Una vez que el
señor Draghi nos está sorprendiendo a todos con una inesperada actitud
arrogante, dentro de lo que cabe, frente a la señora Merkel, creo que es hora
de volver a hablar de pedos, que este Blog se está poniendo últimamente
demasiado serio y sesudo, y hay que diversificarlo (sin perder el punto analítico),
si no queremos que se convierta en un foro socio-político-económico
monográfico, algo para lo que francamente creo que no tengo la preparación
suficiente. La claque familiar agradecerá este sesgo hacia los temas que
más les divierten. Ya saben: caca, culo, pedo, pis. Son como niños.
A primeros de
septiembre se publicó en muchos medios la noticia de que un juez de Valencia había
dictaminado que el hecho de que un caballero corte una discusión con su señora
dando media vuelta y alejándose de ella mientras se tira un sonoro pedo, constituye
un forma inequívoca de violencia de género, fundamento en base al cual condena
al susodicho a un mes de multa (sic). No se especifica si es un mes de ayuno y
abstinencia, o de alejamiento de su pareja, o de estar castigado, cara a la
pared y con orejas de burro. Para que vean que no les engaño, aquí les pongo el
link. Es una noticia de agencia, y ha salido en todos los medios con el mismo
texto, incluyendo el error de decir “delitos contra la violencia de
género”.
Estamos, pues,
ante una clara e indudable muestra de violencia de género (lo ha dicho el
juez), eso sí, un tanto atípica y maloliente. Aunque, ya puestos a la pelea, el
que las parejas solucionen sus problemas a pedos y no a bofetadas, constituye
un avance decisivo en el largo y difícil camino de la conciliación de géneros.
Supongo que la
versión del condenado será la típica en estos casos: “se me ha escapao”. Tal
vez la cosa no habría sido tan ofensiva si se lo hubiera tirado antes de darse
la vuelta, es decir, apuntando al espacio exterior de la pareja. O incluso si
hubiera sido sin ruido, lo que habría complicado notablemente la obtención de evidencias
probatorias de la fechoría, porque los restos olfativos no suelen ser muy
valorados como pruebas periciales.
Así que lo
determinante del caso es que el tipo se dio la vuelta primero, y eso convirtió
su natural desahogo en algo ofensivo. Como siempre, las connotaciones devienen en
elemento crucial, que puede modificar la esencia del hecho fundamental que
connotan. A este respecto viene a cuento la famosa historia del Pedo de
Goizueta, un suceso real que aconteció el 18 de julio de 1976 y al que Don
Camilo José Cela dedicó un celebrado escrito de loa. Así contaba la noticia la
desaparecida agencia Logos:
MULTA GUBERNATIVA/ COSTOSA “EXPANSION” FISIOLOGICA DE UN VECINO DE GOIZUETA (Navarra)
Pamplona, 23.07.76.— El gobernador civil de la provincia
ha multado con mil pesetas a don Juan
María Macazaga Azpurúa, vecino del pueblo
de Goizueta, a consecuencia del siguiente hecho: “Que sobre las tres del 18 de julio del actual, frente al
Ayuntamiento de la localidad de
Goizueta, en plan de burla y alzando la pierna izquierda, se tiró un fuerte pedo, dando grandes risotadas,
todo lo cual constituye un hecho
socialmente reprobable”. “Los
hechos aludidos —dice la
comunicación de la sección
segunda del Gobierno Civil en su expediente
número 1206—, están incluidos como
una falta en el Artículo 23 del
Decreto del Ministerio de la
Gobernación de diez de octubre de
1958”. El expediente está firmado por el gobernador civil.
Don Juan María Macazaga ha
interpuesto con fecha 7 de agosto
un recurso en alzada ante el Ministro
de la Gobernación en el que
señala que “es cierto que se tiró un pedo en la
plaza de Goizueta estando reunido
un grupo de amigos en plan de buena armonía,
pero el pedo no fue
tirado por burlarse de nadie,
únicamente estando entre risotadas
en esa armonía se le escapó el pedo
como muchas veces ocurre pero, como se ha
dicho, sin ánimo alguno de molestar ni burlarse de nadie”. — Logos.
Como ven,
aquí lo decisivo fue el hecho de que el joven (ahora puede que tenga hasta
nietos) levantase la pierna y orientase el culo hacia la pareja de la Guardia
Civil que custodiaba el Ayuntamiento, todo ello entre las carcajadas de los
miembros de su cuadrilla, que quizá no se hayan reído tanto en su vida. Es
decir, lo adjetivo resulta crucial, por encima de lo sustantivo. Seguro que, si
el chaval se tira el pedo silenciosamente y sin levantar la pierna, la cosa no
habría tenido ninguna trascendencia. Fueron las connotaciones las que hicieron
que el guardia se sintiera gravemente ofendido y corriera a chivarse del
asunto.
Un inciso que tengo
pendiente desde la entrada “Lecciones de francés”. ¿Saben como se dice en
francés cucaracha? Pues resulta que es un sustantivo masculino y no femenino
como en España: Un cafard. Los franceses tienen con esto un problema
menos a la hora de la perspectiva de género. La palabreja tiene una derivación
en forma de verbo: cafarder, que significa precisamente “chivarse”. Así
que un cafard es una cucaracha y también un chivato.
Volviendo al tema de los
pedos, existe una forma de salir del apuro más sofisticada que la tan manida de
“se me ha escapao”. Era la que usaba un amigo mío cuando se le escapaba una
ventosidad en mitad de un baile con alguna de sus novias o acompañantes
ocasionales. Eran los tiempos de Franco y, en La Coruña, todavía no existían
las discotecas (las primeras llegarían pronto, bajo la denominación de “boites”),
así que los chicos de la panda, cuando queríamos “arrimar cebolleta”, no nos
quedaba otra que agarrar un autobús para ir a la Sala de Fiestas El Seijal, que
estaba más allá del Puente del Pasaje.
En ese idílico escenario
al aire libre, bajo los emparrados y las guirnaldas de bombillitas de colores,
cuenta la leyenda que mi amigo pedorro soltó una de sus habituales y ruidosas
ventosidades, en medio del pasodoble que estaba bailando, bien agarrado a una
fornida rubia de pelo rizado y clara ascendencia celta. Advirtiendo por el
rubor súbito de sus mejillas que la rubicunda moza se había dado cuenta del
desaguisado, puso su acento más dulce y le dijo: "No te preocupes, cielo, tú
dices que he sido yo y ya está”.
Los médicos, que siempre
gustan de designar los fenómenos más cotidianos con palabras que nadie más que
ellos entiende (subrayando así su papel de herederos directos de los antiguos
chamanes), han dado en bautizar el asunto al que nos venimos refiriendo, con el
nombre de “aerofagia”. Supongo que todos ustedes lo conocen. Sin
embargo, seguro que pocos han oído la forma en que se refieren a otro hábito
poco higiénico, muy extendido y que también constituye un hecho socialmente
reprobable: el de introducirse el dedo en la nariz para sacarse los mocos y hacer
pelotillas. Pues agárrense al asiento: entre los médicos esa mala costumbre se
conoce como rinotilexia.
Ayer, cuando volvía del
trabajo, me vi retenido largo rato en un atasco, a causa de la lluvia. En un
momento dado, se me ocurrió mirar al conductor de al lado, un poco adelantado.
El tipo estaba practicando ese vicio con fruición, pero no sólo la rinotilexia,
sino también la mucofagia, palabro que no hace falta que les explique,
que esta entrada ya está quedando bastante asquerosa, y sé positivamente que
algunos de mis lectores acostumbran a entrar en el Blog a la hora de la cena.
Que ustedes lo pasen bien.
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