Siento ser pesado, pero no se me va de la cabeza el dato de
la deuda de Berlín. Para quien no lo recuerde, la ciudad de Berlín tiene (hoy,
ahora, mientras ustedes están leyendo esta entrada) una deuda de sesenta mil
millones de euros. El dato es de todo fiar, me lo dieron los técnicos del
Ayuntamiento de esa ciudad con los que estuve reunido hace algo más de una
semana.
Y siguen las cosas raras. Busquen ustedes en Internet
información sobre la deuda de Berlín. Ni rastro. Es prácticamente imposible
encontrar ese dato. Lo único que aparece es un reciente informe de auditoria
elaborado por la consultora Ernst & Young, que concluye que más de la mitad
de las grandes ciudades alemanas no van a poder pagar nunca sus deudas pendientes,
porque es imposible.
Sin embargo, busquen ustedes algo sobre la deuda de Madrid.
Por todas partes hay datos siempre envueltos en un tono como de cierto
escándalo: ¡qué barbaridad! ¡cómo es posible que la ciudad deba siete mil
millones! Por cierto, las informaciones más recientes hablan ya de una deuda
inferior a los seis mil, lo que concuerda con los datos que yo manejaba. Los recortes
están dando ya sus frutos.
Es todo muy raro. Resulta que la señora Merkel va vendiendo
más o menos el siguiente mensaje. Nosotros, el sufrido pueblo alemán ya hicimos
nuestro ajuste hace unos cinco o seis años. Fue difícil y doloroso, pero ahora
estamos al día. Sin embargo, ustedes los del sur han seguido despilfarrando y
viviendo por encima de sus posibilidades y no lo podemos consentir. Eso mismo
dicen los holandeses y los finlandeses. Tal vez sea cierto que el estado alemán
ya no tiene deudas, o las tiene bajo control. Pero, ¿qué pasa con los lander?
¿qué pasa con las ciudades?
¿Cómo es que a esta señora no se le cae la cara de
vergüenza, cuando su ciudad más conocida tiene unas deudas de ese calibre, que
no va a poder pagar nunca? ¿Acaso estamos los griegos, los españoles y los
demás pagando ese desequilibrio monstruoso? ¿Por qué no le exige la señora
Merkel a sus ayuntamientos y regiones que se ajusten el cinturón, como nos lo
está exigiendo a nosotros?
No sé que pensar de todo esto. Me gustaría que alguno de mis
lectores me indicara en dónde puedo encontrar un artículo o un informe que me
explique esta barbaridad. Mi asesor histórico y sociopolítico Javier Villegas,
me aporta algunas ideas que quiero poner aquí por si alguien las comenta o las
rebate. Dice, en primer lugar, que lo que estamos pagando entre todos es el
coste de la reunificación de Alemania. La llamada Alemania del Este estaba
deprimidísima y el Gobierno Federal ha debido hacer un gran esfuerzo financiero
para igualarla con el territorio occidental. Eso llevó a un cierto ajuste en
unos años determinados, que el pueblo alemán soportó con su estoicismo y
organización proverbiales.
Pero, entonces, cómo es que su capital tiene una deuda diez
veces mayor que la de Madrid, que ya es monstruosa y difícil de devolver. Según
Javier, los deudores de España que reclaman la devolución de su dinero son los
bancos alemanes. Y lo mismo les pasa con Grecia. Y la señora Merkel apoya a
sus banqueros, igual que Rajoy a los nuestros. Por otro lado, ese extraordinario
apoyo que ha tenido la Alemania del Este para ponerse al nivel del Oeste, no se
le ha brindado a otros países exsoviéticos, como Bulgaria o Rumanía, cuyos
ciudadanos se preguntan todavía de qué les ha servido integrarse en la Unión
Europea, si su situación económica y sociopolítica sigue siendo la misma de
antes.
Ya les digo que no tengo aún una respuesta elaborada, que
sigo investigando y reflexionando sobre la deuda de Berlín, y que lo traigo hoy
al Blog para ver si alguien me lo explica, o me facilita el enlace con algún
libro o artículo que me aclare algo.
Les cuento también otro detalle. Los días martes y miércoles
de esta semana los he dedicado en buena parte a una actividad extraescolar,
consistente en dar una clase de dos horas sobre el proyecto Madrid Río a un
curso Athens organizado por la Escuela de Caminos, seguida de una visita en
bicicleta por el parque. Los cursos Athens concentran un programa lectivo de
una semana para estudiantes de distintas carreras y procedencias, que no se conocen
de nada y que se pasan aquí unos días cojonudos, pagados por la Unión Europea.
Es la tercera vez que doy esta clase y, en las anteriores,
los estudiantes me habían seguido con mucho interés y se habían maravillado con
el proyecto. Este año, sin embargo, había un elemento renuente. En el turno de
preguntas, me dijo que le parecía una locura que una ciudad como Madrid se
metiera en un proyecto de este tipo y que cómo se iba a pagar la deuda de la
ciudad. Es, obviamente, una opinión razonable y respetable, pero a mí me sonó a
que el chaval venía ya con la idea previa, seguramente jaleado por cosas que
había oído antes.
Le contesté lo que digo siempre: que la deuda de Madrid no
se debe toda a este proyecto, que desde luego es muy caro y tal vez no era lo
que la ciudad más necesitaba, pero que, siempre en mi opinión, este proyecto no
se puede meter en el mismo saco que el aeropuerto de Castellón, la Ciudad de la
Cultura de Santiago y otros proyectos faraónicos, absurdos e interrumpidos. Que
está terminado, que lo usan los ciudadanos y que el dinero público está bien
invertido cuando se emplea en obtener espacio libre en zonas céntricas de las
ciudades.
Como siguió poniendo caras de escepticismo y haciendo
gestos, le saqué el dato de la deuda de Berlín y le formulé las preguntas que
estoy haciendo en esta entrada. Palideció y no volvió a decir nada más. Está
claro que desconocía el dato. Al final de la visita en bicicleta hicimos una
despedida en la que todos se presentaron y dijeron de dónde venían. Resulta que
el chaval era el único alemán.
¿Casualidad? Puede. Pero yo más bien lo interpreto de otra
forma. En los últimos años desde todos los medios germanos y sus corifeos
holandeses y nórdicos están vendiendo una imagen distorsionada de nuestro país.
Esa imagen, desde luego con alguna base real pero no hasta el punto que se
dice, forma parte de la campaña para inculcarnos una mala conciencia colectiva
que nos haga soportar como corderitos el desmantelamiento del estado de
bienestar que disfrutábamos (y que estaba muy lejos aún del que disfrutan esos
países que tanto nos critican). Y todo para rebañar dinero para los usureros
internacionales que se siguen forrando a costa de nuestra crisis.
No se dejen engañar y, sobre todo, déjense de complejos y
malas conciencias. No somos más chorizos que los demás. Continuará.
A los alemanes se les ha ayudado hasta lo indecible cuando la reunificación (por no hablar de la posguerra mundial) así que ahora no nos vengan con cantinelas moralizadoras y que arrimen el hombro...
ResponderEliminarEres libre de pensar lo que quieras. Para mí el problema no son los alemanes, sino sus gobernantes, como los nuestros, en manos del capital financiero transnacional. El pueblo alemán tiene todo mi cariño y mi admiración (por si alguien lo dudaba). Y trabajan como mulas.
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