Hace tiempo que no recaigo en los
temas escatológicos, que tanta popularidad dieron a mis posts #2, 5, 33, 52 y 70. Esta línea temática no es algo de mi
invención, sino que viene de antiguo, ha tenido notables especialistas y hasta
el más grande de los maestros, Miguel de Cervantes, se recrea en el asunto en
algunos pasajes, como buen manchego que era. Es un honor para mí celebrar la
entrada número 100 de este Blog, transcribiendo un fragmento hilarante del
Quijote, del que les pongo en situación.
La escena transcurre en una noche
muy oscura, al raso de La Mancha, en la inmensidad de la llanura infinita. Don
Quijote ha mostrado su voluntad de seguir su camino para pelear con los
follones y malandrines que puedan salirle al paso, a pesar de lo intempestivo
de la hora, y Sancho no ha encontrado mejor remedio para evitarlo que atarle
fuertemente las patas al caballo Rocinante, dos a dos, para que no pueda
avanzar, sin advertirlo su amo y señor. Sancho le ha pedido que baje del
caballo y se tiendan ambos en la hierba a descansar, pero don Quijote dice que
quiere seguir a lomos del rocín, hasta que éste tenga a bien seguir la marcha.
Empiezan a sonar entonces ruidos
sobrecogedores en la lejanía, y Sancho, que es muy miedoso, se agarra con
fuerza al caballo, sujetándose con ambas manos a los arzones delantero y
trasero, apretando su cuerpo contra el muslo izquierdo de don Quijote y
recostando la cabeza en su costado. En esta posición mantienen ambos una larga
conversación, tras de la cual, a Sancho le sobreviene un apuro fisiológico, que
Cervantes narra con delicadeza, humor y prosa magnífica.
En esto, parece ser, o que el frío de la
mañana, que ya venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o
que fuese cosa natural –que es lo que más se debe creer-, a él le vino en
voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; más era tanto el
miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña
de su amo. Pues pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible; y
así, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenía asida
al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la
lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna,
y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos. Tras
esto, alzó la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas posaderas, que
no eran muy pequeñas. Hecho esto – que él pensó que era lo más que tenía que
hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia-, le sobrevino otra
mayor, que fue que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y ruido,
y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendo en sí el
aliento todo cuanto podía; pero, con todas estas diligencias, fue tan
desdichado, que al cabo al cabo, vino a hacer un poco de ruido, bien diferente
de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo don Quijote y dijo:
–¿Qué rumor es ese, Sancho?
–No sé, señor –respondió él–. Alguna cosa
nueva debe de ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco.
Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle
tan bien que, sin más ruido ni alboroto que el pasado, se halló libre de la
carga que tanta pesadumbre le había dado. Más como don Quijote tenía el sentido
del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido
con él que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo
escusar de que algunos no llegasen a sus narices; y, apenas hubieron llegado,
cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos; y, con tono algo
gangoso, dijo:
–Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.
–Sí tengo –respondió Sancho–; más, ¿en qué
lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?
–En que ahora más que nunca hueles, y no a
ámbar –respondió don Quijote.
–Bien podrá ser –dijo Sancho–, más yo no
tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no
acostumbrados pasos.
–Retírate tres o cuatro allá, amigo –dijo
don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices)–, y desde aquí
adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía, que la
mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.
–Apostaré –replicó Sancho– que piensa
vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.
–Peor es meneallo, amigo Sancho –respondió
Don Quijote.
Extraordinario fragmento, de
grata lectura, supongo, para aquellos que no lo hubieran leído de antemano. Y
ocasión, para los que ya lo conocieran, de maravillarse otra vez con el más
grande escritor de todos los tiempos. No podría haber mejor forma de festejar
esta efemérides.
Así que, por lo que a mí
respecta: adelante. Vamos a por otros cien. Y ustedes que lo vean.
¿Un trasunto de Barcenas?
ResponderEliminarEl uso de la palabra trasunto revela un cierto nivel cultural. Si me explica qué quiere decir exactamente, tal vez pueda contestarle. Lisardo no me deja borra comentarios pero, señor mío, ¿qué tendrá que ver Barcenas con las andanzas de Don Quijote y su fiel escudero?
EliminarLuis el Cabrón también tiene sus escuderos fieles, pero los que se ciscan de miedo son otros... Un fragmento memorable y al menos aquí, don Quijote no queda molido a palos, aunque se muestre ofendido por el desacato de su escudero.
ResponderEliminarEsto sí lo entiendo, supongo que no eres el mismo autor del comentario anterior, que sigo sin comprender. Empiezo a estar harto de Luis El Cabrón. Este no es un blog político, como ya he dicho muchas veces, y me gustaría poder hablar de cosas como el Quijote sin que se cruce este ínclito representante de la raza de follones, malandrines y pícaros.
ResponderEliminarVeamos:
ResponderEliminaruno es un hilarante mariano fuera de la realidad, a lomos de un enjuto programa, luchando contra el déficit-equilibrio presupuestario-molinos…
el otro, aquel que le ha mantenido, alimentado, guiado, recogido sus perrillas (nunca se podrá demostrar que no es inocente)…
Este segundón, buen hombre, próximo como pocos a aquél (él le nombra tesorero), …. se “péa”… (aquí: se acojona porque parece que ya viene la justicia)
El cuesco (una lista de ná, … un poco sobrecogedora) sólo obliga al primero a sugerirle que se separe apenas un par de pasos …. (¿pensará que así se termina el problema?)
Dejamos aquí la escatología…
Esto no está en tu escrito…el símil es, pues, muy forzado… pero este Luis el C va a ser para todos como la tirita en la viñeta de Tintín, atravesará tu blog, nos contaminará a todos y no podremos despegarnos de ella en una temporada….
Just kidding…. Y continúa disfrutando…
Bueno, ahora ya veo por dónde iba lo del trasunto. Como usted dice, es un poco forzado, pero está bien, cada uno puede hacer en este foro las interpretaciones que quiera. Comprenderá mi hartazón de que aparezca Luis el Cabrón cada vez que levantamos una piedra. Es ciertamente como la tirita de Tintín.
EliminarUna precisión: el verbo es "peerse", así que el susodicho no se "péa", sino que se "pée". El participio es "peído".
Gracias por sus comentarios.