El lunes post electoral, tuvimos
una especie de actividad extraescolar en nuestro club literario Billar de
Letras. Aprovechando que el gran escritor cubano Leonardo Padura debía hacer
una larga escala en Madrid, en el viaje de regreso a su tierra tras una
estancia en Israel para promocionar alguno de sus libros, el director del club,
mi buen amigo Ronaldo Menéndez, organizó una velada para los que quisiéramos
estar un rato con él y charlar de literatura o de lo que fuera. No hace falta
que les diga que me apresuré a apuntarme, antes de que se agotaran las plazas.
El club tiene dos turnos y la sala donde celebramos las sesiones no da para albergar
a todos nosotros. Padura acudió puntual, acompañado de su mujer, Lucía, su mejor colaboradora.
Padura es un hombre pausado,
reflexivo, dialogante, que escucha con paciencia y argumenta sus respuestas. Conversador incansable, estuvimos tres horas y media con él, la última parte en torno a unas cervezas, y
no seguimos porque ya se tenía que ir al aeropuerto. Como quizá sepan, este
hombre es el autor de El hombre que amaba
a los perros, sin dudarlo el libro que más me ha impactado en los últimos
años. Padura empezó su andadura literaria con una serie de novelas policiacas,
protagonizadas por un policía cubano que se llama Mario Conde (nada que ver con
su homónimo el banquero), de la que lleva por lo menos seis entregas. Pero con El hombre que amaba a los perros, su
carrera dio un salto cualitativo gigantesco. Su posterior novela Herejes, que gira en torno a un viejo cuadro de Rembrandt, mantiene el nivel, según me
dicen (yo no la he leído todavía).
Leonardo Padura nos habló de cuestiones técnicas,
cómo se documenta, cómo construye sus personajes, cómo trabaja. Nos dijo que se
considera un privilegiado por poder vivir de la literatura, aunque es un
trabajador incansable. También es guionista de cine (al alimón con su mujer) y
periodista, ocupaciones de las que saca algunos ingresos complementarios. Para
un libro como El hombre… se documenta
obsesivamente, busca todos los textos sobre el tema, rastrea noticias en los
periódicos de la época, intenta entrevistar a los hijos, parientes, compañeros
y hasta conocidos de los personajes reales de los que habla. Luego escribe de corrido
y, cuando tiene terminado el primer texto, lo relee una y otra vez hasta que lo deja a su gusto. El libro del que hablamos es el resultado de cinco años de trabajo (Herejes le costó cuatro).
Para quien no lo conozca, El hombre que amaba a los perros analiza
exhaustivamente el asesinato de Trotsky en México, para lo cual desarrolla tres
líneas narrativas. En una de ellas va siguiendo a Trotsky a partir de su
destierro en Kazajstán, de donde pasa a Turquía, Francia, Noruega y México. El gran
enemigo de Trotsky es Stalin, uno de los mayores asesinos de la historia. En
una de las últimas ocasiones en que a Trotsky se le autorizó a intervenir en el
Comité Central, le dijo a Stalin, delante de todo el mundo, que era el
sepulturero de la revolución rusa. Nunca le perdonará este insulto. Primero lo
destierra, luego lo persigue y no cejará en su empeño hasta que consigue
matarlo. Por otro lado, también persigue con saña a todos sus familiares
directos, colaboradores, partidarios y a cualquiera que se refiera a él en términos
amables.
La segunda línea del libro sigue
a Ramón Mercader, el hombre que finalmente lo matará, desde su juventud en la
guerra española, en las milicias comunistas catalanas, en donde es seleccionado
para ser infiltrado en el círculo más íntimo de Trotsky. Según nos contó Padura,
en los 40, estaban en México al menos seis tipos preparados para matar a
Trotsky, entrenados igual que Mercader. Todos eran españoles. Y los otros cinco
se quitaron rápidamente de en medio, se sumergieron en el anonimato y nada se
sabe de ellos. Supongo que tuvieron que cuidarse para que Stalin no los matara
a ellos, como solía hacer con cualquiera que supiera.
Pero en paralelo, el libro
recorre una tercera línea, la de un personaje cubano, más o menos de la edad de
Padura (y la mía). Es un veterinario de provincias, escritor frustrado en su
juventud, que sirve de nexo entre las otras historias, a partir de su observación
de un extraño personaje, que cada día pasea por la playa a una pareja de perros.
Nuestro veterinario identifica a estos perros como galgos rusos, un animal que
no hay en Cuba, traba conversación con él y poco a poco va averiguando la
información que atesora este enigmático personaje, el hombre que amaba a los
perros. Este tercer relato es uno de los análisis más demoledores que he leído
sobre la situación cubana. Además, no viene de alguien que odia al régimen, como
Reinaldo Arenas y los anticastristas de Miami. Entre estos, Padura es visto
como un escritor afín al castrismo.
A una pregunta mía, respondió que
el libro sí se había publicado en Cuba, pero que la industria editorial de allí
es tan incipiente y artesanal que sólo había aparecido una exigua primera edición
que se agotó enseguida. Después ya no salió ninguna más. De todas formas, creo que un libro tan critico como ese con el franquismo no hubiera llegado a las librerías de la época. Otra compañera le hizo
una pregunta más precisa: ¿Cómo es tu relación con el régimen? Es decir: ¿te
persiguen, te putean, te ignoran, te consienten, te protegen, te alaban, o qué?
Respuesta: Todas esas cosas a la vez, en paralelo. Su situación se rige por un
equilibrio delicado. El régimen juega con él a la invisibilidad a nivel interno:
no sale en televisión, no le entrevista la prensa. A la vez, él actúa de manera
prudente, trabaja en silencio y no da el coñazo.
El régimen sabe que se trata de
una figura literaria internacional, a quien no conviene fastidiar. Y además, él
es un hombre que proviene de las propias filas de la revolución. Que se limita
a narrar el desencanto de una generación, la suya, la de aquellos que sumaron
su esfuerzo incondicional a una aventura que les ilusionaba, y devinieron en críticos ante la deriva autoritaria del sistema. Una generación frustrada, en sus propias palabras. Padura,
portavoz de esa generación frustrada, ha sido lo suficientemente hábil y diplomático
como para conseguir un estatus en el que no se le ponen trabas para entrar y
salir del país. Eso le permite atender sus continuos compromisos
internacionales. En esas salidas se cuida de criticar al régimen más de lo necesario. Ambas partes han alcanzado un statu quo basado en el respeto mutuo.
Cuando le preguntamos cómo fue
que se hizo escritor, nos contó algo sorprendente, que da una idea precisa de
su carácter, de su sencillez y proximidad. En sus propias palabras, él no fue
un escritor precoz, de esos que redactan folios a los 12 o 13 años y se los
enseñan a su padre o a su hermano mayor. Por el contrario, él, hasta los 18, no
pensaba más que en una cosa: béisbol. En esa tesitura se le planteó la
posibilidad de entrar en la
Universidad de La
Habana (tenía calificaciones escolares para ello). Y decidió
que estudiaría Periodismo, con la única intención de convertirse en periodista
deportivo y escribir sobre béisbol. Pero aquí se produjo uno de esos giros del
destino que deciden las vidas de las personas. Ese año, el régimen decidió
suprimir temporalmente la carrera de Periodismo, con el argumento de que ya había demasiados periodistas
en el país. Decisión bastante reveladora de cómo es el contexto en que se desenvuelven los cubanos. Padura
optó entonces por estudiar Literatura, pensando que sería lo más parecido al
periodismo. Y descubrió un mundo nuevo y apasionante, empezó a leer de manera
compulsiva y luego a escribir.
Así nos lo contó y no creo que le
moleste que lo revele en este blog. Al final, estuvimos un rato charlando
(abajo les pongo una foto) y les resumo algunas de las cosas que contó de su país.
Hasta 1990, Cuba contaba con una subvención importante del lado soviético (saben
que yo visité la isla en 1988). En ese tiempo la población estaba socialmente
igualada en una pobreza discreta, digna y homogénea, no miserable. En los 90, la
situación económica se deterioró a niveles tremendos. Luego, sucesivas
aperturas del régimen han generado una creciente polarización social. Ahora hay
gente que regenta pequeños negocios y prospera (allí, el que gana 5.000 dólares
anuales es un potentado). A la vez han surgido villas miseria en torno a La Habana , como en cualquier capital
de Latinoamérica. Allí acuden los de Oriente, a trabajar en la construcción en
condiciones precarias. Huyen del hambre que afecta a las comarcas rurales y
viven en agrupaciones de chabolas, con suelo de tierra y techo de lata. En La Habana se les conoce como los palestinos. Ese es el mundo en el que se
desarrolla la nueva novela que prepara Padura.
En las últimas entregas de su
serie policiaca, Mario Conde ha dejado la policía y ha montado un pequeño negocio de compraventa
de libros viejos, con el que se gana la vida. Pero le siguen buscando para investigar privadamente algún caso,
algo ahora factible. Ese tipo de negocios surgieron a partir de la crisis de
los 90. La gente había de vender sus libros para poder comer, y luego los propios muebles de
sus bibliotecas. Padura tiene un amigo, llamado Barbarito (tantos en Cuba se llaman así), que regenta un negocio de ese tipo y es capaz de conseguirte cualquier libro que le pidas. En el anterior
viaje al extranjero, Padura le llevó un buen regalo: una primera edición de un
códice medieval especialmente valioso. Esta vez le llevaba algo mucho mejor: un
bidón de aceite de oliva. La penuria económica ha hecho que los cubanos se
estrujen el cerebro para sobrevivir. Y esas rutinas, basadas en la picaresca,
se mantienen. Por ejemplo, el próspero propietario de un restaurante exitoso,
consigue las gambas a partir de un pescador clandestino y ha de sobornar a los
de la vigilancia costera para que miren a otro lado. Y paga a un tipo para que esté fuera en la puerta y facilite el aparcamiento.
Este tipo de prácticas habrán de
ir languideciendo forzosamente, a medida que el contexto se vaya regularizando
y abriendo. El nuevo acuerdo con USA ha sorprendido a los cubanos, que de
ninguna forma se lo esperaban y asistieron atónitos a la información en televisión. Ahora es un tema que se vive con una cierta ilusión. Hay muchas
familias separadas, que tendrán mayor facilidad para visitarse. Y se prevé una
avalancha de turismo yanqui, para la que no hay infraestructura hotelera, ni de
carreteras, ni de ningún tipo. Ni siquiera hay agua embotellada suficiente para
atender a esa demanda potencial. Historias del presente cubano, que Leonardo Padura nos fue
desgranando pausadamente, con su tranquilidad proverbial. Este hombre ama a su
tierra sin condiciones. Una tierra de la que extrae el material del que se nutre su narrativa. Un país que le permite dedicarse al oficio que un día
abrazó con pasión. Su prosa se ajusta a lo que Unamuno exigía a la verdadera literatura:
es un intento de buscar lo universal en las entrañas de lo cotidiano.
Que pasen ustedes un buen fin de semana.
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