Esto de los congresos es un mundo
aparte dentro del mundo real, por el que se mueve gente especializada que se lo
pasan de puta madre, se saludan con afecto, porque ya se conocen de anteriores
eventos y tienen desarrolladas unas rutinas con las que dominan todas las situaciones
que puedan presentarse. Es algo así como el mundillo de los políticos, salvando
las distancias: los políticos son mucho más dañinos, mientras que estos
resultan al final bastante inofensivos. Para mí en general es un universo en el
que me siento a gusto y que me permite observar conductas y personajes y sacar
conclusiones sobre la vida y la condición humana. El martes, 13 de septiembre,
me afeité, me duché, me puse mi traje negro y una de mis mejores corbatas, me
tomé un té de ginseng rojo coreano, bajé a desayunar y me sumé al circo.
Entre 9 y 10 de la mañana, había
un tiempo para enredar por allí, brujulear, ver la exposición aneja (bastante
escueta, pero correcta), saludar y darse a conocer. Svetlana me acompañó al
puesto de los técnicos para que copiaran mi presentación, que llevaba en un
pen-drive. Saludé a Jacques Besner, que me presentó a Clement Demers, un colega
suyo de Montreal, también veterano, aunque menos llano que Jacques, bastante
estirado y todo el rato hablando de la cantidad de trabajos simultáneos que
desempeña en la Universidad, la Administración y una empresa de comercio
mundial (¿qué hay de las incompatibilidades?). Estaban todos preocupados porque
esperaban la llegada del gobernador de San Petersburgo, que debía participar en
el acto, y yo me dije: –Coño, al final voy a conocer al autor de la carta a la
señora Carmena, que inició todo esto.
Un movimiento de los presentes,
como si se les atrajera de pronto un polo magnético, anunció que el Governor había llegado. ¿Saben quién
era? Sí. Han acertado. El mismo que el
día antes escuchaba las explicaciones técnicas sobre los camiones, excavadoras
y barredoras en la plaza del Ermitage. Mantenía el gesto grave, esta vez escuchando
a Sergey Alpatov, el entrañable oso director del congreso, que a duras penas
lograba mantener el paso con sus tobillos maltrechos. Entramos al gran salón de
actos y empezó el solemne acto. A Sergey tuvieron que ayudarle a subir al
estrado, por una escalera de peldaños tamaño Piter. El saludo, de apenas 5
minutos, lo dio al alimón con Dimitris
Kaliampakos, un griego con cara de estatua de la isla de Pascua, que es el
presidente de ACUUS. Por lo que vi después, este griego es como la figura
política y representativa, mientras que Jacques es una especie de gerente ejecutivo.
El gobernador hizo los honores,
con un breve speach institucional. Estaban luego anunciados tres discursos de
honor, de 20 minutos cada uno, pero el primero, alguien de Kenia, no se
presentó. El griego Dimitris salió a la palestra y dominó la escena con una
intervención que hubiera firmado el mismísimo Lawrence Olivier sobre la
importancia de las construcciones subterráneas. Empezó proyectando una imagen
de cuerpo entero de una mujer y preguntando retóricamente: –Cuál creen ustedes
que es la parte más importante de esta preciosa criatura? Por un momento me
temí que aludiera a los subterráneos interiores (y sus puertas de acceso). No.
Lo más importante eran las piernas. La parte de abajo. Una persona no puede
sostenerse sin unas buenas piernas. Todo su speach
fue de ese tenor. Salvando el componente machista, he de reconocer que la
intervención de este tipo tan pagado de sí mismo (con quien no crucé una sola
palabra en todo el congreso), resultó eficaz para suavizar la tensión y la
rigidez de los discursos anteriores.
Salió después un vice-gobernador
de Piter que explicó la estructura
del Metro de la ciudad y nos fuimos al break-coffee. Yo tenía que intervenir
después y en ese momento era incapaz de ingerir nada que no fuera agua. Me
preocupaba un tema. El atril del orador estaba de cara al público y la pantalla
gigante (había otras cuatro menores en los laterales), quedaría a mis espaldas.
Pero yo quería mostrar planos e imágenes y marcar en ellos determinados puntos
o zonas. La primera posibilidad era que me dejasen un ratón. Pero no había
ratones, este es un práctico adminículo que, no sé por qué, tiende a
desaparecer. Plan B: un puntero laser. Tenían un mando combinado de tres
botones, que da adelante y atrás, y enciende el laser. Me lo dejarían en el
propio atril. Perfecto, pero subsistía un problema. Si yo me vuelvo a la
pantalla para apuntar con el laser, mi boca se apartará del micrófono fijo y mi
voz se perderá. A menos que me mantenga callado al volverme, lo cual es un
coñazo para mí y para los presentes.
La solución: un micrófono de
mano. Si yo tengo un micro en la zurda y el mando múltiple en la derecha, puedo
salirme del atril y caminar por el escenario sin dejar de hablar, potenciando
mi componente de showman. Había dos de esos micrófonos, preparados para las
preguntas del público, pero necesitaban una autorización para darme uno. Busqué
a Svetlana y se lo conté. Me dijo que no me preocupara. Un rato después vino un
técnico y me dio el micro. La segunda parte empezaba con un discurso al alimón
entre Jacques y Raymond Sterling, un profesor emérito de la Universidad de
Louisiana, bastante mayor y cascado, ambos en calidad de cofundadores de ACUUS.
Fue una intervención nostálgica en la contaron la historia de la asociación,
con fotos de los sucesivos congresos, en las que se les veía bastante más
jóvenes. Y llegó la hora de los keynote
speakers, lista que encabezaba el que suscribe.
Salí a la palestra y hablé
tranquilo. Desarrollé mi discurso sin prisa pero sin pausa, fui pasando mi
presentación y todo fue como la seda. Jacques, desde la presidencia, me mostró
un folio en el que había escrito “5 minutos”, cuando me podían faltar unos 10.
Le di un poco de velocidad a la cosa pero sin apresurarme ni ponerme nervioso y
acabé con una frase que ya he usado en otras ocasiones. Para desarrollar un
proyecto de esta envergadura, además de un buen equipo técnico, se necesitan
tres cosas: liderazgo político, capacidad de gestión y dinero en cantidad. Tal
vez ustedes crean que lo más difícil de conseguir es el dinero. Desde mi
experiencia les diré que no es así. Lo más difícil es el liderazgo político. Con
un líder que tenga la idea y tire del tema, lo demás se consigue, de una u otra
manera (¡Ay! si yo les detallara esto de las maneras). Cerré con bolshoi spasibo y recibí los aplausos
discretos del público. Porque, en esta tierra, no se dan grandes ovaciones;
aquí los aplausos son cortos y casi sin ruido.
El siguiente, Clement el
quebecquoise, me pidió el micro y el mando cuando se cruzó conmigo; le había
gustado mi invento, como es lógico. Su intervención, contando las operaciones
de regeneración urbana en Montreal, fue bastante espectacular, con un apoyo
gráfico muy bueno. Le siguió un tipo calvo con pinta de amargado, profesor de
tecnología de Viena, que seguramente repitió una de sus clases, con imágenes
llenas de fórmulas matemáticas que nadie entendía. Y de allí al lunch. Un lunch
al que casi no llego, porque fuera estaba la prensa y tuve que dar un par de
entrevistas, asistido por el intérprete principal de la conferencia, más otra a
una televisión local. También se me acercaron varios asistentes no
identificados a felicitarme. El último era un tipo con aire entre vendedor de
El Corte Inglés y agente del KGB, tal como los pintaba Hitchckok. Con gesto un
poco siniestro, me deslizó una tarjeta y me dijo que era de Israel (el Mossad
fue lo primero que se me vino a la cabeza), que le había encantado mi discurso
y que estaba seguro de que el suyo, en uno de los panels del día siguiente me iba a interesar mucho, porque trataba
nada menos que del tema de los cementerios subterráneos.
Pasé al lunch, en donde me senté
frente a un ruso sanguíneo, iracundo, desbordante. Me dio su tarjeta y supe que
se trataba de Rashid Mangushev (los nombres son otro tesoro de estos saraos),
profesor de geotécnica de la universidad de Piter. Mangushev es de esos tipos
que hablan muy alto y se te echan un poco encima al hablar, de forma
intimidante. Le había gustado mi speach, que le traía recuerdos de su visita a
Madrid hace unos años. La zona que usted ha enseñado no está muy lejos del
estadio del Real Madrid, ¿NO ES ASÍ? –me gritó echándose hacia adelante. –No, es el campo del Atlético de Madrid. –¿Y
YO QUÉ HE DICHO? (su nariz estaba a unos
centímetros de la mía). –Usted ha dicho Real Madrid y es Atlético de Madrid,
son equipos diferentes. –Ah, usted perdone. Esto último lo dijo en el mismo
tono que hubiera usado para cagarse en mi padre.
Antes de entrar, aun tuve que dar
otra entrevista a un periodista alternativo, llamado Alexander Lobanovskiy, que
fue el que me hizo más preguntas y las más inteligentes, sobre cómo se había
tomado la ciudad un proyecto como ese. Era un tipo joven, con un corte de pelo punkie y aires de estrella del rock. Le
dije que el proyecto M-30 se había planteado en 2003, antes de la crisis, cundo
la sociedad española vivía feliz pensando que podían seguir creciendo
indefinidamente. Ahora sería inviable, y no sólo económicamente.
La sesión seguía con el discurso
de Yingxin Zhou, un tipo de Singapur, que es uno de los vicepresidentes de
ACUUS. Es un asiático de pelo completamente blanco, edad indefinible y que
habla como si se la sudara todo, al borde de la frivolidad. Mostró unas
secciones verticales imaginarias, de edificios que eran verdaderos rascacielos
hacia abajo, explicando que, si en Singapur no hay terreno libre, a ver para
dónde coño vamos a crecer, pregunta retórica que apoyaba con un gesto repetido
de abrir los brazos. Un segundo austriaco, tan raro como el anterior, pero más
joven, explicó el Metro de Viena, con el tono y los gestos de alguien que
estuviera contando algo muy triste.
Un segundo orador de Singapur,
con aires de maletilla, joven, espabilado y listo como una ardilla, que
responde al nombre de Chee-Kiong Soh, puso el contrapunto al speach de su compatriota,
con una intervención realista en la que contó las obras que tiene en marcha la
empresa a la que pertenece. Cerró la tarde un blanco de Hong Kong que explicó
las oportunidades que el urbanismo subterráneo ofrece a su ciudad, que sufre el
mismo problema que Singapur. Seguía después la asamblea de socios de ACUUS, de
la que yo estaba exento, así que me subí un rato a descansar. A las 20.00 tenía
uno de los actos paralelos, al que estaba invitado en mi calidad de speaker: la
Board Reception.
Era ésta un paseo nocturno por
los canales y ríos de Piter, con cena de pinchos y segundos platos calientes,
bien regada con vinos españoles, champán, vodka y lo que quisiéramos. Un
autobús nos llevó al embarcadero. La vista de los palacios y grandes edificios
de la ciudad desde el barco merece de verdad la pena. Svetlana venía con varias
chicas y una guía muy guapa y risueña, que dijo llamarse Natalia, aunque la
podíamos llamar, como todo el mundo, Natasha. Mi amigo X me había avisado de que
fuera bien abrigado a este sarao, porque lo bonito es quedarse en la cubierta,
donde corre un gris importante. Dentro del barco estaba el alcohol en todas sus
formas y pronto empezamos a brindar al grito de ¡Nash Dorovia! Yingxin Zhou, el
singapurense pasota, se agarró un pedo importante y no paró de beber. Acabó
cantando diversos himnos, como la Internacional, pensando que le hacían gracia
a los rusos, craso error.
Yo me asocié con el singapurense
listo y mi amigo japonés Kichi, y los tres nos lo montamos más tranquilamente.
Los canadienses venían con sus esposas, lo mismo que un italiano bastante
mayor, que se llama Evasio Lavagno. Las tres doñas se habían pasado el día por
el centro y a una de ellas le habían robado el bolso. Cuando pensé que había
cenado suficiente me salí afuera, con Svetlana y otros. Entonces se puso a caer
una especie de aguanieve muy fina. La mayoría de la gente se refugió en el
barco, pero ya saben que un coruñés, etc. Svetlana me preguntó si iba a entrar
y, al oír mi respuesta, se caló la capucha y se quedó conmigo. Me temo que no
le hacían demasiada gracia los excesos alcohólicos y los cantos de los del
barco.
Natasha era la que más les seguía
el rollo, ella no se quedaba atrás con el vino blanco y seguía contándonos
cosas de Rusia con su micrófono, llenas de bromas que ella sola se reía con su
voz de contralto. Acabamos tarde, pero Natasha se despidió en el embarcadero y
se fue caminando al Metro. Es esta una ciudad en la que una mujer sola y guapa
puede caminar sin peligro a altas horas de la noche. La temporada alta en Piter
es en junio/julio. Ahí la noche casi no existe y se producen las llamadas
Noches Blancas, nombre sacado de una novela de Dostoievski. A la una y cuarto
levantan los puentes del Neva hasta las cinco y media para que entren al río
los barcos más grandes, con una bajada intermedia, entre tres y tres y media,
para que crucen los coches retenidos. Las parejas jóvenes, esas que ponen
candaditos por todas partes, se suelen quedar al espectáculo, ahora más
deslucido por la invasión del turismo masivo, sobre todo de chinos, a los que
les incluyen una noche blanca en el pack. Sin embargo, nos han contado que este
verano ha llovido prácticamente todos los días.
Y así fue mi primer día efectivo,
y el más intenso, del Congreso de ACUUS. Escribo ya desde mi casa y les puedo
adelantar que no hubo más cosas raras en el viaje, ni tuve que hacer transfers
a la carrera, ni me perdieron la maleta, ni nada. Mañana empiezo a trabajar y
ya veremos cuando tengo tiempo de contarles el resto de mi viaje. Desconozco
cómo será mi adaptación al régimen laboral, después de casi siete meses de
libertad. Y, desde luego, den por seguro que no voy a poder escribir tanto en
el blog como en ese largo período. Que pasen un buen domingo.
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