miércoles, 2 de enero de 2013

69. No vamos a ser de un dia para otro alemanes

Inauguro el nuevo año insistiendo en la idea de las características diferentes que hacen reconocibles a los pueblos del mundo. Si hay un estereotipo inconfundible, es el de los norteamericanos. La resolución “sobre la bocina” del espinoso asunto del llamado abismo fiscal, habría sido imposible en cualquier otro país de la Tierra. Un disparate como ese sólo se puede explicar sobre la base de los rasgos diferenciales de la idiosincrasia yanqui.

Ese gusto por apurar los procesos hasta llegar a las situaciones límite, se percibe en cualquiera de las películas que nos llegan de Hollywood. En la escena final, la chica es empujada por el malo hasta el borde de la azotea. Un último empellón la arroja al vacío, pero entonces un impulso de supervivencia la hace agarrarse a un saliente de la cornisa con las dos manos. Enseguida ha de soltar una de ellas porque no tiene la fuerza necesaria para aguantar su propio peso, a pesar de que la actriz que la interpreta ha sido elegida entre otras cosas por su talla mini y ausencia de culo. Primer plano de la mano que sigue agarrada a la cornisa con cuatro dedos, luego tres, luego dos y ya uno, todo ello subrayado por una música en abrumador crescendo para acongojar aun más el corazón del espectador.

Y entonces… TA-TA-TA-CHAAAAAAANNNN… Llega Superman y la atrapa en el aire para salvarla en el último segundo, aprovechando el impulso para darle una patada en el culo al malo quien, al contrario que la chica, no consigue agarrarse a la cornisa y se va al abismo, porque la película se acaba, y hay que encender las luces y volver a la cruda realidad en la que las cosas no suceden así. Fuera del cine las contingencias hay que preverlas con tiempo, porque si las dejamos para el último segundo, lo normal es que salgan fatal.

Lo que pasa es que, como ya todo el mundo se sabe el truco, cuando en una película yanqui te calzan un final de ese tipo, nadie se lo traga y no hay miedo ni tensión. El espectador ve la mano de la chica soltándose del alféizar sin ninguna angustia y no deja de comer palomitas mientras en su cabeza tal vez sigue repasando alguno de los asuntos que ocupaban su mente antes de entrar en la sala. Eso es lo que me ha pasado a mí con el famoso abismo fiscal: que estaba tan seguro de que al final llegaría Superman-Obama al rescate, que ni siquiera he perdido el tiempo intentando averiguar qué coño era eso del abismo fiscal.

Los americanos son así y se añaden a mi idea de los estereotipos de los pueblos del mundo, sobre los que trataba mi entrada nº 64. Mira, hombre, ya que estamos en un año diferente, vamos a cambiar la forma de referirnos a las entradas anteriores. Ya dije que para ser un poco más cool debía llamarlas posts, pero no estaba seguro de si no sería un exceso de finura. Pues ahora he averiguado que también hay que usar, para numerarlos, una abreviatura muy práctica: la famosa almohadilla. Sí, sí, esa con la que te machacan los contestadores de los servicios de atención virtuales que te hablan con voz de ventrílocuo: si es correcto pulse uno, si no, pulse almohadilla. Pues a partir de ahora voy a usar la jodida almohadilla.

Así que, como les decía, el tema de los estereotipos de los pueblos del mundo ya lo desarrollé en el post #64. ¿A que queda estupendo? A lo que iba. Algunos de mis visitantes piensan que uno de los mayores problemas que estamos encontrando los españoles a la hora de enderezar esta situación de crisis económica que nos abruma, es que nuestra mentalidad mediterránea y latina nos impide entendernos con nuestros socios del norte de Europa, que son tan diferentes a nosotros. La incomprensión es mutua y, desde los medios de comunicación alemanes, holandeses, finlandeses, etcétera, se transmite una imagen de los del sur como de una gente desordenada, vaga, juerguista y de poco fiar.

En muchas de mis anteriores entradas he insistido en la idea de que no debemos estar acomplejados, que no somos más chorizos o más sinvergüenzas que los alemanes o los suecos, que esa es una campaña insidiosa para hacernos doblar la rodilla y encajar con sumisión todos los recortes que nos están calzando. Sin embargo, en algunas cosas sí que somos diferentes, y deberíamos ir cambiando un poco la mentalidad, para aproximarnos a los países del norte. Por ejemplo, la norma que está generando la ola de desahucios es única en Europa y habría que cambiarla (ya hablaré de esto más despacio). También es peculiar y muy alejada de los estándares europeos la escandalosa tasa de paro que sufrimos, o el alto porcentaje de economía sumergida, que, paradójicamente, es lo que nos ayuda a soportar esa tasa de paro.

Pero por mucho que se empeñen, no vamos a ser de un día para otro alemanes. A este respecto traigo a colación dos artículos excelentes que publicó el año pasado el sociólogo Enrique Gil Calvo. Aquí tienen el link de los dos. Les recomiendo vivamente su lectura. 
 
En el primero de ellos, de febrero, se habla de las diferencias religiosas entre el norte y el sur. El sur, más católico, tiene muy arraigado el concepto del perdón (perdónanos nuestras deudas), mientras que los protestantes y calvinistas del norte son más partidarios de la ley del Talión: el que la hace la paga, y quien contraiga una deuda tiene que devolverla, faltaría más.

Pero el segundo artículo, el de julio, va aún más allá porque dice que los pueblos ya eran diferentes antes de las escisiones del cristianismo que dieron lugar a la creación de las confesiones no católicas. Que el diferente sentido moral de las sociedades proviene de las distintas estructuras familiares en unas y otras zonas. Que los alemanes ya eran así antes de Lutero y los ingleses antes de Enrique VIII. Es decir, que ni uno ni otro fueron locos aislados que llevaron a sus pueblos adonde no querían, sino gente que aglutinó en una ideología sentimientos colectivos que existían antes de ellos (como Hitler o Sabino Arana).

Supongo que este señor tiene razón, como de costumbre. Pero para una persona como yo que se proclama ciudadano del mundo (aunque coruñés) ese determinismo es un poco enojoso. ¿Por qué no voy a poder ser yo como me dé la gana? ¿Por qué tengo que ajustarme a unos parámetros religiosos y culturales anteriores a mí? ¿O sea que, por haber nacido en un país católico ya tengo que ser de una manera determinada? ¿No puedo ser alemán u holandés? Me rebelo contra ese fatalismo, aunque reconozco que las teorías de Gil Calvo son certeras. 

Por ejemplo, una de las cosas que más me fastidia del catolicismo es la instrucción esa de poner la otra mejilla, cuando te acaban de dar una bofetada. ¿Qué pasa, que como hemos nacido en la zona católica tenemos que aguantar cualquier faena que nos hagan? ¿Cómo el santo Job? Pues que no cuenten conmigo para eso. Desde aquí proclamo solemnemente esta declaración: a todos los que me habéis machacado en estos últimos tiempos, os estoy esperando. Os tengo vigilados, como el de la foto. No os descuidéis ni un segundo porque, en cuanto me deis un milímetro de margen, os la voy a devolver. Me he quedado con vuestra cara, tíos.


4 comentarios:

  1. Pues haces bien; ya que los de Bilbao nacen donde les da la gana, los coruñeses podéis ser alemanes, holandeses o de Usera, si os sale de los manantiales. Oye, ¡qué miedo el tío ese de la foto! Yo creo que nos la tiene jurada.

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    1. Es como el Gran Hermano (el de Orwell, no el de la tele)

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  2. ¡Qué miedo da ese tipejo!

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    1. ¡Joder! si le sigue dando miedo a los lectores voy a tener que suprimir la foto

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