Sábado 9 de marzo, por la mañana
temprano. Benedicto Nosecuantos ya no es Benedicto Nosecuantos. Ahora vuelve a
ser Joseph Ratzinger. Ojo con la pronunciación alemana: la t y la z deben
subrayarse sucesivamente expulsando el aire entre la lengua y las encías
superiores, con mucha delicadeza, igual que cuando usted pronuncia
correctamente shnautzer, esa raza
adorable de canes de tamaño pequeño y alma de perro grande. Si recuerdan la
película Amarcord de Fellini, una de
sus escenas más desternillantes es aquella en que el maestro se esfuerza repetidamente
en que su alumno más zote consiga esa pronunciación, que el cenutrio convierte
fatalmente en pedorreta cuantas veces lo intenta, para solaz de sus compañeros.
¡Qué alivio debe de sentir este
buen hombre, que ya se puede equivocar! Quizá en estos momentos haya desayunado
ya un buen zumo de naranja (lo imagino madrugador) y un café capuchino, como
sólo los italianos saben preparar, acompañado por unas madalenas o unos
bizcochos de soletilla. Tal vez ahora esté practicando algún ejercicio suave, para
soltar su castigada musculatura octogenaria. Pronto saldrá, vestido cómodamente
de paisano y protegido del sol con un sombrero de paja, a dar un paseo por el
interior de la finca de Castelgandolfo, a treinta kilómetros de Roma, lejos del
mundanal ruido, adonde se retiró el pasado fin de semana. El Papa cesante residirá
aquí hasta que terminen de acondicionar el convento vaticano en donde se
instalará definitivamente para pasar sus últimos años.
El palacio de Castelgandolfo es
la residencia de verano de los Papas desde su inauguración como tal en 1626. En
el Siglo XIX llegó a estar medio abandonado, como consecuencia de la incierta
situación política de la península italiana a lo largo de todo ese siglo. Pio
XI lo terminó de restaurar en 1934. Su sucesor, Pio XII, estaba allí de veraneo
cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. No se volvió a utilizar hasta 1947.
Desde entonces está en uso. La finca tiene 55 hectáreas (es más grande que el
Vaticano) y allí no llegan los fragores del cónclave que se prepara en Roma,
para elegir al ocupante de la silla que nuestro hombre ha abandonado.
¿Por qué lo habrá hecho? –nos
preguntamos. La versión oficial habla de cansancio físico y es suficiente para
ciertas mentalidades simples. Benedicto Nosecuantos era la voz de Dios, no se
podía equivocar y, por tanto, tomó la decisión correcta. Se la sopló el propio
Dios a la oreja. Los que conocen más de cerca el mundillo vaticano hablan de
otro tipo de cansancio. El cansancio mental y moral del primer pontífice que ha
intentado combatir en serio el tema de la pederastia de los eclesiásticos, una
lacra tan antigua como la imposición del celibato.
Los curas llevan tocándole el
culo a señoras y jovencitos desde que se lo prohibieron. Antes lo hacían
también, seguramente, pero sin morbo, que no es igual. Lo sorprendente es que
el voto de castidad no se impuso a los sacerdotes hasta el siglo XI. Hasta entonces
sólo era obligado para los monjes. Este dato, junto a otros igualmente asombrosos,
se contiene en el libro “Los Papas y el
sexo”, publicado en 2010 por el investigador italiano Eric Frattini. No es
un vulgar panfleto, lo ha editado nada menos que Espasa Calpe. Su autor, que se
define como rata de biblioteca, afirma que todos los datos que aporta están
contrastados, que no ha fabulado nada, que se limita a contar la información
que ha sacado de bibliotecas y hemerotecas durante años.
El libro es un catálogo de corrupción, vicios, perversiones, crueldad,
sexo y conspiraciones diversas. Contiene la referencia de Papas casados y
homosexuales, pederastas y violadores, fetichistas y adúlteros, travestis y
voyeuristas, masoquistas y sadomasoquistas, asesinos de Papas, hijos de Papas,
Papas hijos de curas, Papas padres de Papas y Papas hijos de Papas. A mí no me
divierte especialmente leer sobre estos temas pero, si quieren adentrarse en
ese mundo, aquí tienen el link a la
página del propio autor, en la que es posible descargarse libremente el
Capitulo 1, y un segundo link a otra
página en donde lo entrevistan.
Me quedo con algunos datos
curiosos. De San Pedro a Ratzinger sólo ha habido 261 Papas. Yo creía que serían
más. Antes de que se impusiera el celibato en el siglo XI, era normal que los Papas estuvieran casados y vivieran
en Roma con su mujer e hijos. San Pedro, el primero, era ya padre de familia
cuando Jesús lo convenció de que le siguiera. Tres de los cuatro evangelistas
coinciden en el dato de que Pedro vivía en Galilea con su mujer y su suegra. A
lo mejor por eso salió de naja (perdonen el chiste fácil). Santa Petronila,
cuyo sepulcro se venera en Roma, está reconocida como hija suya.
Desde aquí hasta Wojtyla, a quién
Frattini atribuye al menos dos amores y una hija, el desmadre ha sido
prácticamente continuo, entremezclado con luchas de poder despiadadas. Parece
obvio que a Juan Pablo I el Breve le dieron chicharrón,
para evitar que cumpliera su promesa de investigar en profundidad los
tejemanejes del Banco Ambrosiano, versión que se ilustra con pelos y señales en
la película El Padrino III, sin que a
Coppola le hayan perseguido o excomulgado por ello. Ni siquiera se han
molestado en desmentirlo formalmente.
Así que, con semejante historia detrás, no es
de extrañar que el amigo Ratzinger haya dicho: ahí os quedáis con vuestra
mierda. Buscad a otro, que yo me largo, que me tenéis harto con tanta
conspiración y tanta mamandurria (palabro que, desde ya, propongo para su
admisión por la RAE). Y que nadie le tosa, que ha sido el propio Dios el que le
ha dado la orden. Los cardenales del cónclave han recibido el marrón con
malhumor y no saben a quién elegir. Si escogen a un alma pura, se exponen a que
también dé la espantada, una vez que se ha abierto esa vía. Y si es un vicioso,
su papado estará condicionado por la amenaza de que alguien a quien le haya
tocado el culo lo cante y organice un escándalo monumental.
El caso es difícil, ciertamente.
Pero yo tengo la solución y aquí se la ofrezco. Desde mi Blog, propongo
formalmente que el próximo Papa sea Berlusconi. ¿Que tiene que ser sacerdote?
Muy bien, pues que lo ordenen cura en una ceremonia exprés. La presencia de Il Cavaliere en la silla de San Pedro
serviría para matar dos pájaros de un tiro: solucionaría el cónclave y de paso libraría
a Italia de este sujeto. El panorama electoral se despejaría. La prima de
riesgo caería enseguida por debajo de los cien puntos. Toda Europa saldría
ganando.
Con setenta y seis años, Berlusconi
es casi un anciano y está bastante gagá. Si se ha presentado a presidente, es
sólo porque necesita mantener un cargo público para seguir aforado y librarse de la
cárcel que le amenaza. Si no fuera por eso, se retiraría a una de sus villas
lujosas, a disfrutar de su nueva esposa a la que saca cuarenta y nueve años. Lo
que pasa es que los italianos están tan jodidos que le han votado más de lo que
él mismo se esperaba.
Con mi propuesta, los italianos
verían entronizado al tipo al que más adoran y podrían ir a aplaudirle al
balcón vaticano cada domingo. Su amenaza de optar otra vez a la Presidencia de
la República no espantaría más a los europeos (la Merkel lo teme como a un
nublado). Y la curia de Roma lo aceptaría de buen grado. Al fin y al cabo, como se
ve en el libro de Frattini, en el Vaticano nunca le han hecho ascos al bunga-bunga.
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