Algunos de mis lectores me han recordado hace días que en mi
primera entrada prometí hablar del Deportivo de La Coruña, y luego no he vuelto
al asunto. La verdad es que estaba esperando que ganase algún partido, algo que no sucedía desde el mes de agosto. Esto de ser forofo de un equipo no
vale más que para sufrir, salvo contadas épocas luminosas, pero es algo que se
lleva en la sangre y no se puede evitar. Si han visto la maravillosa película
argentina El Secreto de sus Ojos,
recordarán la frase mítica de uno de sus protagonistas: un hombre puede cambiar
de pareja, de casa, de trabajo, de partido político, hasta de religión, pero jamás cambiará de equipo de fútbol.
Tengo pendiente continuar con el tema del nacionalismo (qué
pereza), pero uno no es de piedra, uno tiene también su corazoncito y sus señas
de identidad, y yo seré siempre coruñés y del Deportivo. Entre mis seguidores
blogueros hay muchos y muchas a los que no interesa nada el fútbol y lo cierto
es que a mí también me interesa cada vez menos. Pero una cosa es el fútbol, y
otra muy distinta el Deportivo.
Cuando yo era un niño, acudía
con frecuencia al campo de Riazor, acompañando a mi padre, que era médico honorario del club, y eso
nos permitía entrar sin pagar, sentarnos detrás del banquillo local y tener
una buena perspectiva del juego. Algo más mayor, me compraba yo mi entrada con
la paga que me daban y accedía a la llamada Grada Infantil, en donde estábamos
todos los hinchas de menos de quince años.
Un personaje fundamental de esa época era el masajista. Se
llamaba Cucarella y era gordo, medio calvo y muy colorado. Cuando un jugador se
hacía daño, corría en diagonal para darle lo más pronto posible la llamada agua
milagrosa. Cuando lo había atendido, en vez de regresar por el camino más rápido
al banquillo, gustaba utilizar una ruta más larga, pero que le permitía pasar por
delante de la grada infantil, en donde todos los chiquillos coreábamos su
nombre: ¡¡Cucarella, Cucarella!! Entonces se ponía un punto más colorado, y
saludaba levantando la toalla que siempre llevaba al hombro.
Buscando en las hemerotecas y wikipedias, he encontrado
algunas historias curiosas. Por ejemplo, la del primer ascenso a Primera División,
que tuvo lugar en el año 1941. En efecto, aunque el club se fundó en 1906, no
llegó a la Primera División hasta después de la Guerra Civil, allá por los
tiempos del estraperlo y la cartilla de racionamiento. Fue en la temporada
1940/41, cuando consiguió quedar tercero en la fase regular, lo que le daba
derecho a jugar la promoción de ascenso a partido único en campo neutral. El
partido Deportivo-Murcia se celebró el 4 de mayo de 1941 en el campo de
Vallecas, y aquí tienen la imagen de una postal conmemorativa del evento.
La alineación del Deportivo estaba
formada por Acuña; Novo, Pedrito, Muntané; Molaza, Reboredo; Breijo, Guimeraens,
Elícegui, Chacho y Chao. El partido empezó mal, al adelantarse el Murcia con un
gol en la primera parte, estableciendo el resultado de 0-1 con el que se llegó
al descanso. Pero Chacho logró empatar en la segunda parte, obligando a jugar
una prórroga en la que Guimeraens marcó el gol de la victoria definitiva.
La alegría se desbordó en el
campo, en el que había numerosos gallegos, con presencia destacada de un
ruidoso grupo de marineros de uniforme, en aquel momento adscritos al
Ministerio de la Marina. En la ciudad de La Coruña, el partido se siguió por la
radio, en bares y domicilios (La televisión aun no había llegado a nuestro
país). Tras el partido, algunos coruñeses salieron a la calle al grito de ¡Aúpa
Deportivo! cuidando de no formar grupos de muchas personas (más de tres
comportaba delito de sedición, si bien los guardias se mostraron comprensivos
ese día).
Se cuenta que en un conocido café
de la calle Riego de Agua, un parroquiano adinerado se puso tan contento que
invitó a toda la concurrencia a café, copa de coñac y puro. La cuenta ascendió
a 600 pesetas, que el tipo pagó a tocateja. Por cierto, los jugadores cobraron
una prima de 2.000 pesetas cada uno, dinero que se obtuvo mediante donativos recaudados
en una cuestación popular.
El equipo regresó al día
siguiente en autobús, con el presidente Martínez Rumbo y el entrenador Hilario
Marrero a la cabeza. En Betanzos hubieron de detenerse para ser agasajados en
el Liceo, antes de seguir camino. Para la entrada en La Coruña se buscó el
autobús más aparente de la ciudad, que resultó ser el que se utilizaba cada día
para llevar a los funcionarios de prisiones a la Cárcel Provincial, junto a
la Torre de Hércules.
Era éste un autobús grandote, de
color gris, último modelo, que fue llevado hasta el Puente del Pasaje para
esperar allí a los héroes del ascenso. El vehículo fue engalanado con
guirnaldas de flores y ramas de palmera, colocándose en el frontal un gran
cartelón con la leyenda: Murcia 1- Deportivo 2. La comitiva se puso en marcha
entre vítores hasta llegar a la ciudad, donde inició su recorrido por Los
Castros, siguiendo por Cuatro Caminos, Linares Rivas, los Cantones y la Avenida de la Marina. En el Ayuntamiento
fueron recibidos por el Alcalde y Jefe Local del Movimiento, José Crespo.
Pasado el verano, el Deportivo
inició su andadura por la
Primera División. Su primer gol en la categoría de oro lo
marcó José Antonio Elíceguí, al Castellón, el 28 de octubre de 1941. El equipo
jugaba por entonces en el antiguo campo de Riazor, en donde luego se
construiría el Colegio de las Esclavas del Señor.
El Deportivo bajó otra vez a
Segunda en 1945, iniciando una tradición de “equipo ascensor” que duró hasta la
llegada de Lendoiro, que subió al equipo a Primera en 1991 y lo mantuvo allí
hasta el funesto descenso de 2011. En esos años, el club ganó una Liga y dos
Copas del Rey y fue semifinalista de la Copa de Europa, en donde lo eliminó el
Oporto, por entonces entrenado por un desconocido, llamado José Mourinho.
Ahora, después de un año en segunda, lucha por consolidarse otra vez como
equipo de primera. Hoy ha ganado. Veremos cómo sigue. Al frente del club sigue
el presidente Lendoiro, con un aspecto que cada vez recuerda más al de un
rodaballo, como evidencia la foto que les dejo como despedida.
Pues es verdad: es clavadito a un rodaballo el señor Lendoiro...
ResponderEliminarYo trabajé con Pedrito y también fui vecino de Acuña. Chacho era hermano de otro compañero de trabajo. Los conocí ya mayores, al menos desde mi perspectiva veinteañera.
ResponderEliminarTodos ellos dejaron el fútbol sin riquezas, ni otra cosa que no fuese la estima de sus amigos y seguidores. En los años que yo los conocí eran personas en las que no quedaba vestigio alguno de la gloria pasada. Chupatintas, como otros tantos entre los que me encuentro, que además no contaban los cuentos del abuelete sobre sus tiempos jóvenes. En fin, buena gente, y nada que ver con la gentuza que se "pone las botas" en el fútbol de hoy.
No sé quién eres, pero me alegra que la gente aporte sus testimonios. En este caso, además, se comprueba que lo que cuento es cierto. Aparte bromas, exageraciones, chistes y opiniones, procuro documentarme y no inventarme cosas. La realidad ya es bastante sorprendente sin inventarse nada. De acuerdo en lo de la gentuza del fútbol de hoy
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