Bueno, llevo dos textos hablando
de temas exógenos (la radio en los 40 y la próxima visita del Boss) y ya unos
cuantos de mis seguidores me han llamado por teléfono para preguntarme por mi
brazo, qué pasa con el tornillo, cómo va mi recuperación. En ascuas me dicen
que les tengo. A ver. Yo creo que una de las principales virtudes de mi blog es
la variedad, el saltar todo el rato de un tema a otro, incluso dentro de cada
post y de forma aparentemente anárquica, aunque la cosa está más estudiada de
lo que parece. En ese marco, yo no quisiera caer en la tontuna de Francisco
Umbral (yo he venido aquí a hablar de mi libro) y convertir esta tribuna en yo he venido aquí a hablar de mi brazo.
Pero ya que insisten, pues les pondré al día.
Dice mi amigo Joe que me meto
demasiado con el doctor Gárate, que es un buen chaval y buen profesional.
Desde luego que es ambas cosas, nunca he dicho lo contrario, podría ser hijo
mío y hasta le estoy cogiendo cariño. Lo único es que no me da la información
que yo busco. Supongo que soy un ansioso; que lo que yo quiero oír
no me lo puede decir y que, si me dice la verdad, a lo mejor me desanimo. En fin, es
su política informativa y yo la respeto. Sólo que a veces es un poco irritante
que yo venga con la pregunta qué hay
de lo mío y se me responda que a razón
de catorce, siete a la media, refrán que me encanta, aunque nunca he
entendido qué es lo que quiere decir exactamente.
En contraposición, en el gimnasio
de ASEPEYO, tengo una recuperadora que es un cielo y con la que me entiendo
mejor. Fue ella la que me echó la bronca por el cachondeo que me traía con los
horarios. Pero yo conté esta anécdota convirtiéndola en un hombre, para poder
añadir que tal vez su malhumor se debía a que había dormido mal o no había
conseguido follar la noche anterior. Comentario que no molestaría y podría
hacer hasta gracia a mi mayor grupo de seguidores, que es del género femenino.
Si hubiera dicho la verdad, el comentario tendría que haber sido que la chica tal vez estaba cabreada porque le había venido la regla, lo que habría sido inmediatamente
tachado de machista e inadecuado. Aunque, ahora que lo pienso, también podía
haber dicho que a lo mejor es que no había cagado después de desayunar. Yo
tengo al menos un amigo y una amiga que, si no cagan después de desayunar, ya están
de mala uva todo el día.
Bien, pues ante la falta de
información precisa sobre mi proceso, le apreté las tuercas a la recuperadora y
me habló, como siempre, con claridad: el proceso de formación de la señora
Ashton va bien, pero más despacio de lo que se esperaba. ¡¡Bueno!! Pues ahora
ya lo sé. No pasa nada, soy cabezota y no pararé hasta que tenga el brazo
bien, si es que lo llego a tener algún día. Y, si no, pues me arreglaré con lo
que quede. Estas cosas son muy subjetivas. Les recuerdo que, en el momento de
mi accidente, yo había dejado de correr porque tenía molestias importantes en
la espalda y en las rodillas, sobre todo en la derecha. Llevaba dos meses en el
dique seco y las molestias no desaparecían. Bien, pues en el segundo 1 del
accidente, cuando los viajeros del Metro tiraron de mí para ponerme en pie y supe que tenía
el brazo roto, esas molestias desaparecieron como por arte de magia. Hasta hoy.
Por abreviar, hoy a las 11.00 he de ingresar otra vez en el hospital para ser intervenido de nuevo. Me van a quitar el tornillo superior, el que está en el hombro, en vez del que me dijeron primero. Ese fue el dictamen del sanedrín de los traumatólogos. Me lo ha explicado Gárate pero, como no lo he entendido, pues no puedo a mi vez explicarles a qué se debe el cambio de tornillo. Ya ven, si Gárate fuera del tipo más gamberro de matasanos, yo le pediría que me regalara el tornillo extraído, para quedármelo de recuerdo. Tal vez lo metiera en formol para enseñárselo a los amigos. Pero, con lo serio que es este hombre, no sé si me atreveré. Anteayer, en la consulta preoperatoria, le insistí en que me enseñara la última radiografía y, por primera vez, conseguí que girara la pantalla del ordenador. Cuando vi la nueva imagen de mi húmero, lo entendí todo. Tal vez era mejor que no la hubiera visto. Porque la imagen actual de la señora Ashton es, más o menos, como la que les pongo aquí debajo.
Por abreviar, hoy a las 11.00 he de ingresar otra vez en el hospital para ser intervenido de nuevo. Me van a quitar el tornillo superior, el que está en el hombro, en vez del que me dijeron primero. Ese fue el dictamen del sanedrín de los traumatólogos. Me lo ha explicado Gárate pero, como no lo he entendido, pues no puedo a mi vez explicarles a qué se debe el cambio de tornillo. Ya ven, si Gárate fuera del tipo más gamberro de matasanos, yo le pediría que me regalara el tornillo extraído, para quedármelo de recuerdo. Tal vez lo metiera en formol para enseñárselo a los amigos. Pero, con lo serio que es este hombre, no sé si me atreveré. Anteayer, en la consulta preoperatoria, le insistí en que me enseñara la última radiografía y, por primera vez, conseguí que girara la pantalla del ordenador. Cuando vi la nueva imagen de mi húmero, lo entendí todo. Tal vez era mejor que no la hubiera visto. Porque la imagen actual de la señora Ashton es, más o menos, como la que les pongo aquí debajo.
Quizá todo se debe a que he
visto demasiado cine de ciencia-ficción y me había imaginado que mi operación
era un asunto asistido por una tecnología punta que permitía una visión
tridimensional en directo, lo que llevaba a que, una vez metido el clavo, ambas
partes del húmero se acercaban hasta encajarse perfectamente. Y luego se
apretaban los tornillos. Ahora entiendo que, a pesar del avance que supone
el clavo sobre la escayola, el fundamento de la operación no ha variado: los
dos fragmentos del hueso se aproximan a ciegas y quedan a como caigan. El hueso es un elemento vivo, que luego se va
pegando y redondeando aristas. Lo de que quede más o menos encajado de primeras es una
cuestión de suerte y parece que yo no la he tenido. A la vista de la imagen, ya lo entiendo casi todo (sólo me falta saber por qué me quitan el
tornillo de arriba y no el de abajo).
Como les digo, me gusta bastante
el cine de ciencia-ficción. Eso explica que haya ido a ver una película de estreno que
se llama Eye in the Sky (Espiando
desde el cielo). No se la recomiendo, porque me parece que el guión no está muy
logrado; la situación que plantea es única, no tiene recovecos, no tiene
sorpresas y se estira demasiado para lograr la duración de una película completa. Como sé
positivamente que me hacen bastante caso en estas cosas, supongo que no la irán
a ver (aunque tiene algunas cosas atractivas, como la siempre impactante
presencia de Helen Mirren, actriz de mi quinta que se conserva en plena forma).
Así que les voy a contar de qué va la cosa (por otro lado, a los cinco minutos
de película ya se sabe).
En un futuro bastante cercano,
los drones que nos vigilan desde el cielo han evolucionado mucho y se pueden
camuflar en pequeños pájaros o escarabajos. La inteligencia anglo-yanqui ha
detectado que en un suburbio de Nairobi se va a producir una reunión del grupo
terrorista Al-Shabaa y hay autorización de ambos gobiernos para lanzar una
operación en tierra en la que se capture a sus principales líderes (de
nacionalidades británica y americana), para que sean juzgados en sus respectivos
países de origen. El pequeño dron que anda por allí comprobando si llegan todos
a la reunión, se introduce en la casa y descubre que, en realidad, lo que están
preparando es un atentado suicida, presumiblemente en un lugar concurrido, como
un mercado o un centro comercial. Eso cambia las cosas. Para ese supuesto, los
mandos militares proponen un misilazo que acabe con todos los reunidos. Piden
autorización a sus gobiernos y la obtienen.
Hay un soldado en una instalación en Reno (Nevada), que dirige desde allí el dron mayor y es el encargado de apuntar y dirigir el misil. El problema es que, cuando ese soldado está a punto de apretar el gatillo, llega caminando una
niña que instala en la puerta del edificio un puesto para vender los panes que
elabora su madre. Es lo que se llama un muy probable daño colateral y el soldado pide que se
haga una nueva evaluación de daños potenciales y se recaben de nuevo todas las autorizaciones, antes de disparar. Ese es el dilema moral que se plantea: lanzar el misilazo,
que matará seguramente a la niña, o no disparar, salvar a la niña y no
evitar un atentado suicida inminente, en el que pueden morir unos 80 inocentes.
Ese es el quid de la cuestión, muy interesante desde luego, aunque, en mi modesta
opinión, desarrollado con un guión flojito. Hay sin embargo una frase demoledora que
dice uno de los mandos intermedios y que les transcribo literalmente: Si ellos matan a 80 inocentes, nosotros
habremos ganado la guerra de la propaganda. Si nosotros matamos a una niña
con un misil desde un dron, ellos la habrán ganado.
En fin, ya saben que yo siempre
fui un poco macarra en esto del cine. Yo no soportaba a Antonioni, ni buena
parte de las películas de Ingmar Bergman. A mí me gustaba, por ejemplo, el cine
de Pietro Germi. Este es un hombre que empezó en el neorrealismo, pero
descubrió una vena cómica con la insuperable Divorcio a la Italiana, con la que por cierto ganó un Oscar al
mejor guión, y ya siguió por ahí: Seducida
y Abandonada, Muchas Cuerdas para un
Violín y otras. A mí me gustaba incluso la que toda la crítica coincide en
señalar como su peor película: Serafino. Trataba este film de un pastor de la
zona de los Abruzos, en el centro de Italia (una de las regiones pobres del país), al que interpretaba
Adriano Celentano. El personaje era una especie de Cantinflas: hablaba y
hablaba tonterías, volvía locos a todos y, de esa forma, conseguía salir de todos los
aprietos.
La película empieza cuando lo
llaman a filas. En la mili monta tal follón que lo mandan enseguida de vuelta a
casa. Allí vive con la bella Asmara, la moza a la que adoran todos los
pastores. Entonces recibe una herencia inesperada de una tía y se pone a
derrocharla en juergas con sus colegas. El resto de su familia, enfadados por
este comportamiento, le ponen una trampa. Convencen a una prima suya muy guapa,
Lidia, para que se lo ligue. Serafino se va con ella a la cama, le pillan los
padres de la moza en plena faena, montan un escándalo y dicen que sólo hay una forma de arreglarlo: casándose. Así podrán mangonear la sustanciosa herencia a través de la chica. Yo tenía en la memoria la canción que cantan sus amigos los pastores en el bar del
pueblo, en la que cuentan toda esta historia. Me ha costado encontrarla (al
final lo he conseguido en una página rusa), pero abajo la tienen. El italiano no se entiende mucho, pero se hace uno una idea. La bella Asmara participa en la juerga, aunque se puede ver que la han
echado de casa de Serafino con todas sus cosas. Me encanta ese estribillo en
que dicen: tiero, tiero, tiero, tiero-tierá,
tierá, tierá, va pérdere, va pérdere, va perderé la libertá, y el más viejo
del grupo corea: qué se po far (qué
le vamos a hacer). Han de pinchar AQUÍ. Pónganselo en pantalla grande. Merece la pena
Ya ven que España y Portugal no
eran los únicos países pobres en los cincuenta. Por cierto, cuando el cura le
pregunta a Serafino si quiere a Lidia por esposa, el tipo no dice ni sí ni no, sino un montón de tonterías del estilo a razón de catorce siete a la media, monta otro de sus
galimatías tipo Cantinflas y acaba escapando del altar. Volverá al monte a cuidar a sus
ovejas, a vivir con Asmara y a derrochar su dinero con sus amigos pastores.
Toda una enseñanza de vida. Nos vemos a la vuelta del quirófano.
Se cuatro cosas de italiano y, en ese maravilloso vídeo que nos pones, creo entender que el cantante bromea con que Serafino no se lavaba nunca y olía a cabra que echaba para atrás. Que lo han duchado y aseado para que le guste a su prima, tan fina ella. Y que eso no está bien, que a las mujeres de verdad les gustan los hombres con "sapore". Por eso se ríen tanto los contertulios.
ResponderEliminarGracias por el apunte.
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