miércoles, 21 de septiembre de 2016

558. El Congreso de Piter II

Bueno, aquí me tiene reincorporado a la rutina laboral. El lunes llegué a la hora, pasé mi tarjeta de fichar por el lector de códigos y los tornos se abrieron para mí. Era el 19 de septiembre, siete meses justos tras mi accidente en el Metro. Mi sensación en ese momento fue que el 19 de febrero, día de mi 65 cumpleaños, salí de mi casa en dirección al trabajo, con mi bolsita de chocolates Cadbury y me había costado siete meses llegar a mi destino. Por ahora las cosas van bien. Me sorprende lo largas que son las mañanas y lo que cunden. Y hay algunas novedades positivas. Tengo despacho propio. A mi horario le han quitado la media hora extra que nos impusieron en el marco de los recortes de Rajoy, que no servía para nada pero daba por culo, como he explicado mil veces. Por ejemplo, si ahora llego un día a las 8.15, me puedo ir a casa a las 15.15, una hora civilizada. También nos han devuelto la reducción horaria veraniega durante tres meses, aunque yo no la disfrutaré hasta el año que viene. Dicho esto, continúo con el relato de mis aventuras petersburguesas, que tengo a medio contar.

El jueves 14, como ya sabía que hasta las 10 no empezaban las conferencias, me quedé remoloneando en la cama y no bajé a desayunar hasta las 9.30. Mi sorpresa fue que en la breakfast room me encontré a la mayor parte de mis colegas: los canadienses con sus señoras, Evasio el italiano también con señora, los dos de Singapur, mi amigo japonés Kishii y hasta los dos vieneses, que desayunaban juntos con su gesto tétrico. Todos habían tenido la misma idea. Por cierto, al mayor de los dos vieneses, el calvo, ya no lo volví a ver más, yo creo que se volvió a su país después de desayunar. Este segundo día era en formato panel, es decir, que había tres series simultáneas de speakers, cada una en una pequeña sala, equipada con traducción simultánea, pero sin la solemnidad del salón de actos. Los conferenciantes de los panels contaban sólo con 15 minutos. Menos mal que a mí me catalogaron de keynote speaker; yo con 15 minutos no tengo ni para empezar.

Elegí el panel 1, siguiendo la sugerencia del israelí de los cementerios subterráneos y me encontré que todos mis amigos del día anterior habían hecho la misma elección, tal vez era el más interesante. Prescindo de contarles todas las intervenciones y me centraré en cuatro de ellas. El moderador y primer interviniente, era un ruso de aire respetable, satisfecho de su propia respetabilidad, completamente rapado y con una papada digna de Manuel Azaña. Se llama Vladimir Korotaev y en el programa figuraba como meritorious architect of Russia. Estaba allí sentado el primero, enfundado en un traje gris impecable, con una pierna cruzada sobre la otra y mostrando una cierta impaciencia por empezar, trufada de miradas irritadas a los que seguían entrando retrasados, como yo.

Localicé a mi amigo de Hong Kong, Ian Li Kam Wa, me senté a su lado y me puse los auriculares de la traducción simultánea. A mi otro lado llegó el japonés Kishii Takayuki y Korotaev lo fulminó con una mirada glacial, antes de decir en inglés que empezaba ya, porque estábamos perdiendo un tiempo precioso. Vladimir Korotaev hizo una presentación magnífica, en un ruso sonoro y grave, con imágenes de operaciones en Moscú, sobre todo, pero también en otras  partes del mundo, entre ellas una larga mención a Madrid Río, que presentó como ejemplo de buen resultado urbano. Creo que la traductora no conseguía transmitir la complejidad de los razonamientos de este señor, sobre todos los aspectos del urbanismo subterráneo.

Aspectos legales y normativos, inserción en el planeamiento urbanístico, retos técnicos, resolución de los temas de seguridad y otros. Korotaev no duda de que la ciudadanía ha de ser consultada y que la administración ha de controlar el diseño del espacio recuperado en superficie, pero (pregunta clave) ¿debe la administración financiar estas operaciones? Lo de los aspectos normativos es curioso. En España, todo el espacio subterráneo que queda debajo de un edificio se considera parte de la propiedad del inmueble. Pero el número de plantas que se permite construir hacia abajo suele estar limitado a cuatro. En cambio, en Rusia tú puedes construir todo lo que quieras, pero a partir de 5 metros de profundidad es propiedad pública. Si quieres profundizar más  de 5 metros, has de pagar por ello a la administración titular.

Cuando terminó, me acerqué a felicitarle y le di las gracias por mencionar el proyecto de Madrid (ya es raro que un tipo de tan lejos sepa algo de una ciudad española que no sea Barcelona). Hablamos un rato (maneja un inglés excelente) y me dio una tarjeta suya, en la que se lee: Vladimir Korotaev, Meritorious Architect of Russia. Debe de ser un nivel honorífico que se concede oficialmente. Korotaev siguió como moderador muy pendiente de los tiempos de cada speaker. Entre los oradores, el bueno de Evasio Lavagno. Este caballero italiano entrado en años, tenía su presentación escrita en imágenes sucesivas y se limitaba a leer lo que salía en la pantalla. Cuando terminaba de leer una imagen, pasaba a la siguiente y también la leía. No añadía ni quitaba nada. Hacía años que no veía una conferencia así, propia de los primeros usuarios de power point, que no dominaban este medio. El resultado para el oyente es soporífero. No obstante, al final le felicité, porque me cae bien y me suscita una cierta ternura. Espero que no me creciera mucho la nariz.

También intervino el gran Raschid Mangushev, que desarrolló con su voz tronante y su talante apasionado una presentación llena de imágenes de obras desmesuradas, con enormes máquinas trabajando. Se iba a la pantalla a señalar algo con el dedo y su voz se seguía oyendo sin micrófono, apoyada por gestos expresivos de sus manazas, que parecían emular el trabajo de las excavadoras. Y, finalmente, el israelí Arik Glazer, con su pinta de comercial de empresa de pompas fúnebres, salió a la palestra a contar su historia. Este tétrico personaje, trabaja para una empresa privada que ahora mismo está construyendo un enorme cementerio subterráneo en Jerusalén, donde parece que ya no tienen sitio libre para honrar a sus muertos. Además, se ve que les sobra el dinero, porque la obra es muy cara.

Y ahora sé que me abordó después de mi speach, de forma totalmente interesada, para intentar venderle el invento a la ciudad de Madrid, porque ya me ha escrito diciéndome que quiere venir aquí a hablar conmigo y con algún responsable de cementerios. Estamos nosotros como para endeudarnos otra vez con semejante idiotez, con la cantidad de suelo libre que hay por La Mancha adelante. Ya veré cómo me lo quito de encima. Por lo demás, la presentación le salió fatal, porque le fallaron los medios, era el último y tal vez el aparato se había recalentado, porque las imágenes cambiaban solas a toda velocidad, adelante y atrás, sin que él tocara nada. Tal vez eran máquinas inteligentes y le boicotearon adrede. El tipo mostró su fastidio con gestos bastante desagradables: él estaba por encima de estas minucias.

Svetlana andaba por allí todo el tiempo, atenta a todos los detalles del congreso. Svetlana se mueve siempre corriendo de lado a lado con sus pasitos cortos y llevando unas cuantas carpetas sujetas contra su pecho. A veces ha de pasar por delante del conferenciante de turno y entonces corre agachadita para no estorbar la proyección, como un gorrión estremecido. En una de esas pasadas, me encontró y me dijo que la visita al Ermitage, que yo había pedido y pagado, era a las 12. Me llevé una alegría, porque así me libraba del resto de panels del día, ya había tenido bastante con el primero. Así que, después del break coffee, me fui a la recepción. Y allí estaban otra vez todos: los dos matrimonios canadienses y el italiano, mi amigo Kishii y hasta el triste austriaco joven, ya liberado de su cenizo compañero el calvo.

Repetimos con Natasha de guía, que nos enseñó el edificio principal del museo a lo largo de 2 horas, seleccionando los cuadros a su gusto. Allí hay de todo: Goya, Velázquez, Murillo. Los italianos: Fra Angélico, Botticelli, Leonardo. Una sala entera de Rembrandt. El Ermitage es la segunda colección de cuadros más extensa del mundo, después de la del Louvre. El edificio es precioso, puesto que se trata nada más y nada menos que del famoso Palacio de Invierno, el que asaltaron los bolcheviques al mando de Lenin y Trotsky en la Revolución de octubre de 1917, obligando a salir por piernas a Kerensky, que a su vez había echado a los zares en febrero de ese año. El palacio, perfectamente restaurado, está también entonado en blanco, añil y oro. La pena es que no vimos la colección de arte moderno, impresionismo incluido, que está localizada al otro lado de la gran plaza donde estaba la concentración de camiones rojos.

Natasha es una mujer feliz, está siempre sonriente, hace bromas todo el rato, que ella misma celebra con sonoras carcajadas con su voz potente, lo que no le impide estar muy pendiente del grupo que pastorea. El bueno de Evasio estaba bastante despistado, flotaba en el museo entre la inevitable masa de chinos ruidosos e invasivos y se quedaba retrasado, absorto en algún cuadro. Un par de veces me quedé en un recodo para levantar una mano e indicarle por dónde había seguido el grupo. Al final, salimos a la calle por la fachada trasera, junto a la orilla del Neva. Natasha hizo recuento y faltaba uno. Salió corriendo hacia adentro a buscarlo. La esperamos un buen rato. Todos estábamos preocupados por Evasio, menos su señora, que estaba impasible. Seguro que se había visto más veces en similar tesitura. Cuando llegaron, Evasio le echó una sonora bronca en italiano a su mujer, que ni se inmutó: Che cosa succede? Tu dici: andiamo vedere queste rivistine, riesco a guardare le rivistine e poi, non eri più.

Me senté adelante con Natasha en el autobús de vuelta y hablamos de varias cosas. Me contó que trabaja para una empresa dedicada al turismo, con la que habían contactado los del congreso. Al día siguiente no nos acompañaría, porque libraba. Ahora venía con nosotros al hotel para liquidar lo que le debían. Le di las gracias por toda su atención con nosotros y dije que al día siguiente echaríamos de menos sus informaciones, sus risas y su alegría. Me contestó que la que la iba a sustituir era también muy buena. Al bajar del bus, le propuse que nos hiciéramos un selfie juntos y dijo ¿por qué no? Le di dos besos de despedida y, cuando se iba, le grité desde atrás: ¡keep being as you are! Sin volverse, respondió: I will.

Ahora disponía de un rato para descansar, antes de la Cena de Gala en el Salón de Banquetes del Picadero de la Primera Compañía del Cuerpo de Cadetes. Esto de la cena ya se va a quedar para el post siguiente. Les dejo de despedida la imagen de mi selfie con Natasha. Sean buenos.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario