abandonadas en pocos años por un cambio en las rutas del comercio de la
zona. Y las ruinas romanas de Palmira, muy cerca de la frontera con Irak, con
sus trazados perfectamente conservados por la arena del desierto. Y el pueblo
de Malula, en el centro de la única zona del mundo donde se habla el arameo, la
lengua materna de Jesucristo.
En contrapartida, nos tocó
visitar el (bastante feo) mausoleo de Hafed el Assad, junto a su pueblo natal.
El padre del actual presidente era el jefe de las fuerzas aéreas durante la
llamada Guerra de los Seis Días, en la que Israel les destrozó toda la aviación.
Entonces se impuso sobre otros aspirantes al poder, a base de cargarse a mucha
gente e instaurar un régimen dictatorial, basado en el terror. Para perpetuarlo
instruyó a su hijo mayor como sucesor, sin saber que moriría seis años antes
que él, en un presumible atentado. Entonces llamó urgentemente al segundo,
Bachar, que estaba tranquilamente instalado en Londres ejerciendo de dentista.
El ambiente que se respiraba en
Siria en aquellos años era mezcla de varios componentes. Por un lado estaba el
punto dictatorial. Las fotos del presidente y su padre colgaban en todos los
comercios. Cada vez que llegábamos a un pueblo, nos recibían en el Ayuntamiento
y nos saludaban oficialmente en un acto en la sala de plenos. Las caras y los
atuendos de los políticos locales me recordaban mucho al franquismo y los
delegados provinciales del Movimiento.
A esto se superponía un sesgo
comunista: Siria siempre estuvo en la órbita soviética y Hafed se formó como
militar en Rusia. Eso se notaba, por ejemplo en la existencia de unas
magníficas universidades gratuitas, como la de Latakia, adonde acudían
estudiantes de muchos países del tercer mundo. Además estaba el islamismo
impregnándolo todo. Más el hecho de que el partido único (El Baas, pariente del
irakí de Sadam Hussein) era formalmente laico. Todo ello sobre un territorio
con una larga historia de convivencia de culturas cristianas, islámicas y
judías, que siempre se habían llevado bien. Los judíos sirios, que también los
hay, tuvieron que emigrar o pasar a la clandestinidad después de la derrota en
la Guerra de los Seis Días.
A cambio de tragarnos el Mausoleo
y otras actividades institucionales, se nos ofreció la posibilidad de hacer una
visita vetada a los turistas: los Altos del Golán. Esta zona fue conquistada por
Israel en la guerra citada. Después, en el contexto de los acuerdos de paz
forzados por la ONU, los judíos hubieron de retirarse de una parte sustancial
de este antaño próspero territorio sirio, conservando el resto. Antes de
retirarse, los soldados judíos dinamitaron uno a uno los edificios de varios
pueblos. Y el régimen sirio, decidió dejarlos así para siempre, como testimonio
de la barbarie enemiga.
La zona está fuertemente tomada
por el ejército sirio y es imposible penetrar en ella sin salvoconducto. El
autobús en el que nos llevaron, digno de La Sepulvedana, nos dejó en uno de
estos pueblos fantasmas. Cuarenta años después de la guerra, los edificios
derruidos estaban invadidos de malas hierbas. En el centro, el antiguo hospital
de la zona, usado como cuartel por los judíos y prácticamente en estructura. Y
lo más impresionante: durante nuestra estancia llegaron varios autobuses con
escolares, a visitar las ruinas. El régimen cultivaba el odio al vecino desde
la más tierna infancia.
Desde allí bajamos al valle donde
empezaba la zona aún ocupada por Israel, más allá de una franja de tierra de
nadie entre alambradas. Venían con nosotros algunos miembros de familias de la
zona, que querían saludar a sus parientes del otro lado. A los habitantes sirios de la zona en su poder, los judíos les permitían
vivir libremente en sus pueblos, conservando sus costumbres y su religión
islámica. También les dejaban salir del país. Pero el que salía, aunque fuera para una breve visita a sus parientes, ya no podía
volver a entrar. Una sofisticada forma de limpieza étnica paulatina. La tanda
de saludos a voz en grito fue interrumpida por unos jeeps del ejército judío
que dispersaron a la gente de su lado, algo que ya estaba previsto.
Cuánto odio para un territorio
tan pequeño y tan lleno de historia. Y qué futuro más difícil el suyo.
Veo que no estuviste en la ciudad de Bosra, antigua ciudad romana y punto de cruce de las caravanas de Arabia. Su antiguo teatro romano, todo en piedra (basáltica?) negra,es una auténtica joya. Solo Bosra merece un viaje. También Palmira, Alepo y Damasco tenían gran interés (yo fui en 1995).Aunque sin duda la incursión a la frontera de los Altos del Golan ha debido de dejarte una profunda huella.
ResponderEliminarTengo un poco de Alzheimer pero, si hubiera visto un anfiteatro romano de basalto, me acordaría. Este viaje terminó por ser el resultado de una negociación entre lo que nosotros queríamos hacer y lo que nuestros "amigos" querían que hiciéramos. Además de lo que tú dices, también son impresionantes las llamadas "ciudades muertas". Una civilización prerromana las construyó con grandes bloques de piedra. Cuando cambiaron las rutas comerciales, las abandonaron y están tal cual.
EliminarEs tan bueno el artículo que yo, que nunca he estado en Siria, ya no necesito ir; leyéndole a usted, es como si hubiera estado, y eso sin lexatín para el vuelo y sin correr el riesgo de que la compañía aérea le pierda a uno la maleta.
ResponderEliminarGracias por tus elogios. Siempre es mejor ver las cosas en directo, en su entorno natural. Si ves el Partenón al natural, verás qué diferente es a cualquier foto. No sé si algún día se podrá volver a Siria. Si alcanzan un período largo de normalidad, tal vez ciudades como Alepo sean reconstruidas con fondos de la UNESCO, como sucedió con Dubrovnik.
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