martes, 10 de mayo de 2016

504. La señora Ashton se resiste

Bueno, pues esta mañana he acudido a la consulta del doctor Gárate y ya tengo el resultado: es, más o menos, como si hubiera pasado consulta con Rajoy. Es decir: sí, pero no, pero sí; no obstante, no vaya a ser el demonio, no por mucho madrugar amanece más temprano, ya sabemos que el húmero es uno de los huesos más difíciles de soldar, a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga, habremos de ser prudentes y patatín y patatán. O sea, que me ha hecho la picha un lío, por decirlo de forma medianamente educada (existen expresiones todavía más bastas). Y yo con mis preguntas de lego en la materia: me estás diciendo que el proceso de formación de la señora Ashton no va bien. No, no, yo no he dicho eso. ¿Puede entenderse entonces que va bien? Sí, claro. Y, siendo así, ¿por qué no me das el alta? No, es que yo no puedo hacer eso, porque Santa Marta, Santa Marta tiene tren, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía.

No se  preocupen, yo tampoco entiendo nada. Ya que hablamos de trenes, he tomado el de vuelta en San Fernando de Henares con la cabeza como un bombo. Luego, a medida que iba entrando en Madrid, he ido viendo un poco la luz, aunque no se crean que las tengo todas conmigo. Veamos. Para empezar, resulta que Konrad Adenauer (también conocido como el general De Gaulle), está sujeto a mi húmero, no por dos tornillos como yo creía, sino por tres. Acojonante ¿no? Pues así son las cosas. En la parte más cercana al hombro, tengo un tornillo, digamos, apretado en una tuerca ósea redonda y ajustada (¿La habrán hecho con una barrena o un berbiquí? Porque esto es pura carpintería). Sin embargo, en la parte del codo tengo dos. Uno igualmente ajustado y apretado, y un segundo, que entra en un agujero alargado, elíptico. Es decir que, si me extraen a su compañero y vecino, pasará a tener una holgura longitudinal, en el sentido del propio húmero.

Eso es lo que probablemente me hagan (aún han de decidirlo en una sesión clínica, a modo de cónclave de todos los traumatólogos). ¿Por qué? Pues porque parece que el general De Gaulle durante los primeros meses ayuda a la formación de la señora Ashton, pero después puede trabajar negativamente, impidiendo su desarrollo completo. No, si ya el verdadero De Gaulle, a mí siempre me pareció un tipo un poco estirado, un militar aquejado de rigidez excesiva, con aquellas gorras de la guerra de África que gastaba. Si le hubieran aflojado los tornillos, habría sido un poco más flexible con los organizadores del Mayo del 68 y no habría tenido que dimitir de su cargo. El problema es que aquella revuelta le pilló un poco mayor. Tal vez es eso lo que me pasa a mí, que estoy algo mayor y no puedo andar por ahí rompiéndome huesos.

De todas formas, esa parafernalia de los tres tornillos revela premeditación y alevosía. Gárate y sus secuaces ya sabían, más o menos, lo que iba a pasar en una fractura como la mía. Por eso me han puesto dos tornillos en el codo, para guardarse la baza de quitar luego el apretado y dejar sólo el de la holgura. Sin contar con que el propio clavo viene ya de serie con los agujeros precisos para esa secuencia. Otra duda que me surge. En el agujero que me quede en el hueso, digo yo que pondrán un poco de masilla, no me lo irán a dejar sin tapar, para que se cuele por ahí cualquier cosa. Como ven, estoy destinado a seguir con el bricolaje, caso de que el cónclave dé su visto bueno (imagino que lo dará; todo esto no es más que un protocolo, para un problema médico leve, que cualquier residente puede resolver sin despeinarse). Independientemente de lo que se decida, a mí me han dado otra cita para una nueva consulta el 10 de junio. El cuento de nunca acabar.

Pero la cosa tiene más derivadas. Porque está claro que yo tengo un problema en el brazo izquierdo, que no me invalida para hacer un trabajo de oficina, como el mío. Eso es lo que le he planteado a Gárate y sus ayudantes. Respuesta: la baja médica no tiene por qué coincidir con la baja laboral. Es decir, yo puedo pedir el alta laboral cuando me dé la gana. O sea que me pasan a mí la decisión. El problema es que, ahora mismo, no sé si quiero pedirla. De momento no voy a hacerlo. Lo más probable es que aguante hasta disponer del alta médica. Pero voy a hacer algunas averiguaciones. Si, en esa situación intermedia (alta laboral, baja médica), se me permitiera salir de la Comunidad de Madrid y conducir mi coche, entre otras liberaciones de mis limitaciones actuales, sería un factor a tener en cuenta. Sobre todo, si en el sorteo de plazas de parking que, normalmente, debe hacerse este mes, tengo la suerte de que me toque una y puedo volver a aparcar en el trabajo. Veremos.

Aparte estos pequeños detalles, estoy en una situación envidiable, como ya les he contado. Sigo haciendo la parte de mi trabajo que más me gusta, sin estar obligado a tener que ir al destierro y fichar cada día. Y las tareas que no me gustan tanto, las pueden hacer otros si son urgentes y, si no, pueden esperar hasta que tenga todas las altas habidas y por haber. El otro día les dije que ya había recuperado mi costumbre de correr para pasar semáforos en ámbar o coger un Metro a punto de irse. Los primeros meses no lo hacía, pero no por sentido común, sino por simple miedo. Ahora que ya me he quitado el miedo del cuerpo, vuelvo a moverme por la ciudad como toda la vida. A este respecto, quiero contarles un fragmento de la excelente serie de TV Los Soprano, algunos de cuyos capítulos estoy viendo en estos días.

En uno de los episodios, aparece un joven violento y desquiciado, al que se conoce como Mustang Sally. Este tipo, por una pequeña discusión con un currante que está haciendo su trabajo en la acera, saca un palo de golf de su coche y le sacude al otro pobre hasta que lo  mata. Toda la calle lo ha visto. El problema es que el muerto es un empleado del capo mafioso Tony Soprano, protagonista de la serie, que controla toda la ciudad y no puede consentir que maten así a uno de los suyos. Averigua quién es el matón y descubre que el tal Mustang Sally es nada menos que el ahijado de otro capo, muy mayor, jubilado y con el que no tiene mala relación. Entonces busca encontrarse con él en el funeral de un tercer gangster. El abuelo mafioso se pasa todo el funeral tosiendo. Parece ser que tiene cáncer de pulmón avanzado. Se encuentran en la puerta de la iglesia y Tony le cuenta lo que hay, le dice que tiene que cargarse a Sally y le pregunta si eso le molesta y, en definitiva, si le da su autorización para hacerlo sin que ello suponga iniciar una guerra de bandas.

El decano de los capos, que no para de toser y utilizar un inhalador de asmático para suavizar sus pulmones, le dice a Tony que le parece bien, que Sally es hijo de un empleado suyo al que apadrinó cuando se quedó huérfano, pero que está loco y ha causado ya varios problemas similares. Añade que quiere ser él mismo quien se encargue de eliminarlo, puesto que Sally está loco pero no es tonto y no va a dejar que nadie se le acerque, excepto él, que es su padrino. Tony le dice que no hace falta que él mismo asuma tan delicada tarea, que le ve mayor y enfermo, que no está ya para semejantes trotes, que cualquiera de sus matones puede hacerlo con garantías, pero el abuelo insiste, diciendo que lleva mucho tiempo retirado y que le apetece mucho hacer una cosa como esa, para volver a sus tiempos jóvenes que tanto añora. Tampoco le asusta el riesgo porque, dice, total ya está medio muerto.

Sally está atrincherado en su apartamento con un socio, ambos armados hasta los dientes y dispuestos a no dejar entrar a nadie en la casa. Pero cuando llama su padrino a la puerta, le abren y le ofrecen un té. Cuando están preparando el té, el abuelo saca la pistola y les dispara, pero le sale una chapuza, porque no los mata del todo, se le revuelven, se arma una carnicería y lo ponen todo perdido de sangre. Finalmente consigue matar a ambos y sale del edificio, ensangrentado pero sin un rasguño. Entonces, se sube a su coche, pone la radio a todo volumen y acelera, feliz de recuperar las viejas sensaciones. Encima, se enciende un pitillo y aspira el humo con fruición, riendo mientras tararea la canción de la radio. (Bueno, el resto se lo pueden imaginar: le da una tos terrible, trata de sacar el inhalador del bolsillo, se le cae, intenta buscarlo por el asiento sin bajar la velocidad, etc.)

Bueno: pues esa sensación de plenitud que experimenta el gangster retirado cuando acelera por las calles de New Jersey con el pitillo en la boca, es la misma que siento yo cada vez que echo a correr para atravesar la calle Atocha por algún lugar prohibido, o esprinto para que no se me escape el bus de vuelta de la rehab. Toda mi vida he funcionado igual, sobreviviendo en la gran ciudad. Me considero una persona prudente, que no corre riesgos innecesarios, pero no soy un anciano. Mi accidente fue una cosa de mala suerte que le podría haber pasado a cualquiera y, no por haberlo sufrido, me voy a volver un caguetas a estas alturas de la vida. Así que, mientras el doctor Gárate no apruebe la formación completa de la señora Ashton, tendré que seguir sus instrucciones pero, en cuanto me autoricen, volveré a nadar, a correr y a hacer senderismo. A ciertas edades, estas actividades son muy divertidas, aunque tienen sus riesgos, como pueden ver en el vídeo que les dejo de despedida. Pero: ¿qué es la vida sin un poquito de riesgo?



4 comentarios:

  1. Pues en la debacle de los senderistas veteranos seguro que cascó algún que otro húmero también. Cuídese, a pesar de todo.

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    1. Algún húmero no sé, pero más de una clavícula seguro.

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  2. Interesante la diferencia: usted había dejado de hacer imprudencias, pero no por ese sentido común que, al parecer, nunca ha tenido, sino por miedo. Superado el miedo, vuelve a hacer esas tonterías que causan el 75% de los accidentes in itinere.
    Solo puedo decirle una cosa: gracias. Si no existiera gente como usted, los fisios y los recuperadores iríamos todos al paro.
    Por lo demás, el primer párrafo de este post, me parece genial. Lo bueno de que siga usted de baja es que tiene más tiempo para parir cosas tan brillantes.

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    1. Lo primero me lo estaba tomando como una crítica, que ya se responde con mi frase final: ¿qué es la vida sin un poco de riesgo? Lo que pasa es que al final me hace usted la pelota de forma tan descarada que ya no sé que pensar. Para cuando me den el alta, seguramente necesitaré un buen fisio. ¿Lo es usted de verdad? Todavía no tengo ninguno pensado. A partir de la dirección del blog es sencillo deducir la de mi correo electrónico. Escríbame y hágame una oferta.
      Saludos.

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