Bueno, para que no me tachen de
presumido políglota insufrible, esta vez se lo he puesto en español.
Holgazanear es el equivalente al hanging
‘round ingles y al flâner
francés. Es decir, vagar sin rumbo por las calles de una ciudad, una de las
actividades que más me gustan, tanto solo como en buena compañía, sobre todo si
la ciudad es grande, desconocida y tan impresionante como San Petersburgo.
Escribo ya el jueves, tras finalizar el congreso, porque, desde el martes por
la mañana, en que entré en modo
congresista, apenas he tenido un rato para dedicarlo a escribir un poco en
el blog. Algún rato libre sí he tenido, pero estaba tan cansado que lo único
que me apetecía era tirarme en la cama del hotel.
Por si quieren cotillear en la
Web del congreso, les pongo la dirección: www.acuus2016.ru.
Es un formato de congreso nuevo para mí, puesto que empezó el lunes con un
paquete de seminarios, en los que algunos participantes provenientes de
diferentes universidades, impartían clases o conferencias a los estudiantes o
técnicos que se hubieran inscrito para ello. Yo no estaba incluido y dispuse de
un día adicional para enredar por la ciudad, tal como había hecho ya el
domingo. Así que paso a contarles algo de mis recorridos en esos dos días. El
domingo, día 10, me levanté pronto, tras dormir como un bendito, a pesar de carecer
de somnífero, pijama y cepillo de
dientes. Antes de bajar a desayunar, aproveché para empezar a escribir mi post
anterior. Luego me duché y me puse la ropa del día de antes.
Tras un magro desayuno en el
salón amarillo, me acerqué a recepción y les pedí que llamaran al aeropuerto
para saber qué pasaba con mi maleta. La chica me trasladó desolada la respuesta
que había recibido. La maleta estaba ya en el aeropuerto de Piter y, por tanto, me la traerían al hotel antes
de las 10 pm. Alucinado, pregunté: –¿No serán las 10 am? No. Había escuchado
bien. Debí de poner tal cara de cabreo que la chica me aclaró que antes de las
10 pm podían ser las 4 de la tarde o dentro de un rato. OK, querida. Conozco el
concepto de la locución prepositiva “antes de”. En cambio, estos rusos parecen
ignorar el significado de la locución adverbial “por tanto”. Vamos, digo yo. Bien.
Podía quedarme todo el día en el hotel lamentándome y añorando mi maleta. Pero
ya saben que ese no es mi estilo. Lo hice el sábado por la tarde porque estaba
agotado tras un largo día iniciado a las 4 de la mañana en Madrid.
Había que moverse. No tenía la
ropa adecuada, pero sí tenía un paraguas, que traía en el equipaje de mano,
previendo la circunstancia de que no hubiera venido nadie a recogerme al
aeropuerto. Pregunté más cosas a la chica de recepción y me enteré de que en
Piter las tiendas abren los domingos con idéntico horario que cualquier otro
día. Y que había un shopping mall a 20 minutos andando hacia la derecha. Pero
tenía que esperar, porque no abría hasta las 10. Así que subí a la habitación e
hice tiempo escribiendo otro poco del post que tenía a medias, que llené de
maldiciones y párrafos irritados y negativos. Después salí al exterior. No
hacía demasiado frío, pero llovía a mares y el viento me dio la vuelta al
paraguas un par de veces. Pero ya saben que para un coruñés la lluvia no es un
ítem a tener en cuenta.
Encontré el shopping mal, que
estaba casi vacío y allí me compré lo siguiente. Una chaqueta de lana con
cremallera estilo entre tártaro y canadiense. Cepillo y crema de dientes, cuchilla
y espuma de afeitar. Y un cargador para el móvil, que estaba casi a cero. Y me
volví al hotel tan contento. Ya con mi chaqueta de lana y el paraguas, volví a
salir, esta vez hacia la izquierda, en busca de la estación de Metro
Primorskaya, a unos 30 minutos caminando. Este Metro es la cabecera de la línea
3 y está en una zona muy concurrida de la isla Vasilyevskiy. En un banco
cercano cambié 50 euros en rublos. Por cierto que han de saber que el nombre
correcto en ruso es rubl en singular
y rubli en plural. Los rusos se ríen
al respecto diciendo que eso de rublo
se debe a que ciertos extranjeros son incapaces de pronunciar rubl. No es mi caso; miren: rubl.
El Metro es un alucine. Es el
Metro más profundo del mundo: 110 metros, que se bajan en unas escaleras
mecánicas, en baterías de tres, separadas por unas hileras de lámparas
cilíndricas que iluminan el espacio. La del medio suplementa alternativamente
la dirección más necesitada de apoyo o está parada. No hay otras escaleras y se
tarda mucho en llegar, aunque van rápido. Hay tipos que se sientan, niños
llorones que se quedan dormidos y gente que casi tendría tiempo de leerse uno
de mis posts más desmesurados. Yo me entretuve mirando a las chicas que subían
por la escalera opuesta, a cual más guapa. La red de Metro está bien
señalizada, en ruso y en inglés, y es sencilla de usar. A cambio de 35 rubli
(algo menos de 50 céntimos de euro), te dan una ficha dorada con la M de Metro,
que has de introducir en una ranura, lo que te abre el torno.
Dos paradas de la línea 3 más
allá, me bajé en Gostini Dvor, en pleno centro. Enseguida llamó mi atención el
grupo de cúpulas que forman la iglesia ortodoxa de San Salvador de la Sangre
Derramada, quizá el monumento más visitado de Piter. Pagué 250 rubli por entrar a verla, pero merece la pena.
Abajo les pongo algunas imágenes. Luego me di una vuelta por el contiguo parque
Mijailovsky y salí a la plaza del Museo Ruso. Cruzando en diagonal me incorporé
a la Nevsky Prospect, la calle principal de la ciudad. Cuando estudiaba arquitectura,
todos los colegas hablábamos con reverencia de la Perspectiva Nevsky; el que no
la conociera, enseguida era catalogado de poco engagé. Sin embargo, esa denominación no era sino una pésima
traducción, porque prospect en ruso
es sencillamente una avenida. En cuanto a Alexander Nevsky, personaje clave de
la historia de Piter, pues si tienen curiosidad por saber quién era, mírenlo en
la Wikipedia, que no se lo voy a dar todo mascado.
La avenida tiene cuatro carriles
de tráfico por sentido, además de unas aceras amplias llenas de gente (había
dejado de llover). Caminé por allí un rato y me llamaron la atención los
Almacenes Eliseus, un edificio art deco precioso, que alberga una tienda de
delicatesen y donde se puede tomar un té con uno de sus deliciosos bollitos o
pasteles. Decidí seguir para no perder el hambre de mediodía. Desde el Neva, la
parte continental de la ciudad está surcada por tres canales paralelos, más o
menos semicirculares, que salen y llegan al río. Algo similar a los de Ámsterdam.
La Avenida Nevsky los va cruzando con puentes monumentales. Nada más cruzar el
tercero, que se llama el Fontanka, localicé un restaurante con buen aspecto. Me
senté en la terraza exterior, en la que tienen mantas por si acaso, pero no
tuve que usarlas porque estaba saliendo el sol. Allí me obsequié con un trozo
de salmón a la parrilla con arroz basmati y una cerveza checa de medio litro.
De vuelta por la Avenida, me
desvié bordeando los almacenes Gostini Dvor, para darme una vuelta por el
entorno de la plaza Senaya. Para ello tuve que atravesar un gigantesco rastro,
en donde uno se siente como en un zoco turco. Allí te venden de todo, desde
bragas, hasta especias, pasando por todos los perfumes de moda falsificados,
igual que la ropa de las mejores marcas. El mercadillo es como una especie de
pulpo que todo lo invade, calles, patios, bajos de los edificios, varios
mercados con cubiertas a dos aguas. Huele a fritanga y hay músicas rusas y de
tipo árabe-balcánico. A veces los tramos están tan apretados que casi no se
puede pasar. Pero no hay carteristas, porque nadie se imagina que un turista se
vaya a meter allí. En cuanto a la plaza Senaya, es un lugar lleno de actividad,
con una estación de Metro con cuatro o cinco salidas, diversos kioscos, venta
de flores y melones enormes y mucho personal circulando por allí. Como en todas
las plazas y parques de Piter, hay unos aseos públicos, con una señora mayor
con delantal en el centro, a la que se pagan 20 rubli por el uso.
Desde allí corté por la calle
Grivsova, tomé el lateral del canal Grivoiedova, que es el intermedio, y
regresé a la Nevsky, para volver a la estación de Metro en donde me había
bajado. San Petersburgo, al menos en tarde de domingo soleada, es una ciudad
bulliciosa, llena de personal de todas las edades y condiciones. Se ven abuelos
nostálgicos de la Unión Soviética, grupos de chicas guapísimas, jóvenes
neopunks, currantes callejeros y vagabundos hechos polvo. Y mucho gorraplato de permiso. Yo no he visto en
ninguna parte gorras como las de los militares y policías rusos. Eso, más que
platos, son ensaladeras. Además, con los vientos helados que corren por estas
tierras, deben de tener un sistema de sujeción potente para que no se te
vuelen. En los tiempos del soviet, si te pillaba una ráfaga y te mandaba la
gorra al Neva, seguro que te deportaban al Gulag. Dentro de los gorraplatos hay una subespecie destacada:
los popeyes, que parecen recién desembarcados del acorazado Potemkin.
Bueno voy a cortar, que esto se
está alargando. Queda decir que volví en el Metro, que caminé mis treinta
minutos al hotel bajo una ligera llovizna y que allí me estaba esperando mi
querida maleta. Casi me pongo a darle besos. Subí a la habitación, pero le
habían puesto un cierre hermético en el punto donde se unen las cremalleras, de
esos de plástico con los que esposan ahora a los detenidos en determinados
países. Necesitaba unas tijeras, pero las tenía dentro. Así que tuve que volver
a salir en dirección a la recepción. De un cuarto lateral me salió un pirracas como el que me pretendía hacer
el visado. Le dije en inglés que si me prestaba unas tijeras y me contestó que
no tenía (ay, cómo le crecía la nariz). Llegamos juntos al ascensor y le di
para bajar. Entonces el pirracas le
dio al botón del piso 10. No sé por qué extraño mecanismo, el ascensor se puso
a subir en vez de bajar.
El tipo pareció sobresaltarse y
enseguida se disculpó: –Lo siento, no sé por qué sube. –Pues sube porque usted
le ha dado al 10, coño, y, si quería bajar, no sé porque ha tenido que tocar
ese botón. Y, ¿sabe que le digo? Que estoy seguro de que tiene unas tijeras en
su cuarto, lo que pasa es que no me las ha querido dar. El tipo se arrugó
visiblemente ante mi bronca: –Le juro que no tengo tijeras. –¿Ah no? ¿Entonces
como hace para recortarse el bigote? –Lo siento, sólo me lo arreglo una vez cada
quince días… Entonces me dio la risa, le pedí disculpas, le dije que estaba
nervioso porque llevaba un día sin maleta y a mí sí me gustaba lavarme todos
los días. Abajo me prestaron las ansiadas tijeras y pude cortar el prtecinto, subir
de nuevo, colocar mis cosas y descansar un rato hasta que bajé a cenar en el bar
de la noche anterior. Esta vez me incliné por el rosbif.
En fin, uno puede decir que
empieza a dominar un idioma cuando es capaz de echar una bronca (aunque sea
injusta). Les dejo con las fotos prometidas.
Una vista del hotel desde el exterior
La bajada al Metro
San Salvador de la Sangre Derramada
El inevitable selfie ante al monumento.
Exterior de los Almacenes Eliseus
Interior de la cafetería de los Almacenes Eliseus
Una muestra de la llamada arquitectura cubista en la Nevsky Prospect.Una vista del hotel desde el exterior
La bajada al Metro
San Salvador de la Sangre Derramada
El inevitable selfie ante al monumento.
Exterior de los Almacenes Eliseus
Interior de la cafetería de los Almacenes Eliseus
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