Viene hoy en El País una
referencia a un ranking recién publicado donde se valora la calidad de vida de
los expatriados en los diferentes países, elaborado por el banco HSBC Exat, en
el que se vierten (literalmente: un
auténtico vertido) una serie de tópicos sobre nuestro país, que ya empiezan a
ser cansinos; todo eso de la siesta, la impuntualidad, la informalidad, los
piropos, etcétera. AQUÍ
tienen el artículo en cuestión, por si quieren echarle un vistazo, aunque sea
en diagonal, pero ya les advierto que no se van a perder mucho si no lo leen.
Esto de los rankings es un asunto muy de moda, hay centenares de ellos
valorando distintos conceptos y, detrás de cada uno, hay una empresa cuyo único objetivo es elaborar y mantener ese ranking. Cosas de los tiempos modernos.
Esta tontuna concreta del ranking
de ciudades más o menos acogedoras para los expatriados (elaborado mediante
encuestas a los propios extranjeros) no se merece una réplica en mi blog, pero
se la voy a dar, porque creo que en nuestra ciudad los extranjeros viven muy
bien y, los que le cogen el punto, ya no se van nunca. En primer lugar,
insistiré en algo que ya dije en el blog: el banco HSBC se esconde tras unas
siglas (prueben a buscar su significado en Google y verán qué difícil resulta),
porque si dijera su verdadero nombre, nadie en su sano juicio metería allí su
dinero. ¿Lo están buscando? ¿A que no sale en ninguna parte? Bueno, pues ya se
lo digo yo. Esas siglas corresponden a Hong Kong & Shanghai Banking
Corporation. Un nombre que, a mí al menos, me da bastante miedo. Por eso lo
ocultan.
Respecto a nuestra informalidad, impuntualidad e ineficiente burocracia, me basta con poner unos ejemplos. El
2 de enero envié una transferencia internacional por valor de 190€ a la
Sparkasse de Leipzig, oficina central, para pagar la matrícula de mi hijo Lucas
en el máster. Ese dinero nunca llegó a la Universidad. Mi banco lleva desde
entonces reclamándoselo a la Sparkasse sin resultado. Lucas tuvo que hacer el
pago con su dinero, porque le amenazaban con expulsarle de la Uni por impago. Leipzig es parte de la
antigua Alemania del Este, y allí se une la cabezonería tradicional teutona con
la ineficacia de un país postsoviético. Respecto a la reclamación a Air France
por los gastos derivados de la pérdida de mi maleta en Piter, mucho me temo que va por el mismo camino y ya le dedicaré un
post específico cuando tenga ganas. Esos son los eficientes europeos que se permiten mirarnos por encima del hombro.
Y viene a cuento también la historia de
los daneses birreros, que me dispongo
a contarles. Una historia verdaderamente surrealista. Resulta que, desde antes
del verano, la embajada de Dinamarca en Madrid llevaba preparando la visita de
un grupo de importantes inversores inmobiliarios de su país que querían que se
les contase el contexto del mercado de la vivienda en nuestra ciudad. Su idea
inicial era visitar la Operación Chamartín (un erial lleno de vías sin un
diseño todavía decidido) pero, a través de nuestro contacto en la embajada, un
chaval avispado que atiende por Mikkel, les convencimos de que no era una buena
idea y les organizamos un programa distinto para la mañana de anteayer
miércoles.
El programa se componía de una
primera conferencia a mi cargo, sobre el contexto y la historia del
planeamiento en Madrid, una segunda del Consejero Delegado de la EMV contando
la política municipal de vivienda, una visita al barrio en construcción de
Valdebebas y otra más a Madrid Río. Venían 40 personas y el horario era de 9.00 a 16.00. La comida la
resolvían con unos bocatas en el bus, algo llamativo para nosotros, pero común
entre los nórdicos. No es la primera vez que me toca acompañar a un grupo que ha encargado un picnic en el mismo parque del río. El nombre del grupo era
Realkredit Denmark Delegation, que suena bastante imponente. Así que el
miércoles estaba yo en el curre a las 8.45 bien maqueado y compuesto, con mi
mejor traje de entretiempo, dispuesto a recibir a tan importantes caballeros de
la envidiada Dinamarca, donde sabido es que todo el mundo mea colonia.
A las 9.30 no había noticias del
grupo. Llegaron, en efecto, a las 9.45 y empezaron a subir por la amplia
escalera del edificio con paso cansino. La mayoría eran tipos de edad mediana,
seguramente más jóvenes que yo, del tipo vikingo grandote barrigudo y con
bigote, vestidos con camisetas desteñidas, chanclas y bermudas, piernas peludas
al aire, medio afeitados hace varios días y a ritmo tropical. Como si vinieran
a la playa. Se acomodaron como pudieron y empezó la cosa. OJO AL DATO: ¿saben
cuantas mujeres venían en el grupo? Respuesta: ninguna. 40 inversores de la simpar
Dinamarca, modelo de igualdad de género: todo tíos. Les pregunté si eran de
Copenhague y dijeron que no. Ya lo sabía, era sólo por comprobarlo: eran unos
auténticos garrulos. A las 10.15 asomó por la puerta el capitoste de la EMV y
me apresuré a cortar el rollo. Estos tipos no se merecían más que una faena de
aliño.
Me fui al despacho mientras les
hablaba el de la EMV y esperé. Después fueron al baño y bajamos al bus en
dirección a Valdebebas, la única promoción que siguió trabajando en los
momentos más duros de la crisis, el único lugar de Madrid donde se veían grúas
en 2008. En la sede de la promoción, tienen una maqueta muy espectacular y una
pantalla donde les pusieron una serie de proyecciones. Me quedé al fondo y allí
me abordó uno de los más gordos, que salía a la puerta a fumar. Con su aliento
apestoso, me hizo una serie de preguntas bastante insultantes. Cómo se resolvía
el suministro de agua a un nuevo barrio. No tenemos problema de agua en Madrid
–le dije. Sí, pero es un país muy seco este, por lo que sabemos. ¿Ha probado
usted el agua del grifo en su hotel? Es muy buena ¿no? Otra: ¿cómo resuelven la
seguridad del barrio? ¿Tal vez van a construir un muro alrededor? No señor, todos
esos parques y calles son públicos y están abiertos, este es un país seguro.
Estos paletos tal vez se creían
que venían a Sudamérica. A las 12.30 les trajeron los bocatas allí a la puerta
del edificio. Había bolsas con cerveza y alguna con agua. Me preguntaron de cuál quería y dije que con
cerveza, lo que me valió una pequeña ovación. Cada paso que dábamos suponía un nuevo
retraso, era como mover a un grupo de elefantes. Cuando ya nos subíamos al bus,
apareció Mikkel con su coche y se disculpó: había tenido que atender otra
visita a primera hora. Se ofreció a llevar de vuelta a la oficina a un
compañero que había venido a ayudarme y quedamos con él en Príncipe Pío, debajo
de la gran bandera europea. Llegamos al punto de encuentro, despedimos al bus y yo me quedé con el teléfono
del conductor para llamarle cuando se cansaran, porque ya presentía que no
íbamos a hacer el recorrido completo. Mikkel se retrasaría un poco, porque
además de dejar al compañero tenía que aparcar, etcétera, así que empecé a
contarles el proyecto bajo la bandera.
Al poco, el que ejercía de líder del grupo decidió que empezásemos el paseo sin esperar a Mikkel. Pregunté si lo
habían avisado y dijeron que no pero que daba igual. Bajamos al parque y, en el Puente del
Rey, hice un pequeño corro para explicar alguna cosa más. Ya allí me pareció
que el grupo se había reducido bastante. Enfilamos hacia la Huerta de La
Partida y les conté algunos detalles más. El grupo perdía unidades por
momentos. Llegamos a la Avenida de Portugal y observé que otros cuatro o cinco
se desentendían de mí y se iban hacia el río. Pensé que iban a los aseos de un
bar restaurante que hay allí mismo. Pero, cuando bajamos, no estaban. Y fue ver
la terraza del bar y ponerse todos a juntar mesas para acomodarse. Llegó el
camarero y le pregunté si podíamos ocupar tantas mesas para tomar una cerveza,
porque se trata de un restaurante. Sin problemas. Pedimos dieciséis cervezas
dobles. Apenas habíamos iniciado el recorrido por el parque y yo tenía el
compromiso de seguir con ellos hasta las 16.00, según el programa. Pero no era
mi problema si perdían el tiempo.
Empezamos a confraternizar. Les
pregunté dónde estaban los demás y me dijeron que tenían que descansar para el
programa de la noche. ¿Y cuál era ese programa? Pues más de la mitad del grupo
iban luego a ver el partido Atlético de Madrid-Bayern de Munich. ¡Pero si hace
tiempo que se agotaron las entradas! –dije ingenuamente. No hay problema,
nosotros las compramos por Internet hace más de un mes. O sea que venían a eso. La política
local de vivienda se la sudaba ampliamente. Les pregunté de dónde eran
exactamente. Daneses. Ya, pero ¿son ustedes una especie de asociación de toda
Dinamarca? No, no. Somos de un sitio concreto. ¿De cuál? Pues de Uuuudn. ¿Cómo dicen? Uuuudn. En su inglés de acento alemán
sonaba así. Pero ¿qué es Uuuudn? –les
pregunté– ¿Una ciudad, una región? Respuesta: es una ciudad y es una región y
es una isla. Era realmente complicado entenderse con estos patanes.
Saqué un papel y un boli y les
pedí que me escribieran el nombre de su ciudad. Era Odense. La ciudad dedicada
al dios vikingo Odín. Luego he visto en Google que Odense tiene unos 180.000
habitantes, o sea, que es más pequeño que La Coruña. Pero los coruñeses no
somos tan garrulos. Creo yo. Me contaron que su ciudad tiene dos motivos históricos de
orgullo. Uno, que allí nació Hans Christian Andersen. El otro, que el Odense
Club de Fútbol vino una vez a Madrid y le ganó 0-2 al Real Madrid, eliminándolo
de la Copa de Europa, acontecimiento que todavía se recuerda en la región. ¡Y eso que en el
Real jugaba Michael Laudrup, el mejor jugador danés de la historia! ¡No es
posible! –exclamé. Tiraron de móvil y lo buscaron. Fue en 1994. El Odense, un
equipo de ínfimo nivel, venía de perder en la ida 2-3. El entrenador Valdano dio
descanso a varios titulares. Hacia el minuto 80 les metieron un gol y en el 90
cayó el segundo que los eliminaba.
Ya nos habíamos acabado la
cerveza, así que llamé al camarero para que nos trajera la cuenta, a ver si
empezábamos de una vez nuestro recorrido por el río. El hombre abrió los brazos perplejo y dijo: –¡Pero si me acaban de pedir otras dieciséis cervezas! En fin, yo ya me
relajé. Me contaron que los que no iban al partido habían reservado un
restaurante junto a la Plaza Mayor para cenar un cordero. Alabaron la
cerveza, pero dijeron que la danesa era mejor y entonces decidí tocarles un
poco las pelotas. Les dije que la Carlsberg era muy buena, que yo había
visitado la vieja fábrica de Copenhague con mis hijos pero que, en mi opinión,
las mejores cervezas eran las checas y las belgas. Estuvieron de acuerdo, pero
aportaron un dato: Dinamarca es el lugar del mundo donde más cerveza se bebe.
Me lo creo.
No me sorprendió que dijeran que
no querían ver el río. Ni yo pretendía enseñárselo ya. Pregunté si habían
avisado al conductor para que volviera a Príncipe Pío. Se la sudaba; ellos habían
decidido volver andando al hotel, que estaba cerca de la plaza de España y lo
encontrarían con el Google Maps de sus móviles. Así que le llamé yo al
conductor. Nadie le había dicho nada y nos estaba esperando por allí. Le dije
que se fuera a su casa, que su trabajo se había terminado. Once de los presentes tomaron el camino del hotel. Eran de los que iban al fútbol y debían recoger sus bufandas, imagino que del Bayern. Los otros
cuatro se pidieron una tercera doble, para irse preparando para el cordero. Yo
subí hasta la estación de Príncipe Pío y tomé un tren a casa. Eran exactamente
las cuatro de la tarde y necesitaba descansar un poco y comer algo antes de mi taller
de inglés. Así que ya ven lo que eran estos daneses birreros y paletos. Unos
patanes. No me extraña que ninguna mujer quisiera venir con ellos. Eran como
esas peñas gastronómicas de los vascos. Y esta es mi moraleja: no se sientan
menos que nadie. Los españoles somos una gente cojonuda. Y más educados que
muchos extranjeros. Que pasen un buen finde.
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