El culebrón de los papeles de
Bárcenas, Luis el Cabrón para los amigos, no ha hecho más que empezar y, si no,
al tiempo. La táctica de Rajoy respecto a este monumental escándalo era, hasta
ahora, clara y muy en su línea: distraer al personal con otros asuntos, para
tenerlo entretenido. ¿Que no sucede nada de interés? No hay problema: se manda
al Ministro del Interior a que salga y diga una tontería, por ejemplo, que la ley que
autoriza los matrimonios homosexuales amenaza la perpetuación de la especie
humana. Los gays del PP, que los hay, ponen el grito en el cielo y ya
tenemos tema para la prensa y para que la gente despotrique en los bares.
Siempre hay un falso tema
polémico a mano, una especie de mcguffin de la película de terror que
estamos presenciando y viviendo. Y, si no, se tira de Wert (¡lo que hay que Wert!), el
Ministro de malEducación, inCultura y teleDeporte, que siempre tiene lista una
nueva ocurrencia para soliviantar al personal. Pero ya parece que, por fin, el
PP ha decidido mover ficha: ayer denunciaron a El País y “a quien haya escrito
esos papeles”. No olvidemos que se trata de unos estadillos en los que
minuciosamente se han anotado todos y cada uno de los pagos en dinero negro
que, presuntamente (ya ven qué correcto me he vuelto, no sea que me
denuncien a mí también), cobraba la cúpula directiva del PP. Un documento en el
que el nombre de Rajoy es el que más se empeña en aparecer, nada menos que a lo
largo de once años.
Se pongan como se pongan, sobre
estos papeles sólo caben dos hipótesis: o son auténticos o son falsos. Rajoy ha
afirmado solemnemente lo segundo, y la denuncia va en esa línea. Si es así, si
alguien ha rellenado esos renglones en quince días con la intención palmaria de
desacreditar a los dirigentes del PP, entonces no creo que sea muy difícil demostrarlo
(hay peritos que pueden certificar si los papeles son viejos o nuevos, de
cuándo es la tinta, de quién la letra, etcétera).
Hasta ahora, mi intuición me
decía que eran auténticos. Después de la denuncia de ayer, ya no sé qué pensar.
¿En qué se basaba esa intuición que digo? Pues, simplemente, en las actitudes y
manifestaciones de unos y otros. Por un lado los del PP callando (el que calla, otorga) y enviando a
Cospedal a que haga el ridículo enredándose en un trabalenguas inaudito de
simulaciones y pagos “en diferido”, a la altura de las noticias más
desternillantes de El Mundo Today. Por el otro lado, la gimnasia gestual
del presunto difamador no deja lugar a dudas. Aquí la tienen.
¡¡¡Ele, mi niño!!! Sí, señor, el
más castizo de los gestos patrios: la peineta. Como ven abajo, Cospedal también
la utiliza con asaz donaire.
Y los de la revista El Jueves, que son unos gamberros, sintetizan ambas peinetas en una imagen de alto contenido simbólico.
Muy bien. Ya nos hemos reído un poco. Ja, ja. Aceptemos ahora, como mera hipótesis, que la información de esos papeles fuera cierta. ¿Qué pasaría entonces? Pues parece que esos libros de cuentas no constituyen una prueba de los pagos, válida para un tribunal de justicia. Para que se pudiera condenar a Rajoy y los demás, tendrían que aparecer unos recibos o recibíes, firmados por los perceptores a cambio del dinero. Y no creo que el nivel de ingenuidad que han demostrado los del PP, al confiar en un sujeto como Luis el Cabrón, haya alcanzado unos niveles tales como para que existan esos recibos (no lo descarten del todo).
Y los de la revista El Jueves, que son unos gamberros, sintetizan ambas peinetas en una imagen de alto contenido simbólico.
Muy bien. Ya nos hemos reído un poco. Ja, ja. Aceptemos ahora, como mera hipótesis, que la información de esos papeles fuera cierta. ¿Qué pasaría entonces? Pues parece que esos libros de cuentas no constituyen una prueba de los pagos, válida para un tribunal de justicia. Para que se pudiera condenar a Rajoy y los demás, tendrían que aparecer unos recibos o recibíes, firmados por los perceptores a cambio del dinero. Y no creo que el nivel de ingenuidad que han demostrado los del PP, al confiar en un sujeto como Luis el Cabrón, haya alcanzado unos niveles tales como para que existan esos recibos (no lo descarten del todo).
O sea, que no parece que esto
vaya a acabar en una condena judicial. Pero sí, tal vez, en una condena
política. ¿No estábamos en Europa? Pues en Alemania, ya han dimitido dos
ministros porque se ha descubierto que en su juventud copiaron párrafos de
otras tesis académicas, al elaborar la suya, y no pusieron comillas. Y en
Inglaterra, otro ministro ha cesado porque se ha sabido que hace diez años
cometió una infracción de tráfico y dijo que la conductora era su mujer para no
perder puntos. Si se demostrase fehacientemente que nuestro presidente estuvo
durante once años cobrando los sobres malva de la vergüenza, estaría mintiendo
ahora, no en su juventud o hace diez años. Veremos por dónde sigue el culebrón.
Siguiendo en la hipótesis
de que los papeles sean ciertos, hoy quiero centrarme en un aspecto que quizá
no ha sido analizado suficientemente por los medios. ¿Cómo es que Luis El
Cabrón conserva esos apuntes? Yo tengo en mi despacho un precioso aparato
llamado destructor de documentos. Me lo regaló una persona que me quiere, y me
produce una satisfacción indescriptible cada vez que meto por la ranura
superior un pequeño folleto y veo cómo sale por el otro lado convertido en
fideos. ¿Y el ruidito que hace? Mmmm. Qué gustazo.
Si este sujeto no ha utilizado el
aparatejo, es porque quería conservar el cuaderno intacto, como seguro de vida,
por si salían a la luz sus trapicheos. Posibilidad nunca desdeñable para un
personaje que, partiendo de la nada, llega a acumular 34 millones de euros en
Suiza, haciendo honor al viejo proverbio manchego: el que con harina anda, algo
le queda en las uñas. El tipo se encargaba de los negocios sucios del partido,
se llevaba su comisión y lo anotaba todo en su cuaderno, celosamente guardado
para, cuando pintasen bastos, poder decir: ¡Ojo conmigo! que, como me toquéis
las pelotas, tiro de la manta y me llevo por delante a todo el mundo. En
términos judiciales, esta forma de actuar tiene un nombre: premeditación.
Algo parecido es lo que hizo
Diego Torres con los correos de Urdangarín. Mira que es fácil apretar el botón
de “Borrar todos los mensajes”. Eliminar correos comprometedores está
tirado. Pues este émulo de Bárcenas los iba guardando todos en su archivo más
recóndito, como seguro de vida para el día en que se descubriera el tostao. Estrategias premeditadas de auténticos malvados. Seguro que Luis El Cabrón
imaginó ese sistema de protegerse antes incluso de comprar el cuaderno, en
cuanto empezaron a pedirle que sirviera de amanuense de la indignidad. Entonces
pensó: ¡¡A mí me van a pillar estos primaveras!! Ahora mismo bajo a la
papelería y me compro un cuaderno de renglones. Se van a enterar. Y Diego
Torres hizo lo propio el día en que creó su archivo de correos calientes.
Ninguno de los dos tiene la
patente del sistema, antiguo como la humanidad. ¿Recuerdan ustedes el famoso
vestido azul de Mónica Lewinsky? Esta señorita, ahora bien entrada en carnes,
lo guardó durante años con las manchas del semen de Clinton bien protegidas,
para cuando la cosa saliera a la luz. Seguro que hasta puso unas patatas en el
cajón, no se le fuera a resecar demasiado. Si a usted, querida lectora anónima,
le sucediera que un amante ocasional se vacía en su vestido nuevo, ¿qué sería
lo primero que haría al día siguiente? Respuesta lógica: llevarlo a la
tintorería. Si lo guarda usted manchado bajo siete llaves, por algo será.
Comportamientos idénticos que
delatan a gente taimada. Cómo despreciaría Don Quijote a semejante cuadrilla de
malandrines: Luis El Cabrón, al frente, Diego El Bellaco, a su diestra y, a la
siniestra, El Fementido Eufemiano. Tres canallas escoltando a una auténtica
hija de Lewinsky.
Son tan pendejos, que han firmado los recibos, como corderitos.
ResponderEliminarEso mismo me dice un amigo contable, que seguro que Bárcenas tiene recibos de todos los pagos en una caja fuerte. Me cuesta creer que sean tan pánfilos estos del PP, pero eso explicaría la actitud acojonada de unos y altanera del otro.
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