Mi amigo X y otros lectores de
los que se preocupan por mí y tratan de protegerme de mi propia incontinencia
verbal, se ponen un poco nerviosos cuando me meto a hablar de ciertos temas, como los suscitados en mi
anterior post, porque temen que el foro se me llene de feministas airadas en modo troll y otros peligros potenciales.
Agradezco su cuidado y su esmero conmigo, pero ya saben que yo soy como soy. Es
cierto que podría acomodarme y limitarme a hablar un poco de urbanismo, cuarto
y mitad de política nacional, alguna crítica a Pedro Sánchez o a Pablo Iglesias, información
puntual sobre la recuperación de mi brazo y reseña de las delegaciones
extranjeras que atiendo, todo ello salpimentado con unas gotas de Bruce Sprinsgsteen
y el toque de humor habitual. Eso convertiría mi blog en algo previsible,
contrario a mi idiosincrasia, de la que es elemento central el gusto por
meterme en jardines, sin miedo a las
espinas de los cardos.
Así que voy a intentar
profundizar a mi manera en el tema planteado. Hablábamos de lenguaje y de la
tontuna de los políticos que les obliga todo el rato a practicar la llamada
duplicación de género, para parecer más inclusivos en sus discursos, aunque lo
que hacen es el ridículo, como ya quedó dicho. Pero por ahí salió lo de las
chicas que antes decían “jo, macha” y ahora llaman a sus amigas “corazona”. Mi
amigo Mariano cuenta en su comentario que escuchó a dos chicas en el Metro retándose
al grito de “me toca la polla”. Algo así presencié hace poco delante del portal de
mi casa, en donde suele reunirse una panda un tanto basta, de la que les he hablado alguna vez. El otro día, una chica llevaba a su perro de la correa.
De pronto, el chucho se paró y adoptó la posición de cagar. La chica preparó la
bolsita de plástico para recoger el cagallón pero, sorprendentemente, lo que
salió hacia el suelo fue un líquido repulsivo, imposible de recoger. La chica
miró al cielo y gritó su maldición: ¡Estí-hasta la polla del perrito este de los
cojones!
Algunas mujeres se sienten tan
minusvaloradas y ninguneadas que reaccionan imitando las conductas propias del
estereotipo masculino. Vano intento. Porque las mujeres y los hombres nunca vamos
a ser iguales. Una cosa es la igualdad de derechos, de la que yo soy partidario
y defensor acérrimo desde siempre. Una igualdad que está lejos de alcanzarse, pero en la que
el mundo occidental, más desarrollado y educado que otros, ha llegado mucho más lejos. Pero los
hombres y las mujeres siempre vamos a ser diferentes, y no sólo en el terreno
físico (es obvio que tenemos entre las piernas diferentes presentaciones), sino
también en los hábitos de conducta. Ante situaciones similares respondemos de
formas diferentes y lo van a entender enseguida con un ejemplo que me parece
muy claro. Una conducta en la que todo el mundo se muestra como es, es en la
forma de conducir un coche. Ves cómo conduce una persona y sabes
quién es.
Imagine usted, querido lector
masculino, que va conduciendo su vehículo por la ciudad a una velocidad
ligeramente alta, porque ese día está contento, o tiene prisa, o simplemente
porque hay poco tráfico y queda espacio suficiente alrededor. Entonces, a punto
de cruzar un paso de peatones, el semáforo se pone naranja. ¿Qué hace usted?
Sin dudarlo: aprieta el acelerador y cruza rápidamente. Con su ánimo henchido
de satisfacción, a su mente acude un pensamiento nítido: qué bien que me lo he
saltado, me van a jorobar a mí estos del Ayuntamiento con sus semaforitos, ‘amos no te jode… Tal vez luego piense que
ha ganado un tiempo precioso y que va a llegar antes a donde quiera que fuese,
pero esto son excusas elaboradas a posteriori.
¿Y qué es lo que hace la mujer
conductora en esa misma situación? Sin dudarlo: aprieta el freno a fondo y se
detiene ante la línea del paso de cebra. Con su ánimo henchido de satisfacción,
a su mente acude un pensamiento nítido: qué bien me he quedado aquí colocadita,
para salir luego la primera. Creo que a todos nos ha tocado presenciar ambas
conductas (otra cosa es que hay mujeres que conducen según el estereotipo
masculino, hacen zig-zags, adelantan por donde pueden, cierran a los taxistas. A
mí en particular, las mujeres que conducen así me ponen bastante, me resultan muy sexis).
La penúltima concejala de
Urbanismo del PP a la que me tocó sufrir, creó un grupo de reflexión para
llegar a definir un urbanismo de género. La
inane que la sucedió no supo qué hacer con ello y el asunto se quedó en una
serie de recomendaciones que, más que de género, eran de sentido común, desde
el lado del ciudadano frente a los grandes intereses inmobiliarios. A mí me
pareció algo encuadrable entre las tontunas de los políticos. Sin embargo, dentro
de las conferencias a las que he asistido últimamente en el ámbito ONU-Hábitat,
me tocó escuchar a una especialista en urbanismo de género y su discurso me
pareció súper interesante. Decía esta señora que el hombre y la mujer tienen
distintas percepciones del espacio público urbano. El hombre tiende a ser más
despreocupado frente a situaciones de inseguridad potencial, ante las que
reacciona con chulería: por qué no voy a cruzar yo esta plaza, llena de gente
de aspecto peligroso e intimidante, si el espacio público es de todos.
En cambio, la mujer tiene
desarrollado un sexto sentido que la hace ser más precavida y captar el peligro.
Todos hemos presenciado discusiones de pareja: yo por ahí no cruzo/venga mujer, que
no pasa nada. Según esta experta de la ONU, el origen de estas conductas
dispares no está en que la mujer sea más miedosa, sino en su instinto de
protección de los niños y del grupo en su conjunto. Al final, volvemos a lo del
león: el macho todo el día panza arriba y enzarzándose en peleas con otros por un quítame allá esas pajas (hermosa
expresión), y la hembra al cuidado de todo. La diferente concepción del espacio
público concuerda con la diferente forma de comportarse al volante de un
automóvil, explicada más arriba. Y, obviamente, el buen urbanismo ha de intentar hacer un
diseño inclusivo del espacio público urbano, en el que se sientan a gusto hombres, mujeres y niños. Por ejemplo, no dejando zonas ocultas a la vista desde los
edificios circundantes.
Así que: igualdad total de
derechos, pero sin perder de vista que hombres y mujeres somos diferentes. Y,
ya que me voy pasado mañana a Piter, qué decir de los rusos y de las rusas. Como saben, no he estado nunca allí, así que he preguntado a algunos amigos que
han visitado el país recientemente. Mi amiga A.M. dice que las rusas de menos de
30, están de toma pan y moja. Son
guapísimas. Pero luego envejecen muy mal. Mi amigo X lo corrobora, si bien
añade que unas y otras tienen bastante mala leche. En cuanto a los rusos, dice
X que son huraños, rudos y brutos, que parece que están siempre enfadados, pero
que esto es sólo una apariencia, porque al final son nobles y cariñosos a su
manera. Pero en este blog, además de mi amigo X, hay otro gurú al que consultar
este tipo de asuntos: Juanmi el Guitarrero.
Dice Juanmi que todo lo anterior
es cierto. No obstante. Las rusas, como todas las eslavas, son de una belleza
extraordinaria. Después de los 30, esa belleza se marchita por dos razones: una,
el mal trato que les dan los hombres de la tierra, que son más brutos que un
arado y beben más vodka del que conviene, y otra el clima infernal, con
inviernos de treinta bajo cero. Ambas razones explican también lo de la mala
leche. Pero (Juanmi dixit) si tú
encuentras una de esas bellezas, consigues que se venga contigo a España, aquí
al solecito, y la tratas bien, con amabilidad, con suavidad y con ternura,
pasará los treinta, los cuarenta y los cincuenta y seguirá siendo una preciosidad.
Y estará siempre de buen humor. Algo así como el final de Blade Runner, cuando Harrison Ford se va al norte y se lleva con él a la hermosa replicante de belleza imperecedera. Recomendación
a tener muy en cuenta.
Así que aquí me tienen, ready for
Piter, salvo opinión en contra del doctor Gárate. I’m ready es precisamente el tema que les dejo de despedida. Lo canta Philly Swain, un rapero gordo y flexible del entorno de Hellcat Records,
que también sabe cantar punk y poner los ojos en blanco. Le acompañan los
inevitables Bivona Bross. y, a la guitarra, el mismísimo Tim Armstrong con su barba. Para escucharlo, han de pinchar AQUÍ y poner la
pantalla grande. La próxima desde Piter.
Me encanta eso de las diferentes presentaciones. Y quién pillara a una de esas rusas esplendorosas para traérsela aquí al caloret... Mmmm.
ResponderEliminarPues me dice otro amigo que el problema de las rusas cuando se hacen mayores no es que su belleza se agoste, sino que engordan y se ponen como focas. Así que a lo mejor no es muy buena la idea de traerse a una, para que se atiborre de paella y se ponga como un botillo.
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