La verdad es que iba yo a hablar de la guerra relámpago en
Gaza, de lo que le cuesta al mundo occidental el empeño de mantener por narices
el estado de Israel en el medio de una zona de dominio musulmán, con lo bien
que podríamos vivir todos sin gastarnos el dinero en sostener un estado
fantasma creado artificialmente en el peor lugar posible. Ya les contaré otro
día mi versión de cómo se creó el estado de Israel, algo que no todo el mundo
conoce.
Quedémonos por ahora con que hay alto el fuego, forzado por
USA y Egipto. Y con que, durante la difícil negociación de ese alto el fuego,
ambos bandos se han dedicado a encarnizar sus ataques matando a cuantos más
enemigos mejor, para forzar un acuerdo más favorable. Y, por último, con las
reacciones de los dos contendientes después del cese de las hostilidades.
Israel: ¡Qué demasiao, tíos, les hemos dado en toda la cresta, 162 cabrones
menos! Hamás: De puta madre, tíos, hemos ganado, les hemos hecho doblar la
rodilla, cierto que tenemos 162 mártires más, pero no pasa nada, tenemos
valientes de sobra para que se sigan inmolando hasta donde haga falta: lo
importante es que les hemos hecho retroceder, y además hemos logrado matar a
seis de esos hijos de puta, o sea que muy bien, tíos, ahora a celebrarlo.
Reacciones asimilables a las de dos matones que se acabasen
de zurrar en un callejón, hasta que la gente los consigue separar. La
diferencia es que en vez de exhibir sus moratones, éstos cuentan a sus muertos,
un simple guarismo, una cifra que desdeña la tragedia de 162+6 familias
destrozadas. ¡Ojo! Esta interpretación no significa que yo me proclame
equidistante. En esta pelea hay un verdugo abusón y una víctima apabullada en
su propia tierra, y yo no puedo ser equidistante en ese pleito. Pero las
celebraciones de Hamás son, cuando menos, antiestéticas.
Estamos ante un ejemplo de algo que es una constante de estos
tiempos: la manía de negar la evidencia, de decir que lo blanco es negro, que
una derrota es una victoria, que la que está cayendo son cuatro gotas y ya se
ven los brotes verdes, que el millón de gentes indignadas que llenaron el otro
día las calles de Madrid eran treinta y cinco mil, que en el Madrid Arena se
vendieron nueve mil entradas, o que la culpa de la crisis económica en Cataluña
la tenemos los españoles. No entiendo como a los portavoces encargados de
comunicar ese tipo de mensajes manifiestamente falsos no se les cae la cara a
pedacitos delante del micrófono.
Sin embargo, en plena lluvia de bombas sobre la franja de
Gaza, nos llega la noticia de que el Papa Benedicto Nosecuántos va a emitir un
comunicado en relación con esa castigada zona de la tierra. Algunos crédulos
irredentos (entre los que no me cuento, que en este tema ya estoy curado de
espanto) esperaban una intervención decisiva, un pronunciamiento pidiendo un
esfuerzo extra por la paz en nombre de un Dios en el que ni judíos ni
musulmanes confían demasiado.
Pues nada de eso. Resulta que el amigo Benedicto tiene a
bien comunicarnos que ha llegado a dos conclusiones en relación con el
nacimiento de Cristo: que la Virgen María era virgen y continuó siéndolo
después del parto, y que en el portal de
Belén no había ni mula ni buey. Como ven, dos hechos trascendentales para
comprender el momento sociopolítico en que nos encontramos; no sé cómo hemos
podido vivir en una ignorancia tan grande, cómo es que la crisis no ha
estallado mucho antes.
Esa doble conclusión, fruto de la clarividencia papal de Benedicto Nosecuantos, aparece en un libro que acaba de publicarse con visos de best seller, y cuyas ganancias suponemos que irán al bolsillo particular de este preclaro hombre de bien, faro de la conciencia analítica posthegeliana y guía moral de las gentes mejor nacidas del universo mundo.
Esa doble conclusión, fruto de la clarividencia papal de Benedicto Nosecuantos, aparece en un libro que acaba de publicarse con visos de best seller, y cuyas ganancias suponemos que irán al bolsillo particular de este preclaro hombre de bien, faro de la conciencia analítica posthegeliana y guía moral de las gentes mejor nacidas del universo mundo.
Tan importante suceso se ha convertido ya en trending topic
y algunos de los articulistas más populares se han pronunciado al respecto.
Boris Izaguirre dice que el secreto del asunto está en que el Papa es alemán,
como la señora Merkel, y se ha tomado en serio la política de recortes que
impone su paisana. Maruja Torres, siempre incisiva, dice que la mula y el buey
han huido aterrorizados por los gritos de María en el esfuerzo sobrehumano de
parir sin perder la virginidad. El mejor artículo, en mi opinión, es el que
escribe Juan Arias desde Brasil, cuyo link les pongo a continuación.
Ya ven que Jesús no nació en Belén, sino en Nazareth, así
que todo era una leyenda, no sólo el buey y la mula, sino los reyes Magos (yo
ya sabía que eran los padres, no se crean que no me entero de nada), los
angelotes y hasta el pesebre. Después del artículo de Juan Arias poco queda por
decir, acerca de este auténtico ERE que ha puesto en marcha el Papa. Pero a mí
me preocupan otros aspectos, que les cuento.
Mi amigo J. fabrica cada año un belén de unos dos metros
cuadrados con el que compite en el Concurso Anual de Belenes de Guadalajara,
certamen que ha ganado varias veces. Mi amigo está en estos momentos dedicado a
la recogida de setas, pero muy pronto llegará el frío y se acabará la temporada
del níscalo. Entonces, como cada año, empezará a recopilar el material para el
belén, el musgo natural para el
escenario, el papel de plata para el riachuelo, los cantos lavados para las
cascadas, las ramitas de acebo para las guirnaldas del portal.
Y digo yo: ¿qué va a hacer este año el Jurado? ¿Eliminará
las propuestas que mantengan al buey y a la mula? No olvidemos que el Papa es
infalible, no se equivoca jamás, y su palabra se convierte en dogma
irrefutable, so riesgo de herejía. Yo creo que el Vaticano debería emitir
urgentemente un reglamento de aplicación de esta buena nueva benedicta, para
que los concursantes al certamen de Guadalajara sepan a qué atenerse.
El marido de mi compañera C. pone todos los años un puesto
de venta de belenes en la plaza Mayor de Madrid. Durante un mes da salida al
minucioso trabajo de elaboración al que dedica el resto del año. ¿Qué hará
ahora? ¿Agarrar los bueyes y mulas fabricados y meterlos en una bolsa con
destino al punto limpio? Además de todo eso, habrá que revisar las letras de
los villancicos, volver a grabar el anuncio de “las muñecas de Famosa se
dirigen al portal”, retirar los animales del Belén de El Corte Inglés. ¿Y qué
hará doña Botella con el nacimiento de la Puerta de Alcalá?
A mí me han quitado, de un plumazo papal, todo un ramillete
de señas de identidad de la infancia. Porque yo, de pequeñito, cantaba muy
entonado eso de “el buey le dijo a la mula, apártate compañera, que yo quiero
ver al Niño, y me estorban tus orejas”, o esa otra de “María canta una nana,
José acaricia a Jesús, la mula mueve la cola, y el buey no dice ni mu”. Otra
cosa no sé, pero este Papa es realmente inoportuno. ¿Tenía que sacar su libro
ahora, en vísperas de Navidad? ¿A qué tanta prisa? ¿No se podía esperar hasta la cuesta de enero?
¿Será que las arcas vaticanas están tan exhaustas que no tienen ni para la paga
extra del buey y la mula? Como de costumbre, el malo es el mayordomo.
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